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Mariah Stewart: Verdad Fria

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Mariah Stewart Verdad Fria

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Cassie Burke fue apuñalada y toda su familia asesinada en la pequeña ciudad de Bowers Inlet veintiséis años atrás. La policía cree que atraparon al hombre responsable de las muertes, pero nunca al hombre que comenzó a estrangular mujeres poco después. Conocido como el Estrangulador de Bayside, mató a trece mujeres antes de desaparecer. Hoy, Cassie es una detective en el pequeño cuerpo de policía de Bowers Inlet. Ella y el jefe de policía Craig Denver no están preparados para el horror que está a punto de desatarse en la ciudad cuando el Estrangulador de Bayside vuelve con una venganza. La escritora de crímenes verdaderos Regan Landry todavía repasa los archivos de su padre recientemente asesinado cuando descubre viejos mensajes que dicen ser del Estrangulador. Regan se pone en contacto con el FBI, quiénes envían al agente Rick Cisco a Bowers Inlet para ayudar a Cassie en la investigación. Para Cassie, la vuelta del asesino le trae horrorosos recuerdos, pero aquellos recuerdos pueden ser capaces de revelar la verdad.

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– ¿Adivino que no tuviste la suerte de encontrar una billetera con su identificación en el bolso?

– No había billetera.

– Bueno, supongo que es tu trabajo, ¿no? -Tasha se encaminó hacia la furgoneta del condado, que estaba estacionada cerca de la carretera-. ¿Resolver quién fue y por qué le sucedió a ella?

– Haremos todo lo que podamos. -Cass acomodó su paso al de Tasha.

– ¿Cuándo fue la última vez que ustedes los chicos en Bowers tuvieron un homicidio?

– Aparte del choque y fuga que tuvimos el mes pasado, ésta es la respuesta. Hemos tenido unos domésticos a lo largo de los años, pero en su mayor parte, ha sido una ciudad bastante tranquila. Supongo que si tuviera que depender de nosotros mantenerte ocupada, te aburrirías mucho, -dijo Cass cuando llegaron a la furgoneta.

– Por favor, tenemos mucho que hacer sin tus homicidios. -Tasha abrió la parte trasera de la furgoneta y dejó la bolsa dentro-. Abarcamos todo el condado. Siempre hay algo pasando en algún sitio. Y no hay escasez de violaciones, asaltos, robos, de todo. Además, las cosas comenzarán a reanimarse ahora, sobre todo cuando los niños comiencen a llegar durante la semana de la reunión anual.

Tasha hizo una mueca.

– Odio esa semana. Luego, por supuesto, seguido hasta el Día del Trabajo todo el condado está furioso. Todos estos pequeños pueblos de la costa con sus alquileres -familias y universitarios- y después están los excursionistas. En los últimos años, hemos tenido un montón de homicidios. Espero que este sea el único con el que tengas que tratar.

Tasha abrió la puerta del lado del conductor y subió.

– Me pondré en contacto contigo tan pronto como pueda, -dijo a Cass.

– Gracias. Te lo agradezco. Haré un juego de fotos para ti y te las enviaré. -Cass retrocedió y observó la furgoneta internarse en la carretera, luego escudriñó la pequeña multitud que se había reunido alrededor del oficial que había encontrado el cuerpo, y que ahora volvía a contar la historia al recién llegado Jefe de la policía.

Denver se mantuvo en silencio, de vez en cuando afirmaba con la cabeza, hasta que el oficial concluyó su informe verbal. Entonces, sin mucho comentario, el Jefe siguió el sendero hacia el cuerpo, y se paró sobre él, mirando sin decir nada al ME haciendo su trabajo. Por último, giró y miró a la multitud al borde de la carretera. Cuando se topó con los ojos de Cass, los sostuvo por un largo minuto antes de girar alejándose bruscamente y caminar de regreso a su coche.

Cass observó el Crown Vic de Denver salir del lugar donde estaba al lado de la carretera antes de hacerle señas a Spencer, que estaba en una profunda conversación con uno de los técnicos de emergencia.

– Vuelvo a la estación y comprobaré las personas desaparecidas, -ella le dijo.

– Creo que me quedaré por aquí un tiempo más, volveré con Helms, -respondió Spencer.

– Muy bien. Te veo allí.

Cass caminó de vuelta, hacia el arroyo, deteniéndose a unos diez pies de distancia de donde el cuerpo estaba lamentablemente expuesto. Las extremidades, donde el rigor mortis se empezaba a establecer, estaba cubierto de moscas impacientes buscando una abertura. El forense todavía realizaba su inspección del cuerpo, y Cass encontró que no podía soportar ver esa última invasión a la mujer sin nombre. Cruzó el arroyo y siguió el rastro por el otro lado hacia el camino de dos carriles donde había dejado su automóvil. Entró y encendió la ignición, sus movimientos cada vez más mecánicos con cada momento que pasaba. Giró el coche y condujo, no a la comisaría, sino a un tramo solitario del camino.

