– ¿Cómo reaccionó Tanya?
– Lloró unos días, luego ya no. Alguna vez, me ha preguntado por Liddie, pero no con mucha frecuencia. Mi respuesta siempre ha sido que su madre la quería y que la había dejado conmigo porque yo podía cuidar de ella mejor. Compré un libro sobre cómo explicar la muerte a los niños, utilicé las partes con sentido y omití las partes que no lo tenían. En general, me pareció que Tanya lo había aceptado bastante bien. Luego se centró en sus cosas. Yo seguí diciéndole que su madre la quería, que la querría siempre. A la enésima vez de repetírselo, Tanya me miró y me dijo: «Tú eres mi madre. Tú me quieres». Al día siguiente empecé el proceso de adopción. -Entrecerró los ojos y apartó la mirada-. ¿Le servirá todo esto de ayuda?
– Es perfecto -dije.
– Quizá descubra algo de lo que yo no me di cuenta, pero parece que lo lleva bastante bien. Es una buena chica. Su maestra la ha puesto medio año por delante de su clase. Es madura para su edad, lo que tiene sentido, dado los años que ha pasado recorriendo el mundo con Liddie. Mi influencia también, puede. No soy una persona muy niñera, no conozco los trucos con los niños, así que la trato como si ella lo entendiera todo.
– Parece que está funcionando.
– Entonces, ¿por qué estoy aquí, eh? -Se miró los zapatos, los juntó. Separó un pie. -Puede que se haya dado cuenta de que soy un poco rara en lo referente al orden. Necesito tenerlo todo así, nada fuera de lugar, sin sorpresas. Puede que por las cosas que me hizo mi padre, pero a quién le importa el porqué, la cosa es que así soy y me gusta. Mantiene mi vida organizada y cuando uno está ocupado, créame, es una gran ayuda.
– Hacer que las cosas sean predecibles.
– Exacto. Como la forma en que cuelgo mi ropa. Todo está clasificado por color, estilo y longitud de manga. Las camisas en una sección, luego los vaqueros, luego los uniformes, etcétera. ¿Por qué perder tiempo mirando por la mañana? En un par de ocasiones, tuve un turno en el que tenía que levantarme cuando todavía era de noche; había cortes de luz. La casa estaba oscura como la boca de un lobo. Me vestí sin problema, porque sabía exactamente dónde estaba colgado todo.
– Funciona para ti.
– Seguro -respondió-. Pero ahora pienso que quizá debí guardarme algo de todo esto para mí, no haber involucrado a Tanya.
– ¿Está haciendo las mismas cosas?
– Siempre ha sido buena, para ser una niña, lo que me viene bien a mí. Limpiamos la casa juntas y nos divertimos haciéndolo. Pero después ha sido mucho más que eso. Ha adquirido esas pequeñas rutinas, no se va a dormir hasta que no mira debajo de la cama, al principio eran cinco veces, luego diez, ahora son veinticinco veces, puede que más. Y todavía más, tiene que alisar las cortinas y tocarlas, va al baño cinco veces seguidas, se lava las manos hasta que se quita el jabón. Una vez entré y estaba sacándole brillo a los grifos.
– ¿Cuánto tiempo hace que está ocurriendo todo esto?
– Empezó justo cuando estaba a punto de cumplir cinco años.
– Hace dos años.
– Más o menos. Pero no pasó nada grave hasta hace poco.
– ¿Algún cambio reciente?
– Nos mudamos a un sitio nuevo, conseguimos un subarrendamiento en una casa en Hancock Parle. Sin problemas, allí. Tanya está bien, salvo por Las rutinas.
– ¿Las rutinas empiezan siempre antes de irse a la cama?
– Ese es el momento cúspide -respondió-, pero lo está traspasando a otros momentos y empieza a afectar a su rendimiento escolar. No es que descuide sus obligaciones, es justo lo contrario. Rompe sus deberes y los vuelve a hacer, una vez y otra, hasta que la hago parar. Luego, empezó a ponerse realmente maniática con su almuerzo en la escuela. Si el sándwich no estaba cortado exactamente al bies, quería que le preparase otro.
Se agachó, tocó el maletín.
