Era inteligente por su parte, tal vez demasiado inteligente. Cuanto más lo pensaba Bosch, más se preguntaba si el juez se habría prestado a actuar como cómplice de la jugada. Miró a Belk y vio que el joven ayudante del fiscal municipal aparentemente no sospechaba nada. Al contrario, él creía que aquello había sido un golpe a su favor. Seguramente al cabo de semanas, cuando Keyes impusiera a Chandler una multa de cien dólares y la dejara marchar, caería en la cuenta.
– Haga lo que le parezca -le dijo a Belk-. Pero ella no aceptará. Va a ir hasta el final.
Ya en el Parker Center, Bosch entró en la sala de reuniones de Irving por la puerta que daba al pasillo. Irving había decidido el día anterior que el llamado grupo de investigación del Discípulo, trabajaría desde la sala de conferencias para que, de ese modo, el subdirector pudiera estar al corriente de los acontecimientos. Lo que no se dijo, aunque todos lo sabían, era que mantener al grupo alejado de los despachos de las brigadas incrementaría las posibilidades de que la noticia de lo que estaba sucediendo no saliera de allí. Al menos por unos días.
Cuando Bosch entró, en la sala estaban sólo Rollenberger y Edgar. Bosch advirtió que habían instalado cuatro teléfonos que estaban sobre la mesa redonda de reuniones. También había seis radiotransmisores Motorola y un panel de control central en la mesa, preparado para ser usado cuando fuera necesario. Cuando Edgar levantó la vista y vio a Bosch, miró inmediatamente hacia otro lado y descolgó un teléfono para realizar una llamada.
– Bosch -dijo Rollenberger-, bienvenido a nuestro centro de operaciones. ¿Zanjado lo del juicio? Por cierto, aquí no se puede fumar.
– Zanjado hasta que emitan el veredicto, pero no puedo alejarme a más de quince minutos. ¿Hay alguna novedad? ¿Qué está haciendo Mora?
– No hay mucho que contar. La cosa está tranquila. Mora ha pasado la mañana en el valle. Se dirigió a la oficina del fiscal de Sherman Oaks y luego a un par de agencias de cástings, también en Sherman Oaks.
Rollenberger estaba consultando un cuaderno de notas que tenía ante sí en la mesa.
– Después fue a un par de casas en Studio City. Había unas caravanas a la puerta y Sheehan y Opelt dijeron que tal vez estaban rodando alguna película. No se quedó mucho tiempo en ninguno de los dos sitios. En todo caso, ya ha vuelto a antivicio. Sheehan ha llamado hace un par minutos.
– ¿Ya tenemos al personal extra?
– Sí, Yde y Mayfield relevarán al primer equipo de vigilancia a las cuatro. Después de ellos habrá otros dos equipos.
– ¿Dos?
– El inspector Irving ha cambiado de opinión y quiere vigilancia las veinticuatro horas del día. Le seguiremos la pista durante toda la noche, aunque lo único que haga sea quedarse en casa y dormir. A mí, personalmente, me parece una buena idea vigilarle todo el día.
«Sí, sobre todo porque lo ha decidido Irving», pensó Bosch, aunque no dijo nada.
Miró las radios que había sobre la mesa.
– ¿Cuál es la frecuencia?
– Mmm, estamos en…, qué frecuencia… Ah, sí, en el cinco. Cinco simplex. Es una emisora del departamento de aguas y suministro eléctrico que se usa sólo en caso de emergencias. Un terremoto, una inundación, cosas de ese estilo. Al jefe le pareció que sería mejor no utilizar nuestras frecuencias. Si Mora es nuestro hombre, podría tener una oreja puesta en la radio.
Bosch pensó que seguramente a Rollenberger le parecía una buena idea, pero no se lo preguntó.
– Creo que es una buena idea tomar precauciones -dijo el teniente.
– Bien. ¿Hay alguna otra cosa que debería saber? -dijo mirando a Edgar, que estaba todavía al teléfono-. ¿Qué tiene Edgar?
– Sigue intentando localizar a la superviviente de hace cuatro años. Ya tiene una copia del expediente de divorcio de Mora. No hubo pleito.
