– Nos gustaría hablar con usted sobre Robert Fisk -comenzó Petra.
Sus ojos redondos y brillantes se abrieron.
– ¿De quién?
Incluso con la puerta cerrada y el ruido del tráfico atenuado, a su voz le faltaba volumen.
– Es sospechoso de un crimen y estamos investigando.
– Un mierdecilla. ¿A quién ha jodido ahora? -preguntó con apenas un susurro flemático, cada palabra era un esfuerzo.
– Un tipo de Hollywood -contestó Petra-. ¿Fisk juega sucio?
– Es un hijo de puta -increpó Bowland-. Un cabrón hijo de puta de mierda.
El balón golpeó en el guante de uno de los receptores. Bowland movió los brazos y el torso.
– ¿Por qué se pelearon?
– Por nada.
– ¿Por nada?
– Me saltó encima.
– Cuéntenos.
Bowland inspiró por la nariz y exhaló el aire por la boca.
– Estaba trabajando. De gorila.
– En el Rattlesnake -continuó Petra.
– Aquella semana se llamaba así. -Hizo una pausa para respirar. Bowland se acarició la garganta-. Todavía me duele. Hijo de puta. Díganme donde está y no tendrán que perder el tiempo.
Levantó el puño. Sus ojos saltones pasaron del envalentonamiento a lo patético.
– No se culpe por sentirse así -dijo Petra, sentándose junto a él. Se mordió los labios, su lengua recorrió la parte inferior de una de las mejillas. Cada uno de sus muslos era tan ancho como el cuerpo de ella.
– Entonces, estaba trabajando en el Rattlesnake y ¿qué pasó?
– El cabrón entró con otros cabrones, todo iba bien. Luego el cabrón se levantó y decidió que quería bailar con su banda. Le dije que no lo hiciera, me sonrió y bajó del escenario, como si estuviera todo bien.
Bowland suspiró.
– Mientras le acompañaba abajo del escenario, empezó a charlar, haciéndose el gracioso, sabía que solo estaba haciendo mi trabajo, él también había pasado por ahí, tío. Como tú, si estuvieras allí, eres una marioneta, me entiendes, ¿no?
– Es un tipo pequeño, Bassett, ¿puedo llamarle Bassett?
– Bass, como la cerveza. -Bowland hizo girar sus dedos pulgar e índice juntos-. Entonces desea que el muy hijo de puta desaparezca.
– Bien, estaba cooperando con usted, haciéndose el bueno.
– Seguimos andando. Le dejé pasar hacia la barra, para que fuera a tomarse una copa, bien fría, pero el tío era uno de esos que no beben, para parecer más auténtico. Sacó la mano así.
Reprodujo el gesto con la mano.
– Yo no quería problemas y se lo hice saber, ¿sabe lo que quiero decir? En lugar de darme la mano me agarró por aquí. -Se tocó una de las muñecas-. El puto brazo se me quedó muerto, entonces me pegó en la rodilla y me cogió.
– Por el cuello -interrumpió Petra.
– Era como una puta garra de hierro -repitió Bowland-. Yo le daba golpes arriba a la cabeza mientras él me golpeaba.
Se acarició la rodilla.
– Me dislocó el hueso o algo así. Yo me caí y él seguía agarrándome con la mano. Me han contado que me pateó la espalda, pero soy un tipo grande, ya sabe, no me rompió nada.
Hablaba arrastrando las palabras y parecía exhausto. Jadeó y se dejó caer de nuevo con tanta fuerza como para mover el sofá.
– Un ataque sorpresa -apuntó Petra.
– La única forma que tuvo de hacerlo -replicó Bowland-. Y esa es toda la historia. Ahora, tengo que ir a dormir.
– ¿Ha trabajado duro?
Su respuesta fue un bostezo.
– ¿Qué tipo de trabajo tiene, Bass?
– Seguridad.
– ¿Dónde?
– En la casa de empeño, en Van Nuys. Persas. Tengo que ponerme eso, pago para que lo limpien.
– ¿Con quién fue Fisk aquella noche a la discoteca?
– Con otros hijos de puta. Esto es lo que va a recibir. -Sonrió mientras formaba con los dedos de la mano una pistola.
