– ¡Oye, Hank, por mí podemos pasarnos aquí todo el día! ¡Y toda la noche, si hace falta! ¡Vamos, sal; simplemente queremos charlar contigo! Hank, estás ridículo ahí arriba. Mira que cerramos y te dejamos enjaulado.
– ¡Cállese!
A Shankley le salía espuma por la boca. Demacrado y delgado como estaba… Rebus sabía que era una tontería preocuparse por el VIH, pero no pudo evitar pensarlo. Edimburgo tenía una alta tasa de VIH. Estaba ya a unos cinco metros de Shankley cuando oyó un frufrú en aumento hacia donde él estaba, ya casi a punto de salir por el extremo de un tubo, y de pronto unos pies le golpearon, tumbándole de lado. Un niño de unos ocho años le miraba fijamente.
– Es demasiado grande para estar aquí, señor.
Rebus se levantó, vio a Shankley que se les venía encima y agarró al crío por el cogote y lo arrastró hacia el tobogán; una vez allí lo echó hacia abajo. Cuando se giraba para hacer frente a Shankley recibió otra patada: ésta del albino. Rebotó en la red y cayó en el tobogán acolchado. El niño iba ya camino de la salida desde donde la encargada hacía aspavientos para que se diera prisa. Shankley se tiró por el tobogán con los puños por delante, golpeando a Rebus en el cuello, y echó a correr detrás del crío, pero éste ya había cruzado los cilindros. Rebus se lanzó sobre Shankley, lo arrastró hasta las bolas de plástico y le propinó un directo limpio. Shankley, con los brazos cansados de nadar, le golpeaba en los costados, pero eran puñetazos como de muñeco de trapo. Rebus cogió una bola que le encajó en la boca y Shankley quedó con una cara ridícula de labios tensos y exangües. Acto seguido, dos golpes en la entrepierna y fin de la historia.
Morton entró a ayudarle a arrastrar el flaco inerte.
– ¿Estás bien? -preguntó.
– Me ha hecho más daño el niño que él.
La madre del pequeño, que estaba abrazándole y comprobando si tenía algún rasguño, dirigió a Rebus una mirada asesina: el niño protestaba porque le habían fastidiado los diez minutos que le quedaban para jugar. La encargada se le acercó.
– Perdone, ¿nos puede devolver la bola?
Como St. Leonard estaba tan cerca llevaron allí a Shankley. Pidieron una «galletera«y les asignaron una que debía de haber sido usada poco antes a juzgar por el olor.
– Siéntate -ordenó Rebus a Shankley, y a continuación salió con Morton para aleccionarle.
– Para tu información: Tony El mató a Alian Mitchison… aún no sé exactamente por qué. A Tony le echaron una mano -añadió señalando hacia la «galletera»-, pero no sé qué podrá aclararnos Hank.
Morton asintió con la cabeza.
– ¿No digo ni pío o participo?
– Tú haces de bueno -dijo Rebus dándole una palmadita en la espalda-. Siempre lo has hecho.
Y entraron formando equipo como en los viejos tiempos.
– Bien, señor Shankley -comenzó diciendo Rebus-, de momento tenemos resistencia a la autoridad y agresión a un policía. Y testigos de sobra.
– Yo no he hecho nada.
– Negación doble.
– ¿Qué?
– Dos negaciones equivalen a una afirmación. O sea, que sí ha hecho algo.
Shankley estaba abatido. Rebus le había podido bajar los humos recordando el comentario de Bain sobre la falta de escrúpulos del detenido. Para Shankley no había códigos, salvo quizás el de respeto al número uno. Le importaba un bledo todo y todos. Su intelecto no iba más allá de un arraigado instinto de supervivencia. Y Rebus sabía que podía jugar con eso.
– A Tony El no le debes nada, Hank. ¿Quién crees que te delató?
– ¿Tony… qué?
– Anthony Ellis Kane. Un duro de Glasgow mudado a Aberdeen y que estuvo aquí para hacer una faena y como necesitaba un socio, acabó encontrándote.
– Tú no tienes la culpa -terció Morton con las manos en los bolsillos-. Tú fuiste sólo su cómplice; no te imputamos el asesinato.
– ¿Asesinato?
– El de ese muchacho que buscaba Tony El -añadió Rebus-. Tú le acompañaste a un lugar para cogerle. Era lo único convenido contigo, ¿no? Y Tony El se encargaba del resto.
