– Tendré tiempo en un par de días, pero si es urgente, puedo hacer un hueco esta noche.
– No -dijo-. Creo que me las podré arreglar un par de días. ¿Algún consejo además de dejarla en paz y no decir nada estúpido?
– Explíquele a Tanya que va a llevarla a ver un médico que no aplica descargas eléctricas y que no le va a hacer ningún daño. Utilice la palabra «psicólogo» y dígale que ayudo a los niños que están nerviosos o preocupados, hablando con ellos, pintando y jugando. Dígale que no la obligaré a hacer nada que no quiera hacer.
Abrió el maletín, sacó un bloc de notas, garabateó unas palabras.
– Creo que lo he apuntado todo… suena bien, salvo por lo de jugar. A Tanya no le gustan los juegos. No la verá ni con una baraja de cartas.
– ¿Qué es lo que le gusta?
– Pintar está bien, es bastante buena pintando. También recorta muñecas de papel, maneja las tijeras como una profesional. Puede que en el futuro sea cirujana.
– Como Rick.
– Eso estaría bien, en mi opinión. Entonces, en un par de días, ¿a qué hora?
Concretamos una cita y añadió:
– Bien, muchas gracias.
Me pagó en efectivo. Sonrió.
– ¿Está seguro de que solo quiere la mitad?
Le sonreí de nuevo. Fotocopié los informes médicos de Tanya y le devolví los originales. Todavía quedaban cinco minutos, pero me dijo:
– Hemos hablado de todo. -Y se levantó.
– ¿Solo hablar la ayudará aun cuando se trate de algo genético?
– Puede que haya un componente genético -respondí-. La mayoría de las tendencias son una combinación de la naturaleza y la educación. Pero las tendencias no están programadas, como los tipos sanguíneos.
– La gente puede cambiar.
– Si no fuera así, me quedaría sin trabajo.
Aquella tarde, a las cinco, me llamó en horario laboral.
– Doctor, si fuera posible una cita esta misma noche… Tengo que hablar con usted. Tanya empezó a hacer los deberes, rompió lo que había hecho, lo volvió a hacer y luego se puso completamente histérica. Chillaba que nunca será capaz de hacer algo bien. Decía que yo me avergonzaba de ella, que era una niña mala, como Liddie. Nada de eso ha salido en la vida de mi boca, puede que se lo comunicara sin querer… Ahora mismo se ha calmado, pero es una calma que no me gusta. Demasiado tranquila. Normalmente va por ahí charlando. Todavía no le he dicho que tenía cita con usted. Si me dice que esta noche tiene un hueco, se lo explicaré en el coche.
– Vengan -respondí.
– Es usted un bendito.
***
Apareció una hora más tarde, con una niña pequeña y rubia cogida de la mano. En la otra manita llevaba un botecito blanco.
– Cera de sujeción Museum Wax -apuntó-. La recogí de camino. Esta es Tanya Bigelow, mi preciosa hijita. Tanya, este es el doctor Delaware, él va a ayudarte.
Milo tocó una esquina del periódico que había sacado de la urna.
– Bien, ¿eh?
Diez de la mañana. Al norte de Hollywood. Un viernes caluroso en el Valley, en el Du-par de la parte este de Laurel Canyon.
Le había dejado un mensaje a Tanya diciéndole que no cabía la posibilidad de negligencia médica y que contactaría con el detective Sturgis. Una hora más tarde, lo tenía ante mí señalando la primera plana del Times con un tenedor.
Una cobertura sorprendente sobre la inauguración de un programa de salud mental en Tahití, de la mano de una agente cinematográfica y un jefe de estudio retirado. Una fábrica de diplomas de doctorado para una, los bolsillos llenos y un capricho pasajero de mayo a diciembre para el otro. El punto primordial era la regresión a la vida pasada, un menú chino de juegos de meditación y toda la terapia que uno pueda tragarse por doscientos pavos, valiente desfachatez, no se admiten devoluciones. El sector esperado de clientes eran los «personajes públicos».
– Menuda primicia -dije.
– Probablemente algún reporterucho con un guión.
– La transmisión en cadena, es así, tío.
