Hubo risas ahogadas en la tribuna del público. Bosch se sintió avergonzado por el testigo y pensó que tal vez también él se estaba poniendo colorado.
– Sí, bueno, hay fricción -dijo Amado-. Y esto causa alguna transferencia. El vello púbico suelto puede quedar enganchado en el del compañero.
– Ya entiendo -dijo Chandler-. Veamos, como coordinador de las pruebas del Fabricante de Muñecas de la oficina del forense estaba familiarizado con los kits de violación de las once víctimas, ¿es así?
– Sí.
– ¿En cuántas de las víctimas se encontró vello púbico ajeno?
Bosch comprendió lo que iba a ocurrir y se dio cuenta de que Belk tenía razón. Chandler caminaba hacia el abismo.
– En todas ellas -respondió Amado.
Bosch vio que Deborah Church levantaba la cabeza y miraba con severidad a Chandler en el estrado. Entonces miró a Bosch y los ojos de ambos se encontraron. Enseguida apartó la mirada, pero Bosch se dio cuenta de que ella también sabía lo que iba a ocurrir, porque ella también había visto a su difunto marido como Bosch lo había visto esa última noche. Ella sabía qué aspecto tenía desnudo.
– Ah, en todas ellas -dijo Chandler-. Ahora, ¿puede decirle al jurado cuántos de esos vellos púbicos encontrados en esas mujeres fueron analizados e identificados como pertenecientes a Norman Church?
– Ninguno pertenecía a Norman Church.
– Gracias.
Belk ya se estaba levantando para ir hacia el estrado antes de que Chandler tuviera tiempo de recoger su bloc y los protocolos de los kits de violación. Bosch observó que ella se sentaba y cómo la viuda de Church empezaba a susurrarle al oído desesperadamente. El detective vio que la mirada de Chandler se apagaba. Levantó la mano para decirle a la viuda que ya había dicho suficiente y a continuación se recostó y expulsó el aire.
– Vamos a empezar por aclarar algo -dijo Belk-. Señor Amado, ha dicho que encontraron vello púbico en las once víctimas. ¿Eran todos esos pelos del mismo hombre?
– No, encontramos una multitud de muestras. En la mayoría de los casos había pelos de dos o tres hombres.
– ¿A qué atribuye este hecho?
– A su forma de vida. Sabemos que eran mujeres con múltiples compañeros sexuales.
– ¿Analizó estas muestras para determinar si había pelos comunes? En otras palabras, si había pelo de un mismo hombre en cada una de las víctimas.
– No, no lo hicimos. Había una gran cantidad de pruebas recopiladas en estos casos y los recursos humanos dictaban que nos centráramos en pruebas que pudieran ayudar a identificar a un asesino. Como teníamos tantas muestras diferentes, se decidió que eran pruebas que se conservarían a fin de ser utilizadas para relacionar a un sospechoso claro, una vez que el sospechoso estuviera detenido.
– Ya veo, bueno, entonces cuando Norman Church murió y fue identificado como el Fabricante de Muñecas, ¿relacionaron algunos de los pelos de las víctimas con él?
– No lo hicimos.
– ¿Y por qué?
– Porque el señor Church se había afeitado el vello corporal. No había vello púbico para comparar.
– ¿Por qué hizo eso?
Chandler protestó sobre la base de que Amado no podía contestar por Church y el juez aceptó la protesta. Pero Bosch sabía que no importaba. En la sala todos sabían por qué se había afeitado Church: para no dejar pelos púbicos como pruebas.
Bosch miró al jurado y vio a dos de las mujeres apuntando en las libretas que la secretaria del tribunal les había dado para que no perdieran el hilo de testimonios importantes. Tuvo ganas de invitar a Belk y a Amado a una cerveza.
Parecía un pastel en una caja, una de esas tartas personalizadas que preparan para que se parezcan a Marilyn Monroe. El antropólogo había pintado el rostro en un tono de piel beis, con carmín rojo y ojos azules, y le había añadido una peluca rubia ondulada. A Bosch, que estaba de pie en la sala de la brigada, mirando la imagen de escayola y preguntándose si parecía alguien real, le parecía de azúcar escarchada.
