Qué lastima, se dijo a sí mismo. Qué desperdicio.
Se inclinó sobre el lado del mirador y miró alrededor. El santuario era exactamente eso en ese momento. Su santuario. Una ligera brisa soplaba a través de los árboles y hierbas del pantano, y unos pájaros gritaban de vez en cuando. Por lo demás era tranquilo. Pacífico.
Apoyó los brazos en la baranda y comenzó a pensar. Haz un plan, hijo , su padre habría dicho, por el amor de Dios.
Él asintió en silencio en respuesta. Bueno, papá, tengo un plan para ti. Sólo le pediría a Dios que siguieras por aquí para verlo terminar. ¿Crees que te avergoncé cuando era niño? No has visto nada, viejo.
Resuelto, levantó a la mujer y abrió la puerta del mirador. Con cuidado, bajó los escalones, comenzó a cruzar el pantano hacia el pequeño bote de remos que había amarrado a la orilla de la bahía. Dejó caer a Lilly bruscamente en el fondo del barco, y ella gimió cuando su cabeza se golpeó en el asiento. Ignorando su dolor, se abrió paso a través de los bajíos. Cuando el agua estuvo por encima de sus rodillas, se deslizó sobre el lado del barco y recogió los remos.
Miró hacia adelante mientras remaba, echando un vistazo hacia abajo una vez para ver a Lilly observándolo con los ojos aterrados.
– Oh, no me mires así. No te lanzaré por la borda. No, no. Eres demasiada valiosa viva. Mucho más.
Él remó silenciosamente y se mantuvo lo más cerca de la costa como pudo. Cuando llegó a su destino, saltó del barco y lo arrastró a través de los juncos. Levantó a una asustada Lilly y se la echó por encima de su hombro, abriéndose paso por las densas y crecidas totoras hasta la casa asentada al borde del pantano… la casa donde todo había comenzado, veintiséis largos años atrás.
– ¿Me puedes dar cinco minutos? -Cass preguntó a Rick cuando él redujo la velocidad delante de su casa.
– Puedo darte todo el tiempo que necesites, -le dijo-, pero entro contigo.
Apagó el motor y salieron de su coche. Ella saludó a un vecino en la calle, y se apartó cuando un feliz niño condujo su coche en miniatura hacia ella en la acera. La madre del niño sonrió disculpándose mientras seguía el ritmo de su hijo.
Cass apartó la cinta de la escena del crimen que aún cubría su porche delantero, y abrió la puerta con su llave. Dio un paso dentro tentativamente.
– Parece que ha pasado mucho desde que he estado aquí, -dijo a Rick cuando él la siguió al pasillo delantero.
– Bueno, ha sido una semana muy intensa.
– No ha sido una semana, -le recordó-. Difícil de creer, ¿no?
– Parece que he estado aquí más que eso. Siento como si te conociera desde hace más de una semana.
Ella se detuvo en las escaleras, un pie en el peldaño inferior, y estudió su rostro. Él la observaba mientras lo miraba.
– Sé lo que quieres decir. Siento lo mismo, -le dijo Cass.
– Bien. Eso es bueno. -Él sonrió.
– Vuelvo pronto. -Ella rompió el contacto visual y subió corriendo a su habitación.
Ella cogió su último par de jeans limpios y una camiseta de su cómoda -realmente necesita lavar algo de ropa- y los metió en un pequeño bolso, junto con sus zapatillas deportivas, antes de ir a su armario. Del estante superior, tomó una pequeña pistola ya en una funda de tobillo y se la ató. Alrededor de su cintura llevaba un cinturón con un gancho que contenía su revólver. Extendió la mano hasta el estante de nuevo y hurgó buscando la veintidós que había, en ocasiones, ocultado en la parte baja de su espalda. La encontró, la deslizó en el lugar y tiró su camiseta sobre su cinturón.
– Parece que sabes lo que haces, -dijo Rick desde la puerta-. ¿De verdad piensas que vas a necesitar todo eso?
– De un modo u otro, lo atrapamos hoy. -Encontró sus ojos en el espejo que colgaba en la puerta del armario-. No estoy segura de cómo, pero esto termina hoy.
– Estoy de acuerdo.
