– ¿Tanya tiene problemas psicológicos? -preguntó. Su voz era suave, con un leve acento de Europa Central.
– No -dije-. Son solo los ajustes típicos, es una situación dura.
– Una situación trágica. ¿Por qué Tanya está preocupada por la demencia?
– No lo está, yo lo estoy. Patty dejó a Tanya encargada de un montón de detalles que podrían resultar onerosos. Necesito saber si las intenciones de Patty deben tomarse de forma literal.
– ¿Detalles? No le entiendo.
– Instrucciones post mórtem que Patty pensó que serían beneficiosas para Tanya. Tanya va a la escuela todo el día, trabaja a media jornada y se enfrenta a la vida en solitario. Estaba dedicada a su madre y ahora mismo su personalidad no le permite desviarse de los deseos de Patty. No quiero convencerla de lo contrario. Pero estoy buscando una salida, en caso de que se sintiera sobrepasada.
– Cuando una persona está a punto de morir suele tener un último momento de lucidez -me respondió-. Lo he visto otras veces, y Patty era una persona muy rigurosa. Desafortunadamente, no puedo darle una respuesta clara sobre su estado mental. Hablando estrictamente, no había razones clínicas para que la enfermedad afectara a su razonamiento: no había daño cerebral, ni neuropatía evidente. Pero cualquier enfermedad grave y sus efectos, deshidratación, ictericia, desequilibrio electrolítico, Pueden afectar a la cognición y Patty era una persona muy enferma. Si divide decirle a Tanya que Patty estaba afectada, no diré lo contrario. Sin embargo, no me sentiría cómoda si me cita como su fuente principal.
– Lo entiendo.
– Doctor Delaware, no quiero decirle cómo debe hacer su trabajo, pero la experiencia me ha demostrado que los supervivientes no quieren renunciar a sus responsabilidades aun cuando sean onerosas.
– La mía también -le contesté-. ¿En qué sentido era Patty rigurosa?
– Intentaba controlar todos los aspectos de su hospitalización. No la culpo por ello.
– ¿Se mostró dócil?
– No, porque no hubo tratamiento. Fue su decisión.
– ¿Usted estaba de acuerdo?
– Siempre es duro echarse a un lado y ver morir a una persona, pero, honestamente, no había nada que yo pudiese hacer por ella. El objetivo era hacer que sus últimos días fueran lo más confortables posible. Incluso para esto, prefirió lo mínimo.
– Resistiéndose al goteo de morfina, a pesar de los esfuerzos del anestesista.
– El anestesista es mi marido -añadió-. Es obvio que no soy imparcial, pero no hay nadie mejor que Joseph. Y sí, Patty se resistió. Y no estoy juzgándola. Era una mujer relativamente joven que supo de repente que iba a morir.
– ¿Habló alguna vez sobre eso?
– Rara vez y de una forma distante. Como si estuviera describiendo a un paciente. Creo que necesitaba despersonalizar una situación horrible. ¿De verdad está Tanya bien? Parecía madura para su edad, pero eso también puede ser un problema.
– Mantengo los ojos bien abiertos. ¿Hay algo más que pueda decirme?
– ¿Sobre Patty? Pruebe con esto: el año pasado mi hermano acabó en urgencias por un accidente de coche, bastante feo. Es dentista, estaba preocupado por una herida de compresión en una de las manos. Patty trabajaba aquella noche, Gil llegó y ella se ocupó de él. Gil quedó tan impresionado que escribió una carta a la administración de enfermería. Me dijo que conservaba la tranquilidad bajo presión, completamente inalterable, nada era más fuerte que ella. Cuando me llegó su caso, me acordé de su nombre y me sentí realmente triste. Ojalá hubiera podido hacer más por ella.
– Usted le dio lo que ella necesitaba -añadí.
– Le agradezco que lo diga. -Se oyó una risa nerviosa-. Buena suerte con Tanya.
***
Petra contestó en su teléfono móvil:
– Detective Connor.
La puse al corriente.
– ¿Dónde vivió exactamente esa mujer en Cherokee? -preguntó.
