John Case - Código Génesis
Здесь есть возможность читать онлайн «John Case - Código Génesis» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Código Génesis
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Código Génesis: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Código Génesis»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Código Génesis — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Código Génesis», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Las medidas de seguridad eran férreas y ostentosas, como correspondía. Empezaban en la zona de recepción, donde un moderno sistema de vigilancia por vídeo grababa los movimientos tanto de los visitantes como de los empleados. Detrás de la zona de recepción, el acceso a los despachos con ventanas estaba controlado con un sistema biométrico de cierre que verificaba mediante un escáner las huellas dactilares del dedo pulgar de las personas que tenían permitido el acceso. En los despachos, todas las ventanas tenían cortinas plastificadas que absorberían las vibraciones en el supuesto de que alguien intentara valerse de un dispositivo de láser para espiar las conversaciones a través del cristal. Todos los archivos incluían cerraduras de combinación y había una máquina para destruir documentos al lado de cada escritorio. Además de estas medidas de seguridad, también había otras menos patentes. Puesto que Lassiter Associates trabajaba fundamentalmente para grandes empresas y para los despachos de abogados más prestigiosos, sus informes no estaban hechos para ser copiados. En consecuencia, y a no ser que se especificase lo contrario, los informes se imprimían en papel impregnado con fósforo. Así, cualquier esfuerzo por fotocopiar un documento daría como resultado una hoja negra.
Los ordenadores de la oficina estaban equipados con claves de acceso; pero, desde el punto de vista de la seguridad, lo más importante era lo que no tenían: disqueteras. En la práctica, eso significaba que ninguno de los datos de la empresa podía grabarse en un disquete. También había equipos internos que controlaban los movimientos del correo electrónico. Y, si alguna vez algún intruso conseguía acceder al sistema de procesamiento de datos -y los expertos que habían instalado el sistema aseguraban que eso era imposible, -un algoritmo de 128 bits garantizaba que su contenido no pudiera ser decodificado al menos en un millón de años, y eso empleando la tecnología más avanzada.
Todo este proceso resultaba caro y algunos pensaban que era excesivo, pero, como bien sabía Lassiter, la verdad era que las medidas de seguridad se pagaban a sí mismas. La mayoría de los ingresos de la empresa procedían de dos fuentes: pleitos que involucraban a millonarios o a grandes empresas y fusiones y adquisiciones de empresas, a las que todo el mundo llamaba F y A. Ya fuera que el caso involucrara a la mujer de un hombre de negocios, que quería el divorcio y la mitad de los bienes de su marido, o bien una adquisición hostil y la perspectiva de todo tipo de complicadas maniobras financieras, las apuestas siempre eran muy altas, a menudo cientos de millones de dólares. Por lo tanto, la discreción, la absoluta discreción, era un imperativo. Según entendía el negocio Lassiter, lo ideal era que la parte contraria ni siquiera supiera que su empresa estaba involucrada en el caso. A no ser que, como ocurría a veces, el conocimiento de la participación de la empresa pudiera tener un impacto positivo. En esos casos se procedía a realizar una investigación «ruidosa», con filtraciones a los medios de comunicación, seguimientos agresivos y entrevistas con el adversario.
Y lo que era más importante, pensaba Lassiter, era que a los clientes les gustaban las medidas de seguridad. Les gustaban a los abogados, les gustaban a los corredores de bolsa y les gustaban a los consejeros delegados de las grandes empresas. Las cámaras, los códigos y los sistemas de cierre automático les daban una sensación de seguridad y la convicción de haber gastado bien su dinero. Y, sobre todo, los hacía sentirse importantes. Como solía decir Leo: «Qué demonios, por doscientos dólares la hora deberíamos poner alfombras persas en el servicio de caballeros.»
Pero, incluso así, con toda la alta tecnología del mundo a su disposición, Joe Lassiter no podía hacer que Jimmy Riordan lo llamara por teléfono. Por la mañana, Lassiter le había dicho a su secretaria que no le pasara ninguna llamada a no ser que fuera de Riordan. El resultado fue un silencio inacostumbrado en la esquina sudoeste del piso noveno. El sol matutino se arrastró silenciosamente hasta el mediodía, pero el teléfono siguió sin sonar. Lassiter pidió que le subieran unos sándwiches y se los comió solo, delante de la chimenea, mientras hojeaba una revista. Lentamente, el mediodía dio paso a la tarde y Lassiter pensó en irse a casa.
