– Solo está bien -dijo ella, levantándose y cogiéndole el vaso.
Vestía vaqueros negros ajustados, descoloridos en la entrepierna y las rodillas, y una cazadora vaquera forrada de borreguito. Advirtió que tenía los ojos algo saltones y las cejas arqueadas, sin depilar, pensó. Los pómulos marcados.
– Siéntese -dijo.
Ella se sentó en el sofá, con las piernas levemente separadas, los codos apoyados en las rodillas y sosteniendo el vaso a la altura del rostro.
– ¿No es el primero que toma hoy, verdad? -inquirió.
Rebus dio un sorbo y dejó el vaso en el brazo del sillón.
– Puedo dejarlo cuando quiera. ¿No ve? -contestó y le mostró las manos vacías.
Ella sonrió y bebió, observándole por encima del vaso. Rebus trató de interpretar su actitud. ¿Coqueta, descarada, tranquila, expectante, calculadora, risueña?
– ¿Quién le dijo lo de la investigación? -preguntó.
– ¿Quiere decir quién informó a los medios de comunicación o a mí personalmente?
– Lo mismo da.
– No sé de dónde salió, pero un periodista se lo contó a otro y corrió la noticia. A mí me llamó una amiga de Scotland on Sun day que sabía que estábamos cubriendo el caso Spaven.
Rebus se puso a pensar: Jim Stevens, al margen de la escena como si fuera el director de escena. Stevens, destinado en Glasgow. Chick Ancram, de Glasgow. Seguro que Ancram sabía que Rebus y Stevens hacía tiempo…
Cabrón. No le extrañaba que no le hubiera invitado a llamarle Chick.
– Es como un mecanismo.
– Me parece que ya sé de dónde procede.
Sonrió levemente.
Cogió la botella y la dejó al alcance de la mano. Kayleigh Burgess se reclinó en el respaldo del sofá y se sentó sobre las piernas recogidas, mirando en derredor.
– Bonito cuarto. Es muy espacioso.
– Necesita una mano de pintura.
Ella asintió con la cabeza.
– Las molduras, desde luego, y quizá la ventana. Pero yo eso lo eliminaría. -Se refería a un cuadro que había encima de la chimenea; una barca de pesca en el muelle-. ¿Dónde es?
– Un lugar ficticio -respondió Rebus, encogiéndose de hombros.
A él tampoco le gustaba el cuadro pero no hasta el extremo de deshacerse de él.
– Podría también rascar la pintura de la puerta -prosiguió ella-, quedaría bien en su tono natural. Acabo de comprarme un piso en Glasgow -añadió al interpretar su mirada inquisitiva.
– Me alegro.
– Los techos son muy altos para mi gusto, pero…
Se interrumpió al darse cuenta del tono con que Rebus había hecho el cumplido.
– Lo siento. Soy un poco anticuado para chismorrear.
– Pero no para la ironía.
– Tengo mucha práctica. ¿Qué tal va el programa?
– Pensé que no quería hablar de eso.
Rebus alzó los hombros.
– Será más interesante que Bricolaje en casa - replicó, mientras se levantaba para volver a llenar los vasos.
– Va bien -dijo ella, mirándole, pero él no levantaba la vista del vaso-. Iría mejor si usted se dejase entrevistar.
– No -respondió él cuando volvió al sillón.
– No -repitió ella-. Bien, pues con usted o sin usted el programa seguirá adelante. Ya está estructurado. ¿Ha leído el libro de Spaven?
– No soy un gran lector de ficción.
Ella se volvió hacia los numerosos libros que había al lado del equipo de música, que desmentían la afirmación.
– He conocido a pocos presos que no proclamen su inocencia -prosiguió Rebus-. Es un mecanismo de supervivencia.
– Y tampoco se habrá tropezado con un error de la justicia, ¿no?
– He visto muchos. Pero el «error» suele producirse cuando el criminal queda impune. Todo el sistema judicial es un error.
– ¿Puedo citar la fuente?
– Esta conversación es estrictamente extraoficial.
– Pues déjelo bien claro antes de decir las cosas.
