Sin embargo, esta vez Bosch sentía que Irving estaba algo más relajado. Lo advertía en la forma en que le había tratado durante la reunión, en el modo en que había testificado esa misma semana. Podría haber puesto a Bosch a cocerse al sol, pero no lo había hecho. Aun así, no era algo que Bosch pudiera o quisiera reconocerle. Así que esperó en silencio.
– Buen trabajo, detective. Especialmente teniendo en cuenta el juicio y todo lo que está pasando.
Bosch asintió, aunque ya sabía que ése no era el objeto de la reunión.
– Verá, es por eso que le he pedido que se quede. Por el juicio. Quiero, veamos cómo lo digo…, quería decirle, y disculpe el lenguaje, que me importa una puta mierda lo que decida el jurado o cuánto dinero le suelten a esa gente. Ese jurado no tiene ni idea de lo que significa estar ahí fuera. Tener que tomar decisiones que pueden costar una vida o salvarla. Usted no puede dedicar una semana para examinar y juzgar con precisión la decisión que tuvo que tomar en un segundo.
Bosch estaba pensando en algo que decir y el silencio pareció instalarse demasiado tiempo.
– Da igual -dijo Irving al fin-. Supongo que he tardado cuatro años en llegar a esa conclusión, pero mejor tarde que nunca.
– Oiga, podría servirme para el alegato final de mañana.
El rostro de Irving se encogió, las mandíbulas se doblaron como si acabara de tomar un bocado de chucrut frío.
– No empecemos con eso, tampoco. ¿Qué está haciendo esta ciudad? La oficina del fiscal municipal es sólo una escuela, una escuela de derecho para abogados. Y los contribuyentes pagan las clases. Tenemos esos pardillos, eh, vivarachos, que no tienen ni idea de la ley judicial. Aprenden de los errores que cometen en el tribunal a cuenta nuestra. Y cuando por fin son buenos y saben qué coño están haciendo, se van y se convierten en los abogados que nos demandan.
Bosch nunca había visto a Irving tan animado. Era como si se hubiera desprendido de su personalidad almidonada que siempre llevaba por uniforme. Harry estaba embelesado.
– Lo siento -dijo Irving-. Me he dejado llevar. En cualquier caso, buena suerte con ese jurado, pero no permita que le preocupen.
Bosch no dijo nada.
– ¿Sabe, Bosch?, basta con una reunión de media hora con el teniente Rollenberger en la sala para que me entren ganas de examinarme a mí mismo y a este departamento y hacia adonde se dirige. Él no es el departamento al que yo ingresé o al que ingresó usted. Es un buen gerente, sí, y yo también, o al menos eso creo. Pero no podemos olvidar que somos polis…
Bosch no sabía qué decir, o si debería decir algo. Parecía que Irving estaba casi divagando. Como si quisiera explicar algo, pero en cambio estuviera buscando otra cosa que decir.
– Hans Rollenberger, qué nombre, ¿eh? Supongo que los detectives de su equipo lo llaman Hans Off, ¿me equivoco?
– A veces.
– Sí, bueno, no es de extrañar. Eh…, verá, Harry, llevo treinta y ocho años en el departamento.
Bosch se limitó a asentir. La cosa se estaba poniendo extraña. Irving nunca lo había llamado por el nombre de pila antes.
– Y, eh, trabajé un montón de años en la patrulla de Hollywood, desde que salí de la academia… La cuestión es que Money Chandler me preguntó por su madre. Eso fue inesperado y lo siento, Harry. Lamento que perdiera a su madre.
– Fue hace mucho tiempo. -Bosch esperó un momento. Irving estaba cabizbajo, mirándose las manos que tenía cruzadas sobre la mesa-. Si es todo, creo que yo…
– Sí, eso es todo básicamente, pero, bueno, lo que quería decirle es que yo estuve allí ese día.
– ¿Qué día?
– El día que su madre… Yo era el AN.
– ¿El agente notificador?