– Faltan cinco minutos -dijo Edgar.
Estaba sentado en su silla, que había orientado hacia la tele de los armarios, con el mando a distancia en la mano. Su chaqueta azul estaba pulcramente colocada en un colgador. Bosch se quitó la chaqueta y la colgó en una de la perchas. Comprobó su casilla en la mesa de los mensajes y se sentó en su sitio de la mesa de homicidios. Había recibido una llamada de Sylvia, nada más de importancia. Marcó el número justo cuando empezaban las noticias del Canal 4. Conocía lo suficiente acerca de las prioridades informativas de la ciudad para saber que el reportaje sobre la rubia de hormigón no sería el primero.
– Harry, vamos a necesitar esa línea libre en cuanto lo emitan -dijo Edgar.
– Es un minuto. Van a tardar en pasarlo, si es que lo pasan.
– Lo pasarán. He cerrado acuerdos secretos con ellos. Todos creen que van a tener la exclusiva si conseguimos una identificación. No quieren perderse la entrevista lacrimógena con los padres.
– Estás jugando con fuego, tío. Haces una promesa así y descubrirán que les has tomado el pelo…
Sylvia cogió el teléfono.
– Hola, soy yo.
– Hola, ¿dónde estás?
– En comisaría. Vamos a tener que estar un rato contestando teléfonos. Van a sacar la cara de la víctima del caso de ayer en televisión esta noche.
– ¿Cómo ha ido en el juicio?
– De momento es el caso de la demandante. Pero creo que les hemos clavado un par de golpes.
– He leído el Times hoy a la hora de comer.
– Sí, bueno, la mitad de lo que dicen está bien.
– ¿Vas a salir?
– Bueno, ahora mismo no. Tengo que ayudar a contestar los teléfonos y después dependerá de lo que consigamos. Si no sacamos nada en claro, saldré pronto.
Se dio cuenta de que había bajado la voz para que Edgar no oyera la conversación.
– ¿Y si conseguís algo bueno?
– Ya veremos.
Una inspiración, después silencio. Harry esperó.
– Has dicho «ya veremos» muchas veces, Harry. Ya hemos hablado de eso. A veces…
– Ya lo sé.
– … creo que sólo quieres que te dejen en paz. Quedarte en tu casita de la colina y mantener a todo el mundo alejado. Incluida yo.
– Tú no, ya lo sabes.
– A veces no. Ahora mismo no siento que lo sepa. Me apartas justo en el momento en que necesitas que yo (o alguien) esté cerca.
Bosch no tenía respuesta. Pensó en Sylvia al otro lado del hilo telefónico. Probablemente estaba sentada en el taburete de la cocina. Probablemente ya había empezado a preparar la cena para los dos. O tal vez ya se estaba acostumbrando a sus modos y había estado esperando la llamada.
– Mira, lo siento -dijo Bosch-. Ya sabes cómo es. ¿Qué estás haciendo para cenar?
– Nada, ni voy hacer nada tampoco.
Edgar soltó un silbido corto y rápido. Harry levantó la mirada y vio en la tele el rostro pintado de la víctima. Estaba sintonizado el Canal 7. La cámara mostró un largo primer plano de la cara. Se veía bien por la tele, al menos no parecía tanto un pastel. La pantalla mostró los dos números públicos del despacho de detectives.
– Lo están pasando ahora -le dijo Bosch a Sylvia-. Necesito dejar esta línea libre. Te llamaré después, cuando sepa algo.
– Claro -dijo ella con voz fría, y colgó.
Edgar había sintonizado el 4 y estaban mostrando la cara. Cambió al 2 y captó los últimos segundos del reportaje. Incluso habían entrevistado al antropólogo.
– Un día de pocas noticias -dijo Bosch.
– Mierda -replicó Edgar-. Vamos a toda máquina. Todo lo que…
El teléfono sonó y Edgar contestó.
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