Michael Connelly - La Rubia de Hormigón

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Harry Bosch es juzgado por haber matado, cuatro años antes, a Norman Church, asesino de once mujeres, conocido como El Fabricante de Muñecas. Incumpliendo el reglamento, Bosch no esperó refuerzos y disparó a Church cuando creyó que iba a sacar una pistola oculta bajo la almohada; en realidad, buscaba su peluquín. Por este asunto, el detective fue degradado a Homicidios de Hollywood.
Durante el transcurso del juicio es descubierto el cadáver enterrado en hormigón de una mujer. Todo apunta a que se trata de una antigua víctima de El Fabricante de Muñecas; pero cuando se establece la fecha de su muerte se descarta a Church como su asesino, puesto que entonces ya había fallecido. Este hecho pone en dificultades al detective, pues según la acusación podría haber matado a un hombre inocente. Bosch demuestra que un nuevo asesino en serie, El Discípulo, está imitando a Norman Church.
En el terreno personal, Harry tiene problemas con Sylvia Moore, que le reprocha que la mantenga al margen de sus preocupaciones y pensamientos

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Lo único que el personal del mostrador podía decir con absoluta certeza era que se había registrado a las 0.35 horas porque en todas las fichas de entrada se marcaba la hora. El hombre había llamado a Heather Cummither veinte minutos después de registrarse.

Bosch volvió a centrarse en el programa de trabajo. El viernes antes de que Kemp fuera asesinada, Mora había trabajado. Pero al parecer había llegado y salido pronto. Había fichado a las 14.40 y había salido a las 23.45.

Eso le daba cincuenta minutos para llegar de la comisaría de Hollywood al Malibu Inn y registrarse en la habitación a las 0.35 horas del viernes. Bosch sabía que podía hacerse. Apenas había tráfico en la autopista del Pacífico a esa hora de la noche.

Podía ser Mora.

Se fijó en que el cigarrillo que había dejado encendido en el borde de la mesa se había consumido hasta la colilla y había descolorido el borde de fórmica. Rápidamente tiró el cigarrillo en un tiesto que contenía un ficus que había en una esquina de la mesa y giró ésta de manera que la marca de la quemadura quedara en el sitio en el que se había sentado Rollenberger. Agitó una de las carpetas para dispersar el humo y abrió la puerta del despacho de Irving.

– Raymond Mora.

Irving había dicho el nombre en voz alta seguramente para ver cómo sonaba. No dijo nada más cuando Bosch terminó de explicar lo que sabía. Bosch lo observó y esperó que comentara algo, pero el subdirector sólo olisqueó el aire, identificó el humo del cigarrillo y frunció el ceño.

– Otra cosa -dijo Bosch-. Locke no fue el único con quien hablé del discípulo. Mora sabe todo lo que acabo de explicar. Estaba en el equipo de investigación y esta semana acudimos a él para solicitar ayuda en la identificación de la rubia de hormigón. Yo estaba en vicio administrativo cuando me llamaron a el busca. Ya me había llamado anoche.

– ¿Qué quería? -preguntó Irving.

– Quería que supiera que pensaba que el discípulo podía haber matado a las dos reinas del porno de las once originales. Dijo que se le acababa de ocurrir que tal vez el discípulo había empezado entonces.

– Mierda -dijo Sheehan-, este tío está jugando con nosotros. Si…

– ¿Qué le dijo usted? -interrumpió Irving.

– Le dije que yo también estaba pensando en lo mismo. Y le pedí que consultara sus fuentes para ver si podía descubrir si había otras mujeres que desaparecieron o dejaron el negocio como lo hizo Becky Kaminski.

– ¿Le pediste que se pusiera a trabajar en esto? -dijo Rollenberger, con las cejas arqueadas por el asombro y la rabia.

– Tenía que hacerlo. Era la pregunta obvia. Si no lo hubiera hecho, habría sabido que sospechaba.

– Tiene razón -dijo Irving.

El pecho de Rollenberger pareció desinflarse un poco. No lograba dar una a derechas.

– Vamos a necesitar más gente -dijo Opelt, puesto que todo el mundo parecía tan bien dispuesto.

– Quiero que empiecen a vigilarlo mañana por la mañana -ordenó Irving-. Vamos a necesitar al menos tres equipos. Sheehan y Opelt serán uno. Bosch, usted está implicado en el juicio y quiero que Edgar trabaje en localizar a la superviviente, así que ustedes dos están descartados. Teniente Rollenberger, ¿de quién más puede disponer?

– Bueno, Yde está por aquí porque Buchert está de vacaciones y Mayfield y Rutherford están en el tribunal en el mismo caso. Puedo liberar a uno para que haga pareja con Yde. Eso es todo lo que tengo, a no ser que quiera que aparquemos alguna investigación.

