Robert Crais - El último detective

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Elvis Cole se enfrenta a uno de los momentos más delicados de su vida: acaba de recibir la llamada de un hombre que asegura tener secuestrado a Ben, el hijo de Lucy, su compañera sentimental. El niño, que estaba al cuidado de Cole mientras su madre se hallaba de viaje, salió al jardín a jugar y pocos minutos después desapareció sin dejar rastro. Según las palabras del hombre que retiene a Ben, el secuestro está relacionado con un oscuro suceso del pasado de Cole. Éste fue el único superviviente de un batallón americano que fue aniquilado en Vietnam, y aunque en su momento fue premiado por su heroicidad, parece que alguien sigue resentido por el hecho. Para complicar aún más las cosas, Cole tiene que enfrentarse con Richard, ex marido de Lucy y padre de Ben, quien además de culparle por lo acontecido entorpece La búsqueda al insistir en la participación de su propio equipo de investigadores. Ayudado por su socio, Joe Pike, y la policía Carol Starkey, Cole se vuelca de pleno en el rescate en una carrera contra el reloj, mientras revive unos espinosos episodios que creía haber enterrado. Robert Crais ahonda en cuestiones vitales al retomar el pasado de su protagonista en esta novela que aúna con acierto una clásica trama detectivesca con un thriller de gran intensidad.

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Fue subiendo por las escaleras y al llegar arriba asomó la cabeza por encima del último escalón para asegurarse de que el gato no estuviera durmiendo encima de la cama.

No había moros en la costa.

No se veía al gato por ninguna parte.

De fuera seguía llegando el ruido del agua.

Fue a toda prisa hasta el armario, que era más bien un vestidor. Ya había estado allí un par de veces, cuando Elvis le había enseñado a su madre la caja fuerte en que guardaba las pistolas, así que ya sabía que en aquella habitacioncita había cajas colocadas en estantes altos, fiambreras de plástico llenas de sombras misteriosas que debían de ser fotografías, montones de revistas viejas y otras cosas que desde luego podían resultar una pasada. Ben hojeó primero las revistas en busca de las de porno duro, como las que llevaba a clase su amigo Billy Toman, pero lo que encontró lo decepcionó: había sobre todo números de Newsweek y de Los Angeles Times Magazine. Aburridísimos. Se puso de puntillas para ver qué había encima de la caja fuerte de las pistolas una mole de acero alta como él que llenaba el fondo del vestidor, pero solo encontró unas cuantas gorras de béisbol viejas, un reloj parado, una foto en color enmarcada de una señora sentada en un porche y otro portafotos con una imagen de Elvis y la madre de Ben en un restaurante. No vio ni esposas ni atontanegros.

De lado a lado del armario había un estante alto. No lo alcanzaba, pero sí veía botas, algunas cajas, un saco de dormir, lo que parecía un kit para limpiar zapatos y una bolsa de gimnasia de nailon negro. Se le ocurrió que valía la pena echar un vistazo a la bolsa, pero para poder cogerla necesitaba crecer como mínimo medio metro. Entonces se acordó de la caja fuerte. Si se estiraba y se subía encima, seguramente llegaría hasta la bolsa de gimnasia. Puso las manos con cuidado encima de la caja, se agarró con todas sus fuerzas y subió de un golpe. Consiguió colocar una rodilla encima, y a ella siguió el resto del cuerpo. Estaba aplastando algunas gorras y había tirado la foto de la señora, pero por el momento la cosa iba bien.

Tendió el brazo para coger la bolsa, pero no llegaba del todo. Se inclinó un poco más, se agarró al estante con una mano y con la otra siguió intentando alcanzar la bolsa. Entonces fue cuando perdió el equilibrio. Intentó agarrarse a algo, pero ya era demasiado tarde: se tambaleó y tiró de la bolsa. Fue a dar contra el suelo bajo una lluvia de camisas y pantalones.

– ¡ Mierda!

Cuando estaba recogiendo la ropa se encontró la caja de puros.

Debía de haber estado encima de la bolsa y se habría caído con todo lo demás. De su interior salieron algunas fotos descoloridas, algunos parches de tela de colores y cinco estuches de plástico azul. Ben se quedó extasiado. Sabía que los estuches azules eran algo especial. Se notaba. Cada uno tenía unos veinte centímetros de largo, con una raya de oro vertical en la parte izquierda y unas letras doradas en relieve en la esquina inferior derecha que decían: «ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA».

Ben echó la ropa a un lado y se sentó de piernas cruzadas para examinar su descubrimiento.

