Michael Connelly - La Rubia de Hormigón

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Harry Bosch es juzgado por haber matado, cuatro años antes, a Norman Church, asesino de once mujeres, conocido como El Fabricante de Muñecas. Incumpliendo el reglamento, Bosch no esperó refuerzos y disparó a Church cuando creyó que iba a sacar una pistola oculta bajo la almohada; en realidad, buscaba su peluquín. Por este asunto, el detective fue degradado a Homicidios de Hollywood.
Durante el transcurso del juicio es descubierto el cadáver enterrado en hormigón de una mujer. Todo apunta a que se trata de una antigua víctima de El Fabricante de Muñecas; pero cuando se establece la fecha de su muerte se descarta a Church como su asesino, puesto que entonces ya había fallecido. Este hecho pone en dificultades al detective, pues según la acusación podría haber matado a un hombre inocente. Bosch demuestra que un nuevo asesino en serie, El Discípulo, está imitando a Norman Church.
En el terreno personal, Harry tiene problemas con Sylvia Moore, que le reprocha que la mantenga al margen de sus preocupaciones y pensamientos

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A Bosch le resultó mareante verla. Allí estaba Church, sin peluquín y calvo como un bebé, bebiendo cerveza con sus amigos. El hombre al que Bosch había matado, brindaba por el matrimonio de un amigo y aparecía como el ganso americano que Bosch sabía que no era.

La cinta duraba noventa minutos y el punto culminante era la visita de una stripper que cantaba una canción al novio mientras le echaba en la cabeza cada una de las piezas de lencería de las que se iba desprendiendo. En el vídeo, Church parecía avergonzado de asistir a ese espectáculo y se fijaba más en el novio que en la mujer.

Bosch apartó la mirada de la cinta para observar al jurado y se dio cuenta de que la cinta era devastadora para la defensa. Desvió la mirada.

Después de que el vídeo terminó de reproducirse, Chandler dijo que tenía algunas preguntas más para Wieczorek. Eran preguntas que podría haber planteado Belk, pero ella se le estaba adelantando.

– ¿Cómo se coloca la fecha y la hora en el marco del vídeo?

– Bueno, cuando lo compras se pone en hora y luego la batería lo mantiene. Nunca tuve que ajustarlo desde que lo compré.

– Pero si quisiera podría poner la fecha que quisiera en el momento que quisiera, ¿no?

– Supongo.

– Entonces, pongamos que fuera a grabar en vídeo a un amigo para usarlo más tarde como coartada, ¿podría poner la fecha hacia atrás, digamos un año, y luego grabar el vídeo?

– Claro.

– ¿Podría poner una fecha en un vídeo ya grabado?

– No. No se puede sobreimponer una fecha en un vídeo existente. No funciona así.

– Así pues, en este caso, ¿cómo pudo hacerlo? ¿Cómo pudo crear una coartada falsa para Norman Church?

Belk se levantó y protestó, argumentando que la respuesta de Wieczorek sería especulativa, pero el juez Keyes rechazó la protesta diciendo que el testigo tenía experiencia con su propia cámara.

– Bueno, no podría hacerlo ahora porque Norman está muerto -dijo Wieczorek.

– Así que lo que está diciendo es que para hacer una cinta falsa, tendría que haber conspirado con el señor Church para hacerla antes de que el señor Bosch lo matara, ¿es así?

– Sí, tendríamos que haber sabido que en algún momento necesitaría esta cinta y tendría que haberme dicho en qué fecha prepararla y etcétera, etcétera. Es todo bastante rocambolesco, especialmente porque puede buscar los periódicos de ese año y encontrar el anuncio de boda que decía que mi amigo se casó el treinta de septiembre. Eso le muestra que esta despedida de soltero tuvo que celebrarse el veintiocho o alrededor del veintiocho. No es falsa.

El juez Keyes aceptó la protesta de Belk de que la última frase no respondía a la pregunta y pidió al jurado que no la tuviera en cuenta. Bosch sabía que no necesitaban haberlo oído. Todos sabían que la cinta no era falsa. Él también lo sabía. Se sentía sudoroso y mareado. Algo había ido mal, pero no sabía qué. Tenía ganas de levantarse y salir, pero sabía que hacerlo habría sido una admisión de culpa tan fuerte que las paredes habrían temblado como en un terremoto.

– Una última pregunta -dijo Chandler. Tenía el rostro encendido mientras conducía hacia la victoria-. ¿Alguna vez vio que Norman Church llevara un peluquín de algún tipo?

– Nunca. Lo conocí durante muchos años y nunca lo vi con peluquín ni oí hablar de nada por el estilo.

