Nora Roberts - Mágicos Momentos

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Para Ryan Swan, a la que la vida le había enseñado que sólo podía confiar en sí misma, Pierce Atkins era el último hombre al que debía confiarle el corazón. Pero ante la presencia cautivadora de Pierce, todas sus defensas parecían desvanecerse como por arte de magia.
A Pierce Atkins, obsesionado con huir de su pasado, no le costaría escapar del interior de una caja fuerte ante miles de espectadores. Pero, ¿estaba dispuesto a seguir huyendo toda la vida?, ¿o debía escuchar a su corazón y firmar el contrato de matrimonio que Ryan le ofrecía?

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Durante una hora entera, Ryan observó la actuación de Pierce fascinada, frustrada y, sobre todo, entretenida. Lo que a ella le parecía una ejecución impecable de un número, Pierce lo repetía una y otra vez. Tenía sus propias ideas sobre los efectos técnicos que quería para cada número. Ryan pudo comprobar que su creatividad no se limitaba a la magia. Pierce sabía cómo sacar el mejor partido de la iluminación y los efectos sonoros para resaltar, remarcar o marcar contrastes.

Era muy perfeccionista, concluyó Ryan. Trabajaba con sosiego, sin el despliegue de movimientos con que animaba los espectáculos en directo. Por otra parte, no lo notaba con aquella relajación alegre que le había visto cuando había actuado para los niños. En ese momento estaba trabajando, así de sencillo. Sería un mago, pensó sonriente Ryan, pero cultivaba sus poderes con ensayos de muchas horas y repeticiones. Cuanto más lo observaba, más respeto sentía.

Ryan se había preguntado cómo sería trabajar con él. Pues ya lo estaba viendo. Era implacable, infatigable y tan obsesivo con los detalles como ella misma. Tendrían sus discusiones, no le cabía duda, pero empezaba a disfrutar sólo de pensarlo. Porque lo único seguro era que, al final, el resultado sería un espectáculo inmejorable.

– Ryan, ¿te importa subir, por favor?

Se sobresaltó al oír que la llamaba. Habría jurado que Pierce no había advertido su presencia en el teatro. Se levantó con aire fatalista. Empezaba a darle la impresión de que no había nada que escapara al control de Pierce. Mientras avanzaba hacia el escenario, él le dijo algo a su ayudante. Ésta soltó una risita sensual y le dio un beso en la mejilla.

– Bueno, esta vez he salido de una pieza -bromeó sonriendo a Ryan cuando ésta llegó junto a ellos.

– Ryan Swan, Bess Frye -las presentó Pierce.

Examinándola más de cerca, Ryan vio que la mujer no era guapa. Tenía unos rasgos demasiado grandes para ser considerada una belleza clásica. Su pelo brillaba y se revolvía en mil ondas alrededor de su cara alargada. Tenía ojos redondos, un maquillaje exótico y ropa corriente. Era casi tan alta como Pierce.

– ¡Hola! -la saludó Bess con entusiasmo. Luego extendió la mano para darle un apretón amistoso a Ryan. Costaba creer que aquella mujer, sólida como un tronco de caoba, hubiese estado dando vueltas en el aire hacía unos minutos-. Pierce me ha hablado de ti.

– ¿Sí? -Ryan miró hacia él.

– Ya lo creo -Bess apoyó un codo sobre el hombro izquierdo de Pierce mientras hablaba con Ryan-. Me ha contado que eres muy lista. Le gustan las inteligentes. Pero lo que no me había dicho era que fueses tan guapa. ¿Cómo es que te lo tenías tan callado, bribón?

Ryan no tardó en comprender que la ayudante de Pierce era tan cariñosa como extravertida.

– ¿Para qué te lo iba a decir?, ¿para que me acuses de que sólo me fijo en las mujeres por su físico? -Pierce metió las manos en los bolsillos.

Bess soltó otra risotada.

– Él también es listo -le dijo a Ryan en voz baja, corno si le estuviese confiando un secreto, al tiempo que le daba un pellizquito a Pierce-. ¿Vas a ser la productora de los programas que va a hacer para la tele?

– Sí -contestó Ryan, algo aturdida por la abrumadora amabilidad de Bess-. Espero que todo salga bien -añadió sonriente.

– Seguro que sí. Ya era hora de que hubiese una mujer al cargo. En este trabajo siempre estoy rodeada de hombres. Soy la única mujer del equipo. Ya tendremos ocasión de tomarnos una copa y conocernos.