– ¿Quiere ver algo sobre sus datos?
– ¿Ha tenido alguna enfermedad poco habitual o heridas?
– No.
– Entonces leeré los datos más tarde. ¿Tiene información sobre su nacimiento?
– Nada. He tenido que recorrer cielos y montañas para asegurarme de que está vacunada. Lo está. Se lo agradezco a Liddie. -Se inclinó hacia delante-. Debe entender, doctor, que solo vi una única vez a Tanya antes de que Liddie la abandonara, cuando tenía dos años. Ella y Liddie se quedaron conmigo un par de semanas hasta dirigirse a Juneau, Alaska. Como le dije, no soy una persona muy niñera. Pero acabó gustándome, no habría podido pedir una hija mejor. Es solo que estos nuevos hábitos están haciendo que cuestione mi enfoque. He leído un poco sobre niños con trastornos obsesivo-compulsivos y se dice que puede ser genético, en el cerebro, la asimilación de serotonina, están probando varios medicamentos para el tratamiento.
– Hoy en día casi todo se le atribuye a los neurotransmisores.
– ¿No recomienda medicamentos por razones científicas? ¿O es que no le gustan porque los psicólogos no pueden utilizarlos?
– Los medicamentos tienen su lugar y si está interesada en esa vía, me será grato recomendarle un buen psiquiatra infantil. He comprobado que los niños con trastornos obsesivo-compulsivos responden bien a tratamientos no medicamentosos.
– ¿Como cuáles?
– Terapia cognitiva de comportamiento, otras técnicas para reducir la ansiedad. A veces basta con encontrar qué hace que el niño esté tenso y con mediarlo es suficiente.
– Tanya no parece nerviosa. Doctor, solo intensamente concentrada.
– Los trastornos obsesivo-compulsivos tienen sus raíces en la ansiedad. Sus hábitos cumplen su función y enmascaran la tensión, describiendo un patrón que crece gradualmente.
Pensó en aquello.
– Podría ser… escuche, no quería ofenderle con el comentario de los psicólogos.
– No me ha ofendido -dije-, usted es una consumidora bien informada que quiere lo mejor para su hija.
– Soy una madre que se siente mal porque cree que su hija está perdiendo el control. Y me culpo a mí misma porque necesito que todo sea predecible y que todos sean felices. Y esto es tan realista como la paz mundial.
– Yo también soy de esos que quieren llevarse bien con todos, señora Bigelow; si no lo fuera, habría sido abogado y cobraría más por hora.
Se rió.
– Ahora que he arreglado sus cuadros, parece un tipo bastante organizado. Entonces, ¿cree que podrá ayudar a Tanya simplemente hablando con ella?
– Mi enfoque será desarrollar una relación de esas con un nombre raro, veré si hay algo en su mente que usted desconoce, descubriré si ella está interesada en cambiar y la ayudaré a cambiar.
– ¿Qué pasa si ella no quiere cambiar?
– La experiencia me dice que los niños no son felices con todas estas rutinas. Lo que pasa es que no encuentran una salida. ¿Ha hablado con ella sobre todo esto?
– Empecé -respondió-. La semana pasada más o menos, cuando empezó a toquetear las cortinas. Creo que estaba perdiendo la paciencia y decirle que parara fue de tontos. Me echó una mirada que casi me parte en dos.
Mientras se tocaba el pecho izquierdo, continuó:
– Es como si la hubiera herido. Me sentí enseguida fatal, como una basura, y tuve que salir de la habitación y respirar. Cuando junté el suficiente sentido común como para volver y disculparme, la luz estaba apagada y ella ya estaba en la cama. Pero cuando me incliné para darle un beso, su cuerpo estaba completamente estirado y agarraba con fuerza las mantas, con las uñas de los dedos, ¿entiende lo que quiero decir? Me dije a mí misma que estaba traumatizándola y que había llegado el momento de pedir ayuda profesional. Hablé con Richard, el doctor Silverman, y la primera palabra que salió de su boca fue su nombre. Me contó que usted es el mejor. Después de conocerlo, me siento bien. Usted no juzga, escucha. Y eso no es algo que haga mucha gente. Así que ¿cuándo puede ver a Tanya?
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