Michael Connelly - La Rubia de Hormigón

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Harry Bosch es juzgado por haber matado, cuatro años antes, a Norman Church, asesino de once mujeres, conocido como El Fabricante de Muñecas. Incumpliendo el reglamento, Bosch no esperó refuerzos y disparó a Church cuando creyó que iba a sacar una pistola oculta bajo la almohada; en realidad, buscaba su peluquín. Por este asunto, el detective fue degradado a Homicidios de Hollywood.
Durante el transcurso del juicio es descubierto el cadáver enterrado en hormigón de una mujer. Todo apunta a que se trata de una antigua víctima de El Fabricante de Muñecas; pero cuando se establece la fecha de su muerte se descarta a Church como su asesino, puesto que entonces ya había fallecido. Este hecho pone en dificultades al detective, pues según la acusación podría haber matado a un hombre inocente. Bosch demuestra que un nuevo asesino en serie, El Discípulo, está imitando a Norman Church.
En el terreno personal, Harry tiene problemas con Sylvia Moore, que le reprocha que la mantenga al margen de sus preocupaciones y pensamientos

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– Vale.

– Pero trata de no mencionar nada de esto si puedes.

– Mientras pueda.

– Ella tiene que saber qué preguntar antes de poder preguntarlo. Sólo necesito un poco de tiempo para trabajar con esto y ver qué significa.

– No hay problema, colega. Tú y yo sabemos que cayó el asesino. No hay duda de eso, Harry.

Pero decirlo en voz alta hacía que surgiera la duda, Bosch lo sabía. Mora se estaba planteando las mismas preguntas que él.

– ¿Necesitas que consiga el vídeo mañana para que sepas qué aspecto tenía antes de que repases los archivos?

– No, como te decía, tenemos catálogos de todo tipo. Buscaré Historias de la cripta y partiré de ahí. Si eso no funciona, iré a los catálogos de agencia.

Ambos colgaron y Bosch encendió un cigarrillo, aunque a Sylvia no le gustaba que fumara en la casa. No es que tuviera un problema con el hecho de que él fumara, pero pensaba que algún comprador potencial podía echarse atrás si pensaba que era la casa de un fumador. Se quedó allí sentado varios minutos, arrancando la etiqueta de la botella vacía de cerveza y pensando en lo deprisa que podían cambiar las cosas. Creer en algo durante cuatro años para de pronto descubrir que podrías estar equivocado.

Cogió una botella de zinfandel Buehler y dos vasos y los llevó al dormitorio. Sylvia estaba en la cama, con el embozo subido hasta los hombros desnudos. Tenía una lámpara encendida y estaba leyendo un libro titulado Morir dos veces. Bosch se acercó a su lado de la cama y se sentó junto a Sylvia. Llenó dos vasos, y ambos brindaron y tomaron un sorbo.

– Por la victoria en el juicio -dijo Sylvia.

– Eso suena bien.

Ambos se besaron.

– ¿Has estado fumando ahí?

– Lo siento.

– ¿Eran malas noticias? Las llamadas.

– No, sólo tonterías.

– ¿Quieres hablar?

– Ahora no.

Bosch se metió en el cuarto de baño con su vaso y se dio una ducha rápida. El vino, que le había parecido excelente, tenía un gusto horrible después de lavarse los dientes. Cuando volvió a salir, la luz de lectura estaba apagada. Había velas encendidas en ambas mesitas de noche y en el escritorio. Estaban en portavelas motivos plateados con lunas crecientes y estrellas en los lados. Las luces titilantes proyectaban motivos borrosos en las paredes, en las cortinas y en el espejo, como una discordancia silenciosa.

Ella estaba recostada en tres almohadas, con las sábanas levantadas. Bosch se quedó de pie desnudo a los pies de la cama unos segundos y ambos se sonrieron el uno al otro. Sylvia era hermosa para Bosch con ese cuerpo bronceado y casi infantil. Era delgada, con pechos pequeños y el vientre plano. Tenía el pecho lleno de pecas de pasar demasiados días de playa en la infancia.

Bosch tenía ocho años más que ella y sabía que los aparentaba, pero no estaba avergonzado de su aspecto físico. A los cuarenta y tres, todavía conservaba un abdomen plano y un cuerpo musculoso; músculos que no eran producto de las máquinas del gimnasio sino de levantar el peso de su día a día, de su misión. Su vello corporal se estaba tornando gris a un ritmo mucho más rápido que el del cabello. Sylvia se burlaba de él con frecuencia, acusándolo de haberse teñido el pelo, de poseer una vanidad que ambos sabían que no existía.