En las fotografías aparecían soldados de uniforme y helicópteros. Había un tío sentado en una litera, riendo, con un cigarrillo colgado de la comisura de los labios. Llevaba una palabra tatuada en lo alto del brazo izquierdo. Ben tuvo que acercarse bien para distinguirla, porque la imagen estaba borrosa: «RANGER.» Se imaginó que sería su nombre. En otra foto había cinco soldados de pie ante un helicóptero. Parecían unos cabronazos: llevaban la cara pintada de verde y de negro y cargaban mochilas, munición, granadas de mano y fusiles negros. El segundo por la izquierda llevaba un cartelita con unos números. A causa de la pintura costaba distinguir las caras, pero el soldado del extremo derecho parecía Elvis Cole. Qué fuerte.

Ben dejó las fotos a un lado y abrió uno de los estuches azules. Encontró un lazo rojo, blanco y azul de unos tres centímetros de lar go prendido de un pedazo de fieltro gris. Debajo había una insignia de los mismos colores, como si se tratara de un versión reducida del lazo, y en el fondo una medalla. Era una estrella de cinco puntas que colgaba de otro lazo y estaba cubierta por una tapa de plástico transparente. En el centro de la estrella dorada había otra plateada mucho menor. Ben cerró el estuche y empezó a abrir los demás. En cada uno había una medalla.

Las dejó a un lado y se puso a ojear las demás fotografías. En una salían unos cuantos hombres con camisetas negras en el exterior de una tienda de campaña, bebiendo cerveza; en otra aparecía Elvis Cole sentado encima de unos sacos de arena con un fusil encima de las rodillas (¡iba sin camisa y se le veía muy delgaducho!); en la siguiente salía un tío con la cara pintada, una gorra y una pistola, rodeado de una vegetación tan espesa que parecía estar saliendo de un muro verde. ¡Menudo filón había encontrado Ben! ¡Cosas así de guapas eran justo lo que andaba buscando! Estaba tan concentrado en las fotos que no oyó que Elvis se acercaba.

– ¡Te pillé!

Ben dio un respingo y notó que se ponía rojo.

Elvis estaba en el hueco de la puerta, con los pulgares metidos en los bolsillos del pantalón y las cejas enarcadas, como diciendo: «Pero ¿qué tenemos aquí amiguito?»

Ben se sentía terriblemente avergonzado. Creía que Elvis iba a ponerse hecho una furia, pero en cambio se sentó en el suelo a su lado y se quedó mirando las fotografías y los estuches azules con aire pensativo. Ben sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas y se imaginó que Elvis lo odiaría por siempre jamás.

– Lamento haberme puesto a hurgar en tus cosas -dijo Ben, haciendo un tremendo esfuerzo para no echarse a llorar.

Elvis esbozó una sonrisa y, con mirada ausente, le frotó la cabeza con la mano.

– Tranquilo, hombre. Ya te había dicho que cuando estés aquí puedes mirar las cosas que tengo. Lo, que no me imaginaba era que ibas a trepar por los estantes de mi armario. No hace falta que lo hagas a escondidas. Si quieres ver algo, me lo dices y ya esta. ¿ Vale?

A Ben aún le costaba mirar a Elvis a los ojos, pero también le carcomía la curiosidad. Le enseñó la fotografía de los cinco soldados junto al helicóptero.

– ¿Ése eres tú?

Elvis se quedó mirando la foto, pero no la tocó. Ben le enseñó la del hombre de la litera.

– ¿ Quién es ese tío, Ranger?

– Se llamaba Ted Fields, no Ranger. Los rangers son soldados. Algunos estaban tan orgullosos de serlo que se hacían el tatuaje. Ted estaba orgulloso.

– ¿ Y qué hacen los rangers?

– Flexiones.

Elvis cogió la foto que Ben tenía en la mano y la metió en la caja de puros. El chico empezó a preocuparse, creyendo que Elvis iba a dejar de responder a sus preguntas, así que agarró de golpe uno de los estuches azules y lo abrió.

– ¿ Y esto qué es?

Elvis lo tomó en sus manos, lo cerró y también lo metió en la caja de puros.

– Lo llaman estrella de plata. Por eso hay una estrellita plateada en el centro de la dorada.

– Tienes dos.

– En el ejército había una oferta de dos por el precio de una.

Guardó la otra caja. Ben se dio cuenta de que Elvis esta incómodo hablando de las medallas y las fotos, pero en su vida había visto nada tan guapo y quería saber más cosas. Cogió otro estuche.

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