El juez Keyes le devolvió el testigo a Belk, quien se acercó pesadamente al estrado con su bloc amarillo. Parecía demasiado agitado por el giro de los acontecimientos para recordar decir «sólo unas pocas preguntas». Fue directo a su pobre intento de mitigar los daños.

– Ha dicho que leyó un libro sobre el caso del Fabricante de Muñecas y que entonces descubrió que la fecha de esta cinta coincidía con uno de los asesinatos, ¿es así?

– Exacto.

– ¿Buscó para encontrar coartadas para los otros diez asesinatos?

– No, no lo hice.

– Así pues, señor Wieczorek, no tiene nada que ofrecer en términos de defensa de su amigo de muchos años contra esos otros casos que un equipo de investigación formado por numerosos agentes relacionó con él.

– La cinta muestra la mentira de todos ellos. El equipo…

– No está respondiendo a la pregunta.

– Sí, lo estoy haciendo. Si muestra la falsedad en uno de los casos, pone en cuestión todas las pruebas halladas tras el disparo, en mi opinión.

– No le estoy preguntando su opinión, señor Wieczorek. Veamos, eh, ha dicho que nunca vio que Norman Church llevara peluquín, ¿cierto?

– Eso es lo que he dicho, sí.

– ¿Sabía que tenía ese apartamento alquilado con un nombre falso?

– No, no lo sabía.

– Había muchas cosas que no sabía de su amigo, ¿verdad?

– Supongo.

– ¿Supone que es posible que del mismo modo que tenía ese apartamento sin que usted lo supiera podía llevar ocasionalmente peluquín sin que usted lo supiera?

– Supongo.

– Veamos, si el señor Church era el asesino, según lo acusa la policía, y utilizaba disfraces como dice la policía que hacía el asesino, ¿podría…?

– Protesto -dijo Chandler.

– … esperarse que hubiera algún…

– ¡Protesto!

– … peluquín en el apartamento?

El juez Keyes admitió la protesta de Chandler a la pregunta de Belk, por cuanto buscaba una respuesta especulativa, y amonestó al abogado defensor por continuar con la pregunta después de que se hubiera planteado la protesta. Belk aceptó la reprimenda y dijo que no tenía más preguntas. Cuando se sentó le corrían líneas de sudor desde el cuero cabelludo que le bajaban por las sienes.

– Lo mejor que podía hacer -susurró Bosch.

Belk no le hizo caso, sacó un pañuelo y se enjugó el rostro.

Después de aceptar la cinta de vídeo como prueba, el juez decretó una pausa para comer. Una vez que el jurado hubo abandonado la sala se acercó a Chandler un puñado de periodistas. Bosch observó la escena y supo que representaba el veredicto de cómo iban las cosas. Los medios de comunicación siempre gravitaban en torno a los ganadores, los que se percibían como ganadores, los ganadores finales. Siempre es más fácil hacerles preguntas a ellos.

– Será mejor empezar a pensar en algo, Bosch -dijo Belk-. Podríamos haber llegado a un acuerdo hace seis meses por cincuenta mil dólares. De la manera en que han ido las cosas, eso no era nada.

Bosch se volvió para mirarlo. Estaban en la barandilla, detrás de la mesa de la defensa.

– Usted lo cree, ¿verdad? Se lo cree todo. Que maté a ese tipo y que luego le plantamos todo lo que lo relacionaba con el caso.

– No importa lo que yo crea, Bosch.

– A tomar por culo, Belk.

– Como he dicho, es mejor que empiece a pensar en algo.

Belk sacó su amplio contorno por la puerta y se dirigió a la salida. Bremmer y otro periodista se le acercaron, pero él los eludió con un gesto. Bosch también salió y también rechazó a los periodistas. Sin embargo, Bremmer mantuvo el paso tras él mientras recorría el pasillo hacia la escalera mecánica.

– Escucha amigo, yo también me juego el cuello. Escribí un libro acerca de un tipo, y si no era el asesino quiero saberlo.

Bosch se detuvo y Bremmer estuvo a punto de chocar con el. Miró de cerca al periodista. Éste tenía unos treinta y cinco años, con sobrepeso, pelo castaño que empezaba a perder. Como muchos hombres, trataba de compensarlo dejándose una tupida barba que sólo servía para hacerle parecer mayor. Bosch se fijó en que el sudor del periodista le había manchado la camisa bajo los sobacos. Pero el problema no era su olor corporal, sino el aliento a cigarrillo.

– Mira, si crees que me equivoqué de tipo, entonces escribe otro libro y consigue otro anticipo de cien mil dólares. ¿Qué te importa si era el asesino o no?

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