Michael Connelly - Hielo negro

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Cal Moore, del departamento de narcóticos, fue encontrado en un motel con un tiro en la cabeza cuando estaba investigando sobre una nueva droga de diseño llamada “hielo negro”. Para el detective Harry Bosch, lo importante no son los hechos aislados, sino el hilo conductor que los mantiene unidos. Y sus averiguaciones sobre el sospechoso suicidio de Moore parecen trazar una línea recta entre los traficantes que merodean por Hollywood Boulevard y los callejones más turbios de la frontera de México.

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Bosch dejó el paquete en la encimera y entró en el lavabo. Había un cepillo de dientes en el vaso y artículos de afeitado dentro del armarito-espejo. Nada más.

Al entrar en el dormitorio, Bosch se dirigió primero al armario. Allí había diversas prendas colgadas en perchas y más ropa en una cesta de plástico en el suelo. En el estante había una maleta de cuadros verdes y una caja blanca con la palabra «Snakes». Bosch volcó la cesta y registró los bolsillos de las camisas y pantalones sucios. Estaban vacíos. Luego fue pasando la ropa colgada en las perchas hasta llegar al fondo del armario, donde le asombró encontrar, protegido con un plástico, el uniforme de gala de Moore. Bosch pensó que haberlo guardado era un mal augurio, ya que una vez se dejaba la patrulla, sólo había un motivo para tenerlo: ser enterrado con él. Tal como ordenaba el departamento, Bosch también poseía un uniforme para casos de emergencia tales como un gran terremoto o disturbios callejeros a gran escala. Pero ya hacía más de diez años que se había deshecho de su uniforme de gala.

Bosch bajó la maleta; estaba vacía y olía a moho, por lo que dedujo que no la habían usado en bastante tiempo. Luego sacó la caja de las botas, pero ya sabía que estaba vacía antes de empezar. Dentro sólo había papel de seda.

Mientras lo volvía a colocar todo en el estante, Bosch recordó la bota de Moore, en el suelo de baldosas del Hideaway y se preguntó si el asesino habría tenido problemas en sacársela para completar la escena de suicidio. ¿Le habría ordenado a Moore que se la quitara antes? Seguramente no. El golpe que Teresa había hallado en la parte posterior de la cabeza significaba que probablemente Moore no se enteró de quién lo atacaba. Bosch se imaginó al asesino, envuelto en el anonimato de las sombras, viniendo por detrás y golpeándolo con la culata de la escopeta. Moore debió de derrumbarse. Entonces el asesino le sacó la bota, lo arrastró hasta el baño, lo apoyó contra la bañera y apretó los dos gatillos. Luego los limpió cuidadosamente, presionó el pulgar de Moore sobre la culata y le frotó las manos en los cañones para que las huellas fueran convincentes. Finalmente dejó la bota levantada sobre las baldosas y añadió la astilla de la culata, el toque final para completar una escena de suicidio.

La cama de matrimonio del apartamento de Moore estaba deshecha. En la mesilla de noche había un par de dólares en monedas y un marquito con una foto de Moore y su mujer. Bosch se acercó y lo examinó sin tocarlo. Sylvia sonreía, sentada en un restaurante o en un banquete de bodas. Estaba guapísima y su marido la miraba como si lo supiera.

– La cagaste, Cal -dijo Harry en voz alta.

Bosch se dirigió a la cómoda, un mueble tan desvencijado y cubierto de quemaduras e iniciales grabadas con navaja, que no lo hubiera aceptado ni el Ejército de Salvación. En el cajón de arriba había un peine y un marco de madera de cerezo, cara abajo. Cuando Bosch lo cogió y vio que estaba vacío, se quedó unos momentos pensativo. El marco tenía unos grabados de flores; era caro y obviamente no venía con el apartamento, lo cual quería decir que Moore lo había traído consigo. ¿Por qué estaba vacío? Le habría gustado preguntarle a Sheehan si él o alguien más se había llevado la fotografía como parte de la investigación, pero no podía hacerlo sin revelar que había estado allí.

