Jonathan Kellerman - Obsesión

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Patty Bigelow pensaba que por fin había conseguido enderezar su vida, pero de repente, su rebelde hermana Leila abandona a su hija, Tanya, en la puerta de su casa. Tía y sobrina aprenden con dificultad a vivir juntas con la ayuda profesional del doctor Alex Delaware, psiquiatra. Ahora, quince años después, Tanya acude de nuevo a la consulta de Alex porque la única madre que ha tenido, Patty Bigelow, ha fallecido dejando a la joven un extraño legado: le confesó, en su lecho de muerte, haber matado a un hombre años atrás. Este acto de barbarie abrirá inevitablemente un túnel al pasado en el que los secretos, junto con los cadáveres, han sido profundamente enterrados.

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Petra se levantó.

– Bass, no parece un pelele, ¿fue la única razón por la que no testificó?

– Sí.

– ¿Ninguna otra razón?

– ¿Como cuál?

– ¿Le pagó alguien por quitarse de en medio?

– Si alguien me hubiera pagado, ¿cree que me pasaría el día de pie, vigilando toda esa mierda que compran los persas?

Echó hacia atrás la espalda, colocó las manos sobre su panza cervecera y miró al techo.

En lo que tardamos en llegar a la puerta, empezó a simular que roncaba.

Alto, de forma teatral. Mucho más alto de lo que habría podido hablar.

***

En el exterior, de pie junto al Accord, Petra nos dijo:

– Rosie y Blazer Pain, puede que el departamento los tenga en la lista de apodos.

– Rosie es un pinchadiscos -puntualicé-, Robert Fisk se cree un bailarín y Blazer va por ahí dándose aires de grandeza. Pain podría ser su nombre artístico.

– O algo algún rollo sadomaso.

– Lo de la discoteca -dijo Milo- Ya sabes de qué va la cosa. Puede que Jordan acabe siendo un drogata más.

– Gimnasios, no discotecas -corrigió Petra-. Bien. Si hay un sitio donde no tendremos que ir es Rattlesnake. Ya lo he comprobado y hace tres meses que cerró, después de que Fisk atacara a Bowland. Muchos de esos antros son piratas. Esto no será fácil.

– En Cherokee hay un par de sitios -dije-, junto al bulevar. A poca distancia a pie de la casa de Jordan.

– ¿Quieres decir que a Jordan le habría resultado fácil caminar hasta allí para comprar, vender o trapichear con lo que sea? -preguntó Petra-. El problema es que conozco esos sitios, El Bandito y Baila Baila. Se oye reggaeton, el sitio se llena de latinos, blancos y negros, no le habrían dejado pasar de la puerta.

Miró su reloj.

– Todavía tengo algo de tiempo antes de que salgan las alimañas nocturnas, quizá pueda cenar hoy con Eric, ¿tenéis planes, chicos?

– Nada complicado -contestó Milo-. Tengo que pasar a recoger una pistola.

– El arma que puede coincidir con el asesinato de Lowball Armbruster -señaló ella-. Aún estoy intentando localizar las balas que le extrajeron. El oficial de homicidios me aseguró que las tenían, pero después de tantos años, ya sabes lo que pasa.

– ¿No hay casquillos?

– No, o alguien los cogió después de que ellos los dejaran, o era un revolver.

– El arma de Patty era una semiautomática.

– ¿Patty es del tipo de personas que los recogería?

Asentí con la cabeza.

– Bueno -dijo Petra-, probablemente no sea nada, hay miles de veintidós por aquí. Mientras tanto, yo buscaré a Robert Fisk.

Cruzó los dedos.

– Nos vendría muy bien algo de suerte -concluyó Milo.

Capítulo 19

A las seis y cuarto paramos frente al dúplex de Tanya. Todavía quedaba una hora de luz, pero los faros de la entrada ya estaban encendidos y las cortinas descorridas.

La mirilla de la puerta estaba cubierta con una puerta diminuta. Antes de dar unos golpes en la puerta, se oyó un pequeño crujido, un ojo verde claro me examinó.

– Un segundo.

Se oyó un cerrojo, luego una vuelta más. Llevaba una camisa con botones en el cuello y una falda caqui, tenía un plato de galletas en la mano. Un invento con trocitos de chocolate de estilo daliniano, chocolate suave y líquido.

– Acabo de sacarlas del horno.

Milo cogió una, se la acabó en dos bocados.

– Me encanta tu estilo -dijo.