– Qué dices si pasamos a ver al Sr. Calhoun y vemos lo que tiene que decir. Tal vez tenga alguna idea de donde su buen amigo, el señor Wainwright, podría pasar un día tranquilo.
– Bueno, ninguno de sus otros amigos tenía mucho que decir, -Rick le recordó-. Dudo que vaya a ser de mucha ayuda, pero intentémoslo.
– ¿Piensas que Wainwright sabe que nosotros estamos al tanto de que es él? -Preguntó mientras giraba hacia él-. ¿Crees que se ha dado cuenta?
– Si trató de volver a casa, se dio cuenta. Y hay una jodida buena posibilidad de que su hermano le haya avisado. Sin duda parecía tener una postura cuando se trató de su hermanito.
– Lo sentí, también. Como si no estuviera para nada sorprendido de que la policía quisiera hablar con él. Casi como si lo estuviera esperando.
– ¿Piensas que su hermano sabe lo qué ha estado haciendo?
– No. Si lo hubiera sabido, lo habría entregado hace mucho. Steve parece ser del tipo que llevaría su rivalidad de hermanos hasta la madurez. Creo que si supiera algo de Jonathan, había sido más que feliz alertándolos sobre él. -Ella reflexionó, por un momento-. Me siento bastante segura de que no tiene ni una pista sobre lo que su hermano ha estado haciendo todos estos años.
– Aún así, creo que deberíamos volver donde Steve y ver si ha pensado en algo más desde que hablamos con él. Veamos, fue hace cuatro horas, y…
– Oh, mierda. -Cass dio un rápido vistazo a su reloj-. Son casi las siete. Le dije a Khaliyah que me encontraría con ella a las seis. Vamos, Rick. Estoy muy retrasada.
Cass empujó a Rick a un lado y corrió por las escaleras. Buscó en su bolso su teléfono móvil y pulsó la tecla de marcación rápida.
– Diablos. No hay cobertura. Tendremos que parar en el campo de juegos.
– ¿El campo de juegos?, -la siguió afuera-. ¿Ahora?
– Es una larga historia. Te la contaré en el coche.
Khaliyah practicaba unos tiros cuando Rick frenó en el estacionamiento junto a la cancha de baloncesto.
– Ahora vuelvo.
Cass trotó hasta la cancha y alcanzó la pelota que Khaliyah lanzó en su dirección. Ella la agarró con facilidad, pero no hizo un solo tiro. En lugar de ello, pasó la pelota a Khaliyah.
– Lo lamento mucho, pero tenemos que posponer nuestro juego de esta noche. Sé que dije que nunca te dejaría botada, pero…
– No estás dejándome botada. -Khaliyah rebotó la pelota un par de veces antes de la recogerla y sostenerla contra su pecho-. Estás aquí, ¿no?
– Sí, pero no puedo quedarme.
– Está bien. Entiendo. Eres policía, Cassie. -Ella comenzó a rebotar la pelota de nuevo.
– ¿Dónde está Jameer? Pensé que iba a traerte.
– Está aquí. Acaba de ir al puesto a comprarnos un poco de agua. Volverá pronto.
– No te separes de él, ¿sí? Asegúrate de que te lleva a casa.
– Claro. -Khaliyah giró y dribló hacia la cesta. Hizo un tiro, perdió, consiguió el rebote.
Cass la miró, con las manos en sus caderas.
– Eres buena, chica. Pero necesitas practicar si piensas que me vas a ganar la próxima semana.
Khaliyah se rió.
– Cualquier semana. Puedo -y te he- ganado. Te ganaré otra vez.
Cass fue hacia la muchacha y le dio un abrazo de hermana.
– Ten cuidado. No me gusta pensar que estás fuera, mientras este hombre todavía está suelto. Él es muy peligroso. Muy malo.
– No te preocupes por mí. Estaré bien. Tú eres quien tiene que tener cuidado. -Un destello de preocupación cruzó la cara de la chica-. Por favor, no dejes que te lastime.
– Haré todo lo posible para evitarlo.
– Bueno, vuelve a trabajar ahora y captura a este tipo, así tendrás mucho tiempo para descansar la próxima semana.
Cass sonrió abiertamente y saludó a Jameer, que apareció en el extremo opuesto de la cancha.
Читать дальше