– Me cae simpático Bass, pero somos la ley, así que tenga cuidado.
– No quería decir eso -dijo Bowland-. Dios le dará su merecido.
– ¿Es religioso?
Bowland metió la mano por dentro de la camiseta y sacó un pequeño crucifijo.
– Todos pagan.
– Fisk no pagó porque usted no quiso testificar.
Bowland no contestó.
– Si un tío me hiciera eso, Bass, me gustaría que pasara una larga temporada entre rejas.
Bowland examinó su figura esbelta.
– Si un tío le hiciera eso, merecería la pena de muerte.
– ¿Al contrario que con usted?
– Sé cuidar de mí mismo.
– Estoy segura de que sí, pero aun así…
– ¿Qué? -preguntó Bowland-. ¿Voy al juicio y me pongo a llorar para que todos digan que soy una nenaza y que necesito que la Policía me defienda?
Cerró los ojos.
– ¿Qué más puede contarnos de Fisk? -añadió Petra.
– Nada.
– ¿Le había visto alguna vez antes de aquella noche?
– Un par de veces.
– ¿Siempre se movía con la misma gente?
– Sí.
– ¿Algún nombre?
– Uno se llamaba Rosie -apuntó Bowland- y otro Blazer.
– ¿Era Rosie su chica?
– Era un tipo negro, a veces pincha discos.
– ¿En el Rattlesnake?
– No.
– Entonces, ¿dónde?
– Ni idea.
– ¿Y cómo sabe que es pinchadiscos?
– Me lo dijo él.
– ¿Cuándo?
– Antes.
– ¿Antes de que Fisk le atacara?
– Usted y Rosie estaban hablando.
– Estábamos junto al escenario y me decía que lo de la banda estaba bien, pero que podía pinchar mucho mejor si lo hacía solo.
– ¿Había tenido problemas con él antes?
Movió la cabeza.
– Se comportó siempre.
– ¿Cuál es su apellido?
– Ni idea.
– ¿Y Blazer?
– Un tipo bajito, se apellidaba algo así como Pain.
– ¿Blazer Pain?
– Algo así -respondió Bowland.
– ¿Blanco o negro?
– Blanco, creo que es famoso.
– ¿Utilizaba la sala vip?
– No había en el Snake. El cabrón era simplemente un estúpido.
– ¿Estúpido? ¿A qué se refiere?
– Caminaba por allí como si fuera el centro de todo.
– ¿Blazer Pain? -preguntó Petra.
– Algo así.
– Robert Fisk solía andar con estos dos.
– Supongo que sí.
– ¿No lo sabe?
– Siempre está a tope de gente.
– Usted estaba en la puerta, veía quién entraba.
Bowland movió la cabeza.
– A veces estaba junto al escenario.
– La noche que Fisk le atacó, ¿dónde estaba situado?
– En el escenario.
– Entonces no sabe si Fisk entró con Rosie y Blazer.
– Los vi dentro. Rosie estaba con Blazer, luego Blazer se alejó y Rosie se quedó junto al escenario. Me pareció que Fisk estaba buscando a Blazer, luego volvió y dijo que quería bailar.
– ¿Buscaba a Blazer? ¿Por qué?
– Para tener al cabrón cerca, disimular, ya sabe.
Entrecerró los ojos, inclinó la cabeza.
– ¿Fisk era el guardaespaldas de Blazer?
Se encogió de hombros.
– ¿Blazer necesitaba a un guardaespaldas?
– Quizá pensaba que sí.
– ¿Conoce alguna razón por la que él necesitaría un guardaespaldas?
– Pregúntenle a él.
– Lo que quiero saber -aclaró Petra- es si él estaba metido en, actividades ilegales.
– Pregúntenle.
– ¿Dónde podemos encontrarle?
Bowland se rió.
– Quizá en Idiotilandia -bostezó-. Me voy a dormir.
– ¿Por qué está tan cansado? -preguntó Petra- Nunca he oído hablar de una casa de empeño con horario de noche.
– Tengo que estar allí a las ocho de la mañana.
– ¿Hasta qué hora?
– La una -contestó Bowland.
– Un trabajito de media jornada.
– Parece jornada completa. Dando vueltas y mirando toda esa mierda que compran los persas.
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