Ian Rankin - Una cuestión de sangre

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Un antiguo miembro de las Fuerzas Especiales del Ejército irrumpe en un acto de locura en un colegio privado del norte de Edimburgo, mata a dos alumnos de diecisiete años y acto seguido se suicida. Tal como dice el inspector Rebus «No hay misterio» salvo en el móvil. Interrogante que le conduce al corazón de una pequeña localidad conmocionada por la tragedia. Rebus, que también ha servido en el Ejército, fascinado por la figura del asesino, comprueba que una investigación militar del caso entorpece la suya. Al ex comando no le faltaban amigos ni enemigos: desde personajes públicos hasta jóvenes góticos de atuendo negro y oscuros habitantes de la pequeña localidad cuyas vidas transcurren en un trasfondo de secretos y mentiras. Pero Rebus tiene que hacer también frente a sus propios apuros. Un malhechor, que acosa a su amiga y colega Siobhan Clarke, aparece muerto en su casa tras un incendio cuando el mismo Rebus acaba de salir del hospital con las manos totalmente quemadas.

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– Davie -dijo poniéndole una mano cordial en el hombro-, ven conmigo, haz el favor. Tendré que ponerte en antecedentes sobre el tío que vamos a interrogar. -Hizo una pausa-. Mejor tráete el bloc de notas.

* * *

Transcurridos veinte minutos, cuando Bob aún estaba declarando sobre los prolegómenos del caso, llamaron a la puerta. Rebus abrió y vio que era una agente de uniforme. -¿Qué sucede? -preguntó.

– Tiene una llamada -contestó ella señalando hacia recepción.

– Ahora estoy ocupado.

– Es el inspector Hogan. Dice que es urgente y que la saque de donde esté, a no ser que sea una triple operación de bypass.

Rebus no pudo reprimir una sonrisa.

– ¿Es lo que ha dicho? -preguntó.

– Con esas mismas palabras -respondió la agente.

Rebus asomó la cabeza al cuarto de interrogatorios para decirle a Hynds que no tardaría. Hynds desconectó los aparatos.

– Bob, ¿quieres que te traiga algo? -añadió Rebus.

– Me parece que lo que tendría que traerme es a mi abogado, señor Rebus.

– Sería el mismo de Pavo Real, ¿verdad? -replicó Rebus mirándole.

– Bueno -dijo Bob pensándolo-, a lo mejor ahora mismo no.

– Ahora mismo no -repitió Rebus antes de cerrar la puerta.

Le dijo a la agente que no hacía falta que le acompañase a recepción y, tras cruzar la planta, entró en la sala de comunicaciones. Cogió el auricular que estaba encima de la mesa.

– ¿Diga?

– Por Dios, John, ¿te tenían en cuarentena o qué?

Bobby Hogan no parecía estar de muy buen humor. Rebus miró los monitores que tenía delante. En ellos se veían media docena de lugares exteriores e interiores de la comisaría. La imagen parpadeaba cada treinta segundos aproximadamente, al cambiar el enfoque de las nuevas cámaras.

– ¿Qué quieres, Bobby?

– Los de la Científica ya tienen los resultados del análisis de los disparos.

– ¿Ah, sí? -dijo Rebus torciendo el gesto por haberse olvidado de llamar de nuevo.

– Voy ahora para allá y me he acordado de que St Leonard me pilla de camino.

– Han descubierto algo, ¿verdad, Bobby?

– Dicen que es un asunto un poco complicado -contestó Hogan. Se calló un instante-. Lo sabías, ¿verdad?

– No exactamente. Tiene que ver con los disparos, ¿verdad? -añadió Rebus mientras veía en una pantalla a la comisara Gill Templer, que entraba en el edificio con un portafolios y un maletín abultado colgado.

– Exacto. Hay ciertas… anomalías.

– Buena palabra; anomalías. Engloba una multitud de faltas.

– ¿Te apetece venir conmigo?

– ¿Qué dice Claverhouse?

Se hizo un silencio.

– Claverhouse no sabe nada -respondió Hogan-. Me lo han comunicado directamente a mí.

– ¿Por qué no se lo has dicho, Bobby?

Se hizo otro silencio.

– No lo sé.

– ¿Por la perniciosa influencia de cierto colega tuyo?

– Tal vez.

Rebus sonrió.

– Recógeme cuando quieras, Bobby. Aparte de lo que nos digan en el laboratorio, tengo algunas preguntas que hacerles.

Abrió la puerta del cuarto de interrogatorios e hizo una seña a Hynds para que saliera al pasillo.

– Será un minuto, Bob -dijo.

Cerró la puerta y se puso delante de Hynds con los brazos cruzados.

– Tengo que ir a Howdenhall. Órdenes superiores.

– ¿Quiere que lo meta en el calabozo hasta que usted…?

Rebus le interrumpió negando con la cabeza.

– Quiero que continúes tú. Ya no falta mucho. Si se pone difícil, me llamas al móvil.

