– ¿De verdad?
– Segurísimo. A la entrada hay un gran letrero con el precio. -No me refería a eso.
– Ya sé que no te referías a eso. Me gustaría compartir una habitación contigo. No sé lo que pasará dentro, pero creo que puedo confiar en ti. Solo quiero alejarme de todo y de todos por un rato, hablar en privado, que tengamos nuestro propio espacio. Sé que hablar en una habitación de un motel suena muy sugerente, pero confío en que no pase nada para lo que no esté preparada. ¿Puedo confiar en ti?
– Por supuesto -le dije, extrañamente aliviado por no tener que perder mi virginidad todavía-. Pero si lo descubren -añadí-, te despedirán.
– No quiero volver si tú ya no estás.
Esta vez la patada en el estómago fue menos placentera. No le había hablado a nadie de mis planes de no volver, ni siquiera a Melford.
– ¿Cómo sabes eso?
– Oh, vamos. Esta noche te vi bajar del coche de tu amigo Melford. Está claro que ya ni siquiera intentas vender.
– Es muy complicado -dije.
– No tienes por qué darme explicaciones.
– Quiero hacerlo, pero en estos momentos no puedo.
– ¿Tienes algún problema? No te habrá metido en alguna cosa peligrosa o ilegal…
No quería mentirle abiertamente, así que enfoqué el asunto de otro modo.
– Melford es una persona complicada.
– Veo que no me contestas. Sigo pensando que hay algo raro en él.
– En Melford no hay nada que no sea raro. Pero que no quiera vender no tiene nada que ver con él. Ha salido de mí. Ya no quiero seguir haciendo esto. Pagan bien, pero no vale la pena.
– Te entiendo perfectamente. El fin de semana pasado gané tanto dinero que casi ni me di cuenta de lo mal que me sentía. Pero este fin de semana es como si fuera a marchas forzadas. Esperaba poder verte, pero si no piensas volver creo que me sentiré fatal.
No podía creer que me estuviera diciendo aquello. Me sentía indigno.
– Yo siento lo mismo -dije. Muy estúpidamente, imagino. Ella rió un poco.
– Mi padre se alegrará cuando lo sepa. Necesitamos el dinero, pero no le gusta que venda de casa en casa.
– ¿Crees que le caeré mejor que Teddy?
– Se llama Todd. Y mientras no seas ni Todd ni paquistaní, todo es negociable.
– Entonces ya tengo dos puntos a mi favor. Bueno, vamos a por esa habitación -dije-. Pago yo.
– A las mujeres nos gustan los hombres generosos.
Nos volvimos hacia la escalera y nos detuvimos en seco. Bobby estaba allí, con los brazos cruzados y los ojos convertidos en dos rayas acusadoras.
– Me han dicho que habías venido hacia aquí.
Bobby nos miraba con expresión iracunda. Me miraba con expresión iracunda. Su rostro redondeado estaba muy rojo. También los ojos estaban rojos, como si hubiera estado llorando.
Abrí la boca para darle alguna débil excusa, como, por ejemplo, que solo estábamos tomando un refresco. Decidí ahorrármela.
– El Jugador quiere que vayas ahora mismo a su habitación -dijo.
Su voz tenía un tono sombrío. Tardé un instante en reconocer lo que era, pero cuando lo supe, era inconfundible. Era más que ira. Era rabia.
– ¿Para qué?
– Tú limítate a seguirme.
Miré a Chitra.
– No sé. No quiero dejar a Chitra sola. Ronny Neil estaba acosándola hace un rato y es posible que siga por aquí buscando problemas. No es seguro.
– A nadie le gustan los chivatos -dijo Bobby.
– ¿Chivatos? No sé si se puede hablar de chivarse cuando lo que denuncias es un intento de violación.
Él siguió impertérrito. Pero Chitra me puso una mano en el hombro.
– No pasa nada. Iré a la piscina y procuraré quedarme donde haya gente.
– No vayas sola a ningún sitio.
Ella sonrió.
– No lo haré.
Bobby intuyó que ya habíamos acabado de despedirnos y me empujó.
