Mariah Stewart - Verdad Fria

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Cassie Burke fue apuñalada y toda su familia asesinada en la pequeña ciudad de Bowers Inlet veintiséis años atrás. La policía cree que atraparon al hombre responsable de las muertes, pero nunca al hombre que comenzó a estrangular mujeres poco después.
Conocido como el Estrangulador de Bayside, mató a trece mujeres antes de desaparecer. Hoy, Cassie es una detective en el pequeño cuerpo de policía de Bowers Inlet. Ella y el jefe de policía Craig Denver no están preparados para el horror que está a punto de desatarse en la ciudad cuando el Estrangulador de Bayside vuelve con una venganza.
La escritora de crímenes verdaderos Regan Landry todavía repasa los archivos de su padre recientemente asesinado cuando descubre viejos mensajes que dicen ser del Estrangulador. Regan se pone en contacto con el FBI, quiénes envían al agente Rick Cisco a Bowers Inlet para ayudar a Cassie en la investigación. Para Cassie, la vuelta del asesino le trae horrorosos recuerdos, pero aquellos recuerdos pueden ser capaces de revelar la verdad.

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4

Dos días más tarde, a las 5:32 de la mañana, Cass se sentó en su escritorio, releyendo el informe que había terminado más temprano. Hizo un par de cambios en la pantalla del computador antes de golpear el botón Imprimir. Mientras las páginas salían, se levantó para un muy necesario estiramiento, sus manos detrás de su cabeza. Había estado sentada por más de noventa minutos, y encontró que las rodillas y el trasero necesitaban un cambio de posición.

El café en su taza estaba frío, y ella necesitaba la cafeína.

Los restos de la cafetera eran del color del alquitrán, así que optó por hacer nuevo. Lavó la jarra y la llenó de agua del refrigerador. Gracias a la obsesión del jefe por el agua potable y las impurezas contenidas en ella, había insistido en una nevera portátil para el departamento. Cass pensaba que si era mejor para beber directamente, haría un mejor café. Ella aprovechaba todas las oportunidades que tenía.

La vieja cafetera resopló y silbó como si estuviera agonizando. El gemido cesó, y Cass comenzó a servirse una nueva taza, cuando pensó que escuchaba un sonido -¿un crujido? ¿Un arrastrar de pies?- desde el pasillo. Echó una ojeada a la puerta y miró alrededor, pero no había signo de nadie, ni una luz encendida en ninguna oficina aparte de la suya.

Debe haber sido la cafetera, pensó, y regresó al trabajo a mano. Terminó de servirse, luego rebuscó en el contenedor de plástico de edulcorantes en busca de un paquete rosa entre el azul y el blanco. Encontró uno, y lo vertió junto con un poco de crema en su taza, y se dirigió de regreso a su oficina por el pasillo felizmente tranquilo.

A Cass realmente le gustaba entrar temprano, cuando el turno de noche aún estaba en las calles y las oficinas estaban, en su mayor parte, vacías. Valía la pena la perdida de unas pocas horas de sueño para tener tiempo para pensar sin los ruidos de fondo, los teléfonos sonando, la cháchara. No que ella hubiese tenido una noche completa de sueño, desde que había sido encontrado el cuerpo de Linda Roman. Tres o cuatro horas por la noche había sido todo lo que había conseguido.

Hasta el momento esa mañana ella había escrito los informes de tres de las siete entrevistas que había terminado desde que Linda Roman había sido identificada la semana anterior y estaba lista para ponerlos en el archivo del departamento y su libro personal del asesinato. Ella nunca había hecho esto antes -tener un libro de un asesinato-, pero durante el invierno, había conocido un detective de Los Ángeles que mencionó haber utilizado esto como un medio de registrar todos los datos recogidos durante una investigación. El orden le había atraído, por lo que camino a casa la noche anterior, se había detenido en un centro comercial cercano y compró tres carpetas de anillas. Desde su llegada a la estación, había fotocopiado la lista de pruebas y las declaraciones de los oficiales que habían encontrado el cuerpo. Más tarde imprimiría otro juego de las fotos que ella había tomado en la escena del crimen y las agregaría al libro.

Ella agarró montón de informes de la impresora cuando pasó por ahí, regresó a su oficina y se sentó para revisar antes de imprimir una copia para el jefe.

