John Case - Código Génesis

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Una trepidante trama de acción en la que se investigan unos infanticidios perpetrados por un grupo extremista de la Iglesia Católica y que están relacionados con el nuevo nacimiento del Anticristo.

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– Bueno, me quedé ahí sentado con él y con su abogado. Después le dije que, si cooperaba, yo podría hablar con el fiscal, que podría convencerlo de que pidiera la cadena perpetua en vez de la pena de muerte. Le dije que tenemos pruebas de que lo hizo con premeditación. Le dije que nos sobran pruebas. Le dije que, tal y como veo yo las cosas, está en una espiral descendente. Le dije que en un par de días lo íbamos a trasladar a un cuarto blindado en el hospital Fairfax. Y que entonces…

– ¿Qué es un cuarto blindado? -preguntó Lassiter.

– Exactamente lo que parece. Es una habitación de hospital, pero con ventanas a prueba de balas. No te puedes imaginar la cantidad de sospechosos que necesitan atención hospitalaria. Cada jurisdicción tiene uno. En Washington está en el Hospital General. Aquí está en el Fairfax. Tener a un agente de guardia en una habitación normal de hospital cuesta un montón de dinero, así que, en cuanto el enfermo está medianamente bien, se lo traslada a un cuarto blindado. Tienen barrotes, puertas de acero, las cerraduras están en la parte de fuera… Tienen de todo. En cualquier caso, le expliqué que, no bien estuviera lo suficientemente recuperado para salir del cuarto blindado, lo trasladaríamos a la cárcel del condado. Puede que a la enfermería si todavía estaba mal, pero, desde luego, a la cárcel. Y, ahí, las cosas iban a empeorar. Mientras tanto, lo que sé es que hoy los médicos le habían rebajado la dosis de calmantes para que pudiéramos hablar con él. Y eso lo estaba jodiendo. El muy cabrón quería su pequeña dosis. Se le notaba en los ojos. Claro, como su abogado estaba delante no lo podía amenazar, pero dejé bien claro que el personal médico de la cárcel del condado está más ocupado que un perro con dos pollas…

– Por Dios, Riordan.

– Oye, no le estaba mintiendo. Están muy ocupados y además es normal que en la cárcel no tenga tantas comodidades como en un hospital. No le dije nada que no fuera verdad. Le conté que hace un año, y si quieres puedes consultarlo en el Post, hubo un escándalo terrible. Resulta que ninguno de los presos que había en la enfermería estaba recibiendo nada para el dolor porque la enfermera les daba placebos para poder vender las drogas a los demás reclusos.

– Jim…

– Así que le dije que quizá, si cooperaba un poco, tal vez pudiera quedarse un poco más de tiempo en el cuarto blindado. Puede que una semana más. O dos. Eso le daría un poco más de tiempo para recuperarse.

– ¿Y?

– Nada.

– ¿Estás seguro de que te entendió?

– Sí.

– ¿Cómo puedes estar tan seguro si no dijo nada?

– Sé que habla nuestro idioma. Habla con las enfermeras. Tiene sed. Tiene hambre. Siente dolor. Ha estado hablando con ellas, eso está claro. Y, además…, eso es algo que se nota. Debo de haber interrogado a más de dos mil tipos en mi vida. Y este tipo… Si quieres saber mi opinión, este tipo es un tipo duro. Estoy seguro de que no es la primera vez que lo interrogan.

Lassiter le creyó; ése era el tipo de cosa que Riordan sabía.

– ¿Y eso es todo?

– Más o menos. Al final, el médico nos echó. «El paciente necesita descansar.» -Riordan imitó al médico con un sonsonete burlón. -Así que mandó a una enfermera a buscar una inyección de Petidina y nosotros nos levantamos para irnos. A esas alturas, Sin Nombre tenía un aspecto horrible. Lo que quiero decir es que estaba sufriendo. Se le notaba en la cara. Estaba sudando y no paraba de moverse. Y hacía unos ruidos raros, como si le costara mantener el tipo. Así que yo puse cara de duro y le dije que volvería. Él me miró con su sonrisita de mierda y… ¿A que no sabes lo que me dijo?

– No. ¿El qué?

– Me dijo: «Ciao.»

Ciao?

– Como si estuviéramos en un puto episodio de los «Vigilantes de la playa». Te lo juro por Dios, si no hubiera estado ya en el hospital, le habría enviado a él a golpes.

Lassiter permaneció unos segundos en silencio.

