– De verdad terminó, ¿no, Rick?
– De verdad terminó.
Ella se apoyó contra él y suspiró.
– ¿Quieres volver a la Posada? -Preguntó.
– Pronto.
– ¿Cómo te sientes, Cass?
– Me siento en paz, Rick. Por primera vez desde que tengo memoria, me siento en paz.
Él no podría haber pedido más que eso.
***
Cass salió de la cocina con un gran atomizador de agua y una espátula, cuando oyó un coche detenerse en el sendero. Se dirigió a la ventana del comedor y observó al conductor del Camaro salir. Dio unos golpecitos en el vidrio y señaló la puerta principal.
– Hola, -dijo cuando abrió.
– Hola, a ti también. -Él la besó, y luego entró y miró alrededor-. ¿Qué haces?
– Mucho puede suceder en tres semanas.
– Lo siento. Estaba fuera del país. No pude ponerme en contacto. Me imaginé que en lugar de llamar e intentar disculparme por teléfono, conducía hasta aquí y me disculpaba en persona.
– Disculpa aceptada. -Ella cerró la puerta detrás de él-. Sabes, nunca pensé que volvería a estar dentro de esta casa, y mucho menos considerar alguna vez vivir aquí. Pero es la cosa más extraña, después de esa noche… No sé, sólo quería estar aquí. Pensé que si me libraba de…
Ella señaló todo el primer piso y la cocina.
– Ya sabes, los signos reveladores. Si las paredes y los pisos estuvieran fregados, tal vez todo saldría bien. Hice que alguien viniera y limpiara lo estropeado… sacar las alfombras viejas y limpiar las paredes y la cocina, y es como si todo el mal karma se hubiese ido ahora.
– Tengo que admitir que me sorprendió cuando me detuve en la estación de policía y Denver me dijo que estabas pensando en vivir aquí de nuevo.
– Lucy quiere vivir en la casa de la abuela, y tiene todo el derecho a hacerlo. Quiere trasladarse aquí con sus hijos para el resto del verano, una vez que terminen el campamento. Ella no va volver con David. Sin duda podría quedarme allí con ellos, pero estaríamos un poco amontonados. Me puse a pensar que tengo otro lugar para vivir. No estaba segura de que podría hacerlo, pero una vez que regresé, al parecer los fantasmas se habían ido. Los malos, de todos modos. Puedo vivir con los demás. No estoy cien por ciento segura, pero quiero intentarlo. Pensé que darle a las habitaciones una nueva capa de pintura sería un buen lugar para comenzar.
– Bien, -dijo, mirando alrededor-, tienes un gran desafío. Afortunadamente para ti, soy un experto en reparaciones caseras… y un as en pintura. ¿Alguna vez te conté que pasé un verano en Viena pintando casas? ¿No? Bueno, recuérdame que te lo cuente en algún momento. Por ahora, soy todo tuyo. Sólo dime por dónde empiezo.
– No empiece algo que no tiene la intención de terminar, Agente Cisco. -Ella lo pinchó con la espátula para el empapelado, y luego empezó a subir al segundo piso.
– No se preocupe, detective Burke. -Él sonrió abiertamente y la siguió arriba-. Tengo dos semanas de vacaciones guardadas. Tiempo más que suficiente para terminar lo que sea que tengas en mente.
Regan levantó la última caja y la izó contra su pecho antes de comenzar a bajar al sótano. Se imaginó que si los documentos antiguos de su padre habían descansado bastante cómodamente en el sótano por todos esos años, podían permanecer allí durante unos cuantos más. Había esperado lograr ordenarlos un poco más, pero se le estaba acabando el tiempo. Ella había prometido a su editor un primer borrador del libro sobre el Estrangulador de Bayside en diez semanas. Tendría que revisar las restantes cajas en otro momento… ahora mismo, resultaban ser una distracción.
Deslizó la caja en un estante y giró para volver arriba, cuando su pie se enganchó en el borde de una pequeña caja que debía haberse caído desde un estante cercano. Ella tropezó y aterrizó en sus manos y rodillas.
