John Case - Código Génesis

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Una trepidante trama de acción en la que se investigan unos infanticidios perpetrados por un grupo extremista de la Iglesia Católica y que están relacionados con el nuevo nacimiento del Anticristo.

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– No me lo comunicaron inmediatamente porque… Bueno, ya se lo puede imaginar. Aquí nadie parece capaz de sumar dos más dos. Nadie se dio cuenta de que la tumba pertenecía a una víctima de asesinato -explicó Riordan. -Así que lo han tratado como si fuera un caso de vandalismo. Lo siento. Alguien tendría que haberlo llamado. Alguien ha metido la pata. -Suspiró. -Probablemente yo.

– ¿Qué demonios ha pasado?

– Por lo que sabemos, ocurrió entre la medianoche y las siete de la mañana -contestó Riordan. -Hay un vigilante nocturno en el cementerio, pero parece que se pasa la noche viendo la televisión. No oyó nada. No vio nada. El cementerio es muy grande. En cualquier caso, el aviso lo dio un tipo que fue a visitar la tumba de su madre a primera hora de la mañana.

– ¿Qué han hecho? ¿Han desenterrado el cuerpo de Brandon? ¿Por qué iba nadie a hacer eso? ¿Se lo…? Dios santo. ¿No se lo habrán llevado? -Tres palabras le retumbaron en la cabeza: ladrones de tumbas.

Se produjo un silencio. Luego Riordan se aclaró la garganta.

– Supongo que… la periodista… Me temo que no se lo ha contado todo. -Hablaba despacio, pronunciando dificultosamente las palabras. -Alguien ha… exhumado los restos de su sobrino. Después los han sacado del ataúd. Y, según el informe del laboratorio… Bueno, mejor se lo leo: «El autor de los hechos utilizó una mecha de magnesio…»

– ¿Qué?

– Estoy leyendo lo que dice el informe del laboratorio. «El autor de los hechos utilizó una mecha de magnesio para prender una mezcla de limaduras de aluminio y óxido de hierro, comúnmente conocida como…»

– Termita.

– Exactamente. Termita. Al parecer, alguien le ha prendido fuego a los restos de su sobrino. Alguien ha incinerado los restos de Brandon. -Riordan hizo una pausa. -Me pone la puta carne de gallina -añadió.

Lassiter no podía creerlo.

– ¿Por qué iba nadie a hacer eso?

– No tengo ni idea -dijo Riordan. -Estamos comprobando si ha habido algún suceso similar en alguna jurisdicción de los alrededores, pero hasta ahora no hemos encontrado nada. Las profanaciones de tumbas no son una cosa tan rara. La mayoría de las veces son cosas de chavales. Aunque, la verdad…

– ¿Chavales con una mecha de magnesio? ¿Chavales con termita?

– Ya. Sé lo que quiere decir. Por aquí se barajan todo tipo de teorías extravagantes.

– ¿Como qué?

– Ya sabe…

– ¿Como qué?

Como que alguien iba detrás de alguna parte del cuerpo. Ritos satánicos, ese tipo de cosas. Tonterías. Lo que quiero saber yo es qué relación tiene esto con los asesinatos, si es que tiene alguna. -Riordan tosió para aclararse la garganta. -Aunque, claro, hay una cosa que sí sabemos.

– ¿El qué?

Que no lo ha hecho Sin Nombre.

Por la tarde, Lassiter salió a correr con la esperanza de que eso le aclarase las ideas, pero no consiguió quitarse de la cabeza la cara carbonizada de Brandon. Al volver a la oficina se subió al coche y condujo hasta el cementerio, donde encontró una pequeña zona acordonada con cinta amarilla. Había un agente uniformado apoyado contra una lápida, fumándose un cigarrillo. Al ver acercarse a Lassiter, el policía tiró la colilla y se enderezó.

– Son las tumbas de mi hermana y mi sobrino -dijo Lassiter.

El policía lo miró de arriba abajo y se encogió de hombros.

– Mientras no cruce la cinta… -repuso.