Le di la dirección.
– Creo que lo conozco. Una zona de tierra de siena salvaje, en las afueras, más bien poco elegante.
– Justo ahí.
– He participado en algunas redadas bastante cerca del lugar, pero nada en ese edificio exactamente. Volveré, en aquel entonces Cherokee era uno de los peores sitios. A los más veteranos les encantaba contar cómo solía ser aquello. No era el mejor lugar para criar a una hija.
– Tener una hija no estaba en sus planes. -Le expliqué cómo había llegado Tanya a la vida de Patty.
– El buen samaritano -contestó-. Una enfermera, en resumen. No suena como una de los malos.
– Dudo que lo sea.
– Una confesión in extremis, ¿eh? Esas nos encantan. Lo siento, Alex, nada de lo que he visto en antiguos casos se corresponde con esto. Prácticamente todo lo que he estado haciendo es ocuparme de indemnizaciones por meteduras de pata de otros. Lo de los libros de homicidios…, todos saben quien es el malo, pero alguien fue demasiado perezoso o simplemente no había pruebas suficientes. Pero volveré a mirar por si hay algo en la nevera.
– Gracias.
– Un «¿sucedió acaso?». Y se le ocurrió a Milo, ¿a él sólito?
– Está pidiendo el copyright mientras nosotros hablamos.
– Pues tiene razón. Quedarse con todo el mérito y con ninguna culpa: es típico de él.
– Son palabras que no existen en su vida -comenté- ¿Todavía está Isaac contigo?
– ¿Isaac? Ah, la base de datos. No, el niño prodigio ya no está con nosotros. Ha acabado su doctorado en Bioestadística y empieza en agosto Medicina en la universidad.
– Dos veces doctorado -dije-. ¿Cuántos años tiene?, ¿diez?
– Acaba de cumplir veintitrés, un poco vago. La pregunta es evidentemente por qué no tengo yo una copia de su cd-rom. La respuesta es que me la ofreció, pero con todos los problemas que el departamento ha estado teniendo por violación de la privacidad, primero tuvo que presentar un impreso de solicitud al Parker Center.
– ¿Le hicieron presentar una solicitud para donar sus propios datos?
– Por triplicado. Y los mandamases le mostraron su gratitud ignorándolo durante meses, paseando el formulario por varios comités, luego a la Community Relations, al consejo legal, los conserjes y los conductores del camión de cáterin. Todavía no hemos obtenido ninguna respuesta. Si los jefes no se juntan y se mueven un poco, puede que tenga que verme obligada a hacerme una copia yo misma de tapadillo. Es de locos. Aquí me tienes, cargando cajas y rompiéndome las uñas, cuando Isaac tiene un trabajo de años de delitos en un disco. Te habrás enterado de alguno.
– ¿Enterado de qué? -pregunté.
– Gracias, señor.
– ¿Qué tipo de problemas ha tenido el departamento con la privacidad?
– Mario Fortuno -contestó.
– El detective privado de las estrellas -dije-. Eso fue… ¿cuándo? ¿Hace tres años?
– Tres años y medio, cuando lo cogieron con una carga de explosivos, pero el tema principal era las escuchas telefónicas, y lo que he oído es que apenas acaban de comenzar las consecuencias.
– ¿Qué tienen que ver las grabaciones ilegales con las estadísticas sobre crímenes de Isaac?
– Fortuno consiguió acceder a los datos, puso nerviosa a mucha gente y generó una serie de amenazas poco sutiles contra ciudadanos que ofendieron a algunos peces gordos entre sus clientes. Una de las formas con las que consiguió la información, yo no te lo he contado, fue sobornar fuentes en el DMV, la compañía de teléfonos, varios bancos y el departamento.
– ¡Vaya!
– Pues sí, ¡vaya! Si Fortuno cantara, hay peces gordos de Hollywood y abogados defensores de alto nivel que se encontrarían sentados en el banquillo de los acusados.
– El código del silencio, ¿hasta ahí ha llegado?
Читать дальше