Y lo había sido. Cuando el puesto de detective se había abierto tres años antes, había sido la primera en aplicar. No había tenido ninguna duda de que calificaría, y había estado secretamente contento cuando ella les había dado una paliza a todos los demás candidatos al trabajo. Sólo el hecho de que ella no podía estar en todas partes, de día o de noche, le había llevado a pedir a la ciudad un segundo detective a principios de año.
En su corazón, el Jefe sabía que había estado unido a ella por los acontecimientos de ese día veintiséis años atrás, y se esforzaba por no dejar que nunca lo viera.
¿Era consciente ella? Se preguntaba a veces.
Fiel a su palabra, nunca había mostrado favoritismo en modo alguno, y siendo justo con ella, ella nunca pidió ninguno. Hacía su trabajo bien, era muy querida en la comunidad, y había sido elogiada en varias ocasiones. Hoy fue la primera vez en sus diez años en la fuerza que alguna vez hubiese sacado el tema de su pasado compartido. Esperaba que fuese la última vez que se sintiera obligado a hacerlo.
Él recogió la pila de fotos de la víctima aún sin nombre y las estudió, una por una.
¿Coincidencia, o imitación?
Lo sabremos bastante pronto, pensó mientras dejaba las fotos en el escritorio. Si alguien estaba siguiendo los pasos del estrangulador original, atacaría de nuevo la semana siguiente.
Y luego, Dios nos ayude, todo el infierno estallará.
Otra vez.
Cass pasó por encima del montón de correo tirado como naipes repartidos en el piso dentro de su puerta delantera. Sacó la más cercana a la lámpara -una cosa vieja fea de porcelana que había pertenecido a su abuela- y recogió la basura, la cual procedió a revisar. Propaganda, propaganda, propaganda, cuenta, cuenta, propaganda, revista, basura. Llevó toda la pila a la cocina y echó la propaganda en el basurero antes de poner las dos cuentas y la revista en el mostrador.
Ella prendió la luz del techo y abrió el refrigerador, sacó una cerveza, desenroscó la tapa, y tomó un largo y calmante trago mientras escuchaba los mensajes en su contestador automático. Cass no estaba segura de cual la exasperaba más, el que colgaron, o el mensaje de su prima, Lucy, recordándole que llegaría al pueblo la semana próxima, pero aún no había decidido cuánto tiempo se quedaría y esperaba que Cass no tuviera algún problema con eso.
Maldita sea.
La última cosa que quería Cass ahora mismo era compañía, que tendría que ser, en el peor de los casos, entretenida, y en el mejor de los casos, tolerada, por un período indefinido de tiempo. Incluso si esa compañía era uno de sus parientes vivos más cercanos y hubiera sido, hace siglos, su amiga más cercana.
El rugido de su estómago recordó a Cass que no había comido desde el desayuno, y de repente le pareció muchísimo tiempo. Apartó una de las dos sillas de la mesa y se sentó, y luego la otra y descansó sus pies sobre el asiento y su cabeza en sus manos. Ver el cuerpo de la mujer muerta por la mañana la había sacudido más de lo que ella había dejado entrever. Recordar que tendría que compartir su casa con Lucy el próximo mes no era más que la guinda del pastel de ese día.
Entre hoy y el jueves, tenía que encontrar tiempo para poner sábanas limpias en la cama de Lucy. Abastecer la cocina con comida verdadera. Tener algo de beber en el refrigerador además de un pack de seis cervezas y el té helado de la tienda local abierta las 24 horas del día.
Y tenía que encontrar tiempo para pasar la aspiradora. Quitar el polvo. Limpiar el baño. Todas las tareas que en general aplazaba hasta que ya no podía evitarlas. Se mordió el labio inferior, preguntándose cuándo, en medio de una investigación de homicidio, encontraría tiempo para hacer la casa acogedora.
