– Myron está siempre moviéndose. Encuentre un grupo de fulanas y él no estará lejos.
– ¿Se desplaza entre sus tres residencias? -preguntó Petra.
– Y en complejos turísticos, yates alquilados, aviones privados y cualquier cosa que en ese momento le apetezca.
– ¿A quién pertenece la casa de la avenida Hudson?
Los ojos de Iona Bedard miraron hacia abajo. La sombra de los ojos era grisácea y brillaba. Se fijó en Milo, luego en mí, como si Petra hubiera sido expulsada de la habitación.
– Esa monstruosidad es también de Myron -se dirigió de nuevo a Petra-. No la había mencionado porque daba por sentado que lo sabían. Y porque nunca le encontrarán allí. Odia Los Ángeles. Se define a sí mismo como a un viajero del mundo.
– Aparte de Kyle, ¿vive alguien más allí?
– Kyle preferiría un pequeño apartamento, más apropiado para alguien de su edad. Myron se niega a pagarle uno.
– No es un hombre generoso.
– Cuando se trata de sus propias necesidades es todo un derrochador.
– ¿Está diciendo que el señor Bedard asesinó al señor Jordan y escapó a Europa?
Bedard dio un largo suspiro, de forma teatral y hastiada.
– La gente como Myron no hace nada por sí misma.
– Entonces hablamos de un asesino a sueldo.
– Le ofrezco una perspectiva, querido. Conecten los puntos.
– ¿Alguna idea de a quién podría contratar el señor Bedard para algo así?
– No trato con gente de esa calaña.
– El móvil del señor Bedard sería resentimiento.
– Myron despreciaba a Lester. Durante nuestro matrimonio, Lester fue un «asunto» para Myron.
– ¿De qué modo?
– El pobre Lester vivía de Myron. Lo único que yo pedía era un alojamiento básico para un miembro de la familia que se ha topado con algo más que su desgracia.
– El apartamento de Cherokee -apuntó Milo-. ¿Lester vivía allí gratuitamente?
Iona movió su cigarrillo.
– Era solo un pequeño apartamento en un edificio de veinte viviendas. Ni que quisiera cederle el Taj Mahal.
– El señor Bedard se oponía, pero cedió.
– Como si Myron hubiese ganado alguna vez un pavo. ¿Qué razón tenía para oponerse? Y Lester se ganaba el alojamiento. Se encargaba de gestionar el edificio.
– El señor Bedard heredó su riqueza -dijo Petra.
– Mi familia no pertenecía ni mucho menos a la clase media, querida, pero conocemos el valor del trabajo. Mi padre era un asesor financiero de alto nivel para Merrill Lynch y mi madre era una dotada pintora y una belleza de talla mundial que nunca salía al aire libre sin una sombrilla. La cultura era un componente fundamental en mi educación.
No había ninguna razón para que sonriera, pero lo hizo. El movimiento creó una cadena de arrugas faciales en lugares indeterminados, como si su cabeza estuviera atada a cuerdas invisibles, manipulada por un titiritero oculto.
– La familia de Myron tenía los medios para adquirir cultura, pero les faltaba la motivación. La mayoría de objetos de calidad en la casa de mi suegro los compraron según mis sugerencias. Estoy licenciada en Historia del Arte por el Weldon College. Diré algo a favor del anciano, estaba dispuesto a escuchar. Evidentemente no era algo genético.
– Cualquier cosa que pueda contarnos sobre la historia del señor Jordan nos sería útil -añadió Petra.
– ¿Qué quiere decir con historia?
– Quién era, sus amigos, sus intereses. Cómo se metió en el mundo de las drogas.
Iona Bedard apagó el cigarrillo rosa, vio como el humo ascendía. Levantó las gafas, miró la jarra.
Milo volvió a llenar el vaso de Bedard. Bebió y tocó de forma mecánica el cigarrillo. Miró el mechero platino.
Milo se lo encendió.
Tres inhalaciones después, dijo:
– La esencia de Lester iba más allá de su enfermedad.