– ¿Qué vas a hacer? -preguntó por fin.

– Todo lo que le dije que iba a hacer -dijo Riordan con frialdad. -Empezando por el traslado al cuarto blindado. Los Médicos dicen que, si no hay complicaciones, lo podremos trasladar la semana que viene.

El día de la fiesta de Acción de Gracias, Lassiter se levantó a las ocho de la mañana. El tiempo por fin había cambiado. Fuera caían inmensos copos de nieve perfectamente definidos. Era el tipo de nieve que caía de copo en copo, como en las películas de Navidad.

Se vistió a toda prisa, cogió un par de latas de atún de la cocina y se montó en el coche. La comida era su cuota de inscripción en el Turkey Trot de Alexandria, una carrera popular de ocho kilómetros sin una sola cuesta que atraía a unos dos mil corredores cada año. El coche empezó a avanzar entre un torbellino de copos de nieve. Lassiter se inclinó sobre el volante. La visibilidad era tan mala que los coches de delante eran poco más que destellos de luces rojas que se encendían y apagaban detrás del muro de nieve. Cuando por fin llegó a Alexandria y encontró un sitio para aparcar, el mundo estaba cubierto por un manto blanco.

Mucha gente dice que correr aclara la mente, pues los movimientos repetitivos del cuerpo permiten que los pensamientos afloren sin ningún tipo de obstáculo. Lassiter no era una de esas personas. Nunca pensaba mientras corría, excepto en los términos básicos: dónde pisar, si debía quitarse los guantes, cuándo convenía mirar hacia atrás o ¿sería el dolor que sentía en la rodilla algo serio o una mala pasada que le estaba jugando la cabeza?

En la carrera de ese día, sus pensamientos eran de esa índole. Pensaba en el ritmo que llevaba y en la distancia que lo separaba de la próxima señal kilométrica. Se inventaba líneas imaginarias que lo llevarían delante de los corredores que lo precedían. Se limpiaba la nieve de los ojos, escuchaba la pesada respiración de los que lo rodeaban y se sorprendía del calor que sentía a pesar del frío que hacía. Su mente vagaba con la nieve, llevándolo hacia la meta. Lo que más le gustaba de correr era que, cuando lo hacía, dejaba de pensar en otras cosas. Cuando estaba corriendo era como si se evadiera de sí mismo; lo único que quedaba era el movimiento.

Una multitud de espectadores se amontonaba a ambos lados de la carretera durante los últimos cuatrocientos metros del recorrido. La gente animaba a los corredores con gritos como «venga, que vas bien» o «ya casi has llegado». Al cruzar la meta vio su tiempo en el cronómetro digital cubierto de nieve: 31.02. No está mal, pensó. Oyó al coordinador de la carrera gritar: «Los hombres a la izquierda, las mujeres a la derecha» y corrió hacia la rampa detrás de un hombre muy bajo que llevaba puestos unos leotardos rojos. A su alrededor, la gente respiraba pesadamente, con la cara congestionada, despidiendo nubes de vapor. La nieve seguía cayendo en grandes copos sin peso.

Lassiter habría jurado que no había pensado en nada durante la carrera. Había tenido la mente en blanco. Así que, cuando se arrancó el dorsal para dárselo a uno de los árbitros, le sorprendió darse cuenta de que en algún momento había tomado una decisión. La repasó mentalmente mientras avanzaba entre las mesas llenas de zumo de naranja y chocolatinas reconstituyentes. Iba a dejar de trabajar una temporada. Una semana, un mes; lo que hiciera falta. El tiempo que fuera necesario para averiguar por qué habían asesinado a Kathy y a Brandon y quién estaba detrás de los asesinatos. Estaba decidido. Ya no había vuelta atrás. Aunque en la empresa todavía no lo supieran, él ya estaba de baja temporal.

Entró en el edificio del colegio y encontró su chándal en la ventana donde lo había dejado. Se lo puso y empezó a estirar las piernas, molesto consigo mismo por haber tardado tanto tiempo en tomar una decisión que ahora le parecía evidente. ¿Para qué valía ser el dueño de una empresa de investigación si no la usaba cuando le hacía falta? Si en Wall Street querían averiguar algo, acudían a él. Si algún abogado de prestigio quería averiguar algo, acudía a él. ¿Qué sentido tenía entonces que Lassiter dejara la investigación de los asesinatos de Kathy y de Brandon en manos de la policía?

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