Jonathan Kellerman - Obsesión

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Patty Bigelow pensaba que por fin había conseguido enderezar su vida, pero de repente, su rebelde hermana Leila abandona a su hija, Tanya, en la puerta de su casa. Tía y sobrina aprenden con dificultad a vivir juntas con la ayuda profesional del doctor Alex Delaware, psiquiatra. Ahora, quince años después, Tanya acude de nuevo a la consulta de Alex porque la única madre que ha tenido, Patty Bigelow, ha fallecido dejando a la joven un extraño legado: le confesó, en su lecho de muerte, haber matado a un hombre años atrás. Este acto de barbarie abrirá inevitablemente un túnel al pasado en el que los secretos, junto con los cadáveres, han sido profundamente enterrados.

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– ¿Qué hay de aquellos borrachos que golpeaban vuestra puerta por las noches? -pregunté-. Podría haber sido un drogadicto con el mono.

– Podría ser. Nunca la vi abrir la puerta. Esa era la cuestión, mantenernos alejadas del mundo exterior.

– Un vecindario demasiado tosco -dije-, pero vivió allí durante seis años.

– ¿Qué quiere decir?

– Quizá se quedara tanto tiempo porque estaba ganando un dinero extra cuidando a Lester Jordan. Cuando el coronel necesitó a una enfermera, su familia se acordó de lo eficiente que había sido y le pidieron que se mudara.

– Ella nunca me contó nada de todo eso.

– No había ninguna razón por la que hablar de aquello con una niña de siete años.

El sonido de una palmada llamó nuestra atención. Milo había puesto la mano en el hombro de Kyle Bedard. Kyle se estremeció, sus ojos miraron a los de Tanya.

Ella se quedó mirándolo y él se giró de nuevo hacia Milo.

Milo habló un poco más con él, saludó a Kyle y le dedicó una sonrisa de oreja a oreja. Kyle volvió a mirar a Tanya y se dirigió hacia el edificio de física. Entró tocándose con torpeza las gafas y remangándose los pantalones.

– Se ha dejado el almuerzo -dijo Tanya.

– Puede que se haya quedado sin apetito -replicó Milo.

– Milo Sturgis. -Una mano grande avanzó ante ella.

– Tanya.

Milo se sentó junto a ella.

– Siento interrumpir.

– Teniente, nunca había oído nada sobre ese tipo, Jordan.

– No esperaba que lo hubieses hecho, Tanya.

– El tío de Kyle. ¿ Cómo se ha tomado Kyle la noticia?

– Está un poco afectado -contestó Milo.

¿ Cree que esto ha pasado por mí?

Milo miró los murales. Figuras de Prometeo lanzando por lo alto tubos de ensayo, sujetando calibradores, viendo saltar chispas.

– Eso sería una desfachatez mayúscula, Tanya. El estilo de vida que llevaba Jordan era lo que solemos clasificar como alto riesgo.

– El doctor Delaware ya me lo ha contado todo, pero ¿cómo podemos estar seguros de que no está relacionado?

– No podemos y por eso estamos aquí. Le dijiste al doctor Delaware que creías que tu madre había hecho «algo terrible» porque estaba intentando protegerte.

– Era más un presentimiento que un pensamiento racional, teniente, lo sentía.

– ¿Ella no dijo nada que realmente te hiciese pensarlo?

– No, fue simplemente su intensidad. Como si fuera muy importante que yo lo supiese. Ella solía decir que el conocimiento es poder. Sentí como si aquello fuera otro de sus ejemplos, señalándome de cierto modo. Por eso me puse en contacto con el doctor Delaware -miró hacia abajo-, para que él pudiera llevarme hasta usted.

Milo se rascó la nariz. Una paloma bajó en picado hasta el agua de la fuente. Bebió, tomó un baño, sacudió las plumas para secarlas y se fue.

– ¿Conoces las medidas de seguridad personales?

– ¿Estoy en peligro, teniente Sturgis?

– Todavía no estoy listo para introducirte en el programa de protección de testigos, pero me gustaría que tuvieses mucho cuidado.

– ¿En qué?

– En las cosas básicas. Deja todas las puertas y ventanas cerradas, conecta la alarma cuando estés en casa, mira a tu alrededor antes de salir del coche, no hables con extraños. Cosas que deberíamos hacer siempre.

– Soy consciente -dijo. Un trío de palomas se lanzaron en picado a la fuente-. ¿Debo considerar a Kyle un extraño?

– Ya no, supongo, Tanya, no puedo decírtelo con total seguridad. No creo que haya problema si quedas con él en un lugar público. En realidad, hasta podría resultar positivo si mientras tratas con él descubres algo útil.

