Michael Connelly - La Rubia de Hormigón

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Harry Bosch es juzgado por haber matado, cuatro años antes, a Norman Church, asesino de once mujeres, conocido como El Fabricante de Muñecas. Incumpliendo el reglamento, Bosch no esperó refuerzos y disparó a Church cuando creyó que iba a sacar una pistola oculta bajo la almohada; en realidad, buscaba su peluquín. Por este asunto, el detective fue degradado a Homicidios de Hollywood.
Durante el transcurso del juicio es descubierto el cadáver enterrado en hormigón de una mujer. Todo apunta a que se trata de una antigua víctima de El Fabricante de Muñecas; pero cuando se establece la fecha de su muerte se descarta a Church como su asesino, puesto que entonces ya había fallecido. Este hecho pone en dificultades al detective, pues según la acusación podría haber matado a un hombre inocente. Bosch demuestra que un nuevo asesino en serie, El Discípulo, está imitando a Norman Church.
En el terreno personal, Harry tiene problemas con Sylvia Moore, que le reprocha que la mantenga al margen de sus preocupaciones y pensamientos

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La sensación de inquietud se tornó en un agujero en el estómago cuando abrió la puerta del Hung Jury y entró en el vestíbulo principal del Fuentes Center. Conocía la disposición del bar porque había pasado a tomarse una cerveza y un trago después de la declaración con Chandler, y sabía que había una entrada desde el vestíbulo del edificio. Empujó la puerta de la entrada del vestíbulo y entró en una sala donde había dos teléfonos públicos y las puertas de los lavabos. Se acercó a la esquina y miró cuidadosamente a la zona del bar.

Sinatra cantaba Summer Wind desde una máquina de discos que Bosch no podía ver; una camarera con una peluca hinchada y billetes enrollados en los dedos -de diez, de cinco y de uno- estaba sirviendo una ronda de martinis a cuatro abogados sentados cerca de la entrada principal y el barman estaba inclinado sobre la barra tenuemente iluminada, fumando un cigarrillo y leyendo el Hollywood Repórter. Bosch supuso que cuando no trabajaba en la barra sería actor o guionista. O tal vez un cazatalentos. ¿Quién no era cazatalentos en Los Ángeles?

Cuando el barman se inclinó para apagar el cigarrillo, Bosch vio a Edgar sentado en el extremo de la barra con una cerveza de barril delante. A su lado una cerilla brilló en la oscuridad y Bosch observó que Honey Chandler encendía un cigarrillo y luego tiraba el fósforo en un cenicero que tenía junto a lo que parecía un bloody mary.

Bosch retrocedió y se perdió de vista.

Esperó junto a una casucha de contrachapado que habían construido en la acera de Hill y la Primera y que servía de quiosco de periódicos. Lo habían cerrado y tapado con tablones por la noche. Mientras oscurecía y empezaban a encenderse las farolas, Bosch pasó el tiempo esquivando mendigos y prostitutas que buscaban a un último «especial hombre de negocios» antes de trasladarse desde el centro hacia Hollywood para el trabajo de la noche, la parte más dura.

Cuando vio que Edgar salía del Hung Jury, Bosch ya tenía una bonita pila de colillas a sus pies. Lanzó lo que le quedaba del cigarrillo que se estaba fumando y se escondió tras el quiosco para que Edgar no le viera. Bosch no detectó rastro de Chandler y supuso que había abandonado el bar por la otra puerta y había bajado al garaje. Edgar probablemente había rechazado el viaje hasta el Parker Center.

Cuando Edgar pasó junto al quiosco Bosch salió tras él.

– ¿Pasa, Jerry?

Edgar saltó como si le hubieran colocado un cubito de hielo en la nuca.

– ¿Harry? ¿Qué estás…? Eh, ¿quieres echar un trago? Yo venía a eso.

Bosch dejó que se quedara allí muñéndose de vergüenza unos segundos antes de decir:

– Tú ya te has tomado uno.

– ¿Qué quieres decir?

Bosch dio un paso hacia su compañero. Edgar parecía francamente asustado.

– Ya sabes qué quiero decir. Una cerveza para ti, ¿no? Y un bloody mary para la dama.

– Oye, Harry, mira, yo…

– No me llames así. No vuelvas a llamarme Harry. ¿Entendido? Si quieres hablar conmigo llámame Bosch. Así es como me llama la gente que no es amiga mía, la gente de la que no me fío. Llámame Bosch.

– ¿Puedo explicarme? Har…, eh, dame la oportunidad de explicarme.

– ¿Qué hay que explicar? Me has jodido. No hay nada que explicar. ¿Qué le has dicho esta noche? Le has contado todo lo que acabamos de hablar en el despacho de Irving. No creo que lo necesite, tío. El daño ya está hecho.