Seis millas abajo, viró a la derecha en un angosto carril que conducía hacia la bahía. Minutos después llegó a una destartalada casa asentada al lado de la carretera, la única estructura en un cuarto de milla en cualquier dirección. En el patio cubierto de hierbas estaba el esqueleto de un viejo Ballenero Boston, con su casco podrido. Cass aparcó el coche detrás de la barca y caminó alrededor de la parte trasera de la casa, donde tres escalones desvencijados conducían a un porche aún más inestable, que una vez había estado pintado de blanco.

El tiempo y el descuido habían descamado y desgastado la madera hasta un tono gris. La pantalla en la puerta de atrás hacía ya mucho tiempo que se había erosionado, y las ventanas ya no se cerraban herméticamente. Cass se sentó en el escalón superior y observó los juncos que crecían desde el pantano directo hasta la parte posterior del garaje en ruinas. A la izquierda había un estanque, y desde donde ella estaba sentada, podía ver una pequeña garza azul vadeando en el agua, cabeza abajo, acechando con cautela a su presa.

Empuñó sus manos y se cubrió los ojos, pero todo lo que podía ver era el cuerpo de esa joven morena extendido sobre la roca.

Inconsciente del sudor que cubría su cara y mojaba su camiseta azul claro hasta su cintura, se sentó inmóvil y trató de controlar las emociones que se arremolinaban dentro de ella. Por supuesto, había visto cadáveres antes, pero nunca había reaccionado así.

Bueno, ¿no le había advertido su terapeuta que esto podría ocurrir algún día? ¿Que si persistía en una carrera en la aplicación de la ley, tarde o temprano podría tener que hacer frente a algo que quizás podría transportarla a un lugar que ella preferiría no ir?

El timbre de su teléfono celular sonó, y ella respondió al segundo timbrazo.

– Burke.

– ¿Estás en camino? -Spencer preguntó, su voz tensa.

– Sí.

– Bien. Nos encontramos allí. Acabo de tener noticias de Denver. -Hizo una pausa-. Al parecer nos encontramos en una situación.

– Estaré allí en diez minutos. -Ella colgó y guardó el teléfono de nuevo en el bolsillo de la chaqueta.

Permaneció sentada por unos momentos más y observó a la garza agarrar algo del agua, arrojar su cabeza hacia atrás, y tragar su comida con un rápido movimiento. El viento silbó a través de la totora, el silencioso sonido la calmó como pocas cosas podrían. Recordó las innumerables noches en que permanecía despierta en la habitación bajo el alero, justo allí en el segundo piso, escuchando ese mismo sonido mientras se dormía. Eso la había confortado entonces y eso la confortó ahora.

Poco después caminaba hacia su coche, sus manos firmes, su pulso casi normal, preguntándose qué, en ese día marcado por el asesinato, constituía una «situación».

***

Craig Denver estaba sentado en la silla con la que el Ayuntamiento lo había sorprendido como regalo por su vigésimo quinto año en el trabajo y simplemente miraba por la ventana al lado de su escritorio. Durante años, se había preguntado lo que haría si ese día alguna vez llegara, y ahora estaba ahí, y todavía se lo estaba preguntando.

Extendió el trozo de papel que había llegado ese mismo día en un sencillo sobre blanco que no tenía dirección. Phyl lo había encontrado en el piso del vestíbulo, cerca de la puerta principal, cuando volvía hacia el edificio después de haber recogido el almuerzo para ella y el Jefe. Ella lo habría tirado, excepto por el hecho de que estaba sellado. Su curiosidad se avivó, lo había abierto, y habiéndole echado un vistazo al mensaje una vez, lo llevó de inmediato a la oficina del Jefe.

El papel mismo era corriente, en existencia en cada computador, el tipo que puede ser adquirido en cualquiera de las varias tiendas de suministros de oficina. Era el mensaje lo que había capturado la atención de Phyl, un mensaje compuesto de letras recortadas de periódicos y revistas, que hasta un niño podría hacer como tarea.

¡Hey, Denver! ¿Ya la encontraste?

Ella lo había llevado por el vestíbulo, sosteniéndolo entre dos dedos para evitar dejar sus huellas en él, entró en la oficina del Jefe sin llamar -algo que rara vez hizo- y lo dejó caer en su escritorio. Lo había desplegado, y, a continuación, mirado fijamente durante un largo tiempo.

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