Michael Connelly - La Rubia de Hormigón

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Harry Bosch es juzgado por haber matado, cuatro años antes, a Norman Church, asesino de once mujeres, conocido como El Fabricante de Muñecas. Incumpliendo el reglamento, Bosch no esperó refuerzos y disparó a Church cuando creyó que iba a sacar una pistola oculta bajo la almohada; en realidad, buscaba su peluquín. Por este asunto, el detective fue degradado a Homicidios de Hollywood.
Durante el transcurso del juicio es descubierto el cadáver enterrado en hormigón de una mujer. Todo apunta a que se trata de una antigua víctima de El Fabricante de Muñecas; pero cuando se establece la fecha de su muerte se descarta a Church como su asesino, puesto que entonces ya había fallecido. Este hecho pone en dificultades al detective, pues según la acusación podría haber matado a un hombre inocente. Bosch demuestra que un nuevo asesino en serie, El Discípulo, está imitando a Norman Church.
En el terreno personal, Harry tiene problemas con Sylvia Moore, que le reprocha que la mantenga al margen de sus preocupaciones y pensamientos

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– ¿A qué te refieres?

– Todo es fruto del árbol envenenado. El registro, todo. Todo es ilegal. No podemos ir contra Mora.

– Pero tampoco podemos dejar que siga llevando una placa -dijo Rollenberger, irritado-. Ese hombre debería estar en la cárcel.

El silencio que se hizo a continuación quedó quebrantado por un ruido que procedía de arriba, de la voz ronca pero elevada de Mora. De alguna forma había logrado deshacerse de la mordaza.

– ¡Bosch! ¡Bosch! Quiero un trato, te daré… -Empezó a toser-. Te lo daré, Bosch. ¿Me oyes? ¿Me oyes?

Sheehan se dirigió a las escaleras, que partían del armario que había fuera del salón. Dijo:

– Esta vez lo ataré tan fuerte que voy a estrangular a ese cabrón.

– Espera un momento -dijo Rollenberger.

Sheehan se detuvo en el umbral que separaba el salón del armario.

– ¿Qué dice? -dijo Rollenberger-. ¿Qué nos va a dar?

Miró a Bosch, que se encogió de hombros. Esperaron. Rollenberger tenía la vista puesta en el techo, pero Mora permaneció callado.

Bosch se inclinó sobre la mesa y cogió la agenda.

– Creo que tengo una idea -dijo.

El olor del sudor de Mora se había extendido por la habitación. Estaba sentado en el suelo, con las manos atrás, esposadas a la máquina de pesas. La toalla que le habían colocado en la boca con cinta aislante se le había deslizado hasta el cuello y parecía un collarín. La parte de delante estaba empapada de saliva y Bosch concluyó que Mora había conseguido liberarse a base de mover la mandíbula arriba y abajo.

– Bosch, desátame.

– Aún no.

Rollenberger avanzó.

– Detective Mora, tienes problemas. Tienes…

– Tú tienes problemas. Tú eres el que realmente tiene problemas. Todo esto es ilegal. ¿Cómo vas a explicarlo? ¿Sabes lo que voy a hacer? Voy a contratar a esa puta de Money Chandler y a demandar al departamento por un millón de dólares. Sí, voy a…

– No te lo podrás gastar si estás en la cárcel, Ray -dijo Bosch.

Levantó la agenda de teléfonos de Mora para que el poli de antivicio la viera.

– Si esto llega a manos de asuntos internos, te demandarán. Entre todos estos nombres y números tiene que haber alguien que hable de ti. Algún menor, seguramente. ¿Crees que te lo estamos haciendo pasar mal? Pues espera a que intervenga asuntos internos. Te llevarán a juicio, Ray. Y lo harán sin el registro de esta noche. Esto será tu palabra contra la nuestra.

Bosch apreció un rápido movimiento en los ojos de Mora y se dio cuenta de que había dado en el clavo. Mora tenía miedo de los nombres que había en la agenda.

– Así que -dijo Bosch-, dinos, ¿qué es lo que tenías en mente, Ray?

Mora apartó la vista de la agenda y miró primero a Rollenberger, luego a Bosch y después de nuevo a Rollenberger.

– ¿Estás dispuesto a hacer un trato?

– Tengo que saber primero cuál es el trato -dijo Rollenberger.

– De acuerdo, éste es el trato. Yo quedo libre y a cambio os doy el nombre del Discípulo. Sé quién es.

Bosch reaccionó en un primer momento con escepticismo, pero no dijo nada. Rollenberger lo miró y Bosch negó con la cabeza una vez.

– Lo sé -dijo Mora-. Es el mirón del que te hablé. No era ninguna tontería. Hoy he recibido sus datos. Encaja. Sé quién es.