– No. Ella se fue hace mucho rato. He estado solo la mayor parte del tiempo, pensando en cómo salir de ésta. No le dije una palabra de la reunión de hoy. Harry, yo no…

Bosch dio un paso más y en un rápido movimiento levantó la mano abierta y golpeó a Edgar en el pecho.

– ¡Te he dicho que no me llames así! -gritó-. Eres un mierda. Tú… Trabajábamos juntos, tío. Te he enseñado… Me están dando por culo en esa sala y descubro que tú eres el puto topo.

– Lo siento, yo…

– ¿Y Bremmer? ¿Fuiste tú el que le habló de la nota? ¿Ahora vas a tomarte una copa con él? ¿Vas a ver a Bremmer? Bueno, no dejes que te retrase.

– No, tío, yo no he hablado con Bremmer. Mira, cometí un error, ¿vale? Lo siento. Ella también me ha jodido. Era como un chantaje. No podía… Trataba de salir de esto, pero ella me tenía cogido por las pelotas. Tienes que creerme, tío. Bosch lo miró un momento. Ya estaba completamente oscuro, pero le pareció que los ojos de Edgar brillaban a la luz de las farolas. Tal vez se estaba aguantando las lágrimas. Pero de qué eran esas lágrimas. ¿Eran lágrimas por la pérdida de la relación que tenían? ¿O eran lágrimas de miedo? Bosch sintió la inyección de su poder sobre Edgar. Y Edgar sabía que lo tenía.

En voz muy tranquila y baja, Bosch dijo:

– Quiero saberlo todo. Vas a contarme lo que has hecho.

El cuarteto del Wind estaba en un descanso. Se sentaron en una mesa del fondo. Era una sala oscura, con paredes de madera, como cientos de otras en la ciudad. Una almohadilla de cuero rojo, con marcas de cigarrillos, recorría el extremo de la barra y las camareras lucían uniformes negros con delantales blancos y todas llevaban demasiado carmín en los labios. Bosch pidió un doble de Jack Black y una botella de Weinhard. También le dio a la camarera dinero para un paquete de cigarrillos. Edgar, que tenía la cara de un hombre cuya vida se le había escapado, pidió un Jack Black y un vaso de agua.

– Es la puta recesión -empezó Edgar antes de que Bosch le hiciera una pregunta-. El mercado inmobiliario se ha ido al cuerno. Tuve que dejar el trabajo, y tenemos la hipoteca y, ya sabes cómo es, tío. Brenda se ha acostumbrado a cier…

– No me jodas. ¿Crees que quiero escuchar que me has vendido porque tu mujer tiene que conducir un Chevrolet en lugar de un BMW? Vete a la mierda. Tú…

– No es así. Yo…

– Cállate. Estoy hablando yo. Tú vas a…

Ambos se callaron mientras la camarera les servía las bebidas y les traía los cigarrillos. Bosch dejó un billete de veinte en la bandeja sin apartar de Edgar su mirada oscura y encolerizada.

– Vamos, ahórrate las mentiras y cuéntame lo que hiciste.

Edgar vació la copa y luego tomó agua antes de empezar.

– Eh, verás, fue el lunes por la tarde a última hora. Habíamos estado en la escena en Bing's y yo había vuelto a la oficina. Recibí una llamada en la oficina y era Chandler. Ella sabía que había pasado algo. No sé cómo, pero lo sabía, conocía la nota y que habíamos descubierto un cadáver. Debió de darle la voz Bremmer o alguien. Ella empezó a hacer preguntas, ¿sabes? ¿Se ha confirmado que era del Fabricante de Muñecas? Cosas así. La eché. Sin comentarios.

– ¿Y?

– Bueno, entonces, ella me ofreció algo. Debo dos meses de hipoteca y Brenda ni siquiera lo sabe.

– ¿Qué te he dicho? No quiero que me cuentes tus penas. Ya te digo que no tengo compasión por eso. Si me lo cuentas sólo conseguirás enfurecerme.

– Vale, vale. Me ofreció dinero. Yo le dije que lo pensaría. Ella me dijo que si quería hacer un trato me reuniera con ella en el Hung Jury esa noche… No me dejas que diga el porqué, pero tenía razones, así que fui. Sí, fui.

– Sí, y la cagaste -dijo Bosch, esperando derribar el tono desafiante que se había abierto paso en la voz de Edgar.

Había acabado el último de sus Jack Black y le había hecho una seña a la camarera, pero ella no le había visto. Los músicos estaban ocupando sus lugares detrás de sus instrumentos. El líder era un saxofonista y Bosch lamentó no estar en el local en otras circunstancias.

– ¿Qué le contaste?

– Sólo lo que sabíamos ese día. Pero ella ya lo tenía casi todo. Le expliqué que tú dijiste que parecía del Fabricante de Muñecas. No era mucho, Ha… y la mayor parte estaba en el periódico al día siguiente. Y yo no era la fuente de Bremmer. Has de creerme.

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