– Extraoficial -insistió él, alzando un dedo.
Ella asintió con la cabeza y alzó su vaso para brindar.
– Por los comentarios extraoficiales.
Rebus se llevó el vaso a los labios pero no bebió. El whisky comenzaba a relajarle, fundía el cansancio y su dolorida cabeza. Un cóctel peligroso. Sabía que desde ese momento tenía que ir con mucho más cuidado.
– ¿Algo de música? -dijo.
– ¿Un sutil cambio de conversación?
– Preguntas, preguntas -replicó él, poniendo la cinta Meddle.
– ¿Qué es? -preguntó ella.
– Pink Floyd.
– Ah, me gusta. ¿Su nuevo disco?
– No precisamente.
Le dio pie para que le hablara de su trabajo y cómo se había dedicado a aquella profesión y ella le contó su vida hasta la niñez, interrumpiéndose de vez en cuando para preguntarle algo de su pasado, pero él negaba con la cabeza y la obligaba a seguir con su historia.
«Necesita parar -pensó-; un descanso.» Pero ella estaba obsesionada por su trabajo, y quizás aquella conversación era la máxima concesión que se hacía, sólo porque con él era como si trabajara. Volvió a surgir lo de la culpa; culpa y ética. Le vino a la cabeza una historia: Primera Guerra Mundial, Navidad, los enemigos salen de sus trincheras a darse la mano y jugar un partido de fútbol, para volver de nuevo a las trincheras a coger las armas…
Al cabo de una hora y cuatro whiskies, ella se había tumbado en el sofá con una mano detrás de la cabeza y la otra en el estómago. Se había quitado la cazadora y ahora se subía las mangas de la camiseta: la lámpara convirtió en filamentos dorados el vello de sus brazos.
– Será mejor que llame a un taxi… -dijo con voz queda, con el Tubular Bells de fondo-. ¿Y éste quién es?
Rebus no contestó. Era innecesario: se había rendido al sueño. Podía despertarla, ayudarla a subir a un taxi. Podía llevarla a casa; a aquella hora, Glasgow estaba a menos de una hora de coche. Pero la tapó con el edredón y dejó la música tan baja que casi no se oían las entradas de Viv Stanshall. Fue a sentarse en un sillón junto a la ventana y se tapó con un abrigo. La calefacción de gas caldeaba el cuarto. Esperaría a que se despertase y se ofrecería a llamar a un taxi o bien a hacer de chofer. Ella diría.
Tenía mucho que pensar, mucho que planear. Y una idea para el día siguiente, Ancram y la investigación. Estaba perfilándola, dándole forma, consolidándola. Mucho que pensar…
Le despertó la luz de las farolas de la calle y tuvo la sensación de no haber dormido mucho; miró hacia el sofá y vio que Kayleigh no estaba. Iba a cerrar de nuevo los ojos cuando advirtió que en el suelo estaba la cazadora vaquera.
Se levantó medio adormecido; ahora deseaba despejarse. La luz del recibidor estaba encendida y la puerta de la cocina, abierta. También había luz…
La encontró junto a la mesa, con dos paracetamol en la mano y un vaso de agua en la otra. Y los recortes de prensa esparcidos, delante. Dio un respingo al verle y a continuación fijó la mirada en la mesa.
– Buscaba café para despejarme y encontré eso.
– Trabajo -comentó Rebus lacónico.
– No sabía que era usted del equipo de investigación del caso Johnny Biblia.
– No lo soy -replicó él, recogiendo los papeles y volviéndolos a guardar en el armario-. No queda café. Se me acabó.
– Me arreglo con el agua -dijo ella, tragando las tabletas.
– ¿Resaca?
Ella dio un buen trago de agua y asintió.
– Creo que se me pasará. -Le miró fijamente-. No estaba fisgando. Quiero que quede claro.
Rebus se encogió de hombros.
– Si sale en el programa, los dos sabremos de dónde viene.
– ¿A qué viene ese interés por Johnny Biblia?
– Por nada. -Comprendió que no colaba-. Es difícil de explicar.
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