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Mariah Stewart: Verdad Fria

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Mariah Stewart Verdad Fria

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Cassie Burke fue apuñalada y toda su familia asesinada en la pequeña ciudad de Bowers Inlet veintiséis años atrás. La policía cree que atraparon al hombre responsable de las muertes, pero nunca al hombre que comenzó a estrangular mujeres poco después. Conocido como el Estrangulador de Bayside, mató a trece mujeres antes de desaparecer. Hoy, Cassie es una detective en el pequeño cuerpo de policía de Bowers Inlet. Ella y el jefe de policía Craig Denver no están preparados para el horror que está a punto de desatarse en la ciudad cuando el Estrangulador de Bayside vuelve con una venganza. La escritora de crímenes verdaderos Regan Landry todavía repasa los archivos de su padre recientemente asesinado cuando descubre viejos mensajes que dicen ser del Estrangulador. Regan se pone en contacto con el FBI, quiénes envían al agente Rick Cisco a Bowers Inlet para ayudar a Cassie en la investigación. Para Cassie, la vuelta del asesino le trae horrorosos recuerdos, pero aquellos recuerdos pueden ser capaces de revelar la verdad.

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***

– ¿Detective Burke?

– ¿Sí? -Cassie se detuvo a mitad de camino del vestíbulo de la nueva estación de policía.

– La señora en el escritorio allí…

– El sargento Carter. -Con énfasis en sargento.

– Cierto. El sargento Carter. Ella me dijo que usted estaba trabajando en el caso de mi hijo…

– ¿Su hijo es…?

– Derrick Mills. -Dijo el nombre en voz baja.

– Sí. Derrick. En efecto, estoy trabajando en ese caso. -Cassie se tragó de vuelta un suspiro. Derrick Mills era uno de los cinco chicos detenidos por venta de drogas en la secundaria local tres semanas atrás. Ella no estaba ciega al dolor y vergüenza del padre y deseaba poder aliviarlo de alguna manera, aun cuando sabía que no podía.

– Me preguntaba lo que teníamos que hacer, usted sabe, para reducir los cargos. Él es un buen chico, detective. Es un excelente atleta, buen estudiante. Tiene una beca para jugar béisbol en la universidad el año que viene.

– Lo siento, señor Mills. De verdad. Pero Derrick debería haber pensado en la beca antes de que le ofreciera vender cocaína al oficial Connors.

– Detective Burke…

– Por favor, señor Mills. Ahórrese su aliento. He hecho mi informe y mis recomendaciones, y éstos se mantienen. No hay nada que pueda hacer. Ahora, si quiere hablar con la oficina del fiscal del condado, siga derecho y haga su petición. Pero en este momento, voy tarde a una reunión. Por lo tanto, si me disculpa…

– Sabe, yo esperaba más de la chica de Bob Burke. -Su voz se había reducido a un gruñido bajo.

– Ni se atreva. -Ella sacudió la cabeza y pasó por delante de él.

Cass hizo un esfuerzo para no mirar hacia atrás al indignado padre mientras luchaba por calmar su propia ira. No era la primera vez que alguien invocaba el nombre de su padre, como si de alguna manera haberlo conocido les daba derecho a favores especiales por parte de ella. Ciertamente no sería la última. Sólo la hacía cabrearse cada vez.

La reunión había sido cambiada de la sala de conferencias grande a una pequeña sala adyacente a la oficina del Jefe.

– Denver debe haber reducido la lista de invitados, -dijo Cass, mientras tomaba asiento en la mesa de Jeff Spencer.

– Hasta el momento, somos tú y yo, Burke. -Jeff agitó una bolsa en su dirección-. Oye, queda una última de crema de fresa. Creo que tiene tu nombre.

– Jesús, ¿cómo puedes comer esa porquería todo el tiempo? -Haciendo una mueca, giró alejando la cabeza de la bolsa con la rosquilla balanceándose.

– No entiendo esa fobia tuya al azúcar. -Spencer sacudió la cabeza.

– No entiendo por qué no estás recargado con toda esa azúcar volando alrededor de la sala como un globo pinchado.

– Ah, están aquí. Bueno. Bueno -El Jefe de policía Denver Craig metió su cabeza por la puerta que llevaba a su oficina-. Permítanme coger mi café…

Denver desaparecido un momento, y luego volvió en un instante con su gigantesco tazón y un archivo de papel manila. Tomó asiento a la cabeza de la mesa y se entretuvo con una servilleta, un posavasos y con sus gafas, como si aplazara lo que fuese que los había llevado ahí para discutir.

– Odio esta parte del trabajo, -suspiró-. Ustedes saben que los detalles administrativos de este trabajo me vuelven loco. Papeleo, informes, estadísticas… un desperdicio de mi tiempo. Pero uno no puede elegir, no en este trabajo, ni en ninguno.

