»Concéntrate en ella, -Denver reiteró-, de modo que podamos encontrar a su asesino.
– Pero podemos comparar la evidencia, ¿verdad? -Spencer preguntó mientras se acomodaba-. ¿Darle lo que haya antiguo al nuevo forense por si da con algo?
– En aquel entonces, las huellas digitales eran lo mejor que podías esperar y, desgraciadamente, este tipo no dejó ninguna. No que las hayamos encontrado, en todo caso. Gracias a Dios, las técnicas de investigación han recorrido un largo camino desde entonces, pero no tenemos nada para comparar.
Spencer se rasguñó detrás de su oreja derecha.
– ¿Todas esas escenas del crimen y no hay pruebas? Difícil de creer.
– Hoy en día, un buen CSI puede conseguir huellas de la piel de una víctima. Raspados de las uñas. Fibras y pelo. Pueden analizar rastros encontrados en la escena. La suciedad que se encuentra en las alfombras, todo tipo de cosas. En aquel entonces, las técnicas no eran tan sofisticadas. El ADN era sólo una luz tenue en los ojos de algunos científicos hace veintiséis años. -Denver pareció distraído por un momento, luego dijo-, yo era un novato aquí en 1979. Trabajé en aquel caso. Tengo que admitir, que ver el cuerpo esta mañana me llevó de regreso. Es sorprendente…
– Entonces, usted recuerda esos casos de primera mano, -dijo Spencer.
– Como si fuera ayer. La primera víctima aquí, en Inlet Bowers fue una mujer de treinta y cuatro años de edad, llamada Alicia Coors. Ella desapareció de su casa y fue encontrada a la mañana siguiente en una de las dunas bajo la calle treinta y seis. Y eso fue sólo el comienzo. Cada pocos días, había otra, en algún lugar de la zona. Todas mujeres aproximadamente de la misma edad… finales de los veinte a mediados de los treinta. Todas fueron sexualmente asaltadas y encontradas tiradas en uno de los pantanos. Causa de la muerte en cada caso, estrangulamiento manual. Todas dejadas de la misma manera.
– ¿Dejadas cómo? -Preguntó Spencer.
– Más o menos de la forma que dejaron a la mujer esta mañana.
– ¿Por qué haría eso? -Spencer se rasguñó detrás de su oreja.
– Esa es una cuestión que un perfilador podría estar en condiciones de responder. Lamentablemente, en ese entonces, no había perfiladores. -El Jefe se encogió de hombros-. No sé qué lo motivó entonces, y no sé lo que motiva a alguien ahora. Y no quiero sacar conclusiones. Conque sólo sigamos la evidencia y esperemos que nos lleve a la verdad.
Él se puso de pie, una clara indicación de que la reunión había concluido.
– Spencer, te quiero comprobando a las personas desaparecidas inmediatamente.
– Allá voy. -Spencer se levantó y se dirigió a la puerta.
– ¿Algo en particular para mí? -Cass preguntó.
– Sí. Me gustaría hablar contigo. -Señaló la puerta y dijo-: Cierra.
Cass hizo como le dijeron, luego se giró para hacer frente a su jefe.
– ¿Vas a estar bien con esto? -Preguntó.
– Estoy bien.
– En serio, Cass, si va a ser un problema para ti…
– No va a ser un problema. -Cass estaba empezando a erizarse.
Denver suspiró.
– Te lo pregunto porque estoy preocupado por lo que podrías haber sentido, mirando ese cuerpo hoy…
– Ella no era mi primer cadáver, Jefe, -Cass le dijo suavemente-. Ella no será mi último.
– Estoy consciente de que ha habido otros. Pero éste… simplemente no estaba seguro de si podría no ser… difícil para ti.
– Por supuesto que es difícil, pero no en la forma en que usted podría pensar. -Ella le sonrió con verdadero cariño, agradecida por su amabilidad, y comprensión, entendiendo hacia donde iba-. Aprecio que usted… recuerde. Y que se preocupe lo suficiente como para preguntar. Pero estoy bien. Tengo que estarlo. Este es mi trabajo.
Él asintió.
