– Claro. -Consintió sin apartar los ojos de ella-. Lleva lo que quieras.
– ¿Puedo coger una gran caja de [9] Raisinets?
– Claro.
– ¿Puedo llevar una, también? -El mayor de los dos chicos preguntó.
– Seguro. Lo que te apetezca. Vayan. Esperaré aquí.
Él la observó moverse por las pilas de películas, y sin pensar, la siguió como si se sintiera atraído por una fuerza invisible.
Ésta. Ésta. Ésta…
Cuanto más se acercaba, más perfecta parecía ser.
Caminó hacia ella, luego se situó atrás. Ella miró hacia arriba cuando él la rozó.
– Lo siento, -dijo-. Estos pasillos estrechos…
Ella sonrió y se apartó para permitirle pasar. Él miró la película en sus manos. «Cambio de Hábito».
– Esa es divertida, -dijo, sonriendo de la forma más cálida, más casual-. A mis sobrinos les gustó mucho.
– Whoopi Goldberg y algunas monjas cantando. -Ella sonrió de nuevo-. ¿A quién no?
– Hey, ya estamos listos para irnos.
Uno de los pequeños cabrones se encontraba en su codo.
El otro apareció justo detrás de él.
– ¿Podemos irnos a casa ahora?
– Seguro, muchachos. -Trató de sonreírles afectuosamente, no estaba seguro de haberlo logrado mucho, pero ella no pareció advertirlo. Ya se había movido-. Seguro…
Lo arrastraron al mostrador de los dulces, y apenas prestó atención a lo que estaba pagando. No que le preocupara. Quería esperar cerca para ver a donde iría desde allí, pero no pudo demorar las cosas el tiempo suficiente. Los muchachos ya estaban saliendo por la puerta, y él debía estar justo detrás de ellos. ¿Qué pasaría si eran secuestrados? ¿Cómo se lo explicaría a su hermano y a su estúpida cuñada?
Aunque si los chicos fueran sus hijos, podría considerar la posibilidad del secuestro un favor. Pequeños mocosos aburridos. Exigentes. Molestos.
Él los siguió en el estacionamiento, y luego condujo a casa por el camino largo. Finalmente lo llevó a Brighton.
Frenó cuando pasó por la casa donde sabía que ella se alojaba. Había un coche en el sendero, el coche que ella había conducido anoche. Se estaba preguntando cómo había conseguido llegar tan rápidamente, cuando otro coche lo adelantó. Ese, además, redujo la marcha cuando se acercó al bungalow. Él aceleró un poco y miró en el espejo lateral cuando salió del coche.
– ¡Oye, ahí viene un coche! -Su sobrino gritó desde el asiento trasero.
Él viró bruscamente para evitarlo.
– ¿No lo viste?
– Claro que lo vi. Tuve tiempo de sobra. -Sus ojos se mantuvieron en el espejo. Ella estaba fuera del coche ahora, cruzando la acera con sus largas piernas desnudas. Él se acercó al lado de la calzada, permitiendo que unos cuantos coches inconvenientes lo pasaran en la estrella calle.
– Eso es lo que hace papá. Él para y deja que la gente pase. Dice que es amable, -el de siete dijo.
– Ahora estás siendo amable, también. Antes no fuiste amable, -el de cinco años le reprendió.
Miró por el espejo hasta que ella entró en la casa.
Ésta. Ésta. Ésta.
Sí. Ésta.
Era simplemente una cuestión de cómo y cuándo.
El cómo tomaría un poco de trabajo. Ella vivía con un policía… él sabía quien era ella, pero no iba a tratar con ella ahora, ni siquiera iba a pensar en ella ahora. No había espacio en su cabeza para pensamientos sobre ella. No cuando tenía una -sinceramente una- a la vista. Lo otro, ya no era importante, podría esperar.
En cuanto al cuándo, no podía ser lo suficientemente pronto.
Nunca lo bastante pronto.
Mitch Peyton se sentó a la mesa de Regan Landry e intentó lo mejor que pudo no mirarla fijamente. ¿Cómo había descrito Cisco su rostro? ¿Interesante?
