– Pues lo hizo.
Ella asintió con la cabeza.
– Fue directamente al teléfono a decírselo a Ancram. Mire, es que a Eamonn… le deslumbran los jefes de policía. Si yo investigo algo de inspectores, a él le gusta pasar por encima y hablar con los superiores y saber lo que se cuece en las alturas.
Además, usted no le ha causado muy buena impresión, precisamente.
– Fue un accidente. Tropecé.
– Si usted lo dice…
– ¿Qué se ve en la filmación?
Ella reflexionó un instante.
– Era una toma por detrás de Eamonn y casi no se ve más que su espalda.
– ¿Y a mí no se me ve?
– No he dicho eso. Usted, aténgase a su versión.
Rebus asintió con la cabeza, captando su intención.
– Gracias. Pero ¿por qué Eamonn habló con Ancram y no con mi jefe?
– Porque Breen sabía que Ancram era el encargado de la investigación.
– ¿Y eso cómo lo sabía?
– Radio macuto.
Una radio macuto con muchos locutores. Volvía a pensar en Jim Stevens, mirando hacia su ventana desde la calle… Provocando…
– Otra cosa -dijo con un suspiro-. ¿Sabe algo de un allanamiento en mi piso?
– ¿Yo, por qué? -replicó ella enarcando las cejas.
– ¿Recuerda los recortes sobre John Biblia que tenía en el armarito? Forzaron la puerta del piso sólo por eso.
– No hemos sido nosotros -apostilló ella con repetidos gestos negativos de la cabeza.
– ¿No?
– ¿Allanamiento de morada? Por Dios bendito, somos periodistas.
Rebus alzó las manos en plan conciliador, pero quería presionar más.
– ¿Y no correría ese riesgo Eamonn?
Ella se echó a reír.
– Ni por una noticia como la del Watergate. Eamonn es el presentador y no investiga nada por sí mismo.
– ¿Quién investiga, usted y los suyos?
– Sí, y ninguno de los míos revienta pisos. ¿Estoy bajo sospecha?
Cruzó las piernas y Rebus se las miró. Había estado mirándola todo el rato como haría un niño con un Scalextric.
– Dé por zanjado el asunto -dijo.
– Pero ¿de verdad que le han entrado en el piso?
– Asunto zanjado.
Ella contuvo la risa.
– Bueno, ¿y qué tal va esa investigación? Digamos que es simplemente interés personal -puntualizó alzando una mano.
– Depende de la investigación a que se refiera -contestó Rebus.
– La del caso Spaven.
– Ah, eso -replicó él torciendo el gesto y pensándose la respuesta-. Bueno, el inspector Ancram es muy confiado y tiene fe en sus oficiales. Si uno alega ser inocente, él juzga por las apariencias. Es un alivio tener un superior así. Por ejemplo, me cree tanto que me ha puesto un vigilante que es una lapa. -Hizo un gesto en dirección a Morton-. Aquí, el inspector tiene por cometido no quitarme ojo de encima. Incluso duerme en mi casa. ¿Qué le parece? -espetó sosteniéndole la mirada.
– Es increíble -dijo ella finalmente.
Rebus se encogió de hombros y vio que ella metía la mano en el bolso y sacaba un bloc de notas y un bolígrafo. Morton frunció el ceño y Rebus le hizo un guiño. Kayleigh tuvo que pasar varias hojas hasta dar con una en blanco.
– ¿Cuándo empezó?
– Pues… -Rebus fingió que pensaba-. Creo que el domingo por la tarde, después de ser interrogado en Aberdeen y trasladado aquí.
– ¿Interrogado? -inquirió ella alzando la vista.
– John… -previno Morton.
– Ah, ¿no lo sabía? -añadió él abriendo mucho los ojos-. Soy sospechoso en el caso Johnny Biblia.
De vuelta al piso Jack Morton estaba furioso.
– Pero ¿por qué demonios hiciste eso?
– Para que no piense en Spaven.
– No lo entiendo.
– Jack, ella quiere hacer un programa sobre Spaven. No uno sobre policías que fastidian a otros policías ni sobre Johnny Biblia.
– ¿Y qué?
– Pues que ahora tendrá una empanada mental con lo que le he contado… y nada de ello tiene que ver con Spaven. Así estará… ¿cómo se dice?
