– Le esperaba un gran Mercedes negro -dijo él-, y el chófer llevaba gafas de sol y guantes. ¿Adonde vas?
Siobhan se lo explicó y él dijo que no le importaría acompañarla, aunque la previno de que quizá «no podría seguir su ritmo de marcha». Al final, se sentaron los dos en el coche de ella durante una hora y cuarto, con el motor en marcha para mantener la calefacción. Riordan lo había grabado todo: conversaciones entre los asistentes, la presentación de Abigail Thomas, la media hora de Todorov y las preguntas y respuestas del final, casi todas ellas relacionadas con la política. Al apagarse los aplausos y mientras el público abandonaba la sala, el micrófono de Riordan continuaba grabando voces.
– Es un obseso -comentó Clarke.
– Y que lo digas -asintió Rebus. Casi lo último que oyeron fue una frase en ruso en voz baja-. Seguro que dicen -bromeó Rebus-, « Gracias a Kruschev que ha terminado ».
– ¿Quién es Kruschev? -preguntó Clarke-. ¿Un amigo de Jack Palance?
La grabación del recital era extraordinaria, con aquella voz del poeta, sonora, ronca, elegíaca y estentórea. Algunos poemas los recitó en inglés y otros en ruso, si bien, casi todos, en ambos idiomas, ruso primero e inglés a continuación.
– Suena a escocés, ¿verdad? -comentó Clarke en un momento dado.
– Para una inglesa, tal vez -replicó Rebus.
« Vaya, ya estamos con eso », pensó Siobhan. Como tantas otras veces desde que la conocía, Rebus se mofaba de su acento « del sur ». Pero esta vez no entró al trapo.
– Este se llama Raskolnikov -dijo en otro momento-. Lo recuerdo del libro. Es un personaje de Crimen y castigo.
– Yo lo leí probablemente antes de que tú nacieras.
– ¿Has leído a Dostoievski?
– ¿Crees que iba a mentir en una cosa así?
– ¿Cuál es el argumento?
– La culpabilidad. Una de las grandes novelas rusas, a mi entender.
– ¿Qué otras has leído?
– Eso da igual.
Al terminar el CD, él se volvió hacia ella.
– Tú que has escuchado el recital y has leído el libro, ¿has advertido alguna motivación para que le asesinaran?
– No -respondió Siobhan-. Y ya sé lo que piensas… Que Macrae va a tratar el caso como un atraco que salió mal.
– Que es también más o menos como el consulado quiere que se proceda.
Ella asintió despacio con la cabeza, pensativa.
– ¿Con quién tuvo relaciones sexuales? -preguntó finalmente.
– ¿Eso es relevante?
– No lo sabremos hasta que lo descubramos. La candidata más probable es Scarlett Colwell.
– ¿Por ser tan guapa? -inquirió Rebus dubitativo.
– ¿No soportas imaginarla con otro? -replicó Siobhan en broma.
– ¿Y la señorita Thomas de la Biblioteca de Poesía?
Siobhan dio un resoplido como respuesta.
– No creo que sea una rival -añadió.
– La doctora Colwell no parecía tan segura.
– Lo que probablemente explica más sobre la doctora Colwell que sobre la señorita Thomas.
– Tal vez el joven Colin tenía razón -aventuró Rebus-. O lo más probable es que nuestro ardoroso poeta estuviera con una puta en Glasgow -al observar el gesto de Clarke, añadió-: Perdona, una « trabajadora del sexo ». ¿O ha cambiado la terminología desde que me diste con la palmeta?
– Tú sigue así y te volveré a dar -dijo ella haciendo una pausa sin dejar de mirarle-. Tiene gracia que tú leyeras Crimen y castigo. He hecho una búsqueda sobre Harry Goodyear -añadió con un profundo suspiro.
– Ya me lo imaginé -dijo él centrando su atención en el parabrisas y el coche claro aparcado más allá. Clarke sabía que deseaba bajar el cristal de la ventanilla para fumar, pero afuera persistía aquel olor como pegado al asfalto.