– La lacra del milenio. Los tiburones de Hollywood vendiendo salud mental, vaya idea. Si te lo tomas con humor, puede que al menos creen puestos de trabajo.
Me reí y le pasé el periódico.
– ¡Eh! -exclamó-. ¿Y tú qué piensas? Acepto una opinión de buen grado.
– Me pagan por dar mi opinión.
Refunfuñó algo sobre dogmatismo.
– ¿Cómo es eso? -pregunté-. Aceptar consejos sobre la vida de gente así es como dejar que un gorila te enseñe a bailar tango.
– Elocuente. Ahora ya puedo oír hasta el más mínimo detalle de tu pequeño misterio.
Nos habíamos zampado un buen montón de galletas y bebido bastante café como para que mi pulso empezara a acelerarse. Con Milo, la comida suaviza el proceso.
Conduje hasta fuera de Studio City porque Milo había estado en la otra cara de la colina desde medianoche, depurando los detalles de un homicidio entre gánsteres en Mar Vista cuyos tentáculos se habían extendido hasta Van Nuys y Panorama City. Otro de los grandes que por fin daba por cerrado. Una reunión más con el fiscal del distrito y podría cogerse dos semanas de vacaciones.
Rick tenía unos turnos muy estrictos y no podía viajar. Pésimo para Milo y una suerte para mí. Yo ya tenía planes para su tiempo libre.
Le conté todo lo que me había dicho Tanya.
– Primero, ¿desde cuando «algo terrible» es lo mismo que un asesinato? Alex, no voy a entrometerme en los detalles clínicos, pero dime solo la verdad: esta joven, ¿es estable?
– No hay nada que apunte a lo contrario.
– Lo que significa que no estás seguro.
– Lo está llevando bien -argumenté-. Teniendo en cuenta las circunstancias.
– ¿Su madre ofendió a algún vecino? ¿O no? ¿Qué es exactamente lo que quiere?
– No estoy seguro de que lo sepa. Me imagino que quiere que investiguemos un poco. Si no encontramos nada, tendré más autoridad para quitárselo de la cabeza. Si ni siquiera lo intento, la perderé como paciente. Va por al buen camino en cuanto al manejo del dolor, pero nos llevará un buen tiempo. Si se derrumba, me gustaría estar cerca para levantarla.
Milo jugaba con la esquina del periódico.
– Suena como si estuvieras un poco involucrado en el asunto.
– Si es mucho lío…
– No estoy diciendo que no, estoy contextualizando. Aunque quisiera decirte que no, hay temas personales por medio. Rick piensa que Patty era algo así como una santa. Es una alegría que estés disponible para echar una mano, Alex.
– Dejemos que el tiempo nos lo diga -contesté.
Dejó dinero en la mesa y yo se lo devolví.
– Perfecto, tu nivel de ingresos es mayor que el mío -respondió, levantando la mole de su cuerpo del reservado.
– ¿Cuándo empezamos? -pregunté. -¿Nosotros?
– Tú nos guiarás por el camino, yo seré tu leal servidor.
– Ah, claro -dijo-. Y yo tengo un paquete de regresión a tu otra vida para venderte.
***
Le acompañé a su coche mientras él repasaba la lista de direcciones. Las copió en su bloc.
– Ha estado moviéndose bastante, no… Así que la teoría de la jovencita es que su madre intentaba protegerla de algún tipo de venganza, ¿no?
– No llega a ser una teoría -le contesté-. Solo estaba descartando posibilidades.
– Aquí va una: la madre estaba afectada y decía cosas incoherentes.
– Tanya no está lista para considerar esa posibilidad.
– Le he preguntado a Rick sobre el tema del daño cerebral -comentó-. No quiso ni someterlo a discusión, todos vosotros, doctorcitos, sois iguales. Así que, de acuerdo, organicémonos para no tener que dar marcha atrás. Tú habla con la oncóloga de Patty y mira si puedes concretar algunos detalles médicos. Yo me pasaré por la oficina del tasador para encontrar las residencias anteriores de Patty antes de que ella se quedara con Tanya. Ella es de… ¿dónde dijiste?
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