– Sí, fui yo quien la encontró. Estaba haciendo la ronda por el bulevar y me metí en ese callejón de Gower. Solía pasar todos los días y. yo la encontré… Cuando Chandler me enseñó esos informes reconocí el caso de inmediato. Ella no conocía mi número de placa (estaba en el informe), de lo contrario habría sabido que la encontré yo. Chandler se habría puesto las botas con eso, supongo…
Para Bosch era duro permanecer sentado. Dio gracias de que Irving no le estuviera mirando. Sabía, o pensaba que sabía, qué era lo que Irving no estaba diciendo. Si había trabajado en la ronda del bulevar, entonces había conocido a la madre de Bosch antes de que estuviera muerta.
Irving lo miró y luego apartó la mirada hacia la esquina de la mesa. Sus ojos se posaron en el ficus.
– Alguien ha tirado una colilla en mi maceta -dijo-. ¿Es suya, Harry?
Bosch estaba encendiendo un cigarrillo mientras empujaba con el hombro una de las puertas de cristal del Parker Center. Irving le había sobresaltado con su anécdota. Bosch siempre había pensado que algún día se encontraría con alguien del departamento que conocería el caso, pero el nombre de Irving nunca se le había pasado por la cabeza.
Mientras atravesaba el aparcamiento sur para buscar el Caprice vio a Jerry Edgar de pie en la esquina de Los Angeles con la Primera, esperando que cambiara el semáforo. Bosch miró su reloj. Eran las cinco y diez, la hora de salir. Pensó que probablemente Edgar iba al Code Seven o al Red Wind a echar un trago antes de enfrentarse al tráfico de la autovía. No era una mala idea. Probablemente Sheehan y Opelt ya estaban sentados en taburetes de alguno de los dos bares.
Cuando Bosch llegó a la esquina, Edgar le llevaba una manzana y media de ventaja e iba caminando por la Primera en dirección al Code Seven. Bosch apretó el paso. Por primera vez en mucho tiempo sentía una ansia mental de tomar alcohol. Quería olvidarse durante un rato de Church y Mora, y también de Chandler y de sus propios secretos y de lo que Irving le había contado en la sala de reuniones.
Pero entonces Edgar pasó de largo junto a la porra que servía de tirador en la puerta del Code Seven sin siquiera echarle una mirada. Cruzó Spring y caminó junto al edificio del Times hacia Broadway. Va al Red Wind, pensó Bosch.
El Wind estaba bien para echar un trago. No tenía Wein-hardt en barril, sólo en botella, por lo que el local perdía puntos. Otro inconveniente era que contaba con el favor de los yuppies de la sala de redacción del Times, y muchas veces había más periodistas que polis. Lo mejor era que los jueves y viernes tocaba un cuarteto en directo entre las seis y las diez. La mayoría de sus miembros eran retirados de los clubes que no estaban demasiado borrachos, pero era una forma tan buena como otra cualquiera para salvarse de la hora punta.
Observó que Edgar cruzaba Broadway y se quedaba en la Primera en lugar de doblar a la izquierda para enfilar hacia el Wind. Bosch aminoró un poco el paso para que Edgar recuperara su ventaja de una manzana y media. Encendió otro cigarrillo y se sintió incómodo ante la perspectiva de seguir al otro detective, pero lo hizo de todos modos. Empezaba a inquietarle un mal presagio.
Edgar dobló a la izquierda en Hill y se metió en la primera puerta del lado este, enfrente de la nueva entrada de metro. La puerta que abrió era la del Hung Jury, un bar que estaba junto al vestíbulo del Fuentes Legal Center, edificio de ocho plantas que estaban ocupadas en su totalidad por despachos de abogados. En su mayor parte, los inquilinos eran abogados defensores y de litigios que habían elegido un edificio anodino, por no decir feo, a causa de su privilegiada ubicación; estaba a sólo una manzana de los tribunales penales y a una manzana y media del edificio federal.
Bosch lo sabía porque Belk se lo había contado el día que ambos habían acudido al Fuentes Legal Center para ir al despacho de Honey Chandler. Bosch había sido citado para prestar declaración en el caso Norman Church.
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