– No, he venido sin avisar.
– Lo que ocurre es que el doctor Locke tiene clase práctica todo el día. No puedo molestarlo si…
Por fin la joven levantó la vista y vio la placa que sostenía Bosch.
– Ahora mismo lo llamo.
– Dígale simplemente que soy Bosch y que necesito hablar con él unos minutos, si no hay inconveniente.
Ella habló brevemente por teléfono y repitió lo que Bosch acababa de decir. Después aguardó en silencio unos instantes y dijo: «Está bien», y colgó.
– Su ayudante dice que el doctor Locke pasará por aquí a buscarlo. Serán sólo unos minutos.
Bosch le dio las gracias y se sentó en una de las sillas que había junto a la puerta. Recorrió la antesala con la mirada.
Había un tablón de anuncios con carteles escritos a mano. La mayoría eran el tipo de anuncios que pone gente que busca compañeros de piso. También había un cartel en el que se anunciaba una fiesta de estudiantes de psiquiatría.
En la sala había otra mesa, además de la que ocupaba la estudiante. Pero estaba vacía en aquel momento.
– ¿Es esto parte del programa de estudios? -preguntó él-. ¿Tiene que pasar aquí un tiempo como recepcionista?
La joven levantó la vista del libro de texto.
– No, sólo es un trabajo. Yo estudio psicología infantil, pero encontrar un trabajo en el laboratorio de allí no es nada fácil. En cambio nadie quiere trabajar aquí en el sótano.
– ¿Y cómo es eso?
– Aquí abajo está toda la psicología más espantosa. Esto es psicohormonal. Al otro lado…
La puerta se abrió y apareció Locke, vestido con pantalones vaqueros azules y una camiseta teñida. Le tendió la mano a Bosch y Harry se fijó en la pulsera de cuero que llevaba en la muñeca.
– Harry, ¿cómo está?
– Bien. Estoy bien. ¿Y usted? Siento irrumpir aquí de esta manera, pero quería saber si dispone de unos minutos. Hay algunas novedades respecto a aquella cuestión con la que le molesté la otra noche.
– No fue ninguna molestia. Créame, para mí es fantástico tener un caso real entre manos. Las clases acaban por aburrirme.
Le pidió a Bosch que lo acompañara. Salieron, llegaron a un vestíbulo y entraron en un conjunto de despachos. Locke lo condujo hasta el último. Hileras de libros de consulta y lo que Bosch dedujo que serían tesis que había ido guardando ocupaban los estantes de la pared que había tras la mesa. Locke se dejó caer en una silla acolchada y puso un pie encima del escritorio. El flexo verde enganchado a la mesa estaba encendido y el resto de la luz procedía de una ventanita situada en la parte superior derecha de la pared. De vez en cuando, la luz de la ventana parpadeaba unos instantes al paso de algún viandante, como un eclipse humano.
Locke levantó la mirada hacia a la ventana y dijo:
– Algunas veces, aquí abajo, tengo la sensación de que trabajo en un calabozo.
– Creo que la estudiante de ahí fuera tiene esa misma sensación.
– ¿Melissa? Claro, normal. Ha escogido psicología infantil y no consigo convencerla para que se pase a mi bando. Pero bueno, dudo que haya venido al campus para oír historias de alumnas jovencitas, aunque supongo que tampoco le importaría.
– Tal vez en otro momento.
Bosch notó que alguien había fumado en aquella habitación, aunque no veía ningún cenicero. Sacó su paquete sin preguntar.
– ¿Sabe, Harry? Yo podría hipnotizarle y solucionarle el problema que tiene.
– Gracias, pero no, doctor. Ya me hipnoticé una vez y no funcionó.
– ¿En serio, es usted uno de los últimos policías de Los Ángeles hipnotizadores? Son una especie en extinción. Oí hablar del experimento. Los tribunales lo desestimaron, ¿no?
– Sí, no se admiten testigos hipnotizados en los juicios. Creo que yo soy el último al que enseñaron que sigue en el departamento.
– Es curioso.
