Ella alargó un brazo resbaladizo con aceite bronceador.
– Te perdiste un día de playa excelente, bella durmiente.
– Necesitaba el sueño más de lo que necesitaba el sol.
– Mientras estés fuera, me voy a duchar para sacarme todo esto y, a continuación, empezaré la cena. Creo que necesitas realmente una comida sana esta noche.
– Pensé que la cena de anoche de cangrejos y papas fritas era sencillamente perfecta.
– Demasiada grasa. -Lucy arrugó la nariz-. Pero, ¿qué son los cangrejos sin un poco de mantequilla y un tazón grande de papas fritas con [10] Old Bay? Ahora, esta noche, comeremos sano.
– ¿Qué exactamente tienes en mente? -Cass la observó con recelo.
– Algo delicioso. Iré corriendo al mercado por pescado tan pronto como me bañe. Tendremos algo asado, tal vez corvina o atún o lo que sea que tengan que parezca bueno y esté fresco de hoy. Y una inmensa ensalada.
– Creo que quedaron algunas papas fritas de ayer por la noche.
– Las boté. Tuvimos nuestras grasas malas para la semana. Esta noche es saludable marisco y una ensalada.
– Suena bien. Grasa o no grasa. -Cass se inclinó para atar de nuevo una zapatilla-. Estaré de vuelta en cuarenta y cinco minutos más o menos.
– ¿Tienes tu llave?
– En mi bolsillo. ¿Por qué?
– Quiero cerrar con llave la casa mientras me ducho y luego cuando vaya a la tienda.
– Buena idea. -Cass oyó el clic de la cerradura, cuando salió en dirección a la calzada.
Una vez en la acera, ajustó sus gafas de sol y comenzó a trotar lentamente hasta el final de la calle, cinco casas abajo. La casa vecina a su derecha y las dos casas de la esquina más cercana aún estaban desocupadas, los inquilinos del verano no habían llegado aún. Eso era bueno, Cass pensó, no le importaba no tener vecinos. Era suficiente tener a alguien compartiendo su casa.
Aunque tuvo que admitir que no le molestaba la presencia de Lucy. En todo caso, estaba empezando a disfrutar de ella. Había olvidado lo que era compartir el espacio vital con alguien más, ella había estado sola desde hacia mucho tiempo.
Por un lado, era agradable. Por otra parte, le recordaba aquellos días horribles, esos después de haber perdido a su familia y haberse ido a vivir con Lucy y la tía Kimmie y tío Pete. Lucy y ella habían compartido una habitación durante unos meses, mientras la tía Kimmie terminaba el segundo piso con dos nuevos dormitorios y un baño, por lo que las niñas podían tener sus propias habitaciones. Había sido el peor momento de la vida de Cass. Y, sin embargo, en Lucy había encontrado una verdadera amiga, a pesar de sus diferencias.
Cass corrió hasta el estrecho embarcadero de madera en la playa, reflexionando sobre algunas de esas diferencias. Lucy era ahora, y siempre había sido, sumamente femenina. Incluso de niña, los trajes de baño de Lucy habían sido de color rosa, celeste, o blanco. Siempre llevaba cintas en el pelo, al igual que su madre y su tía, la madre de Cass, lo hizo. Ella saltaba la cuerda de vez en cuando, pero pasaba la mayor parte de su tiempo en casa leyendo o con sus muñecas, por lo que no fue una verdadera sorpresa cuando se casó joven y comenzó una familia de inmediato.
La única vez que Cass había visto en su vida a su prima sudar era cuando jugaba baloncesto. Todo el mundo asumió que Lucy quería jugar sólo porque Cass lo hacía, pero entonces ella había jugado con sorprendente agresividad.
Ellas habían sido muy cercanas en la secundaria, pensó mientras corría por la orilla del agua. Habían seguido siendo cercanas hasta que Lucy se casó con la rata bastarda de David. ¿Qué había visto en él, de todos modos? Él no era un buen conversador, no era gracioso ni especialmente listo ni siquiera muy guapo. ¿Qué había visto Lucy en él?