El hecho de que la propiedad de Lucy en la casa en la playa era igual a la suya no se le escapó a Cass. Sus abuelos habían dejado todo divido por igual entre sus dos únicas nietas. Que Cass hubiese optado por vivir en la casa durante todo el año nunca había sido un problema entre las dos mujeres. Lucy, que estaba casada y tenía una hermosa casa en Hopewell, estaba contenta con su mes en la costa de Jersey todos los años y no podía importarle menos que Cass hubiese hecho del bungalow su residencia permanente. Dios sabía que Cass estaba agradecida por los otros once meses del año en que tenía la casa para ella sola. Y debería estar agradecida -ella estaba agradecida- de que Lucy venía sola este año y no traía a su marido y sus dos niños con ella como lo hacía cada dos años.
¿Qué pasaba con eso?, Cass se preguntó mientras tomaba otro trago de la botella, muy consciente de que se estaba concentrando deliberadamente en Lucy como un medio para evitar pensar en el cuerpo que habían encontrado en el pantano.
El teléfono sonó, y Cass se paró para mirar el identificador de llamadas antes de responder. Descolgó.
– Hola.
Ella escuchó durante varios minutos sin responder, luego dijo simplemente,
– Gracias. Nos vemos por la mañana.
El cuerpo tenía ahora un nombre y una historia.
Linda Roman.
Cass se apoyó contra el mostrador y picoteó la etiqueta en la botella de cerveza hasta que sólo tiras delgadas permanecieron intactas, lo despegado escondido en el puño de una mano.
Linda Roman había tenido treinta y un años, un año más joven que Cass. Vivía en Tilden, trabajado en una sucursal del banco de Cass, y ella tenía un marido de cuatro años y una hija de dieciocho meses de edad.
Demasiado joven para recordarla realmente, Cass pensó. Todo lo que la niña sabría alguna vez de su madre lo aprendería de otros.
Cass suspiró cansadamente. Al menos ella había sido mayor cuando había perdido a su familia. Tenía vívidos recuerdos de su madre, su padre y su hermana. Si lo intentaba con mucha fuerza, casi podía recordar el sonido de sus voces. Casi, pero no del todo. Había sido hace mucho, mucho tiempo atrás.
Veintiséis años este mes.
Y ahora otra niña tendría un triste aniversario para recordar, año tras año. Se le ocurrió a Cass que lo que la hija de Linda Roman más recordaría de su madre sería la fecha en la cual falleció.
Cass vació la botella en el fregadero y la tiró a la basura, ya que rara vez o nunca, recordaba mantener el reciclado al día. Abrió el refrigerador y buscó algo que poder calentar en el microondas para la cena, pero nada le atrajo. Llamó para pedir comida y tomó una rápida ducha en el pequeño baño anticuado del bungalow.
Mucho tiempo había pasado desde que se renovó el cuarto de baño -por no hablar de la cocina- pero cada vez que Cass pensaba en ello, y consideraba las opciones, le entraba un dolor de cabeza. Una vez el pasado verano, a insistencia de Lucy, había hecho todo el camino a la tienda de reformas local para ver lo que estaba disponible, pero había vuelto a casa en menos de cuarenta minutos, con su cabeza dándole vueltas. Todo lo que había querido era una simple bañera con ducha, un nuevo inodoro, un nuevo lavamanos. Algún nuevo azulejo. Pero había encontrado todas las elecciones abrumadoras y la dejó con menos idea de lo que deseaba que cuando había salido.
Me gustan las cosas simples, estaba pensando mientras se secaba el cabello y las piernas. Simple, fácil, básico.
La única mejora real que había realizado desde que se había trasladado fue comprar un nuevo horno microondas, -un accesorio necesario, ya que le permitía recalentar las sobras o comida para llevar- y un nuevo refrigerador, porque el otro había entregado el alma tres años atrás. Aparte de esos dos artículos, ni siquiera se había molestado en cambiar el color de las paredes o las viejas alfombras.
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