Todas las entrevistas habían sido más o menos lo mismo. Allí no había habido desvíos. Todos con los que Cass había hablado le habían asegurado que Linda Roman había sido muy querida y admirada por todos los que la conocían. Ella había sido descrita como inteligente, amante de la diversión, preocupada, una maravillosa madre, hermana, amiga. No sabían de enemigos, nadie que pudiera desear hacerle daño, nadie con quien hubiese tenido unas palabras duras o que tuvieran motivos para estar enfadados con ella. Ella se había graduado de la escuela secundaria regional, pasó al Rider College, se graduó, volvió a casa, y se casó con su amor de la escuela secundaria. Ella y su esposo eran muy trabajadores, activos en su iglesia, y en conjunto parecían ser cien por cien el chico y la chica americanos, más adultos.

Realmente enfurecía a Cass que alguien les hubiera privado su felices para siempre.

Un sonido desde el vestíbulo la hizo levantar la mirada. Un Craig Denver con mirada seria estaba en la puerta de su pequeña oficina.

– Llegó temprano hoy, -dijo, a sabiendas de que el jefe casi nunca llegaba antes de las ocho-. Justo a tiempo, no obstante, para echar un vistazo a los informes recientes que acabo de imprimir… que son bastante buenos, aunque lo diga yo. Imprimo una serie para usted, y puede…

Algo en su expresión la hizo detenerse en medio de la oración.

– ¿Qué? -Ella ladeó la cabeza.

– Tenemos otro, -dijo, sus palabras entrecortadas y tensas.

– Otro… -Lo contempló sin expresión.

Él asintió.

– Otro cuerpo.

– Otro cuerpo… -Ella se apartó del escritorio-. ¿Dónde?

– La abandonaron en el callejón detrás del Daily Donuts en la calle veintiocho. Los tipos que vinieron esta mañana a vaciar el contenedor la encontraron tendida cerca de la valla.

– Bueno, -dijo más para sí misma que a Denver-. Estoy en camino. Llamaré a Jeff… Llamaré a Tasha…

Ella abrió el cajón de su escritorio y sacó su cámara digital y la guardó en su bolso.

– Llamé a Jeff, te encontrará allí. Su esposa no se sintió feliz al oír mi voz, no quería despertarle. No sabe cómo va a manejar esto, pero va a tener que hacerle frente, y pronto. Esta no es la primera vez que me da problemas cuando llamo. En caso de que te lo estés preguntando, sin embargo, te llamé primero. No obtuve respuesta en tu casa o tu celular, por lo que lo llamé. En cualquier caso, tenemos ya a dos uniformados allí, ellos respondieron a la llamada. Mantendrán a todos fuera de la escena hasta que llegues.

– ¿Viene usted? -Ella se levantó, se echó su bolso sobre su hombro, y luego se inclinó sobre su escritorio para desenchufar su teléfono celular del cargador y lo guardó en su bolsillo.

– Te encontraré allí. -Él asintió, y ella pasó por delante de él.

Él se quedó de pie en su oficina un largo minuto antes de apagar la luz.

Craig Denver odiaba eso. Odiaba el hecho de que alguien había llegado a su ciudad y estaba matando a su gente. Odiaba lo que le recordaba, odiaba los recuerdos que trajo de vuelta, odiaba la forma en que todo el asunto lo hacía sentirse por dentro. Caminó diez pasos por el vestíbulo a su propia oficina, y entró. Estaba a medio camino del escritorio cuando vio el sobre blanco botado en el piso entre el escritorio y la puerta. Lo contempló, tratando de que desapareciera.

Él sabía lo que era, y tenía el presentimiento de que sabía lo que diría.

Abriendo al cajón superior del archivador, metió la mano y sacó un par de guantes de goma delgada, los cuales se puso. Sólo por precaución, no obstante. Sabía que allí no había huellas en el sobre, ni en la única hoja de papel que encontraría dentro.

Él sacó el papel y lo sostuvo. No le dio ninguna satisfacción estar en lo cierto.

¡Hey, Denver! ¿Me recuerdas?

***

El cuerpo de la joven mujer había sido dejado en el piso, misteriosamente colocado de una manera más o menos igual a como estaba el de Linda Roman. De costado, con los brazos sobre su cabeza, su largo cabello oscuro cubriendo su rostro. Le tomó toda la fuerza de voluntad a Cass no darla vuelta, sólo para asegurarse de que no era Linda Roman.

Espabílate, se exigió cuando se dio cuenta de que claramente estaba mirando el cuerpo. Respira hondo. Has tu trabajo.

Ella llamó a la estación por unas luces portátiles. Aunque el sol saldría pronto, la capa de nubes y la niebla mantendrían el escenario demasiado oscuro para reunir muchas pruebas.

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