No que eso importara ahora, Cass pensó mientras zigzagueaba alrededor de las toallas de varias personas que tomaban el sol, envueltos en mantas, el sol del atardecer casi no era lo suficientemente fuerte como para alejar el frío.
– ¡Hey! Cass! -Alguien llamó desde atrás.
Se volvió para encontrar a Rick Cisco aproximándose.
– Pensé que eras tú, -dijo mientras corría para unirse a ella.
– Eres un corredor, -dijo, juzgando su paso experto.
– Cuando tengo tiempo. Hoy parecía un buen día para tomar un descanso y hacer unas pocas millas.
– Es un buen día para eso. No hace demasiado calor, y la humedad no ha pateado aún.
– ¿Hasta dónde vas? -Preguntó.
– Hasta el próximo embarcadero. Cerca de otra media milla.
– ¿Te molesta si te sigo?
– Como quieras.
Ella echó a correr y él emparejó su ritmo.
Corrieron en el silencio, sus zapatillas deportivas golpeando suavemente contra la arena, su aliento entrando en igual medida. Cuando llegaron al embarcadero de piedra, se detuvo y miró hacia el mar.
– Yo suelo detenerme al final, -ella le dijo.
– Me apunto, siempre y cuando no te importa la compañía.
Lo hacía, pero ella lo ignoró. Uno no siempre puede estar solo, se recordó a sí misma. A veces tienes que compartir tu espacio con otras personas. Esta semana parece ser uno de esos momentos. Anímate y acostúmbrate a ello.
Ella metió sus pulgares en los bolsillos de sus pantalones cortos de correr y caminó a lo largo del muelle, escogiendo su camino a través de las rocas. Al final, buscó la piedra más plana que pudo encontrar, y se sentó sobre ella. Miró a Rick, que la había seguido, y palmeó la roca a su lado.
– No es exactamente cómoda, pero es casi lo más plano que encontrarás.
Él miró hacia abajo el asiento ofrecido con incertidumbre, luego se sentó cuidadosamente en la roca. Sus largas piernas colgaban a los lados y sus pies descansaban en las rocas de abajo.
– Esto es precioso, -dijo-. Una estupenda vista.
Señaló a la izquierda.
– Los barcos de alquiler están empezando a entrar.
– ¿Qué es lo que pescan?
– Atún. Dorados. Lo que sea que encuentren. Tienen que ir muy lejos por ambos, en esta época del año.
– ¿Tú pescas mucho?
– Nada, en realidad. No, para nada.
– Oh. Sonabas tan informada.
– Mi papá tenía uno. Solía salir todos los días. Lo amaba. Era un hombre tan inteligente, que podía haber hecho cualquier cosa que hubiese querido. Todo lo que siempre quiso fue a pescar. -Ella sonrió, recordando el amor de Bob Burke por el mar.
– ¿Todavía pesca?
– Murió.
– ¿Perdiste a tus dos padres? -Se giró hacia ella-. Lo siento.
– El mismo día, -dijo suavemente.
– ¿Qué?
– Ellos murieron el mismo día.
– Lo lamento, Cass. ¿Fue un accidente?
– Fueron asesinados. Mis padres y mi hermana pequeña.
– Jesús, eso es duro. Lo siento tanto… No tenía ni idea… -Enrojeció como avergonzado de haberlo oído-. ¿Encontraron a la persona?
– Sí. Un vagabundo, un tipo que había estado dando vueltas por la ciudad durante unos meses. Mi padre solía darle pescado, cuando tenía una muy buena captura. Eso siempre me lastimó, ¿sabes? Que mi papá fuera tan bueno este tipo y él le devolviera su amabilidad… -Sacudió la cabeza ligeramente y apartó su rostro de él-. En cualquier caso, fue juzgado, condenado y enviado a prisión. Murió… Creo que fue tal vez hace diez años más o menos. Cáncer.
– Lo lamento, -dijo de nuevo-. Simplemente no sé qué más decir.
– Está bien. No tenías forma de saberlo. Gracias. -Ella contempló el horizonte, sin ser capaz de hacer contacto visual con él. De repente, se sintió demasiado cerca, aunque había un espacio de casi tres pies entre ellos. Se sentía asfixiada.
Se paró bruscamente.
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