– Sí, lo recuerdo.
– Bien, pues él va a tener que satisfacer ese molde erótico. Va a tener que cumplir con él. ¿Cómo lo hace? ¿Cómo aguanta seis, siete u ocho meses? La respuesta es que tiene trofeos, recuerdos de conquistas pasadas. Cuando hablo de conquistas me refiero a asesinatos. Tiene objetos que le ayudan a recordar y a revivir sus fantasías. No le sirven como el acto real, ni mucho menos, pero puede que los utilice para ampliar el ciclo, para aplazar el impulso de actuar. Sabe que cuanto menos mate, menos probabilidades habrá de que lo atrapen.
Si sus sospechas son ciertas, el ciclo que ha establecido ahora es de casi ocho meses. Eso significa que está apurando al máximo, que trata de dominarse. Pero al mismo tiempo tenemos esta nota con esa extraña necesidad de llamar la atención, de decir: soy mejor que el Fabricante de Muñecas. ¡Continuaré! Y si no me creen, vean lo que he dejado en el hormigón en tal y tal lugar. La nota demuestra una importante desestructuración y, al mismo tiempo, revela que está inmerso en una tremenda lucha por controlar sus impulsos. ¡Ha aguantado más de siete meses!
Bosch apagó el cigarrillo contra un lateral de la papelera y lo tiró dentro. Sacó su cuaderno. Dijo:
– Nunca se encontró la ropa, ni de las víctimas del Fabricante de Muñecas ni del Discípulo. ¿Podría ser la ropa el trofeo que utiliza?
– Podría ser, pero olvídese de eso, Harry. Es más sencillo. Recuerde que lo que tenemos aquí es un hombre que escoge a sus víctimas después de haberlas visto en vídeos. Así que, qué mejor forma de mantener vivas sus fantasías que a través de vídeos. Si tiene ocasión busque vídeos en la casa, Harry. Y una cámara.
– Grabó los asesinatos -dijo Bosch.
No era una pregunta. Sólo repetía lo que Locke decía a modo de preparación para el encuentro con Mora.
– No podemos estar seguros, por supuesto -dijo Locke-. ¿Quién sabe? Pero yo diría que sí. ¿Se acuerda de Wesley Dodd?
Bosch negó con la cabeza.
– Fue el que ejecutaron hace un par de años en Washington. Lo colgaron. Es el ejemplo perfecto de la repetición circular. Era un asesino de niños. Le gustaba colgar a los niños en su armario, en perchas. También tenía una Polaroid. Cuando lo detuvieron, la policía encontró un álbum de fotos cuidadosamente conservado y lleno de instantáneas de los niños a los que había matado, todos colgados en el armario. Incluso se había tomado la molestia de escribir pies de foto. Completamente morboso. Pero por repugnante que fuera, le garantizo que aquel álbum salvó la vida de muchos otros niños. Sin ninguna duda. Porque lo utilizaba para satisfacer sus fantasías en lugar de actuar de nuevo.
Bosch asintió con la cabeza. En algún lugar de la casa de Mora encontraría un vídeo, o tal vez una galería fotográfica capaz de revolverle el estómago a cualquiera. Pero aquello era lo que mantenía a Mora alejado del abismo durante nada menos que ocho meses en cada ocasión.
– ¿Y qué me dice de Jeffrey Dahmer? -dijo Locke-. ¿Recuerda lo que ocurrió en Milwaukee? Otro fotógrafo. Le gustaba hacer fotos a los cadáveres, a partes de cadáveres. Aquello le ayudó a despistar a la policía durante años. Después comenzó a guardar los cadáveres. Ese fue su error.
Ambos guardaron silencio durante unos segundos. El cerebro de Bosch se llenó de imágenes espeluznantes de todos los cadáveres que había visto. Se frotó los ojos como si así pudiera borrarlas.
– ¿Cómo es eso que dicen de las fotos? -preguntó a continuación Locke-. ¿En los anuncios de la tele? Algo así como «el regalo que siempre te da más». ¿No será eso entonces lo que lleva a un asesino en serie a grabar?