– Tendré que aceptar tu palabra. Llama al equipo de CSI del condado y ve si ya tienen algo.
Ella se encaminó hacia la puerta, luego giró y dijo suavemente,
– Usted sabe, Jefe, no la vi ese día. Nunca vi su cuerpo.
– Lamento haberlo mencionado, Cass. De verdad. Es sólo que… -Sacudió la cabeza, no estaba seguro de poder poner en palabras lo que quería decir.
– Está bien. Gracias, Jefe. -Cruzó la puerta y la cerró detrás de ella.
Denver se levantó, caminó hacia la ventana y contempló un par de sinsontes mientras diligentemente construían su nido en la maraña de rosales a no más de diez pies de distancia.
No la vi ese día. Nunca vi su cuerpo…
Denver deseó poder decir lo mismo. Cuándo él había visto el cuerpo de la joven mujer esa mañana, había tenido uno de los primeros momentos verdaderos de déjà vu de toda su vida.
E incluso ahora, en su imaginación, todavía podía ver el cuerpo de Jenny Burke, acostado boca arriba en el piso de su dormitorio, su pelo desparramado a su alrededor como un halo oscuro, sus ojos abiertos pero ciegos. Por sólo un momento, allí en el pantano esa mañana, había sido la cara de Jenny la que había visto. Había sido el pelo, se dijo. Era sólo todo ese largo cabello oscuro, y la forma en que los brazos habían sido colocados.
Por supuesto, era donde las semejanzas entre las dos situaciones terminaban. Los crímenes -y las escenas del crimen- habían sido totalmente diferentes. Y Jenny no había sido asaltada sexualmente.
Y, se recordó a sí mismo, el asesino de Jenny había sido encontrado escondido en el garaje, cubierto con la sangre de Bob Burke. Había sido detenido, juzgado, y condenado. El estrangulador, por otra parte, nunca había sido identificado.
Sólo había sido el pelo, se dijo Denver otra vez, eso le había recordado a Jenny. Todo ese largo cabello oscuro, extendido sobre la roca, lo había, sólo por una fracción de segundo, devuelto a ese día. Por un momento, había sido un novato de nuevo, de pie en la puerta mirando el primer cadáver que había visto en su vida. Que hubiese sido el cuerpo de una mujer que había conocido había marcado su bautismo con mucho más que fuego.
Había odiado mencionárselo a Cass, pero había tenido que ponerlo sobre la mesa. ¿Habría reaccionado él de manera exagerada? Tal vez así.
Oh, infiernos, por supuesto que sí. Había olvidado que Cass nunca había entrado a la habitación de su madre antes de que el asesino la hubiera atacado. Ella no habría sabido la forma en que el cuerpo había estado, la forma en que el pelo se había esparcido.
No la vi ese día. Nunca vi su cuerpo…
Se estremeció, recordando ese día de pesadilla.
Ellos habían hablado sobre eso, cuando ella había llegado a su entrevista. Tenía sus razones para convertirse en policía, y la había respetado por ello. Pero ella tenía que saber de antemano que había estado allí aquel día, y si había un problema con eso… si trabajar para él sería un recordatorio diario de cosas que ella no podía hacer frente, ella necesitaba enfrentarlo antes de que empezara.
– No, -ella le había dicho-. Sabía quién era antes de que solicitara el trabajo. Usted conocía a mis padres antes… anteriormente. Sé lo que hizo ese día. Quiero trabajar para usted.
– No voy a darte un trato especial debido a que tu gente eran viejos amigos, -le había dicho a ella-, o por cualquier otra razón.
– Yo no lo esperaría de usted.
– Bien, sacaste la puntuación más alta en tu clase en todos los ámbitos. Eres el mejor tirador en tu grupo. Sería un tonto si no te contratara, ¿no?
– Podría ser interpretado como discriminación, señor, -le había contestado, con una diminuta sonrisa curvando una comisura de su boca.
– Sí, bueno, no querríamos discriminarte, ¿verdad? No querría un petimetre a mis espaldas.
– Gracias, Jefe Denver, -había dicho antes de que abandonara su oficina ese día-. Seré una buena policía.
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