– Era dueño de un pub en Rose Street a mediados de los años ochenta -dijo ella-. Tú eras sargento y testificaste para que le encarcelaran.
– Vendía droga en su local.
– Murió en la cárcel un año o dos después, ¿verdad? De un ataque al corazón, me parece… Tood Goodyear sería un bebé -hizo una pausa antes de continuar por si él añadía algo-. ¿Sabías que Todd tiene un hermano? Se llama Sol y ha estado vigilado varias veces; ahora vive en Dalkeith, por lo que es asunto de la División E. ¿En qué líos estará metido?
– Drogas.
– Así pues, ¿lo conoces?
– Deducción lógica.
– ¿Y no sabías que Todd Goodyear era agente de policía?
– Lo creas o no, Shiv, no sigo la pista a los nietos de los delincuentes que he metido en la cárcel hace veinte años.
– El caso es que a Sol no se le detuvo por posesión de drogas, sino que se le imputó también tráfico, pero el tribunal le concedió el beneficio de la duda.
– ¿Cómo te has enterado de todo eso? -preguntó Rebus volviéndose hacia ella.
– Fui a la oficina antes que tú esta mañana, estuve unos minutos trabajando con el ordenador e hice una llamada al DIC de Dalkeith. En su momento corrió el rumor de que Sol Goodyear traficaba por cuenta de Big Ger Cafferty.
Siobhan advirtió de inmediato que había tocado una fibra: Cafferty era un asunto pendiente -un gran asunto pendiente- y su nombre figuraba en el primer puesto de la lista de Rebus. Cafferty se las había arreglado para fingir que se había retirado, pero Rebus y Clarke sabían que no. Cafferty seguía mandando en Edimburgo. Y también ocupaba un puesto en su propia lista.
– ¿Nos lleva algo de todo eso a alguna parte? -preguntó Rebus volviendo a fijar la atención en el parabrisas.
– Realmente, no -contestó ella mientras pulsaba la tecla para extraer el compacto, haciendo que de pronto sonara la radio: « Forth 1 » y el DJ hablando sin parar. Siobhan la apagó. Rebus acababa de advertir algo.
– No sabía que había una cámara ahí -dijo, refiriéndose a un rincón del edificio entre la segunda y la tercera planta. La cámara enfocaba al aparcamiento.
– Es para reprimir el vandalismo. Por cierto, ¿crees que serviría de algo revisar en el centro de control del Ayuntamiento el metraje de la noche en que mataron a Todorov? Debe de haber cámaras en el extremo oeste de Princes Street y quizás en Lothian Road. Si alguien le seguía… -añadió Siobhan sin terminar la frase.
– Es una idea -dijo él.
– Será una aguja en un pajar -comentó ella. Como el silencio de Rebus equivalía a una confirmación, reclinó la cabeza en el respaldo. Ninguno de los dos tenía ganas de volver a entrar-. Recuerdo que leí en el periódico que tenemos el sistema de vigilancia más grande del mundo. En Londres hay más cámaras de vídeo que en todo Estados Unidos… ¿será cierto?
– Lo que es cierto es que no han disminuido los índices de delincuencia -replicó Rebus entrecerrando los ojos-. ¿Qué es ese ruido?
Clarke vio que Tibbet les hacía señas desde una ventana.
– Creo que nos llaman.
– A lo mejor se ha entregado el asesino impulsado por los remordimientos.
– Puede ser -añadió Clarke poco convencida.
– ¿Has estado aquí alguna vez? -preguntó Rebus al pasar el detector de metales, recogiendo la calderilla y guardándosela en el bolsillo.
– Hice una visita guiada poco después de la inauguración -asintió Clarke.
Configuraban el techo unas formas esculpidas que Rebus no sabía si se trataba de cruces de la época de los cruzados. El vestíbulo de entrada bullía de actividad. Habían colocado unas mesas para los grupos de visita con montones de pases de identificación y el listado de los diversos grupos, y había personal por todas partes para dirigir a los visitantes hacia el mostrador de recepción. Al fondo del vestíbulo, un grupo de escolares de uniforme se disponía a sentarse a comer un bocadillo.
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