Antes de salir del campus, Bosch pasó por el sindicato de estudiantes y entró en la librería. Había una pila de ejemplares del libro de Locke sobre el mundo del porno en la sección de psicología y estudios sociales. El primero de ellos tenía ya los bordes sucios de haber sido hojeado. Bosch cogió el que estaba debajo.
Cuando la chica de la caja abrió el libro para ver el precio, quedó abierto por una página en la que había una foto en blanco y negro de una mujer haciéndole una felación a un hombre. La cara de la chica enrojeció, aunque el tono no llegó a ser tan intenso como el escarlata del rostro de Bosch.
– Lo siento -fue lo único que acertó a decir.
– No pasa nada, ya lo había visto. El libro, quiero decir.
– Sí, claro.
– ¿Va a dar alguna clase con este libro el próximo semestre?
Bosch se dio cuenta de que, puesto que era demasiado mayor para ser un estudiante, en principio sólo tenía sentido que comprara aquel ejemplar si era un profesor. Le pareció que si explicaba que su interés se limitaba a su trabajo de policía, parecería mentira y llamaría la atención más de lo que quería.
– Sí -mintió.
– Ah, ¿sí? ¿Cómo se llama la asignatura? A lo mejor la elijo.
– Um, bueno, aún no lo he decidido. Todavía estoy formulando un…
– Bueno, ¿cómo se llama usted? La buscaré en el programa.
– Eh…, Locke. Doctor John Locke, psicología.
– Ah, así que es usted el autor. Sí, he oído hablar de usted. Ya buscaré la clase. Gracias y que tenga un buen día.
Ella le dio el cambio. El le dio las gracias y salió con el libro en una bolsa.
Poco antes de las cuatro Bosch estaba de regreso en el tribunal federal. Mientras esperaban a que saliera el juez Keyes y diera el fin de semana libre al jurado, Belk dijo en voz baja que había ido al despacho de Chandler por la tarde y le había ofrecido a la abogada de Deborah Church cincuenta de los grandes por retirar la demanda.
– Y le dijo que se los guardara.
– A decir verdad, no fue tan educada.
Bosch sonrió y miró a Chandler. Le estaba diciendo algo al oído a la mujer de Church, pero debió de notar que Bosch la estaba observando. Dejó de hablar y se volvió hacia él. Durante casi medio minuto ambos se sostuvieron la mirada como en una competición de adolescentes, y ninguno de los dos se dio por vencido hasta que se abrió la puerta de la sala y el juez Keyes entró para ocupar su lugar.
El magistrado pidió a la secretaria del tribunal que llamara al jurado. Preguntó si alguien deseaba comentar algo y, como no fue así, dio instrucciones a los miembros del jurado para que evitaran leer artículos de prensa sobre el caso o ver los telediarios locales. Acto seguido convocó al jurado y a las dos partes para las 9.30 de la mañana del lunes, cuando se retomarían las deliberaciones.
Bosch subió a la escalera mecánica justo detrás de Chandler para bajar al vestíbulo. Ésta iba un par de escalones más arriba que Deborah Church.
– ¿Abogada? -dijo en voz baja para que la viuda no pudiera oírlo.
Chandler se volvió en el escalón, agarrándose al pasamanos para mantener el equilibrio.
– El jurado está deliberando, no hay nada que pueda cambiar el caso a estas alturas -dijo-. El mismo Norman Church podría estar esperándonos a la salida y no podríamos decírselo al jurado. ¿Por qué no me da la nota? Aunque este caso haya acabado sigue habiendo una investigación abierta.
Chandler permaneció en silencio hasta que llegaron abajo. Ya en el vestíbulo, le dijo a Deborah Church que la esperara un momento en la calle. Luego se volvió hacia Bosch.
– Le repito que yo niego que haya una nota, ¿lo entiende?
Bosch sonrió.
– Eso ya lo habíamos superado, ¿lo recuerda? Ayer se fue de la lengua. Dijo que…
– No me importa lo que dije, ni tampoco lo que dijo usted. Mire, si el tipo me ha enviado una nota, no creo que sea más que una copia de la que ustedes tienen ya. No perdería el tiempo escribiendo una nueva.
Читать дальше