John Case - Código Génesis

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Una trepidante trama de acción en la que se investigan unos infanticidios perpetrados por un grupo extremista de la Iglesia Católica y que están relacionados con el nuevo nacimiento del Anticristo.

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– Espera un momento. ¿Me estás diciendo…?

Ella asintió.

– Sí. Tengo una cita mañana. De hecho, esta vez sólo he quedado para hablar, para que me expliquen el procedimiento.

Al principio, Lassiter no aprobó el repentino entusiasmo de Kathy por la maternidad, aunque intentó que su hermana no lo notara. Kathy era tan impaciente, tan poco sociable… No podía imaginársela como madre. Pero, al final, su instinto había demostrado tener razón; hicieron falta cuatro años y una serie de costosas y dolorosas decepciones, pero mereció la pena. La maternidad la transformó por completo, liberándola de ese carácter introvertido que la había caracterizado desde niña. Lassiter no creía que fuera por el amor absoluto e incondicional que Brandon sentía por ella. Lo que pasaba era más bien que Kathy se había enamorado por primera vez: de su hijo.

Riordan se sonrojó. No lo podía creer.

– ¿Su hermana fue a… uno de esos sitios? ¿A una clínica de inseminación artificial? -Un gesto de desaprobación le contrajo la cara mientras movía la cabeza. Después miró a su alrededor con ademán furtivo y se inclinó hacia adelante para acercarse más a Lassiter. – ¿Sabe?, como no tengamos cuidado las mujeres van a acabar por hacerse con las riendas. No, no. No se ría. Lo digo en serio. Acabaremos como los putos zánganos.

Lassiter se dio cuenta de que debía de parecer sorprendido, porque Riordan se sintió obligado a explicarse.

– Zánganos -dijo al tiempo que asentía con un ademán exagerado. -Las abejas no pueden sobrevivir sin ellos, pero ¿qué sacan ellos? Se lo voy a decir: cuando llega el invierno, las abejas los echan a patadas de la puta colmena y ellos se mueren de frío. -Riordan hizo una pausa y asintió sensatamente para sí mismo. -No me extrañaría nada que le acabara pasando lo mismo a la especie humana. -De repente, adoptó un gesto preocupado, como si hubiera hablado demasiado. -No es nada personal contra su hermana -murmuró. Después respiró hondo, como si la mera posibilidad fuera demasiado para él, y arrastró la silla hacia atrás. Se levantó y extendió la mano. -Gracias por venir -dijo.

– De nada. Le agradezco lo que está haciendo -contestó Lassiter. Se estrecharon las manos. -Lo siento si he estado…

– No pasa nada. Olvídelo. -Riordan parecía distraído. -No es que haya sido de gran ayuda. Me refiero a lo que me ha contado sobre su hermana. -La gran cabeza del detective se balanceó tristemente de un lado a otro. -No tengo nada que nos pueda servir. -Se rascó el brazo e hizo un pequeño y extraño movimiento para colocarse la pistola de forma más cómoda. -No es por amor, no es por dinero, no es por la familia. No sé qué pensar. Después de todo, puede que el tipo esté loco.

– ¿Le importa que le haga una pregunta? -dijo Lassiter.

Riordan se encogió de hombros dentro de su americana y se ajustó la corbata.

– Dispare.

– ¿Hizo alguna llamada Sin Nombre desde el hotel?

Riordan se dio unos golpecitos en la muñeca con un paquete de cigarrillos, sacó uno con los dientes y se palpó los bolsillos buscando unas cerillas. En cuanto salieron del edificio encendió el cigarrillo, aspiró con fuerza y echó una nube de humo hacia el cielo gris. Por fin dijo:

– No lo sé -contestó por fin. -La verdad, no creo que lo comprobáramos. -Le dio otra calada al cigarrillo. -Pero lo haremos.

CAPÍTULO 11

Un par de días después del funeral, Lassiter empezó a volver a poner la radio del coche. Llevaba tiempo sin oírla porque, después de los asesinatos, cada vez que movía el dial intentando encontrar el programa de jazz de la emisora WPFW aparecía alguna noticia sobre el caso de Kathy y Brandon. Realmente, las noticias nunca decían nada nuevo; eran meras descripciones de los hechos que solían incluir alguna breve declaración de Riordan. Incluso así, había algo oscuro, profundamente perturbador, en escuchar los detalles de la catástrofe de la propia familia emitidos en forma de noticia breve entre el programa de Howard Stern y el último parte del tráfico.