Edgar colgó, acabó de escribir algo en un cuaderno y luego se levantó sin mirar a Bosch. Dijo:
– Voy a bajar a tomar un café.
– Vale -dijo Rollenberger-. Esta misma tarde deberíamos tener aquí nuestra cafetera. Lo hablé con el jefe y él pensaba requisar una.
– Buena idea -dijo Bosch-. Creo que voy a bajar con Edgar.
Edgar avanzó a toda velocidad por el vestíbulo para que Bosch no pudiera alcanzarlo. Al llegar al ascensor, apretó el botón, pero sin aflojar el ritmo, pasó de largo y fue hacia la escalera. Bosch lo siguió y, cuando habían bajado ya un piso, Edgar se detuvo y se dio la vuelta bruscamente.
– ¿Se puede saber por qué me sigues?
– Quiero café.
– Eh, no me vengas con chorradas.
– ¿Has…?
– No, no he hablado con Pounds todavía. He estado muy ocupado, ¿lo recuerdas?
– Vale, entonces no lo hagas.
– Pero ¿qué estás diciendo?
– Que si no has hablado con Pounds todavía, no lo hagas. Olvídalo.
– ¿En serio?
– Sí.
Se quedó allí parado mirando a Bosch, aún incrédulo.
– Aprende de ello. Y yo haré lo mismo. Ya lo he hecho. ¿De acuerdo?
– Gracias, Harry.
– No, no me vengas con «Gracias, Harry». Sólo di «de acuerdo».
– De acuerdo.
Bajaron hasta el siguiente piso y entraron en la cafetería. En lugar de volver con Rollenberger, Bosch propuso que se llevaran el café a una de las mesas.
– No veas, que flash con Hans Off-dijo Edgar-. No me quito de la cabeza la imagen de un reloj de cuco, con el teniente que va saliendo y dice: «¡Qué buena idea, jefe! ¡Qué buena idea, jefe!»
Bosch sonrió y Edgar se rió. Harry sabía que le había quitado un buen peso de encima a su colega y eso lo reconfortaba. Se sentía bien.
– Entonces, ¿todavía no se sabe nada de la superviviente? -dijo.
– Está por ahí, en algún lugar. Pero los cuatro años que han pasado desde que huyó del Discípulo no han sido buenos para Georgia Stern.
– ¿Qué ocurrió?
– Bueno, por lo que he leído en su historial y me han dicho algunas personas de antivicio, parece que acabó enganchándose. Seguramente después tenía un aspecto demasiado sórdido para hacer películas. Quiero decir, ¿quién quiere ver una de esas pelis si la chica tiene pinchazos en los brazos, en los muslos, en el cuello? Es el problema del negocio del porno cuando estás colgada de las drogas. Tienes que salir desnuda y no puedes ocultarlo.
En fin, he hablado con Mora, sólo para mantener el contacto rutinario y decirle que la estaba buscando. Él fue el que más o menos me dio a entender que las marcas de aguja eran la forma más rápida de que a uno le echaran del negocio. Pero no dijo nada más. ¿Crees que hice bien en ir a hablar con él?
Bosch lo pensó un momento y luego dijo:
– Sí. La mejor forma de que no sospeche nada es actuar como si él supiera lo mismo que nosotros. Si no le hubieras preguntado a él y luego hubiera llegado a sus oídos por otra vía o por alguien de antivicio que la estabas buscando, probablemente nos habría descubierto.
– Sí, eso me parecía, por eso lo llamé esta mañana, le hice unas cuantas preguntas y luego me puse manos a la obra. Por lo que él sabe, tú y yo somos los únicos que estamos dedicados a este nuevo caso. No sabe nada del equipo de investigación, al menos de momento.
– El problema de preguntarle a él por la superviviente es que si sabe que la estás buscando, puede que él intente encontrarla también. Tendremos que tener cuidado con eso. Coméntaselo a los equipos de vigilancia.
– Vale. Se lo diré. O que se lo diga Hans Off. Tendrías que oír a este tipo por radio, joder, es como un boy scout.
Bosch sonrió. Se imaginó que Hans Off no tenía ni idea de cómo utilizar los códigos en las comunicaciones por radio.
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