– Estaba dormida -respondió.
– ¿Qué?
– Que estaba dormida -repitió-o Cuando Dave llegó a casa el sábado por la noche, yo ya estaba en la cama.
El policía asintió con la cabeza. Volvió a apoyarse en el coche y empezó a dar golpecito s en el techo. Pareció satisfecho. Parecía que todas sus preguntas hubieran sido respondidas. Celeste recordó que él solía tener una buena mata de pelo de color castaño claro, con mechas prácticamente color caramelo en la coronilla. Recordó haber pensado que nunca tendría que preocuparse por quedarse calvo.
– Celeste -dijo con aquella voz ahun1ada y de color ámbar que le caracterizaba-. Creo que está asustada.
Celeste tuvo la sensación de que una mano sucia le apretaba el corazón.
– Creo que está asustada y que sabe algo. Quiero que entienda que estoy de su parte, y también de la de Dave. Pero más de la suya, porque, tal y como he dicho, tiene miedo.
– No tengo miedo -farfulló, y abrió la puerta del coche.
– Sí que lo tiene -insistió Sean, y se apartó del coche mientras ella entraba y se alejaba por la avenida.
19. LO QUE HABlA PLANEADO SER
Cuando Sean regresó a la casa, se encontró a Jimmy en el pasillo, hablando por un teléfono inalámbrico.
– Sí, recordaré lo de las fotografías. Gracias -dijo Jimmy antes de colgar. Después se volvió hacia Sean-. Los de la funeraria Reed han ido a la sala del médico forense para recoger el cadáver. Me han dicho que ya puedo pasar a buscar sus efectos personales -se encogió de hombros- y a ultimar los detalles de la ceremonia y todas esas cosas.
Sean hizo un gesto de asentimiento.
– ¿ Ya tienes la libreta de notas?
Sean se tocó el bolsillo y añadió: -Aquí está.
Jimmy se golpeó la entrepierna varias veces con el inalámbrico y dijo:
– Supongo que debería ir a la funeraria.
– Creo que deberías dormir un poco.
– No, estoy bien.
– De acuerdo.
Cuando Sean iba a pasar por delante de él, Jimmy le preguntó: -¿Podrías hacerme un favor?
Sean se detuvo y respondió:
– ¡Claro!
– Me imagino que Dave se marchará pronto para llevar a Michael a casa. No sé qué horario haces, pero esperaba que te pudieras quedar un rato para hacer compañía a Annabeth. Para que no se quede sola, ¿comprendes? Celeste estará de vuelta pronto, así que no será mucho rato. Val y sus hermanos se han llevado las niñas al cine, y no hay nadie en casa, y sé que Annabeth aún no quiere ir a la funeraria, así que, no sé, me he imaginado que…
– No creo que haya ningún problema -respondió Sean-. Tengo que preguntarlo al sargento, pero el horario oficial acabó hace dos horas. Deja que hable con él, ¿de acuerdo?
– Te lo agradezco.
– ¡Faltaría más! -Sean empezó a andar en dirección a la cocina, pero luego se detuvo y se quedó mirando a Jimmy-. De hecho, Jim, tengo que preguntarte algo.
– ¡Adelante! -exclamó, con esa mirada cansada de convicto que le caracterizaba.
Sean regresó por el pasillo y le dijo:
– En un par de informes se menciona que tienes problemas con el chico que mencionaste esta mañana, ese Brendan Harris.
Jimmy se encogió de hombros y replicó:
– En realidad, no tengo ningún problema con él. Sencillamente no me cae bien.
– ¿Por qué?
– No lo sé -Jimmy se metió el teléfono inalámbrico en el bolsillo de delante-. Hay gente que te cae mal desde el principio, ¿sabes?
Sean se le acercó, le puso la mano en el hombro y afirmó:
– Salía con Katie, Jim. Tenían intención de fugarse juntos.
– ¡Eso no es verdad! -exclamó Jimmy, con la mirada puesta en el suelo.
– Encontramos unos cuantos folletos de Las Vegas en la mochila de Katie, Jim. Hicimos unas cuantas llamadas y averiguamos que los dos habían hecho una reserva con la TWA. Brendan Harris nos lo confirmó.