– Estoy segura -contestó Petra-. Pero aun así, nos sería útil saber…
– La historia de Lester es la de un chico perfectamente normal que tuvo la desgracia de crecer en una familia en la que la normalidad no era suficiente. Mi padre era Bertran Jordan.
Hizo una pausa para dejar que asumiéramos aquello.
– Socio mayoritario en la oficina principal de Merrill en San Francisco. Mi madre era una Dougherty, sin ella, el Palacio de Bellas Artes no sería nada. Lester era mayor que yo. No era tan buen estudiante como yo, pero estaba dotado para la música. Todo lo que quería era hacer música, pero aquello era un anatema para mis padres. Lo decían con buenas palabras, pero su desaprobación fue dura para Lester.
– ¿Qué instrumento tocaba? -preguntó Petra.
– Clarinete, saxofón, oboe. Tonteó con la trompeta también.
– No encontramos ningún instrumento en su apartamento.
– Hacía años que Lester no tocaba. Sus sueños se esfumaron.
– ¿A causa de sus padres?
– A causa de la vida -contestó Iona Bedard-. Una persona con una constitución más fuerte quizá lo habría soportado, pero Lester era una persona artística y sensible y normalmente, los artistas no tienen fibra.
Volví a pensar en el comportamiento hosco de Jordan. Puede que las drogas y el paso del tiempo le cambiaran. O su hermana se equivocaba.
– Lester dio un paso más en su desafío a nuestro padre. Le echaron del colegio y se unió a un grupo de jazz itinerante. Fue entonces cuando tomó contacto con esos malos hábitos -continuó Iona.
– Heroína -dijo Petra.
Bedard la miró fijamente.
– Parece disfrutar recordándomelo.
– Solo intento esclarecer los hechos, señora Bedard. ¿A qué colegio asistió el señor Jordan?
– Al San Francisco State. Durante los años de agitación. ¿Aquel tipo oriental con sombrero…?
– ¿Cómo? -preguntó Petra.
Bedard se giró hacia nosotros.
– Ustedes son de esa época, explíquenle.
– Samuel Hayakawa -dije yo-, era el rector del S. F. State durante los sesenta. Era un campus politizado.
– Lester nunca participó en esas estupideces. Tampoco se convirtió en un jipi. Justo lo contrario, no servía para la política.
– Solo quería tocar -dijo Petra.
– Era un joven legal que acabó rodeándose de mala gente.
Al dejar su vaso encima del montón de revistas de moda, Bedard acuchilló dramáticamente el aire.
– Fin de la historia.
– ¿Quiénes eran sus últimos amigos? -preguntó Petra.
– No lo sé.
– Ahora es la propietaria del edificio de Cherokee.
– Una calderilla que me dieron los abogados de Myron. Voy muy poco. Es todo lo que recibí aparte de unas acciones moribundas y la casa en Atherton, en la que insistí, porque la compramos al principio y yo misma la decoré.
– Kyle mencionó un lugar en Deer Valley -comenté yo.
– Mi cabaña, soy la única que esquío. Milo apenas podía mantener el equilibrio, ¿para qué le habría servido? ¿Cuándo podré retirar a Lester del sitio ese donde ustedes lo tienen?
– Le daré todos los datos, señora -dijo Petra-, pero primero un par de preguntas más. ¿No tiene ningún conocimiento de las personas con las que su hermano Jordan se hubiese relacionado últimamente?
– ¿Tengo que repetirlo? -Bedard exhaló hacia un lado, tosió toscamente, se cubrió la boca con la mano con retraso.
– Como propietaria…
– Soy propietaria únicamente por el título, señorita. Me envían los cheques mensualmente, algo que miro con lupa para asegurarme de que la empresa que he contratado para la gestión no me roba más que la cantidad habitual.
– ¿Cuál es el nombre de esa empresa?
– Desfalcadores asociados. -Bedard celebró su idea tan ingeniosa con un chasquido-. Administración de fincas, Arthur I. Brass. Judío. Cuando se trata de dinero, es mejor tenerlos de tu parte. Ahora, si me perdonan…
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