Ella había sacudido su cabeza.
– Él habría mantenido las cartas juntas, por orden cronológico, e informes separados, aunque también en orden cronológico, numerados por separado también. Si no hubiese recibido ninguna otra carta, ésta, con el siete en la esquina, habría sido numerada uno. Y la número once tendría un dos en la esquina. Hay otras cartas. Estoy segura de ello. Sólo que no sé lo que hizo con ellas.
– ¿Por qué no las habría guardado juntas?
– ¿Por qué los cerdos no pueden volar?
Él la había mirado fijamente
– Quiero decir, esa es una pregunta que no tiene respuesta. Lo mejor que se me ocurre es que las otras cartas llegaron cuando estaba absorto en otra cosa y las metió en un archivo para que no se perdieran antes de que pudiera volver a ellas.
– Entonces olvidó donde puso los archivos.
Ella asintió.
– Ese es mi papá.
– Así que ¿cómo saber por dónde empezar?
– Voy caja por caja.
– Eso no debería tomar mucho tiempo. -Había comenzado a contar cajas.
– Hay más en el sótano.
– Oh.
– Y en el ático.
– Ya veo.
– Él también utilizó una de las pequeñas dependencias para almacenamiento.
– Estoy empezando a conseguir el cuadro.
Ella había sonreído de nuevo.
– Bien.
Ella había revisado varios otros archivos, y luego le entregó dos hojas de papel.
– Estas son las listas que llamaron mi atención. La primera de ellas es bastante auto-explicativa.
– Las víctimas atribuidas al Estrangulador Bayside, junio 1979-agosto de 1979, -había leído en voz alta, y luego examinó la lista de nombres.
– ¿Ha confirmado que eran, de hecho, víctimas del Estrangulador Bayside de 1979? -Había preguntado, alzando la vista.
– He confirmado los cuatro primeros. Eso es lo que pude.
Había tomado su maletín, lo abrió, y sacó su ordenador portátil.
– Tenemos varios ordenadores aquí, -ella le había dicho cuando él se ubicó en la esquina del escritorio-. Usted no necesitaba traer el propio.
– Puedo ir probablemente a sitios con éste que usted no puede con cualquiera de los suyos. -Había sonreído cuando lo encendió-. Vamos a ver lo que podemos ver.
– ¿Inalámbrico? -había preguntado, y él había cabeceado.
En seguida él se había perdido en el ciberespacio por un tiempo corto.
Había regresado una media hora más tarde, para ver todo el escritorio y encontrar su silla vacía.
Él había tomado una pequeña impresora portátil de la caja cuadrada ubicada a sus pies y la conectó a una toma de corriente cercana. Cuando la página se imprimía, la había sentido en el umbral.
– Hice el almuerzo, -le había dicho-. Nada elaborado, pero son casi las dos y media, y si usted desayunó tan temprano como lo hice hoy, tiene que estar al menos tan hambriento como yo.
– Gracias. -Había mirado su reloj-. No tenía ni idea de cuan tarde era.
Había reunido las dos hojas de papel que había impreso y seguido a la cocina, que estaba inundada con la luz del sol de la tarde. Eso había sido casi una hora atrás, y ellos todavía estaban sentados en la mesa, sus platos ahora vacíos y los tazones de sopa dejados a un lado.
Y él seguía teniendo problemas para apartar los ojos de su cara.
– ¿Todos esos nombres se encontraban en los archivos del FBI? -Ella estaba preguntando.
– En los archivos a los que tenemos acceso.
– Por supuesto. -Una media sonrisa curvó una de sus comisuras. Ella bajó su voz a un tono siniestro-. Tenemos nuestras maneras…
Mitch se rió.
– Así que sabemos que este es real. -Ella colocó esa lista aparte y deslizó la segunda lista al centro de la mesa-. ¿Qué piensas de ésta? ¿Qué es lo que se supone que significa?