Cuando se metió en la cama junto a ella, Sylvia pasó los dedos por su tatuaje del Vietnam y por la cicatriz que una bala le había dejado en el hombro derecho hacia unos pocos años. Ella siguió la cremallera de cirugía del modo en que siempre lo hacía cuando estaban juntos en esa situación.

– Te quiero, Harry -dijo.

Bosch rodó encima de ella y la besó profundamente, dejando que el gusto del vino tinto en la boca de Sylvia y la sensación de su piel cálida barrieran las preocupaciones y las imágenes de finales violentos. Estaba en el templo del hogar, pensó, aunque no lo dijo. Te quiero, pensó, pero no lo dijo.

Capítulo 9

La mañana del viernes echó por tierra todo aquello que había ido bien para Bosch el jueves. El primer desastre ocurrió en el despacho del juez Keyes, donde éste convocó a los abogados y sus clientes tras estudiar en privado durante media hora la nota del supuesto Fabricante de Muñecas y después de que Belk hubiera argumentado durante una hora contra su inclusión en el juicio.

– He leído la nota y sopesado los argumentos -dijo el juez-. No veo cómo puede ocultarse al jurado esta carta, nota, poema o lo que sea. Tiene tanto que ver con el caso de la señora Chandler que es el caso en sí. No estoy haciendo ningún juicio sobre si es real o de algún chiflado, eso le corresponderá decidirlo al jurado. Si puede. Pero el hecho de que la investigación siga en curso no es motivo para retener esto. Yo autorizo la presentación de la prueba y, señora Chandler, puede introducirla en el momento apropiado, siempre que establezca las bases adecuadas. Señor Belk, su protesta constará en acta.

– ¿Señoría? -probó Belk.

– No, no vamos a discutir más sobre el tema. Vamos a la sala del tribunal.

– ¡Señoría! No sabemos quién ha escrito esto. ¿Cómo puede autorizarlo como prueba cuando no tenemos la menor idea ni de dónde surgió ni de quién lo envió?

– Sé que el fallo le supone una decepción, por eso voy a concederle cierto margen y no voy a amonestarle por esta muestra de falta de respeto a los deseos de este tribunal. He dicho que no se discute más, señor Belk, así que no voy a volver sobre la cuestión. El hecho de que esta nota de origen desconocido condujera directamente al descubrimiento de un cadáver que tenía todas las similitudes con una víctima del Fabricante de Muñecas es en sí mismo una prueba de cierta autenticidad. No se trata de ninguna travesura, señor Belk. No es ninguna broma. Aquí hay algo y el jurado debe verlo. Vamos. Todo el mundo fuera.

La sesión apenas había comenzado cuando se produjo la siguiente debacle. Belk, que tal vez seguía aturdido por su derrota en cámaras, se metió de cabeza en la trampa que le había preparado hábilmente Chandler.

Su primer testigo del día era un hombre llamado Wieczorek, quien testificó que conocía a Norman Church bastante bien y declaró que estaba seguro de que no había cometido los once crímenes que se le imputaban. Wieczorek y Church habían trabajado juntos durante doce años en el laboratorio de diseño aeronáutico. Wieczorek tenía cincuenta y tantos, y llevaba el pelo blanco tan corto que permitía que se adivinara el cuero cabelludo rosado.

– ¿Por qué está tan seguro de que Norman no era un asesino? -preguntó Chandler.

– Bueno, para empezar, sé a ciencia cierta que no mató a una de esas chicas, la undécima, porque estuvo conmigo cuando a ella… Él estaba conmigo. Entonces la policía lo mató y le colgó once asesinatos. Bueno, supongo. Sé que no mató a una de las chicas, de manera que probablemente están mintiendo acerca del resto. Todo es un montaje para cubrir que mataron…

– Gracias, señor Wieczorek -dijo Chandler.

– Sólo digo lo que pienso.

Belk se levantó y protestó de todos modos, acercándose al estrado y quejándose de que toda la respuesta era especulación. El juez aceptó, pero el daño ya estaba hecho. Belk caminó con paso firme hasta su silla y Bosch vio que pasaba hojas de una gruesa trascripción de la declaración tomada a Wieczorek unos meses antes.

Chandler formuló unas pocas preguntas más acerca de dónde estuvieron el testigo y Church en la noche en que la undécima víctima fue asesinada y Wieczorek respondió que estuvieron en su apartamento con otros siete hombres en una fiesta de despedida de soltero de un compañero del laboratorio.

– ¿Cuánto tiempo permaneció Norman Church en su apartamento?

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