– Maldición.
Se levantó y se inclinó para levantar la caja. El fondo, al parecer, había estado demasiado tiempo en el piso del sótano húmedo, se rompió, derramando su contenido.
– Mierda, -murmuró, y se arrodilló para reunir los papeles que cubrían el piso.
Los recogió, los volvió a meter en el archivo de donde se habían caído, entonces se dio cuenta de lo que estaba viendo.
Levantó el expediente hacia la luz, y leyó el nombre. Perpleja, reunió el resto de los papeles y los llevó arriba, donde los depositó en la parte superior de su escritorio.
Viejas libretas de calificaciones de la escuela primaria, todas llevando el nombre de Edward Kroll.
Extraño…
El timbre sonó y dejó el expediente sobre el escritorio mientras se dirigía al vestíbulo. Abrió la puerta, para encontrar a Mitch Peyton en el otro lado.
– Llegas tarde, -dijo-. Pensé que estarías aquí hace un par de horas.
– Oh, lo siento. Me vi atrapado en el tráfico en la I-95. ¿Llegué en un mal momento?
– No, no es un mal momento. Entra. -Ella se apartó para permitirle entrar-. Tengo lo que estabas buscando, te los tengo todos listos.
– No puedo creer que dejara todos los informes aquí. No sé lo que estaba pensando.
Entraron en la oficina y ella le entregó un grueso sobre marrón.
– Todo está aquí.
– Gracias, Regan. Te lo agradezco.
Su mirada cayó en los documentos que se apilaban sobre el escritorio.
– ¿Ya empezaste el libro?
Ella asintió.
– Sí, pero ese archivo no es parte de él. No sé lo que es.
– ¿Qué quieres decir?
– Encontré una caja abajo que contenía algunas viejas libretas de calificaciones. Mira, son todas de alguien llamado Edward Kroll, que, por allá en los años cuarenta, asistía a la Escuela Primaria San Juan Bautista en Sayreville, Illinois.
– ¿Quién es Edward Kroll?
– No tengo ni idea. Nunca oí el nombre antes. -Con un dedo, señaló una, y luego otra de las libretas de calificaciones-. No puedo imaginar por qué mi padre las habría tenido.
– Tal vez Kroll era alguien que tu papá estaba investigando.
– Tal vez. -Ella recogió una de las libretas de calificaciones y leyó un comentario escrito en voz alta-. «Eddie es un aporte para la clase. Tiene aptitud para las matemáticas, es inquisitivo, y es un excelente lector». Firmado por la Hermana Mary Matthew. -Volteó la ficha-. Segundo grado.
– Bueno, ten la seguridad que su nombre aparecerá de nuevo, si tu padre estaba interesado en él lo suficiente como para guardar sus libretas de calificaciones de la escuela primaria.
– Eso es lo que pensé, también. Estoy segura de que debe haber otros archivos. Pero… -Ella dejó caer la libreta de calificaciones en el escritorio.
– Cierto. Con el sistema de archivo de tu papá, quien sabe dónde podrían estar.
– La misma vieja historia. -Ella se rió-. Sin duda revisar sus documentos es una aventura. Nunca sé lo que voy a encontrar. A veces me pregunto si no lo planeó de esa manera, sólo para mantenerme intrigada.
– Supongo que me llevaré esto a mi coche. -Mitch acarició el sobre y se dirigió a la puerta-. Gracias otra vez, Regan. Lo aprecio. No creo que mi jefe estaría muy feliz si supiera que había dejado algunos de mis informes de las investigaciones aquí.
Ella caminó a la puerta, y lo observó abrir el maletero de su coche. Él dejó el sobre dentro, luego caminó al lado del conductor.
Cerrando la puerta principal, Regan deseó poder pensar en algo que decir que lo hiciera entrar, aunque fuera sólo por un rato. Había estado pensando mucho últimamente que la casa parecía tan tranquila, tan vacía, desde que el caso del Estrangulador había sido resuelto y Mitch había regresado a Maryland, y ella estaba sola una vez más.
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