– ¿ Y ésta por qué es morada y por qué tiene forma de corazón?
– Vamos a guardar todo esto ya terminar de lavar el coche.
– ¿Es lo que te dan cuando te pegan un tiro?
– Hay muchas formas de sufrir heridas.
Elvis guardó el último estuche de medallas y se puso a recoger las fotografías. Ben advirtió que en el fondo no sabía demasiado del novio de su madre. Se imaginaba que debía de haber sido supervaliente para que le dieran tantas medallas, pero Elvis nunca hablaba de aquella época. ¿ Cómo era posible que alguien tuviese todas esas cosas tan alucinantes y las hubiera escondido? ¡Si Ben las tuviera se las pondría todos los días!
– ¿Por qué te dieron esa medalla de la estrella de plata? ¿Fuiste héroe de guerra?
Elvis siguió recogiendo las fotos y metiéndolas en la caja, sin levantar la vista. Después cerró la tapa.
– Qué va. No había nadie más para recogerlas, así que me las dieron a mí.
– Ojalá me den una estrella de plata algún día.
De repente Elvis puso una cara muy rara, como si se hubiera quedado petrificado, y Ben se asustó. Le parecía que el Elvis Cole que él conocía ya no estaba allí, pero aquella mirada endurecida se suavizó y Elvis recuperó su estado normal. Ben se sintió aliviado.
Elvis sacó una de las estrellas de plata de la caja de puros y se la ofreció.
– ¿Sabes qué te digo? Que prefiero que te quedes una de las mías.
Y así, sin más, Elvis Cole le dio una de sus estrellas de plata.
Ben cogió la medalla como si se tratara de un tesoro. El lazo resplandecía y era sedoso; el medallón pesaba mucho más de lo que parecía. La estrella dorada, con un estrellita plateada en el centro, pesaba muchísimo, y las puntas estaban muy afiladas.
– ¿ M e la puedo quedar?
– Toda tuya. M e la dieron a mí y ahora yo te la doy a ti.
– ¡Qué guay! ¡Muchas gracias! ¿ Yo también podré ser ranger?
Elvis ya estaba más tranquilo. Con mucha ceremonia, colocó la mano encima de la cabeza de Ben, como si estuviera nombrándole caballero.
– Te declaró oficialmente ranger del ejército de Estados Unidos. Ésta es la mejor forma de llegar a ranger, porque te ahorras las flexiones.
Ben se echó a reír.
Elvis cerró otra vez la caja de puros y la colocó en su sitio, en el estante más alto, junto a la bolsa de deporte.
– ¿ Quieres ver alguna otra cosa? Tengo unas botas muy malolientes ahí arriba, y unos ambientadores viejos.
– ¡Puaj! ¿ Qué asco!
Los dos sonreían y Ben se sintió aliviado. Todo era fantástico. Elvis le apretó ligeramente la nuca y lo condujo hacia las escaleras. Aquélla era una de las cosas que más le gustaban de Elvis, que no lo trataba como a un crío.
– Venga, colega, vamos a acabar de lavar el coche y después podemos ir a alquilar una peli.
– ¿Puedo darle a la manguera?
– Vale, pero espera a que me ponga el impermeable.
Elvis puso cara de tonto y los dos se rieron. Después Ben bajó las escaleras tras él. Se metió la estrella de plata en el bolsillo, pero cada pocos minutos tocaba sus afiladas puntas a través de la tela del pantalón y se decía que aquello era una pasada.
Esa noche Ben sintió ganas de ver otra vez las demás medallas y las fotos, pero Elvis se había molestado tanto que no se atrevió a pedírselo. Cuando Elvis se metió en la. ducha, Ben volvió a subirse encima de la caja fuerte. Sin embargo, la caja de puros había desaparecido. No consiguió encontrar el escondite y le dio demasiada vergüenza preguntar dónde estaba.