Bosch se lo tomó entonces más en serio. Cruzó los brazos y le lanzó una mirada rápida a Rollenberger.

– ¿Quién es? -dijo Rollenberger.

– Pero antes, ¿cuál es el trato?

Rollenberger se dirigió a la ventana y abrió las cortinas. Estaba dejando el asunto en manos de Bosch, que avanzó y se acuclilló frente a Mora como si fuera un catcher.

– Este es el trato. Te lo voy a decir una sola vez. Lo tomas o lo dejas. Me das el nombre a mí y la placa al teniente Rollenberger. Dimites inmediatamente de tu cargo en el departamento. Accedes a no denunciar al departamento ni a ninguno de nosotros individualmente. A cambio, te largas.

– ¿Y cómo sé que no…?

– No lo sabes. ¿Y cómo sé yo que cumplirás tu parte? Me quedo con la agenda, Ray. Intenta jodernos y llegará a manos de asuntos internos. ¿Trato hecho?

Mora se quedó mirándolo unos segundos sin decir nada. Finalmente, Bosch se incorporó y se volvió hacia la puerta. Rollenberger fue tras él y dijo:

– Desátalo, Bosch. Llévalo al Parker Center y fíchalo por asalto a un oficial de policía, sexo ilegal con un menor y añade lo que te plazca de…

– Trato hecho -dijo de pronto Mora-. Pero no tengo ninguna garantía.

Bosch se dio la vuelta para mirarlo.

– Así es, ninguna. ¿Quién es?

Mora apartó la vista de Bosch y miró a Rollenberger.

– Desatadme primero.

– Que quién es, Mora -dijo Rollenberger-. Ya está bien.

– Es Locke. El puto loquero. Sois una panda de gilipollas, vosotros creyendo que era yo mientras él manejaba los hilos todo este tiempo.

Bosch se quedó un tanto aturdido, pero en aquel mismo momento empezó a ver clara la posibilidad de que fuera cierto. Locke conocía el método del Fabricante de Muñecas y encajaba con el perfil del Discípulo.

– ¿Él era el mirón?

– Sí, era él. Hoy lo ha identificado un productor. Se acercó por ahí diciendo que estaba escribiendo un libro para poder estar más cerca de las chicas. Luego las mataba, Bosch. Todo este tiempo que ha estado jugando a los médicos contigo, Bosch, ha estado ahí fuera…, asesinando.

Rollenberger se volvió hacia Bosch y preguntó:

– ¿Tú qué crees?

Bosch salió de la habitación sin responder. Bajó las escaleras y salió a toda prisa por la puerta en dirección al coche.

El libro de Locke estaba en el asiento trasero de su coche, donde Bosch lo había dejado el día que lo compró. Al dirigirse de nuevo hacia la casa con él se percató de que ya se dibujaban en el cielo los primeros signos del amanecer.

Bosch abrió el libro de Locke sobre la mesa del comedor de Mora y comenzó a hojearlo hasta que llegó a la «Nota del autor». En el segundo párrafo, Locke escribía: «El material para este libro ha sido recopilado en el transcurso de tres años de entrevistas con innumerables intérpretes de películas para adultos, muchos de los cuales expresaron su voluntad de permanecer en el anonimato o bien de ser identificados únicamente con sus nombres artísticos. El autor quiere expresar su agradecimiento a los productores que le facilitaron el acceso a los platós y despachos de producción en los que se llevaron a cabo las entrevistas.»

El hombre misterioso. Bosch cayó en la cuenta de que Mora podía tener razón y que Locke podía ser el hombre al que la actriz de vídeo, Gallery, había identificado como sospechoso cuando llamó, cuatro años atrás, al teléfono de afectados del equipo de investigación del Fabricante de Muñecas. Bosch buscó a continuación el índice del libro y recorrió los nombres con el dedo. En la lista figuraba Velvet Box. También Holly Lere y Magna Cum Loudly.

Bosch repasó mentalmente a toda velocidad la implicación de Locke en el caso. Definitivamente encajaba como sospechoso, por las mismas razones que Mora. Tenía un pie en cada lado, tal y como él mismo había descrito. Disponía de acceso a toda la información sobre las muertes del Fabricante de Muñecas y, al mismo tiempo, dirigía una investigación para un libro sobre la psicología de las actrices de la industria de la pornografía.

Bosch se entusiasmó, pero ante todo estaba indignado. Mora tenía razón. Locke había manejado los hilos, lo había manejado a él hasta el punto de que había puesto a los polis tras la pista del hombre equivocado. Locke era el Discípulo y se la había jugado por completo.

Rollenberger envió a Sheehan y a Opelt a casa de Locke para someterlo inmediatamente a vigilancia.

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