«Te lo digo de verdad, Robin. No sabes lo salido que estaba esta mañana… El niño pequeño tenía la garganta cortada de oreja a oreja… Hay retenciones en el tramo exterior del cinturón de circunvalación…»

El primer día que volvió a escucharla oyó una noticia sobre una mujer cuyo cuerpo había sido encontrado en el maletero de un coche aparcado en el aeropuerto National. Un portavoz de la policía decía que la habían encontrado gracias a la extraña ola de calor que estaba sufriendo Washington. Decía que lo que les había llamado la atención era el fuerte olor que salía del vehículo, y que habían conseguido identificar a la mujer. Lassiter esperaba que sus familiares no estuvieran escuchando la radio.

Entonces, las noticias dieron paso al parte del tráfico. «En el cinturón de circunvalación hay que pisar el freno si se va en dirección sur», dijo la voz. «Desde Spout Run hasta el puente Memorial.» En efecto. Lassiter sólo veía luces rojas delante de él.

Casi habían transcurrido dos semanas desde los asesinatos y la verdad era que empezaba a acostumbrarse. Se había producido algún tipo de reajuste en su cabeza y el hecho de que su hermana y su sobrino hubieran sido asesinados mientras dormían ya no lo afectaba de la misma manera. Estaban muertos, muertos, y eso no lo podía cambiar nadie. Recordó cómo se había sentido cuando murieron sus padres. Pasado algún tiempo, le empezó a costar acordarse de cómo eran. Después llegó a tener la sensación de que nunca habían estado vivos.

Se desvió en el puente Key y avanzó por la autovía de Whitehurst hasta la calle E.

Debía de llevar trabajando aproximadamente una hora en su despacho, cuando Victoria lo llamó por el intercomunicador y le dijo que tenía una llamada de una periodista del Washington Post. «Algo relacionado con el caso de su hermana.» Después de sus reflexiones de camino a la oficina resultaba irónico y sorprendente que lo llamaran de un periódico. El interés de la prensa por casos como el de Kathy no solía durar mucho; siempre había algún desastre más reciente, e igualmente horrible, que le quitaba el espacio en las páginas y en las ondas.

La voz era femenina, joven y nerviosa. La periodista tenía acento del sur y esa costumbre tan típica de expresar afirmaciones como si fueran preguntas.

– Johnette Daly -dijo. -Siento molestarlo, señor Lassiter, pero he pensado…

¿En qué puedo ayudarla?

Bueno, me gustaría saber su opinión… ¿Quiere hacer algún comentario sobre lo ocurrido?

Lassiter estaba confuso. ¿Algún «comentario» sobre lo ocurrido? Se encendió otro botón en el teléfono que le indicaba que tenía una llamada de cierta importancia; si no, Victoria habría cogido el recado.

– ¿De qué se trata? -le preguntó a Johnette Daly.

Después de un breve silencio, la periodista volvió a hablar con voz nerviosa.

– Dios mío. ¿Es que no se ha enterado? -No esperó a oír la respuesta, sino que se apresuró a continuar. -Me imaginaba que lo habrían llamado inmediatamente. No sé si…

– ¿De qué está hablando?

– No me gusta tener que ser yo quien se lo diga…, pero…, en el cementerio de Fairhaven. Alguien ha cavado la tumba… Lo que quiero decir es que alguien ha desenterrado el cuerpo de su sobrino. Algún vándalo o algo así. Y yo he pensado que…

– ¿Qué? ¿Qué es esto? ¿Una broma?

– La policía no quiere hacer declaraciones y yo he pensado que quizás usted…

– Lo siento -dijo él. -Ahora no puedo seguir hablando.

Lassiter colgó y se quedó mirando fijamente el auricular.

Un minuto después llamó a Riordan, que se disculpó una y otra vez por no haberlo llamado antes que esa periodista, que debía de haber oído la noticia en la frecuencia de radio de la policía.

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