Seguí a Chitra con la mirada cuando bajaba la escalera, y hasta que no la vi llegar sana y salva a la piscina no desvié mi atención hacia Bobby.
– Bueno, ¿de qué va todo esto?
– Como si no lo supieras -dijo él.
– No, no lo sé. Dímelo tú.
Aunque supuse que solo podía ser una cosa. Bobby le había comentado al Jugador que me había visto salir de su habitación y eso había provocado una reacción en cadena que había llevado hasta allí. Los músculos de mis piernas se pusieron tensos; estaba por echar a correr cuando Bobby añadió algo.
– Joder, no mereces que te ayude, pero no le he dicho que te vi salir de su habitación. Me has jodido, pero no hasta el punto de que quiera buscarte problemas. Si se entera, te mata.
Vale, o sea que no era porque había estado en su habitación.
– Te agradezco el gesto, pero si el Jugador no sabe nada de eso, ¿qué quiere?
– Oh, vamos, Lem. Me mentiste y me dejaste en evidencia. Tanto que es posible que pierda mi trabajo.
– ¿De qué hablas? ¿En qué te he mentido?
– Déjalo ya, ¿quieres? Está claro que te han descubierto.
– Bobby, de verdad, no tengo ni idea de qué estás hablando. Bobby dejó escapar un suspiro.
– El periodista -dijo, y me miró con una sonrisa muy particular, como si acabara de dejar caer una bomba.
– ¿El periodista? ¿Qué periodista?
– El del Miami Herald. Está en la habitación del Jugador.
Aquello tenía mala pinta. El palurdo de Jim Doe tal vez era demasiado idiota y estaba demasiado ocupado con sus propios crímenes para adivinar qué les había pasado a Karen y a Cabrón, pero un reportero del Miami Herald era otra cosa. Sin embargo, aunque yo sí tenía motivos para estar asustado, no entendía por qué Bobby estaba tan enfadado.
– ¿Y qué tiene que ver eso conmigo?
– Pensaba que eras lo bastante listo para no clavarme la puñalada por la espalda. Sobre todo después de lo que he hecho por ti. Pero ya que no lo eres, por lo menos podrías haberte cubierto las espaldas. ¿No se te ocurrió decirle a ese tipo que habías acudido a él a escondidas? Si se lo hubieras dicho, a lo mejor no habría ido a llamar a la puerta del Jugador.
– Bobby, todo esto es un error, y cuando vea a ese individuo te dirá que es un error. No tengo ningún interés en hablar con ningún periodista.
– Claro -dijo él.
Ya estábamos ante la puerta de la habitación del Jugador. Bobby llamó con los nudillos, con irritación, y al cabo de un momento el Jugador abrió. Nos lanzó una mirada asesina y musitó algo que no pude entender.
Sentado cerca de una mesita de cristal, junto a la ventana más alejada, había un hombre con un traje blanco de lino y una camiseta negra. Ocultaba los ojos tras unas gafas de sol, pero me dio la sensación de que no me miraba. No. Eso me pareció raro, y pensé que no me recordaba a ningún periodista que hubiera visto antes. Vaya, en realidad tampoco es que hubiera visto a ninguno en la vida real, pero aquel tipo era más del estilo de Corrupción en Miami que de Lou Grant.
Cuando la puerta se abrió del todo vi que había otro hombre sentado en el lado opuesto de la mesita de cristal. Sosteniendo un bloc de notas sobre sus piernas cruzadas jugueteaba con un rotulador, ansioso por empezar a escribir. Estaba claro que este era el periodista.
Era Melford.
Me quedé mirándolo fijamente y a punto estuve de decir algo, pero me contuve. Nunca le había preguntado a Melford qué hacía para ganarse la vida, tanto podía ser periodista como cualquier otra cosa. Tanto podía traicionarme como cualquier otra cosa. Pero el caso es que Melford no podía atacarme tan a la ligera, no conociendo como conocíamos cada uno los secretos del otro. Al menos eso pensaba yo.
Lo mejor era sentarme, seguirle el juego y rezar para que la situación no se convirtiera en el desastre que aparentaba.
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