Tiempo desde la desaparición: 3 horas, 56 minutos
La policía se presentó a las ocho y veinte. Ya era noche cerrada y soplaba un aire frío y cortante cargado de un olor a polvo. Lucy se puso en pie de un respingo cuando sonó el timbre de la puerta.
– Ya voy yo. Es Lou -anuncié.
De los adultos desaparecidos se encarga la Unidad de Desapariciones del Centro Parker, pero los inspectores de la Sección de Menores eran quienes se ocupaban de las desapariciones y los secuestros de menores. Si hubiera llamado a la policía como un ciudadano más, habría tenido que identificarme y explicar lo de Ben al agente que hubiera contestado al teléfono, y después de nuevo a la persona del departamento de inspectores que hubiera cogido la llamada, y luego una tercera vez cuando el inspector de guardia me hubiera puesto con Menores. Llamar a mi amigo Lou Poitras había supuesto un ahorro de tiempo. Poitras era teniente de Homicidios en la comisaría de Hollywood. Organizó un equipo con inspectores de Menores en cuanto colgamos el auricular y se presentó en casa con él.
Poitras era un hombre corpulento, con un cuerpo que semejaba un bidón de aceite y una cara que parecía un jamón hervido. Su abrigo de cuero negro le quedaba muy apretado por el pecho y los brazos, hinchados tras toda una vida dedicada a levantar pesas. Con gesto adusto, le dio un beso a Lucy en la mejilla.
– Hola, chicos. ¿Qué tal?
– Pues no muy bien.
Los inspectores de Menores bajaron de un coche que estaba a su espalda. El jefe era un hombre ya mayor con la piel flácida y cubierta de pecas. Conducía el vehículo una mujer más joven con la cara larga y unos ojos que denotaban inteligencia. Entraron en la casa y Poitras hizo las presentaciones.
– Éste es Dave Gittamon. No conozco a ningún otro inspector que lleve tanto tiempo de sargento en Menores. Y ésta es la inspectora… Eh, lo siento, no recuerdo cómo se llama.
– Carol Starkey.
El nombre de Starkey me sonaba, pero no lo relacioné con nada concreto. Olía a tabaco.
– ¿Habéis recibido alguna otra llamada desde nuestra conversación? -quiso saber Poitras.
– No. Nos ha llamado una vez. Nada más. He intentado devolver la llamada con la función asterisco sesenta y nueve, pero deben de haber llamado desde un móvil ocultando el número. Me la salido una grabación de la compañía telefónica.
– Me pongo a ello. Vamos a averiguar el número a través de la compañía.
Poitras entró en la cocina con su móvil en la mano y nos llevamos a Gittamon y a Starkey al salón. Les relaté la llamada que habíamos recibido y les conté cómo había buscado a Ben. Les enseñé el Game Freak y les dije que suponía que Ben debía de haberlo soltado cuando lo habían atrapado. Si el secuestro se había producido en la pendiente de detrás de mi casa, el lugar en el que yo había encontrado el juego era el escenario exacto de la desaparición. Gittamon contemplaba el cañón por las puertas de cristal mientras me escuchaba. Las luces de las colinas y de todo el valle parpadeaban, pero estaba muy oscuro y no se veía nada.
– Si por la mañana sigue sin aparecer -intervino Starkey-, echaré un vistazo por la zona donde ha encontrado eso.
Yo estaba muy nervioso y tenía miedo. No quería esperar.
– ¿Por qué no vamos ahora mismo? Podemos llevar linternas.
– Si se tratara, por ejemplo, de un aparcamiento -repuso ella-, diría que sí, que adelante con las linternas, pero siendo noche cerrada no hay forma de iluminar este tipo de zona lo bastante bien, porque hay muchos matorrales y el terreno es desigual. Tenemos las mismas posibilidades de destruir pruebas que de encontrarlas. Es mejor que mire por la mañana.
Gittamon asintió para demostrar que estaba de acuerdo.
– Carol posee mucha experiencia con esas cosas, señor Cole -dijo-. Además, no debemos perder la esperanza de que Ben esté de vuelta antes de las diez.
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