Peter James - Una Muerte Sencilla

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A Michael Harrison pretenden gastarle una broma inolvidable en su despedida de soltero; algo que jamás pueda olvidar: enterrarlo vivo durante unas horas. Todo se complicará cuando sus amigos, que son los únicos que conocen el verdadero paradero de Michael, mueran esa misma noche en un accidente de tráfico. Abandonado a su suerte, el único enlace con el exterior será Davey, un chico retrasado mental que recogerá del lugar del accidente el watkie-tatkie con el que los amigos de Michael pretendían seguir en contacto con él. A la cabeza de las investigaciones sobre la desaparición se pondrá Roy Grace, un policía experto en desaparecidos. Paulatinamente, las pistas se irán entrelazando de forma confusa unas con otras: historias de amor y de celos, identidades falsas… Así pues, poco a poco, se va descubriendo que lo que, en principio, era una broma estúpida, puede que, en el fondo, tal vez, sea un plan tejido por oscuros motivos.
Peter James nos presenta en Una muerte sencilla a Roy Grace, un personaje brillante y atormentado, experto en resolver crímenes pero incapaz de enfrentarse a su propio pasado.

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– ¿Ves el puto helicóptero? -preguntó Vic entrecerrando los ojos al salir de nuevo a la luz brillante.

Ashley se revolvió en el asiento, estiró el cuello para mirar primero por el parabrisas delantero y luego por el de la parte de atrás.

– ¡No nos sigue! -exclamó-. ¡Está sobrevolando el túnel! Espera, genial, ¡vuelve a la entrada!

– ¡De puta madre!

Vic tomó la primera salida de la autovía, que estaba a kilómetro y medio. Los llevó a la expansión descontrolada, medio urbana medio industrial, de Southwick, el barrio que separaba Brighton y Hove de Shoreham. Disponían de unos minutos de ventaja antes de que la policía tuviera la descripción de este coche y, quizá, con un poco de suerte, el viejo imbécil del propietario no recordaría la matrícula, esperó Vic.

– De acuerdo, ¿adónde diablos vamos, Vic?

– Al único lugar donde la policía no nos busca.

– ¿Que es?

– Michael y Mark tienen un barco, ¿verdad? Un yate como Dios manda. ¿Has estado?

– Sí, ya te lo dije. Hemos salido a navegar en él algunas veces.

– Es lo bastante grande como para cruzar el canal, ¿verdad?

– El tipo al que se lo compraron cruzó el Atlántico.

– Bien. Tú y yo sabemos navegar.

– Sí.

Ashley recordaba varias vacaciones en barco en Australia y en Canadá. Habían alquilado un yate y se habían hecho a la mar ellos solos. Eran algunos de los pocos momentos felices y tranquilos de su vida.

– Pues ahora ya sabes adónde vamos. A menos que tengas una idea mejor.

– ¿Vamos a coger su barco?

– Zarparemos cuando anochezca.

Ahora se encontraban en una carretera principal concurrida, con casas pareadas a cada lado, bastante apartadas de la calzada. Aminoró la marcha al acercarse a un semáforo y vio una calle comercial delante a ambos lados de la carretera. Luego, mientras frenaba, se le cayó el alma a los pies. Unas luces blancas brillantes llenaron el retrovisor. Oyó el pitido agudo de una sirena de dos tonos. Vio parpadear una luz azul, oyó el ruido de un motor acelerando al máximo; luego un policía en motocicleta se colocó a la altura de su ventanilla y le indicó que se bajara.

Vic pisó el acelerador y se dirigió hacia las luces, cruzándose en el camino de un camión pesado.

– Mierda -dijo Ashley.

Al cabo de unos momentos, con la sirena puesta, la moto volvió a colocarse a su lado, y el poli le indicó con firmeza que se detuviera, pero Vic dio un volantazo hacia la derecha, golpeó a propósito la moto y la tiró al suelo. Por el retrovisor, vislumbró fugazmente al policía, rodando por el asfalto.

Presa del pánico, Vic vio un buzón delante de él y una calle lateral que parecía tranquila. Entró bruscamente, se oyó el sonido de las bolsas deslizándose en el asiento de atrás, luego aceleró por la avenida flanqueada de árboles. Comenzó a llover de nuevo y toqueteó los mandos hasta que encontró los limpiaparabrisas y los activó. Llegaron a un cruce, con una iglesia enfrente.

– ¿Sabes dónde estamos?

– El puerto no puede quedar lejos -dijo.

Siguió conduciendo por un laberinto de calles residenciales tranquilas. Luego, de repente, salieron a una calle mayor estrecha y animada, con coches que avanzaban despacio por ella.

– ¡Allí! -Vic señaló hacia delante-. ¡Allí está el puerto!