¿ Qué me dicen de un café?

Mientras ella no estaba, cogió una galleta más.

– Jugar a ser el ama de su casa le ayuda a sentir que tiene el control. Es la única razón por la que me las como; es para apoyarla.

– Ya lo había pensado.

Andaba por el salón comedor, abrió las cortinas, miró hacia abajo, a la calle, se volvió hacia nosotros.

– Espacioso.

Para una niña pequeña.

Dejó caer las cortinas, se acercó a la mesa de centro y examinó la foto de la graduación de Patty.

Tanya se volvió y tenía una taza de café y una caja de madera.

– Aquí está.

Milo levantó las manos y cogió la caja. El interior era de espuma negra con un corte del perfil de una pistola que albergaba un arma azulada y pequeña.

Milo quitó el seguro. Descargada. La metió en una bolsa de plástico y olió el arma.

– Engrasada, ¿la ha utilizado alguien últimamente?

– Mi madre cuidaba todo lo que poseía, yo no la había visto desde hace años.

Cerró la bolsa, se la metió bajo el hombro y cogió otra galleta.

– ¿De verdad que no está intentado conseguir una equivalencia con el arma de algún crimen? -preguntó Tanya.

Milo me miró.

– Hemos sacado un caso de asesinato sin resolver de los archivos -le expliqué-. Otro drogadicto, un hombre que conocía a Lester Jordan. Le dispararon a un par de calles de vuestro apartamento en Cherokee con una veintidós justo cuando vosotras vivíais allí. No hay ninguna razón por la que pensar que tu madre tenga algo que ver con esto. Lo más probable es que este hombre y Jordan estuvieran involucrados en un lío de drogas. Pero tenemos que comprobarlo para que puedas quedarte tranquila.

– ¿Quedarme tranquila? Esto es… Dios mío, es tan increíble.

– No tengo por qué comprobarlo si no quieres que lo haga -dijo Milo.

– No -contestó-. Hágalo, quiero saberlo. Por favor.

– Por el momento, ya que estamos aquí, ¿le suena el nombre de Robert Fisk?

– No. ¿Quién es?

– Un desagradable maleante. Encontramos una huella de la palma de su mano en la repisa de la ventana.

– ¿Le han cogido? -preguntó Tanya.

– No, le estamos buscando. Haberle identificado debería acelerar el proceso.

– Robert Fisk -repitió ella-. ¿Ha matado a alguien?

– No que nosotros sepamos.

– ¿Tienen posibilidades de atraparlo?

– Al final lo haremos.

Se dio media vuelta.

– Toda esta historia de que tu madre hiciera algo terrible -dijo Milo- debe ser bastante perturbadora. Estoy seguro de que acabará en nada.

Le miró fijamente, observó los azulejos de la chimenea.

– Tanya, empezar todo esto en un primer momento fue muy valiente, pero como te he dicho, si no quieres continuar, no hay problema, no pasa nada.

– ¿No les fastidiaría?

– Ni lo más mínimo. Oficialmente, estoy de vacaciones. Dime una palabra e iré a por las camisas hawaianas.

Una tenue sonrisa.

– La comisaría de Hollywood se encargará de investigar la muerte de Lester Jordan, pero cualquier cosa relacionada con tu madre ha sido y continuará siendo no oficial.

Silencio.

– Lo que tú quieras, Tanya.

– No sé qué es lo que… -Se giró, nos miró cara a cara-. Lo siento, pensaba que podría asimilar lo que descubrieran, pero ahora que alguien, que dos personas han muerto…

– La realidad es dura, pero no hay razones por las que pensar que está relacionado con tu madre.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Milo le pasó una servilleta; miró las galletas.

– ¿Y qué si pasó algo? -preguntó Tanya.

– Todo lo que he oído de tu madre me hace pensar que era una persona formidable. Las posibilidades de que hiciera algo considerado remotamente criminal son bastante increíbles, nada probables.

Tanya se secó una lágrima, se dio unos golpecitos en la base de las manos, dejó caer los brazos.

– Cuando me lo contó, pensé que quería protegerme. Solo quiero saber de qué.

– Es muy probable que de nada, estaba enferma -respondió Milo.

Silencio.

– Ahora estamos aquí para protegerte.

Dejó caer la cabeza.

– ¿Tanya? -dije.

– Me consideraba una persona fuerte, lo siento, gracias. Muchas gracias. ¿Quieren otra galleta?

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