El siguiente cajón contenía ropa interior, calcetines y una pila de camisetas dobladas; nada más. Había más ropa en el tercer cajón, toda bien doblada por una lavandería. Debajo de las camisas asomaba una revista pornográfica que prometía fotos de una famosa actriz de Hollywood desnuda. Bosch hojeó la revista, más por curiosidad que porque pudiese haber una pista en el interior. Estaba seguro de que todos los detectives y policías que habían pasado por el apartamento la habrían manoseado.

Bosch devolvió la revista a su sitio después de comprobar que las fotos de la actriz eran imágenes oscuras y de baja calidad en las que apenas se distinguían sus pechos. Asumió que procedían de una de sus primeras películas, antes de que tuviera suficiente poder para controlar la explotación de su cuerpo. Bosch se imaginó la decepción de los hombres que habían comprado la revista y acababan descubriendo que esas fotos eran la única recompensa a la morbosa oferta de la portada. Se imaginó la rabia y la vergüenza de la actriz. Y se preguntó si a Cal Moore lo excitaban. De pronto se le apareció una imagen de Sylvia Moore; Bosch deslizó la revista debajo de las camisas y cerró el cajón.

El último cajón de la cómoda contenía unos tejanos gastados y una bolsa de papel, vieja y arrugada, en la que había una gruesa pila de fotografías. Eso era lo que Harry había venido a buscar; lo había intuido en cuanto vio la bolsa. Así pues, apagó la luz del dormitorio, y se la llevó al salón.

Sentado en el sofá junto a la lámpara, Bosch encendió un cigarrillo y extrajo las fotos. Lo primero que observó fue que la mayoría estaban borrosas y viejas. De alguna manera, aquellas fotos parecían más privadas e íntimas que las de la revista pornográfica. Eran las imágenes que documentaban la triste biografía de Cal Moore.

Al parecer estaban en una especie de orden cronológico. Bosch lo dedujo porque empezaban en blanco y negro y acababan en color. Otros detalles, como la ropa o los coches, también le inclinaban a dar por buena esta teoría.

La primera foto era una imagen en blanco y negro de una chica hispana vestida con un uniforme blanco, tal vez de enfermera. Era morena, bonita y mostraba una sonrisa infantil y una mirada de ligera sorpresa. Estaba de pie junto a una piscina, con los brazos a la espalda. Bosch distinguió el borde de un objeto redondo detrás de ella y entonces comprendió que estaba ocultando una bandeja de servir. La muchacha no había querido que la fotografiaran con la bandeja. No era una enfermera, sino una doncella. Una sirvienta.

En la pila había otras fotos de ella a lo largo de los años. El paso del tiempo era generoso con ella, pero inevitablemente se dejaba notar. La mujer conservaba una belleza exótica, pero con los años se le marcaron unas arrugas de preocupación y los ojos perdieron parte de su alegría. En algunas de las fotos sostenía un bebé y luego posaba con un niño pequeño. Bosch la estudió detenidamente y, a pesar de que la foto era en blanco y negro, vio que el niño de pelo y piel oscura tenía los ojos claros. «Ojos verdes», pensó Bosch. Eran Calexico Moore y su madre.

En una de las imágenes, la mujer y el niño pequeño estaban delante de una gran casa con un tejado al estilo mexicano. Parecía una villa de estilo mediterráneo. Detrás de madre e hijo -aunque no se veía muy bien porque la foto estaba desenfocada- se alzaba una torre con dos ventanas oscuras borrosas, como cuencas vacías. Bosch pensó en lo que Moore le había contado a su mujer sobre haber crecido en un castillo. Este era.

En otra de las fotos el niño estaba de pie muy tieso junto a un hombre, un anglosajón con pelo rubio y la piel muy bronceada. Detrás de ellos se dibujaba la silueta esbelta de un Thunderbird de finales de los años cincuenta. El hombre tenía una mano apoyada en el capó y la otra en la cabeza del niño. Ésas eran sus posesiones, parecía decir la foto. A pesar de que el hombre miraba a la cámara con los ojos semicerrados, se distinguía el color de sus pupilas. Eran del mismo verde que las de su hijo. El hombre se estaba quedando calvo y, al comparar con fotos del niño con su madre tomadas en la misma época, Bosch dedujo que el padre de Moore había sido al menos quince años mayor que su mujer. La foto del padre y el hijo tenía los bordes gastados por haber sido manoseada, mucho más que las otras fotos de la pila.

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