– ¿Preocupada?
– Bueno, eso -dijo Rebus mirando el reloj. Las cinco y veinte-. ¡Mierda! ¡Las fotos!
El tráfico avanzaba a paso de tortuga cerca del centro. La hora punta en Edimburgo era una pesadilla. Semáforos y tubos de escape temblorosos que hacían perder los nervios. Cuando llegaron a la tienda habían cerrado. Rebus miró el horario: abrían a las nueve. Recogería las fotos camino de Fettes y sólo llegaría con un poco de retraso a su cita con Ancram. Ancram: sólo pensar en él le daban calambres.
– Vamos a casa -dijo, pero recordó el tráfico-. No, he cambiado de idea; pasaremos por el Oxford. -Jack sonrió-. ¿Creías que me habías curado? Hay veces que me tiro dos días seguidos sin beber. No es gran cosa.
– Pero podría serlo.
– ¿Otro sermón, Jack?
Morton negó con la cabeza.
– ¿Y el tabaco?
– Sacaré un paquete en la máquina.
Estaba en la barra, con un pie en el escabel y el codo en el mostrador. Ante él había cuatro objetos: un paquete de cigarrillos sin abrir, una caja de cerillas Bluebell, treinta y cinco mililitros de whisky Teacher's y una jarra de Belhaven Best. Los miraba con la concentración de un telépata que intenta moverlos.
– No aguanta ni tres minutos -dijo un cliente al otro lado de la barra, como si hubiese estado cronometrando la resistencia de Rebus.
Le estaba dando vueltas a una pregunta: ¿Ellos lo querían a él o era al revés? Cogió la cerveza. Como su nombre indicaba era bastante fuerte. La olió. No tenía un olor muy apetitoso; el sabor no estaba mal, pero había otras cosas mejores. El aroma del whisky sí era bueno: una fragancia ahumada que entraba desde la nariz hasta los pulmones. Le quemaría en la boca y entraría en su cuerpo, aunque el efecto no durase mucho.
¿Y la nicotina? Sabía que cuando estaba unos días sin fumar notaba el mal olor que dejaba en la piel, en la ropa, en el pelo. Era realmente un hábito asqueroso: si no pillabas cáncer, existía la posibilidad de que se lo provocases al pobre desgraciado que tenía la mala suerte de estar a tu lado. Harry, el barman, le miraba expectante. El bar entero le miraba. Notaban que algo sucedía: se leía en la cara de Rebus, casi un gesto de dolor. Jack Morton permanecía a su lado callado, conteniendo la respiración.
– Harry -dijo al fin Rebus-, retira esto.
Harry se llevó los dos vasos meneando la cabeza.
– La cosa merecería un foto -comentó.
Rebus deslizó el paquete de cigarrillos por la barra hacia un fumador.
– Quédeselos y no me los deje al alcance de la mano, no sea que cambie de parecer.
El fumador cogió el paquete sin acabar de creérselo.
– En compensación por los pitillos que me ha gorreado -dijo.
– Con intereses -apostilló Rebus mirando cómo el barman tiraba la cerveza en el fregadero.
– ¿Eso va directo al barril, Harry?
– Bueno, ¿quiere alguna otra cosa, o sólo ha venido a sentarse?
– Coca-Cola y patatas fritas. -Se volvió hacia Morton-. Puedo tomar patatas fritas, ¿no?
Morton apoyó una mano en su hombro, dándole palmaditas, muy sonriente.
Camino de casa pararon en una tienda y compraron comida.
– ¿Eres capaz de recordar la última vez que guisaste? -preguntó Morton.
– No creas que soy tan patoso.
Pero no lo recordaba.
Sin embargo, resultó que a Jack Morton le encantaba cocinar, aunque echó de menos en la cocina de Rebus los adminículos propios de su arte: ni exprimidor de limones, ni triturador de ajos.
– Pon el ajo ahí y yo lo aplasto -dijo Rebus.
– Yo también era un dejado -comentó Morton-, y cuando Audrey se marchó se me ocurrió freír tocino en una tostadora. Pero cocinar es sencillo si te pones a ello.
– Bueno, ¿y qué vas a preparar?
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