– No, no quiero eso. Ponga a Yde y Mayfield en esto. Iré a ver a la teniente Hilliard y veré de quién puede disponer en el valle. Tiene a tres equipos en el caso del camión de cátering desde hace un mes y están en un callejón sin salida. Quitaré un equipo del caso.

– Muy bien, señor -dijo Rollenberger.

Sheehan miró a Harry y puso cara de que iba a vomitar con ese tipo de jefe. Bosch le devolvió la sonrisa. La sensación de vértigo siempre estaba presente cuando los detectives recibían las órdenes y estaban a punto de emprender la caza.

– Opelt, Sheehan, quiero que se pongan con Mora mañana a las ocho -dijo Irving-. Teniente, quiero que prepare una reunión con el nuevo personal mañana por la mañana. Póngales al corriente de lo que tenemos y que un equipo releve a Opelt y Sheehan en la vigilancia de Mora a las cuatro de la tarde. Estarán con Mora hasta que no quede luz. Si hace falta hacer horas extras las autorizaré. La otra pareja asumirá la vigilancia a las ocho de la mañana del sábado y Opelt y Sheehan continuarán a las cuatro. Rotaremos así. Los vigilantes del turno de noche tienen que quedarse con él hasta que estén seguros de que se ha metido en la cama. No quiero errores. Si este tipo hace algo mientras lo estamos vigilando ya pueden irse despidiendo de sus carreras.

– ¿Jefe?

– Sí, Bosch.

– No hay garantía de que vaya a hacer algo. Locke piensa que el discípulo tiene mucho control. No cree que salga de caza cada noche. Cree que controla sus impulsos y que vive de manera bastante normal, hasta que actúa a intervalos regulares.

– Ni siquiera tenemos la garantía de que estemos vigilando al hombre correcto, detective Bosch, pero quiero que lo vigilemos de todos modos. Mantengo la esperanza de que estemos espantosamente equivocados con el detective Mora, pero lo que ha dicho aquí es convincente desde un punto de vista circunstancial. No hay nada que sirva para un juicio. Así que lo vigilaremos y mantendremos la esperanza de que si es él veremos la señal de alarma antes de que haga daño a nadie más. Mi…

– Estoy de acuerdo, señor -dijo Rollenberger.

– No me interrumpa, teniente. Mi fuerte no es ni el trabajo detectivesco ni el psicoanálisis, pero algo me dice que sea quien sea el discípulo, está sintiendo la presión. Está claro que se la echó encima él mismo con la nota. Y puede que piense que éste es un juego del gato y el ratón que puede dominar. No obstante, está sintiendo la presión. Y una cosa que sé, sólo de ser poli, es que cuando esta gente a la que yo llamo moradores del filo siente la presión, reacciona. A veces se quiebran, a veces actúan. Así que lo que estoy diciendo es que, con lo que sé del caso, quiero que Mora esté vigilado aunque sólo salga al buzón a recoger el correo.

Los detectives se quedaron en silencio. Incluso Rollenberger, que parecía acobardado por su patinazo al interrumpir a Irving.

– Muy bien, entonces, cada uno tiene su misión. Sheehan y Opelt, vigilancia. Bosch, usted va por libre hasta que termine con el juicio. Edgar, usted tiene a la superviviente y cuando tenga tiempo investigue a Mora. Nada que le vuelva a él.

– Está divorciado -apuntó Bosch-. Se divorció justo antes de que se formara el equipo del Fabricante de Muñecas.

– Muy bien, ése será su punto de partida. Vaya al tribunal y saque el expediente del divorcio. Quién sabe, tal vez tengamos suerte. Tal vez su mujer lo dejó porque a él le gustaba maquillarla como a una muñeca. Las cosas ya han sido lo bastante duras en este caso, no nos vendría mal una ayudita así.

Irving miró a la cara a todos los reunidos en la mesa.

– El potencial que tiene este caso para dejar en ridículo al departamento es enorme. Pero no quiero que nadie se reserve. Dejemos que cada piedra caiga en su lugar… Muy bien, cada uno tiene su función. Pónganse a ello. Pueden salir todos, salvo el detective Bosch.

Mientras los otros salían de la sala, Bosch pensó que el rostro de Rollenberger mostraba su decepción por no tener la oportunidad de una entrevista privada con Irving para lamerle el culo.

Después de que se cerró la puerta, Irving se quedó unos segundos en silencio mientras ordenaba lo que quería decir. Durante la mayor parte de la carrera de Bosch como detective, Irving había sido su perdición, empeñado perpetuamente en controlarle y llevarlo al redil. Bosch siempre se había resistido. Nada personal, simplemente a Bosch no le iba eso.

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