Cass se tragó una sonrisa. Había oído esa misma arenga justo por esas fechas el año pasado. Y el anterior, y el anterior. Sospechaba que la introducción era por el bien de Spencer. Sólo había estado en el departamento unos meses.

– Déjeme adivinar. La compañía de seguros pidió un manual de formación actualizado otra vez, -dijo imperturbable.

Denver asintió.

– Actualizado y ampliado.

– Y usted quiere que uno de nosotros se ofrezca para sentarse con Phyl y corrija las páginas antes de que ella las envíe -Cass jugueteó con una uña.

– Eso lo resume estupendamente. -Denver sonrió.

– Es el turno de Spencer. -Cass giró su lápiz-. Hice todas las pruebas el año pasado. Y el año anterior.

– Entonces tú tienes experiencia, ¿no? -Los ojos de Spencer se entornaron. Su esposa ya le había dado un ultimátum puesto que pasaba demasiado tiempo de sus horas libres en asuntos del departamento y había jurado que haría un esfuerzo para pasar más tiempo con ella y su nuevo bebé, y menos tiempo trabajando.

– Lo justo es justo, Spencer, y yo…

Phyllis Lannick, la secretaria del Jefe, metió la cabeza por la puerta.

– Siento interrumpir, Jefe, pero el oficial Helms, está al teléfono y dice que es una emergencia. Parece agitado. -Señaló el teléfono en la pequeña mesa detrás de él-. Línea dos.

Denver arqueó una ceja mientras se acercaba al teléfono.

– ¿Emergencia, Helms? Hey, hey. Reduce la velocidad. Respira hondo y empieza de nuevo…

El Jefe se quedó callado entonces, escuchando. El color desapareció de su rostro.

– Tengo a Burke y a Spencer aquí mismo. Están en camino. Huelga decir que nadie toque nada hasta que la escena haya sido procesada. Mantén a todo el mundo fuera del área hasta que pueda conseguir que los CSI del condado lleguen. -Colgó y giró hacia sus dos detectives.

Antes de que cualquiera pudiera preguntar, él dijo:

– El manual tendrá que esperar. Acaban de encontrar un cuerpo cerca de Wilson's Creek.

– ¿Un cuerpo? -Cassie preguntó como si no hubiera oído correctamente-. ¿Dónde por el arroyo?

– Justo fuera de la ciudad, cerca de Marsh Road. Sólo busquen los coches. Al parecer, tres de nuestros coches patrulla y un par de vehículos de emergencia ya están ahí, estacionados por el costado de la carretera antes del puente. No podrán perderlos. Traten de mantener a todos en línea hasta que la gente del condado llegue. Los encontraré allí. -Apartó su silla de la mesa, murmurando-, justo lo que necesitamos, un homicidio precisamente cuando se abre la temporada.

– ¿Homicidio? -Cass se detuvo camino a la puerta y se volvió.

– Eso es lo que Helms asume. Vean si está en lo cierto…

***

El cuerpo yacía de lado en una roca lisa desgastada por la rápida corriente del arroyo conocido localmente como Wilson's Creek. La mujer había sido joven, a finales de los veinte, principio de los treinta, pensaba Cass. Ella se arrodilló con cuidado para inspeccionar visualmente a la víctima, cuyos ojos sin vida estaban abiertos y cuya boca silenciosa todavía sostenía su último grito. Sus brazos desnudos, levemente bronceados por encima del codo, fueron lanzados sobre la cabeza, una mano arrastrándose en el agua. Su largo cabello oscuro estaba volcado sobre su cara y en el arroyo, donde la rápida corriente envolvía algunas hebras alrededor de sus dedos. Una pierna se acurrucaba sobre la otra, casi recatadamente.

– No la tocaste, ¿verdad? -Una voz desde atrás preguntó tentativamente.

– No. Por supuesto que no la he tocado. -Cass alzó la vista para encontrarse a la investigadora jefe de la escena del crimen del condado, Tasha Welsh, estudiando la escena.

– Bien. Espero que todos ustedes miraran por donde caminaban. -Los ojos de Tasha escudriñaban toda la escena, a los dos detectives, el cuerpo, los oficiales uniformados apiñados en las patrullas aparcadas en una leve pendiente al lado de la carretera.

– En realidad, llegamos por el arroyo. -Cass señaló detrás de ella, indicando la dirección.

– Eso explica tus jeans mojados. -Tasha se acercó al cuerpo despacio, luego giró y miró a Cass, que sostenía una cámara en su mano derecha-. Empieza desde aquí, en este ángulo, y sube por aquí…

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