– Ya que estaba con la lista del Estrangulador de Bayside, tengo que pensar que las listas están relacionadas. De lo contrario, tan desordenado como era tu padre manteniendo sus registros, ¿no estarían en archivos separados si no hubiera conexión? -Dio unos golpecitos en la primera anotación en la segunda hoja de papel-. Algo sucedió en Pittsburgh, en mayo de 1983 que atrajo su atención. Y en febrero de 1986, en Charlotte. Así que tenemos que averiguar es lo que llamó su atención en esas fechas.
Regan frunció el ceño y contempló la lista.
– Él mantuvo algunos archivos -y de nuevo, uso ese término muy libremente- de recortes de periódicos. Anchas carpetas marrones, ¿sabes a lo qué me refiero?
– ¿El tipo de las que tiene los lados de acordeón, para expandirse?
– Sí. Tal vez si las revisamos, una de estas fechas nos salte a la vista.
– Vale la pena un vistazo, seguro. ¿Dónde están los archivos?
– Hay algunos en la oficina, en uno de los archivadores. Llevemos nuestro café con nosotros. Siento curiosidad ahora por ver si hay algo allí.
– Adelante. -Él apartó la silla de la mesa de la cocina y se paró-. Tal vez encontremos la clave en uno de ellos.
Se sentaron en el suelo alrededor de una mesa de centro redonda grande y repasaron primero un archivo, luego otro. Estaban en su segunda hora de búsqueda, cuando Mitch dijo:
– ¿No había un Corona en esa lista?
– Sí, -dijo, y apartó algunos papeles para comprobar la lista original-. Aquí está. Agosto'86. Corona. -Ella lo miró-. No estoy segura de saber donde está Corona.
– Este recorte es del 15 de agosto de 1986. Dateline Corona, Alabama. -Leyó por encima el pequeño recorte, a continuación, leyó en voz alta-. La policía ha confirmado que el cuerpo de la mujer encontrada en East Park el sábado por la mañana era el de Andrea Long de treinta y un años de Corona. La identificación fue realizada por James Long, el marido de la víctima, que había informado que su esposa había desaparecido el jueves por la noche…
– ¿Dice cómo murió?
– Fue estrangulada.
– ¿Violada?
Leyó un poco más.
– Sí.
– Hay una coincidencia, -dijo ella con cierto sarcasmo.
– Apuesto que tu padre pensó lo mismo.
Sacó su teléfono celular del bolsillo de su pantalón y llamó a informaciones para pedir el número del departamento del sheriff en Corona, Alabama, pero no estuvo en absoluto sorprendido de encontrar que nadie en el turno del fin de semana pareciera saber nada acerca de un asesinato de 1986. Dejó un mensaje para que alguien le devolviera la llamada, luego cerró el teléfono con un chasquido.
Pulsó unas teclas de su teclado, y marcó otro número.
Saltó el contestador automático, y comenzó a dejar un mensaje.
– Hola, Jessica, soy Mitch Peyton, del FBI. Trabajé contigo en un caso en Montgomery hace unos cuantos años, no sé si me recuerdas o no. Estoy investigando un antiguo caso de asesinato -la víctima se llamaba Andrea Long, agosto'86- y me preguntaba si podrías arrojar un poco de luz sobre… Oh, hola, Jessica. ¿Cómo estás?
Conversó por unos momentos, luego fue al grano.
– Esperaba que pudieras… no, no tengo ninguna otra información, sólo el nombre de la víctima, una fecha aproximada de la muerte, y el hecho de que fue estrangulada y asaltada sexualmente… Bueno, para empezar, me preguntaba si el caso fue resuelto. Si no es así, si hay una lista de sospechosos… Claro, eso sería grandioso.
Puso su mano sobre el auricular.
– Regan, ¿tienes una máquina de fax?
Ella asintió y señaló donde estaba ubicada encima de un gabinete de archivo de dos cajones al lado del escritorio.
Hizo una especie de garabato moviendo una mano y ella escribió el número del fax en una hoja de papel y se lo entregó.
– Escucha, cualquier cosa que tengas, mándamelo por fax a este número. Te doy mi número de celular y dirección de correo electrónico también…
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