Michael Connelly - Hielo negro

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Cal Moore, del departamento de narcóticos, fue encontrado en un motel con un tiro en la cabeza cuando estaba investigando sobre una nueva droga de diseño llamada “hielo negro”. Para el detective Harry Bosch, lo importante no son los hechos aislados, sino el hilo conductor que los mantiene unidos. Y sus averiguaciones sobre el sospechoso suicidio de Moore parecen trazar una línea recta entre los traficantes que merodean por Hollywood Boulevard y los callejones más turbios de la frontera de México.

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– Bien. Enséñemelo.

Capítulo 22

– ¿Puedo hacerle una pregunta? -dijo Bosch-. ¿Por qué envió la solicitud de información a la oficina del cónsul? Aquí no tienen personas desaparecidas. Si alguien desaparece, se deduce que ha cruzado la frontera, pero no se envían solicitudes de información. ¿Qué le hizo pensar que esto era diferente?

Bosch y Águila se dirigían hacia las montañas que se alzaban por encima de la ligera capa de contaminación que cubría la ciudad. En ese momento avanzaban por la avenida Valverde en dirección al suroeste y atravesaban una zona con grandes fincas a la derecha y parques industriales a la izquierda.

– Su mujer -contestó Águila-. Ella vino a la comisaría con Muñoz a poner la denuncia. Greña me pasó la investigación y, al hablar con ella, comprendí que Gutiérrez-Llosa no cruzaría la frontera voluntariamente… sin ella. Así que fui al círculo.

Águila explicó que el círculo bajo la estatua dorada de Benito Juárez en la calzada López Mateos era donde los hombres iban a buscar trabajo. Los jornaleros que entrevistó en el círculo le contaron que las camionetas de EnviroBreed venían dos o tres veces a la semana a contratar trabajadores. Los hombres que habían trabajado en la planta de cría de moscas lo describieron como un trabajo duro. Tenían que preparar una pasta para alimentar a los insectos y cargar cajas incubadoras muy pesadas. Las moscas se les metían en la boca y los ojos. Muchos no volvían nunca; preferían esperar otras oportunidades.

Ése no era el caso de Gutiérrez-Llosa. Algunas personas del círculo lo habían visto meterse en la camioneta de EnviroBreed. Comparado con los otros jornaleros, él era un hombre viejo, así que no tenía mucho donde elegir.

Cuando se enteró de que la producción de EnviroBreed se enviaba al otro lado de la frontera, Águila mandó la notificación pertinente a los consulados del sur de California. Una de sus teorías era que el viejo había muerto en un accidente laboral y que habían ocultado el cuerpo para evitar una investigación que hubiera paralizado el proceso de fabricación. Según Águila, era algo bastante frecuente en los sectores industriales de la ciudad.

– Una investigación, aunque sea de muerte por accidente, puede resultar muy cara -explicó Águila.

– Por la mordida.

– Eso es: el soborno.

Águila le contó que la investigación llegó a su fin cuando compartió sus descubrimientos con Greña. El capitán le dijo que él se encargaría de hablar con EnviroBreed personalmente y más tarde le informó de que habían llegado a un callejón sin salida. Y así quedaron las cosas hasta que Bosch llamó con noticias del cadáver.

– Parece que Greña ha recibido su mordida.

Águila no respondió al comentario. En ese momento pasaban por delante de una finca protegida por una valla de tela metálica rematada con una alambrada. A través de ella, Bosch contempló la Sierra de los Cucapah en el horizonte más allá de una desierta extensión de tierra. Pero pronto llegaron a la entrada del rancho, donde sí había algo: un camión atravesado en el camino. Los dos hombres que estaban sentados en la cabina miraron a Bosch y él les devolvió la mirada.

– Es aquí, ¿no? -preguntó Harry-. Eso era el rancho de Zorrillo.

– Sí. La entrada.

– ¿Nunca había salido el nombre de Zorrillo en la investigación?

– No hasta que usted lo dijo.

Águila no añadió nada más. Al cabo de un minuto llegaron a unos edificios situados cerca de la carretera, pero dentro del rancho. Bosch divisó una especie de granero con una puerta de garaje cerrada. A ambos lados del edificio había sendos corrales, donde vio media docena de toros en encerraderos individuales. No vio a nadie por los alrededores.

– Zorrillo cría toros bravos -le contó Águila.