– ¿Quiere que le espíe?

– A veces las cosas aparecen en medio de una conversación.

– ¿Como qué?

– Quizá Kyle recuerde algo sobre su tío que resulte útil para cerrar el caso.

– ¿Kyle ha dicho que fueran íntimos? -preguntó Tanya.

– Me ha dicho que los dos no tenían contacto desde hace años. -Milo sonrió-. Tanya, mi opinión es que la adicción de Jordan y su historial delictivo han sido los factores decisivos para su muerte. Pero el doctor Delaware me ha dicho que eres una joven madura y sensata, y a mí me lo parece. Así que estoy siendo bastante directo contigo. En este momento, no podemos descartar nada.

Tanya pensó sobre esto.

– Tiene sentido… puedo imaginar que Kyle no quisiera mantener contacto con alguien así. La cerveza es lo más fuerte que toma.

– ¿Cómo sabes eso? -pregunté.

Se puso roja.

– Estábamos hablando… valores. Supongo que puede sonar raro.

– Tanya, si toda la gente le diera tanta importancia a los valores, yo tendría más tiempo libre -afirmó Milo.

– Entonces, ¿estabais hablando de valores y salió el tema de las drogas? -pregunté.

– En realidad, yo saqué el tema. Mencioné que estaba pensando en hacer psicología y que todo eso de la revolución biológica me interesaba. Kyle me contó que tenía un primo que tomaba medicación para todo tipo de problemas de comportamiento y que por lo qué había visto, no estaba seguro de que fuera el camino correcto. Acabamos hablando de dónde está la línea entre el tratamiento y fomentar la dependencia química. De eso hablábamos cuando ustedes aparecieron.

Movía las rodillas.

– Quizá Kyle se muestre reticente a la medicación por los problemas de su tío.

– Es posible -dijo Milo.

– Si es una persona a la que debería evitar, dígamelo.

– Mantén los ojos abiertos y confía en tu instinto -contestó Milo.

Sus ojos se movieron hacia el recibidor del edificio de física.

– ¿Consideran el interior del recibidor del Bergson un lugar público?

– Por el momento, sí.

Se levantó, comenzó a recoger la comida y a meterla en la bolsa.

– ¿Has encontrado la pistola de tu madre? -preguntó.

Dejó de moverse.

– ¿Debo aprender a usarla?

– Me gustaría tenerla un par de días para hacer algunas pruebas.

– ¿Cree que fue utilizada en algún crimen?

– Estoy seguro de que no, pero querría comprobarlo. ¿Sabes dónde está?

Asintió con la cabeza.

– ¿Se la llevo a la oficina?

– ¿Y si la recojo yo? ¿Cuándo estarás en casa?

– ¿Hoy?

– Cuanto antes mejor.

– Déjeme ver… sobre las cinco o cinco y media. A las seis para estar seguros, si me quedo a estudiar un poco después del trabajo. -Comprobó el reloj-. Debería estar ya en la biblioteca.

– Adelante, nos vemos a las seis -dijo-. Ha sido un placer conocerte.

– El placer también ha sido mío -contestó ella-. Y gracias por dedicar su tiempo a ayudarme. Se lo agradezco de verdad.

Esta vez fue ella la que alargó la mano. Apretó el guante de Milo y luego me dio un abrazo rápido.

– Sé que he complicado las cosas… me siento segura teniéndoles a mi lado. Salude al doctor Silverman, teniente, mi madre lo adoraba.

Cuando se fue, Milo me preguntó:

– ¿Le has mentido, también?

– Pues sí.

– Mejor así.

Capítulo 17

– Una cosa sí es cierta -apuntó Milo mientras nos alejábamos en coche del campus-. No podemos protegerla veinticuatro horas al día, tiene que mirar a ambos lados de la calzada y ser sensata. ¿Crees que ha captado el mensaje?

– Seguramente -contesté-. Todo esto cambia lo que tenías planeado. ¿Qué has sabido de Kyle?

– El tío Lester era una persona non grata, ningún miembro de la familia mantenía el contacto con él. La última vez que Kyle recuerda haberlo visto fue justo después del divorcio de sus padres, y el viejo ya estaba muerto. Su madre y su padre estuvieron separados durante un tiempo y Kyle se vino de Atherton con ella para que pudiera recoger algunos objetos de arte que ella consideraba que le pertenecían. Cuando estaba haciéndose con todo lo que quería, Jordan llegó y Kyle contestó a la puerta. Jordan intentó entablar una conversación, pero su madre vio quién era y lo mandó entrar.

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