Lassiter se quedó de pie, contemplando la escena. La tumba de Kathy seguía cubierta de coronas de flores marchitas. Las cintas blancas ondeaban en la suave brisa. Al lado, la lápida de la tumba de Brandon estaba tirada de costado en el suelo, justo al borde de lo que ahora era un agujero vacío en la tierra. Había un gran montón de tierra a un lado. Parecía más tierra de la que podría caber en el agujero. Se podían ver los residuos de los equipos de laboratorio. Había manchas de yeso en la lápida y en los sitios donde se habían tomado muestras de pisadas, marcas de pala y cosas por el estilo. Al pie de la tumba, alguien había cavado un hoyo poco profundo para incinerar el cuerpo de Brandon. El equipo del laboratorio había intentado recuperar todos los restos del niño, pero no lo habían conseguido. Quedaban un par de trozos de materia negra y algún pequeño montón de cenizas. La manera en la que estaban esparcidas las cenizas le recordó a la gravilla que solían esparcir por los escalones de la puerta de entrada de la gran casa de Georgetown cuando él era un niño.

La escena lo afectó profundamente, pues convertía la pesadilla en algo real. Alguien había quemado realmente el cuerpecito de Brandon. Alguien lo había desenterrado, lo había sacado del ataúd y lo había quemado. Según Riordan, el cuerpo de Brandon había sido rociado con gasolina y había ardido hasta quedar reducido a lo que Tommy Truong llamaba «huesos calcinados».

Al volver a su casa, ésta le pareció demasiado grande y silenciosa. Llamó a Claire, y ella le dijo que iría a verlo más tarde. Lassiter volvió a llamarla, le contó lo que había pasado y acabó diciéndole que esa noche prefería estar solo.

Se despertó en medio de la noche e intentó recordar algo que había pensado mientras dormía. Parecía muy importante. Era algo sobre el cuerpo de Brandon. Quería llamar a Riordan. Tenía que llamar a Riordan para decírselo. Pero, por mucho que lo intentara, no conseguía recordar qué era. Lo tenía ahí, en la punta de la lengua: pero, cuanto más se esforzaba por recordarlo, más lejos parecía esconderse, hasta que acabó perdiendo incluso la sensación que envolvía el pensamiento. Frustrado, pasó el resto de la noche dando vueltas en la cama.

Por la mañana, la noticia salía en el Washington Post. No quería leerla, ni siquiera quería mirarla, pero no pudo evitar ver el titular.

TUMBA DE VÍCTIMA DE ASESINATO EXHUMADA

Por la tarde recibió una extraña llamada telefónica de la funeraria Evans Funeral Home, la misma que se había encargado de los preparativos del entierro.

– La policía me ha pedido que lo llame -dijo una voz de hombre con un tono de voz que parecía perpetuamente afable y comprensivo. -Una vez que… acaben de examinar los restos… Cuando el equipo del forense lo autorice, ¿quiere que nos encarguemos de volver a enterrar los restos?

Lassiter dijo que sí.

– ¿Quiere una urna para las cenizas? La policía ya ha acabado de examinar el… ataúd, pero, la verdad, está algo dañado.

Lassiter pidió una urna.

– Tan sólo una cosa más, señor Lassiter. Eh… -El encargado de la funeraria titubeó ligeramente, como si se estuviera adentrando en un terreno dificultoso incluso para él. – ¿Desearía… desearía estar presente cuando… demos sepultura a los restos mortales? -Tosió. -Cuando lo volvamos a enterrar. Lo que quiero decir es si… quiere un nuevo funeral.

Lassiter volvió a sentir esa sensación en el pecho, como si el corazón le latiera sin control.

– Sin funeral -consiguió decir. -Pero sí quiero estar presente.

– Muy bien -dijo el hombre. -Lo llamaremos cuando llegue el momento.

Dos días después, el tiempo seguía siendo espléndido y Lassiter volvía a estar en el cementerio. Resultaba surrealista observar cómo volvían a enterrar las cenizas de Brandon. Pero esta vez no había ningún sacerdote, ninguna palabra reconfortante. Sólo estaban él y Riordan, que apareció a mitad del proceso. Entre los dos, volvieron a llenar la tumba con tierra. Lassiter se sintió algo mejor con el esfuerzo físico, pero era una tumba pequeña y no duró lo suficiente. Al acabar, los dos se quedaron de pie, sin moverse, algo más de un minuto. Después, Lassiter se dio la vuelta y empezó a andar hacia el coche.

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