Jimmy apartó la mano de Sean y preguntó: -¿Ha matado a mi hija?
– No.
– Pareces estar completamente seguro.
– Casi del todo. Pasó el detector de mentiras sin ningún problema.
Además, el chico no me parece el tipo de persona que haría una cosa así. Me dio la impresión que quería a tu hija de verdad.
– ¡Joder! -exclamó Jimmy.
Sean se apoyó en la pared y esperó; le dio tiempo a Jimmy para que pudiera asimilarlo.
– ¿Fugarse? -preguntó Jirnmy al cabo de un rato.
– Así es, Jim. Según Brendan Harris y las dos mejores amigas de Katie, te oponías totalmente a que salieran juntos. Lo que no entiendo es -por qué. No me pareció que fuera un chico problemático, ¿sabes? Tal vez un poco soso, no sé. Sin embargo, me pareció honrado, un buen chico. No lo acabo de entender.
– ¿No lo entiendes? -Jimmy soltó una risita-. Acabo de enterarme de que mi hija, que, como sabes, está muerta, había planeado fugarse, Sean.
– Ya lo sé -replicó Sean, bajando la voz hasta que sólo fue un susurro, con la esperanza de que Jimmy hiciera lo mismo, ya que no lo había visto tan nervioso desde la tarde anterior junto a la pantalla del autocine-. Sólo es curiosidad, hombre, ¿por qué te oponías de modo tan tajante a que tu hija saliera con ese chico?
Jimmy se apoyó en la pared junto a Sean, inspiró profundamente unas cuantas veces, soltó el aire y contestó: -Conocí a su padre. Le llamaban Ray.
– ¿Por qué? ¿Era juez?
Jimmy negó con la cabeza y añadió:
– En aquella época había mucha gente que se llamaba Ray; ya sabes, Ray Bucheck el Loco, Ray Dorian el Anormal, Ray de la calle Woodchuck, y, por lo tanto, Ray Harris se quedó con el nombre de Simplemente Ray, porque todos los apodos buenos ya estaban colocados -se encogió de hombros-. De todas formas, nunca me había caído bien y después abandonó a su mujer cuando ésta estaba embarazada del chico mudo ése que tiene ahora y Brendan sólo tenía seis años, y no sé, pensaba: de tal palo, tal astilla, y todo eso, no quería que se viera con mi hija.
Aunque Sean no se lo tragó, hizo un gesto de asentimiento. Había algo extraño en el modo en que Jimmy había dicho que el tipo nunca le había caído bien: había cambiado el tono de voz al decirlo, y Sean ya había oído demasiadas historias incoherentes en el pasado para no reconocer una de inmediato, por muy lógica que pudiera parecer.
– ¿Eso es todo? -preguntó Sean-o ¿No hay ninguna otra razón?
– Eso es todo -contestó Jimmy, y apartándose de la pared, volvió al pasillo.
– Creo que es una buena idea -afirmó Whitey mientras permanecía delante de la casa con Sean-. Quédate con la familia un rato y a ver si puedes averiguar algo más. A propósito, ¿qué le dijiste a la mujer de Dave Boyle?
– Le dije que parecía asustada.
– ¿ Confirmó la coartada de Dave?
Sean negó con la cabeza y respondió: -Me dijo que estaba dormida.
– Sin embargo, tú crees que estaba asustada.
Sean se volvió hacia la ventana que daba a la calle. Le hizo un gesto a Whitey, señalando con la cabeza hacia el otro lado de la calle; Whitey le siguió hasta la esquina.
– Oyó nuestra conversación sobre el coche.
– ¡Mierda! -exclamó Whitey-. Si se lo cuenta a su marido, es posible que éste escape.
– ¿ Y a dónde se va a ir? Es hijo único, su madre está muerta, gana muy poco dinero, y no es que tenga muchos amigos precisamente. No me parece probable que abandone el país para irse a vivir a… Uruguay. -No obstante, eso no quiere decir que no pueda hacerlo.
– Sargento -replicó Sean-, no podemos acusarle de nada.
Whitey dio un paso hacia atrás y observó a Sean bajo el resplandor de la farola que había junto a ellos.
– ¿Te estás cachondeando de mí, Superpoli?
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