– Pero…

– Davie -dijo Rebus poniéndole una mano en el hombro-, lo estás haciendo bien y sabrás seguir sin mí.

– Pero tiene que haber otro policía presente -protestó Hynds.

Rebus le miró.

– Davie, ¿te ha estado aleccionando Siobhan? -dijo frunciendo los labios pensativo-. Tienes razón -añadió asintiendo con la cabeza-. Pregunta a la comisaria Templer si quiere intervenir en el interrogatorio.

A Hynds le subieron las cejas hasta la línea del pelo.

– La jefa no…

– Sí, sí querrá. Si le dices que es por el caso Fairstone, ya verás cómo accede encantada.

– Pero antes tendré que ponerle en antecedentes.

La mano que descansaba sobre el hombro de Hynds le dio unas palmaditas.

– Pues hazlo -dijo Rebus.

– Pero, señor…

Rebus meneó despacio la cabeza.

– Es tu oportunidad de demostrar de qué eres capaz, Davie. Todo lo que has aprendido trabajando con Siobhan -añadió Rebus apartando la mano del hombro de Hynds y cerrando el puño-. Es hora de ponerlo en práctica.

Hynds asintió con la cabeza irguiendo ligeramente el torso.

– Buen chico -añadió Rebus, dando media vuelta para marcharse; pero se detuvo-. Ah, una cosa, Davie.

– ¿Sí?

– Dile a la comisaria Templer que sea maternal.

– ¿Maternal?

– Tú díselo -insistió Rebus yendo hacia la salida.

* * *

– No me vengas ahora con el XJK. Cualquier modelo de Porsche deja atrás a los Jaguar.

– Pero a mí el Jaguar me parece más bonito -replicó Hogan, haciendo que Ray Duff levantase la vista de su trabajo-. Es más clásico.

– Antiguo, querrás decir -replicó Duff, que seleccionaba una serie de fotos de la escena del crimen y las situaba en los espacios disponibles de la pared. Estaban en una habitación semejante a un laboratorio escolar descuidado, con cuatro bancos de trabajo independientes en el centro. Las fotos mostraban el cuarto del colegio Port Edgar desde todos los ángulos posibles, y se centraban en las manchas de sangre en las paredes y el suelo y la posición de los cadáveres.

– Soy un tradicionalista, si quieres -replicó Hogan cruzando los brazos con la esperanza de poner fin a una de tantas discusiones con Ray Duff.

– Muy bien. Dime los cinco mejores coches ingleses.

– Ray, los coches no son mi fuerte.

– A mí me gusta mi Saab -terció Rebus respondiendo con un guiño al gesto de desdén de Hogan.

Duff lanzó una especie de gorjeo.

– No me vengas ahora con los coches suecos…

– De acuerdo, ¿y si nos centramos en lo de Port Edgar? -dijo Rebus, pensando en Doug Brimson, otro enamorado de los Jaguar.

Duff miró a su alrededor buscando el portátil. Lo enchufó en uno de los bancos de trabajo y, al tiempo que lo inicializaba, les hizo un ademán para que se acercaran.

– Mientras esperamos -dijo-, ¿qué tal está Siobhan?

– Muy bien -contestó Rebus-. Ese problemilla…

– ¿Qué?

– Ya está resuelto.

– ¿Qué problemilla? -preguntó Hogan, pero Rebus no le hizo caso.

– Esta tarde va a dar una clase de vuelo.

– ¿Ah, sí? -dijo Duff enarcando una ceja-. Eso no es nada barato.

– Creo que le saldrá gratis; cortesía de un tío que tiene un aeródromo y un Jaguar.

– ¿Brimson? -aventuró Hogan, y Rebus asintió con la cabeza.

– Frente a eso, mi propuesta de un paseo en el MG palidece -masculló Duff.

– Tú no puedes competir con ese tipo. Hasta tiene un avión para ejecutivos.

Duff lanzó un silbido.

– Estará podrido de dinero. Un avión así cuesta millones.

– Sí, ya -dijo Rebus en tono despectivo.

– Lo digo en serio -añadió Duff-. Y eso de segunda mano.

– ¿Te refieres a millones de libras? -preguntó Hogan. Duff asintió con la cabeza-. Los negocios deben de irle bien, ¿eh?

Sí, pensó Rebus, tanto que Brimson podía permitirse el lujo de tomarse un día libre para volar a Jura.

– Bien, aquí está -dijo Duff para que centraran la atención en el portátil-. Básicamente aquí lo tenemos todo -añadió deslizando ufano el dedo por el borde de la pantalla-. En el programa de simulación podemos… muestra la trayectoria lógica cuando se produce un disparo desde cualquier distancia y cualquier ángulo sobre la cabeza o el cuerpo. -Pulsó otras teclas y Rebus oyó el zumbido del motor del cedé. En la pantalla aparecieron unos gráficos, y una figura esquelética contra una pared-. ¿Veis esto? El sujeto está a veinte centímetros de la pared y le disparan una bala desde una distancia de dos metros… entrada, salida. ¡Pum!

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