«Tiene que haber pasado algo», se dijo a sí mismo. Puede que Sin Nombre pidiera un abogado, y Riordan tuviera problemas para encontrar uno. Tal vez fuera el idioma, aunque no veía cómo podía ser eso un problema; Riordan le había dicho que iba a ir con un intérprete de italiano y español. O quizá la salud de Sin Nombre hubiera empeorado. O…
El teléfono sonó a las cinco y cuarto, cuando el sol se empezaba a hundir detrás del cementerio de Arlington.
– Acabo de llegar -dijo Riordan.
– ¿Y?
Hubo una pausa al otro lado de la línea.
– ¿Que qué he averiguado? No he averiguado absolutamente nada -contestó Riordan.
– ¿Qué?
– Espera un momento -dijo Riordan. Su voz se alejó. -Sí, sí, dame cinco minutos, ¿vale? -Después, la voz del detective volvió a acercarse. -Nada. No hemos conseguido sacarle ni una palabra. Nada. ?
– ¿Llevaste un abogado? ¿Le preguntaste si…?
– No me has entendido. Lo que te estoy diciendo es que no ha abierto la puta boca. Nada. Le leímos sus derechos en tres idiomas y…
– ¿Estás seguro de que os entendió?
– Sí, nos entendió perfectamente. Se le notaba en los ojos. Entendía cada palabra que decíamos.
– Tiene que tener un abogado.
– ¡Ya lo sé! Y al cabo de un par de horas hice que le asignaran uno de oficio. Pensé que qué cojones, que quizás él pudiera sacarle algo. Un nombre. Cualquier cosa. Así que esperamos un par de horas hasta que llegó el maldito abogado. Y después estuvimos gastando suela durante, yo qué sé, media hora, mientras el abogado hablaba con él. Y ¿a que no adivinas lo que pasó? Nada. Sin Nombre no abrió la puta boca. Así que volví a entrar en la habitación y le conté lo maravilloso que es este país, que aquí todos somos iguales y que no importa quién seas, lo que importa es lo que hayas hecho. Obras buenas u obras malas. Le dije que no necesitábamos saber cómo se llama para juzgarlo, ni tampoco para ejecutarlo. Por lo que a mí respecta, da igual que lo juzguen como Sin Nombre; cuando acabe el juicio, la sentencia será la misma. Le dije que, si no cooperaba, era hombre muerto. Un hombre muerto sin nombre, pero muerto.
– ¿De verdad le dijiste eso?
– Sí. Y también le dije que está acusado de asesinato en primer grado y de provocar un incendio intencionadamente y que tenemos las pruebas necesarias para que lo declaren culpable. Le conté las pruebas que teníamos, una a una, y le enseñé el cuchillo…
– ¿Te llevaste el cuchillo al hospital?
– Me llevé un par de cosas al hospital. Pero no te preocupes, todo se ha hecho según las normas.
– ¿Cómo reaccionó?
– No reaccionó. ¿Te suena la esfinge? -Riordan soltó una de sus fuertes carcajadas. -Sólo reaccionó cuando le enseñé el frasco.
– ¿Qué frasco?
– El frasco de perfume, o lo que quiera que sea. El frasquito que tenía en el bolsillo.
– ¿Qué hizo?
– No hizo nada, pero de alguna manera se notaba que era importante para él. Fue como si los ojos… se le agrandaran, o algo así.
– Abrió mucho los ojos.
– Sí.
– Ah.
Riordan pasó por alto el sarcasmo.
– Estoy hablando en serio. El frasco le sorprendió. Así que voy a hacer que vuelvan a analizar el agua. Puede que encuentren algo que se les escapó la primera vez. Drogas o lo que sea.
– ¿Qué pasó después?
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Código Génesis»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Código Génesis» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Código Génesis» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.