Shankley se mordió el labio superior, mostrando unos dientes estrechos y desiguales. Sus ojos eran azul claro y con manchas oscuras y las pupilas se le contrajeron como alfileres.
– Claro que podemos plantearlo de otra manera -prosiguió Rebus-. Y decir que tú le tiraste por la ventana.
– Yo no sé nada. -Shankley se cruzó de brazos y estiró las piernas-. Quiero un abogado.
– ¿Has estado viendo la reposición de Kojak, Hank? -inquirió Morton mirando a Rebus, quien asintió con la cabeza.
Se acabó lo del poli bueno,
– Hank, esto me aburre. ¿Sabes qué? Vamos a tomarte las huellas. Dejasteis huellas por todo aquel piso abandonado y en lo que comprasteis. Por todos lados. ¿Recuerdas que tocaste las latas? ¿Las botellas? ¿La bolsa? -Shankley intentaba recordar con todas sus fuerzas y Rebus bajó el tono-. Te tenemos, Hank. Estás jodido. Te doy diez segundos para que empieces a hablar y nada más, te lo aseguro. No pienses que vas a poder hablar después, pues no te escucharemos. El juez tendrá desconectado el sonotone y te las verás solito. ¿Sabes qué? -Hizo una pausa hasta obtener la atención de Shankley-. Tony El ha estirado la pata, rajado en una bañera. Tú podrías ser el siguiente. -Sacudidas persuasivas de la cabeza-. Necesitas amigos, Hank.
– Mire… -La historia de Tony El le había despertado. Shankley se inclinó en la silla-. Mire… yo… yo…
– Tranquilo, Hank.
Morton le preguntó si quería beber algo y Shankley aceptó.
– Coca-Cola o algo parecido.
– Tráeme una a mí, Jack -dijo Rebus.
Morton salió al vestíbulo donde estaba la máquina mientras Rebus aguardaba el momento propicio, paseando por el cuarto y dando tiempo a que Shankley decidiera lo que iba a contar y la manera de adornarlo. Morton regresó y le lanzó una lata a Shankley y otra a Rebus, que la abrió y echó un trago. Aquello no era una bebida de verdad. Era fría y demasiado dulce; lo único que iba a notar era el efecto de la cafeína, a falta de alcohol. Vio a Morton que le miraba y torció el gesto. El también quería un cigarrillo. Morton comprendió y se encogió de hombros.
– Bien, vamos a ver -dijo Rebus-. ¿Sabes ya lo que tienes que contarnos, Hank?
Shankley eructó y asintió con la cabeza.
– Es como usted dice. Me contó que había venido a hacer un trabajo y me dijo que tenía buenas relaciones en Glasgow.
– ¿Qué quería decir exactamente con eso?
Se encogió de hombros.
– Yo no le pregunté.
– ¿No mencionó Aberdeen para nada?
Negó con la cabeza.
– Sólo habló de Glasgow.
– Continúa.
– Me ofreció doscientos cincuenta billetes por encontrar un sitio donde pudiera llevar a un tipo. Le pregunté que para qué y me dijo que para preguntarle unas cosas y a lo mejor currarle un poco. Nada más. Después fuimos a esperar delante de aquel bloque de pisos elegante.
– ¿En el barrio financiero?
Se encogió de hombros.
– Entre Lothian Road y Haymarket. Salió el chico y le seguimos. Estuvimos así un buen rato hasta que Tony dijo que había que hablar con él.
– ¿Y?
– Pues nos pusimos a hablar con él. Yo comencé a divertirme y me olvidé del asunto. Y Tony también parecía que se había olvidado, por lo que pensé que a lo mejor no le haría nada. Pero luego, cuando salimos a por un taxi, en un momento en que el chico no nos veía, me hizo señas y comprendí que la cosa seguía en pie. Pero le juro que creí que sólo era para una tunda.
– Pues no.
– No. -La voz de Shankley se apagó-. Tony llevaba una bolsa. Llegamos al piso y sacó cinta adhesiva y ató al muchacho a la silla. Tenía también un plástico y le tapó la cabeza con una bolsa. -Se le quebró la voz, lanzó un carraspeo y dio otro trago de Coca-Cola-. Luego, empezó a sacar cosas de la bolsa, herramientas, como si fuese un carpintero: sierras, destornillador y todo lo demás.
Читать дальше