– Eso he oído. Por aquí esto es un gran negocio, ¿no es así?

– Sí, y todos salen de un solo toro: El Temblar. Es un animal muy famoso en Mexicali porque mató a Mesón, el legendario torero. Ahora vive aquí y se pasea por el rancho, montando a las vaquillas cuando le place. Es un verdadero campeón.

– ¿El Temblar? -preguntó Bosch.

– Sí. Dice la leyenda que el hombre y la Tierra tiemblan cuando embiste este animal. Hace ya diez años de la muerte de Mesón, pero la gente aún la recuerda cada domingo en la plaza -respondió Águila.

– Y El Temblar corretea por ahí suelto, como una especie de perro de vigilancia; un bulldog o algo por el estilo.

– A veces a la gente se asoma a la verja con la esperanza de atisbar al gran animal, el padre de los toros más bravos de toda Baja. Párese un momento.

Bosch se detuvo en el arcén. Águila miraba al otro lado de la calle, a una hilera de almacenes y negocios. En algunos había rótulos, casi todos en inglés. Eran empresas que fabricaban productos para Estados Unidos pero preferían la mano de obra barata y los impuestos bajos de México. Había fabricantes de muebles, de azulejos, de placas para circuitos.

– ¿Ve el edificio de Mexitec Furniture? -preguntó Águila-. Pues la segunda estructura, la que no tiene letrero, es EnviroBreed.

Era un edificio blanco rodeado por una valla de tres metros de altura rematada con alambrada. Unos carteles en la valla advertían en dos idiomas que estaba electrificada y había perros dentro. Como Bosch no vio ninguno, supuso que los soltarían por la noche. Lo que sí detectó fueron dos cámaras en las esquinas de la fachada del edificio y unos cuantos coches aparcados dentro del complejo. No había ninguna camioneta de EnviroBreed, pero no era de extrañar, ya que las dos puertas del garaje estaban cerradas.

Bosch tuvo que pulsar un botón, explicar el motivo de su visita y mostrar su placa a la cámara antes de que la valla de entrada se abriera automáticamente. Tras aparcar junto a un Lincoln color burdeos con matrícula de California, Bosch y Águila atravesaron el polvoriento aparcamiento hasta llegar a las oficinas. Bosch se palpó levemente la parte posterior de la cadera y, al notar la pistola debajo de la chaqueta, se tranquilizó un poco. Cuando se disponía a agarrar el pomo de la puerta, ésta se abrió y salió un hombre encendiendo un cigarrillo. El hombre, de raza caucásica, llevaba un Stetson para cubrir su cara marcada por el acné y quemada por el sol. Bosch pensó que podía tratarse del conductor de la camioneta que había visto en el centro de erradicación de Los Ángeles.

– La última puerta a la izquierda -dijo el hombre-. Les está esperando.

– ¿Quién?

– Él.

El hombre del Stetson les dirigió una sonrisa de lo más falsa. Bosch y Águila entraron en un pasillo con paredes forradas de madera. A la izquierda había una pequeña mesa de recepción seguida de tres puertas y una cuarta al fondo. Una chica mexicana estaba sentada en la mesa de recepción y los miraba fijamente. Bosch la saludó y él y Águila comenzaron a avanzar por el pasillo. La primera puerta que pasaron estaba cerrada y marcada con un letrero con las siglas del Departamento de Agricultura de Estados Unidos. En las siguientes dos puertas no había rótulo. Al fondo del pasillo había unas gafas protectoras y máscaras colgadas de un gancho junto a una puerta que decía:

PELIGRO: RADIACIÓN. PROHIBIDO EL PASO A

PERSONAS SIN AUTORIZACIÓN

Tal como le habían indicado, Bosch abrió la tercera puerta de la izquierda y él y Águila pasaron a una pequeña antesala donde encontraron la mesa de una secretaria, pero sin secretaria.

– Por aquí, por favor -se oyó una voz en la sala contigua.

Bosch y Águila entraron en un amplio despacho, en cuyo centro había una enorme mesa de acero en la que descansaba un vaso de café. Detrás de ella, un hombre que lucía una guayabera azul celeste escribía en un libro de cuentas. Por la ventana de celosía entraba la suficiente luz para que no necesitara una lámpara. El hombre parecía rondar los cincuenta años y entre sus cabellos canosos se distinguían unas mechas de pelo teñido de negro. También era un gringo.

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