“¿Quieres una copa?”. Ryan recordó a Merlín y sonrió ampliamente.

– Será un placer.

– Bueno, voy a ver qué se trae Link entre manos antes de que el jefe decida ponerme a trabajar otra vez. Hasta luego -Bess salió del escenario, una torre de entusiasmo exultante. Ryan la observó alejarse.

– Es fantástica -murmuró.

– Siempre me lo ha parecido -dijo Pierce.

– Con lo fría y reservada que parece en el escenario -Ryan sonrió-. ¿Lleva mucho tiempo contigo?

– Sí.

La calidez que Bess les había dejado se enfriaba por momentos. Ryan carraspeó y retomó la conversación.

– El ensayo ha ido muy bien. Tenemos que decidir qué números quieres añadir a los especiales de televisión y cuáles quieres desarrollar más.

– De acuerdo.

– Tendremos que hacer algunos ajustes para la tele, claro -continuó ella, tratando de no dar importancia a las respuestas monosilábicas de Pierce-. Pero, en general, supongo que la idea es una versión condensada del espectáculo que sueles hacer en los clubes.

– Exacto.

En el poco tiempo que hacía desde que conocía a Pierce, había llegado a saber que era un hombre de naturaleza amistosa y con sentido del humor. Pero en aquel instante había levantado una barrera entre ambos y era evidente que estaba impaciente por que se marchara. La disculpa que había pensado presentarle no podría tener lugar en ese momento.

– Estoy segura de que estarás ocupado -dijo ella con sequedad y se dio media vuelta.

Ryan descubrió que le dolía que le hiciese el vacío. Pierce no tenía derecho a hacerle daño. Por fin, dejó el escenario sin molestarse en volver la cabeza para mirarlo.

Pierce la observó hasta que las puertas traseras del teatro se abrieron y cerraron una vez hubo salido ella. Sin apartar los ojos de las puertas, apretó la pelota que tenía en la mano hasta aplanarla. Tenía mucha fuerza en los dedos, la suficiente para haber roto los huesos de la muñeca de Ryan, en vez de hacerle un simple moretón.

No le había gustado ver el moretón. Pero tampoco le gustó recordar que Ryan lo había acusado de intentar seducirla mediante engaños. Él nunca había forzado a ninguna mujer. Y Ryan Swan no sería la excepción. Podría haberla poseído aquella primera noche, durante la tormenta, cuando ella se había apretado contra su cuerpo.

¿Por qué no lo había hecho?, se preguntó Pierce al tiempo que tiraba la pelota al suelo. ¿Por qué no la había llevado a la cama y había hecho todas esas cosas que había deseado con tanta desesperación? Porque Ryan había levantado la cabeza y la había mirado con una mezcla de pánico y aprobación. La había notado vulnerable. Y Pierce se había dado cuenta, con algo parecido al miedo, de que también él se había sentido vulnerable.

Desde entonces, no había logrado quitársela de la cabeza. Cuando la había visto entrar en la suite esa mañana, Pierce se había olvidado de las notas que había estado tomando para uno de sus números. Había sido verla, con uno de aquellos condenados trajes a medida, y se había olvidado de todo. Había entrado con el pelo revuelto por el viento después del viaje, como la primera vez que la había visto. Y lo único que había querido había sido abrazarla, sentir aquel cuerpo pequeño y suave contra el suyo.

Tal vez había empezado a enfurecerse en ese mismo momento, a perder el control por las palabras y la mirada acusadora de Ryan.

No debería haberle hecho daño. Pierce bajó la mirada y maldijo. No tenía derecho a hacerle la menor marca en la piel. Un hombre no podía hacerle nada peor a una mujer. Ella era más débil y él había utilizado eso en su contra. Su fuerza y su genio, dos cosas que hacía muchísimo tiempo que se había prometido no usar nunca contra una mujer. En su opinión, ninguna provocación podía justificar un comportamiento así. No podía echar la culpa a nadie más que a sí mismo por aquella agresión.

No podía seguir pensando en ello ni en Ryan si quería seguir trabajando. Necesitaba estar concentrado. Lo único que podía hacer era dar marcha atrás y llevar la relación que Ryan había planteado desde el principio. Una relación estrictamente profesional. Trabajarían juntos. No tenía duda de que cosecharían un éxito en televisión. Pero eso sería todo. Hacía tiempo que había aprendido a controlar el cuerpo mediante la mente. Podía controlar sus necesidades y emociones del mismo modo.

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