– Bueno, el caso es que ha habido novedades desde la última vez que hablé con usted y pensé que estaría bien conocer su opinión. Creo que nos orientó bien con el enfoque del porno y a lo mejor ahora se le ocurre algo.
– ¿Qué novedades?
– Tenemos…
– Antes de nada, ¿quiere un café?
– ¿Va a tomar usted?
– Yo no tomo.
– Entonces no se preocupe. Tenemos un sospechoso. -¿Ah sí?
Bajó el pie de la mesa y se inclinó hacia adelante. Parecía realmente interesado.
– Y tiene un pie en cada bando, tal y como usted dijo. Estaba en el equipo de investigación y lo suyo, eh…, su campo de especialización, es el negocio de la pornografía. En estos momentos no creo que deba darle su nombre porque…
– Claro que no. Lo comprendo perfectamente. Es un sospechoso, no se le ha acusado de nada. Detective, no se preocupe, esta conversación no saldrá de aquí. Puede hablar con total libertad.
Bosch utilizó una papelera que había junto a la mesa de Locke como cenicero.
– Se lo agradezco. El caso es que lo estamos vigilando, viendo qué es lo que hace. Pero aquí es donde se complica la cosa. La cuestión es que probablemente es el policía más experto en la industria del porno y lo más normal es que acudamos a él para que nos asesore y nos dé información.
– Por supuesto, y si no lo hicieran seguramente empezaría a sospechar que sospechan de él. Ah, hemos tejido una red fantástica, Harry.
Locke se levantó y comenzó a pasear de un lado a otro del despacho con la mirada perdida y metiendo y sacando las manos de los bolsillos constantemente.
– Continúe, esto es magnífico. ¿Qué le dije? Dos actores independientes representando el mismo papel. El corazón negro no late solo. Siga, siga.
– Bueno, como le decía, lo normal es que acudamos a él, y así lo hemos hecho. Tras el hallazgo del cadáver esta semana, y con lo que usted dijo, sospechábamos que podría haber otras. Otras mujeres que desaparecieron y que también trabajaban en ese negocio.
– ¿Así que le pidieron a él que lo investigara? Extraordinario.
– Sí, se lo pedí yo ayer y hoy me ha dado otros cuatro nombres. Ya teníamos el nombre de la rubia de hormigón que apareció esta semana, más otro que el sospechoso desveló el otro día. Así que, si las sumamos a las dos primeras (las víctimas siete y once del Fabricante de Muñecas), ahora tenemos un total de ocho. El sospechoso ha estado todo el día bajo vigilancia, de modo que sabemos que ha hecho todo el trabajo necesario para averiguar estos nombres. No sólo me dio los nombres, sino que siguió todos los pasos.
– Era de esperar que actuara así. Él dará la imagen de que lleva una vida normal y rutinaria, independientemente de que sepa que lo están vigilando o no. Aunque ya conociera esos nombres, procedería a obtenerlos siguiendo los pasos pertinentes. Es uno de los síntomas que demuestran lo inteligente que… -Se detuvo, metió las manos en los bolsillos y frunció el entrecejo mientras parecía mirar fijamente al suelo entre sus pies-. ¿Dijo que eran seis nombres más los dos primeros?
– Eso es.
– Ocho asesinatos en casi cinco años. ¿Puede ser que haya más?
– Es lo que iba a preguntarle. La información procede del sospechoso. ¿Podría ser que mintiera? ¿Podría decirnos menos, darnos menos nombres de los que realmente hay para jugar con nosotros y enredar la investigación?
– Ah. -El psiquiatra continuó caminando de un lado a otro pero permaneció callado durante medio minuto-. Mi instinto me dice que no. No, yo no creo que trate de jugar con ustedes. Él se tomará su trabajo muy en serio. Creo que si lo que les ha dado son cinco nombres nuevos, es que no hay más. Debe tener presente que este hombre se siente superior a la policía en todos los sentidos. No sería extraño que fuera totalmente honesto con ustedes en algunos aspectos del caso.
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