Si la cara frente a él era interesante, tenía que preguntarse qué pensaba Cisco que era hermoso.
Oh, la cara era lo sobradamente interesante, bien. Ojos verdes hundidos y una masa de pelo rubio rizado tomado en un enredado moño en la parte posterior de la cabeza. Un cuerpo bien proporcionado bajo una camisa rosa pálido de algodón, las mangas enrolladas, y pantalones negros de yoga. Los pies descalzos.
Se había asustado cuando ella le había abierto la puerta y había alzado la vista hacia él cuando llegó a su granja a principios del día. Había estado esperando… bien, no estaba muy seguro de lo que había estado esperando, pero no era ella.
No se trataba solamente de su apariencia llamativa. Había una energía en ella, una vitalidad, que envió a sus sentidos un aviso de alerta.
– ¿Agente Peyton? -había preguntado, en seguida había mirado la identificación que él le ofreció. Lo estudió con graves ojos, y luego le sonrió-. Por favor entre. He estado esperándolo.
La sonrisa realmente le había llegado.
Apenas había escuchado una palabra de lo que ella dijo, sólo la siguió pasillo abajo al estudio, donde dijo que había estado trabajando, y que él probablemente querría ver lo que ella había encontrado de inmediato, por lo que así tal vez podrían ponerse manos a la obra lo antes posible.
– Me alegro de que viniera a revisar estas notas en persona, -dijo-. John y yo discutimos la posibilidad de mandarlas por fax al FBI, pero además, existen todos estos otros archivos, y Dios sabe lo que hay en ellos…
Ella había ondeado su mano alrededor de las pilas de cajas que cubría la mayor parte de la zona alfombrada.
– … y sé que hay más en esta historia de lo que tenemos aquí. ¿Le dije por teléfono cuan desordenado era mi padre manteniendo sus registros?
Mitch había cabeceado.
– Bueno, estamos pagando el precio por eso. -Ella había dado un paso detrás del escritorio y se había sentado en la silla de cuero, que pareció tragarla, y le había hecho señas para que tomara asiento.
Había acercado una silla hasta el escritorio y se había sentado.
– ¿Qué le hace estar segura de que hay más de esos pocos archivos? -había preguntado.
– Es una historia intrigante, y mi padre no podía resistirse a la intriga.
– Si él estaba tan sorprendido por lo que tenía, ¿por qué no lo siguió en aquel momento? ¿Y sabe con seguridad que no lo hizo, y tal vez lo abandonó, encontrándolo improductivo?
– Una posibilidad es que pudo haber estado absorto en otra cosa, tal vez terminando un libro o acababa de empezar uno. Desarrollaba cierta visión túnel cuando estaba trabajando. Lo que sólo agravó sus negligentes hábitos de clasificación. Él podría tener una idea que le interesara, pero si ya estaba en un proyecto, habría dejado de lado la idea por el momento. Por otra parte, no sé por que no lo prosiguió más allá de lo que he encontrado hasta el momento. Sospecho que hay más, pero no lo he encontrado aún. Y, por supuesto, existe la posibilidad de que lo descartara por que no valiera la pena. Le expliqué todo eso a John Mancini. Pensó que usted debería echarle una mirada, considerando lo que pasa en esos pequeños pueblos costeros.
Ella había abierto un expediente y lo giró hacia él, después se alzó medio fuera de su asiento para salvar el escritorio.
– Estas son las cartas que encontré. ¿Ve los números en las esquinas?
Él había mirado las cartas.
Hey, Landry, ¿me recuerdas? Un siete dentro de un círculo en la esquina superior derecha.
Hey, Landry, ¿me extrañaste? Numerada once.
– Cuando mi papá comenzaba a reunir sus notas para empezar a preparar un proyecto -un posible proyecto-, numeraba las páginas en la esquina, precisamente así, para mostrar el orden en que iba a presentar su primer borrador.
– Tal vez había otras cosas… fotos, informes, algo… que él hubiera puesto entre estos dos.
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