Al final de la calle, llegaron a un cruce con la principal calle costera que recorría todo el paseo marítimo de Brighton y Hove, pasando por el puerto de Shoreham y luego por las márgenes del río Adur.

– ¿Dónde está el barco?

– En el Club Náutico de Sussex -dijo-. Tienes que girar a la izquierda.

Se acercaba un autobús, deprisa. Iba a esperar para dejarlo pasar cuando un destello de luz blanca en el retrovisor le llamó la atención. Casi con incredulidad, vio una moto de la policía serpenteando por entre el tráfico denso detrás de él. ¿Era el mismo maldito policía al que había tirado al suelo?

Arrancó antes de que pasara el autobús; los neumáticos chirriaron. Luego, unos momentos después, salió de la nada un BMW negro con una luz azul parpadeando en el salpicadero y más luces azules por dentro de la luna trasera. Pasó a toda velocidad entre el autobús y el Toyota y se detuvo delante de él, lo cual le obligó a frenar bruscamente. Encima del parachoques trasero llevaba las palabras «Policía-Parar» escritas con luces rojas que parpadeaban.

Totalmente presa del pánico, Vic dio un giro de 180 grados, aceleró hacia el otro lado y serpenteó por entre el tráfico que reducía la velocidad al acercarse a una rotonda. Tenía la moto justo detrás, con la sirena ululando. Con dos ruedas sobre la acera y tocando reiteradamente la bocina, lo que provocó que los peatones se apartaran de su camino asustados, Vic pasó rozando la hilera de coches y una furgoneta y llegó a la rotonda. Tenían tres opciones: a la derecha, parecía que volvían al laberinto de casas; recto, había atasco; a la izquierda estaba un puente de vigas metálicas que cruzaba el río.

Giró a la izquierda, con la moto pegada detrás de él mientras aceleraba tanto como le permitía el Toyota, la correa del ventilador chirriando, chillando. A cada segundo, el ruido era peor. Abajo, la marea estaba bajando y el río era tan sólo un manso hilo marrón entre los bancos de lodo, donde había barcas volcadas amarradas. Muchas no parecía que fueran a ser capaces de flotar cuando la marea volviera a subir.

Al otro extremo del puente, la carretera estaba despejada; sin embargo, al cabo de unos momentos, el BMW los seguía a toda velocidad. De repente, la moto los adelantó y, luego, frenó para intentar obligarle a reducir.

– Creía que ya te había dado una lección -masculló Vic, acelerando, intentando embestirla, pero el motorista era demasiado rápido para él, y aceleró como previendo sus movimientos.

Vic, que intentaba desesperadamente pensar con claridad, miró el paisaje a ambos lados. A la izquierda había un garaje, una hilera de tiendas y lo que parecía una zona residencial. A su derecha, vio la extensión llana del aeropuerto de Shoreham, utilizada principalmente por aviones privados y algunas aerolíneas de las islas del canal. La entrada se acercaba.

Sin poner el intermitente, giró a la derecha y entró en la carretera estrecha. A su izquierda había un muro de hormigón y la extensión abierta del aeródromo quedaba a la derecha, puntuada de hangares, con aviones pequeños y helicópteros aparcados enfrente, con la torre de control art déco blanca, necesitada de una mano de pintura. Lo que le pasaba ahora por la cabeza era que si podía quitarse de encima a la poli unos minutos, podrían secuestrar una avioneta, como la Beechcraft bimotor que estaba viendo llegar; sólo había que acercarse directo a ella y coger al piloto.

Como si le leyera el pensamiento, el BMW se colocó a su lado y luego se acercó, lo que le obligó a arrimarse al muro. Ashley gritó cuando el coche lo golpeó y salieron chispas al rayarlo.

– Vic, por el amor de Dios, ¡haz algo!

Desesperado, agarró el volante, apretándolo muy concentrado, sabiendo que estaban irremediablemente en desventaja frente al BMW y la moto. Se acercaban a un túnel. Podía adivinar exactamente lo que el del BMW tenía en la mente: adelantarle y luego detenerse. Así que pisó el freno. Como lo cogió desprevenido, el BMW pasó de largo y, al instante, Vic viró bruscamente, salió de la carretera y entró en el aeródromo.

La moto siguió con él y, al cabo de unos momentos, también tenía el BMW detrás. Cruzó la hierba llena de baches directo hacia la primera hilera de aeronaves aparcadas y serpenteó frenéticamente entre ellas, intentando quitarse de encima a los policías que los perseguían, intentando ver a alguien yendo a un avión o saliendo de uno. Luego, mientras Vic se dirigía a un hueco entre un jet ejecutivo Grumman y un Piper Aztec, el BMW los embistió con fuerza y salieron disparados hacia delante. Ashley, a pesar de llevar abrochado el cinturón, se dio con la cabeza en el parabrisas y soltó un grito de dolor.

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