Cuando Bosch salió de la cocina, el personal médico ya había recogido sus cosas. Se estaban yendo. Le dijeron que Alicia Kent estaba físicamente bien y que únicamente presentaba heridas menores y abrasiones en la piel. También dijeron que le habían dado una píldora para ayudarla a calmarse y un tubo de crema para que continuara aplicándosela sobre las rozaduras en muñecas y tobillos.
Rachel volvía a estar sentada en el sofá al lado de Alicia Kent, y Brenner había vuelto a ocupar su lugar junto a la chimenea.
Bosch se sentó en la silla situada justo enfrente de Alicia Kent, al otro lado de la mesita de café.
– Señora Kent -empezó-, lamentamos mucho su desgracia y el trauma por el que ha de estar pasando, pero es muy urgente que avancemos con rapidez en la investigación. En un mundo perfecto esperaríamos hasta que estuviera preparada para hablar con nosotros, pero éste no es un mundo perfecto y ahora usted lo sabe mejor que nadie. Hemos de hacerle preguntas sobre lo que ha ocurrido aquí esta noche.
La mujer cruzó los brazos sobre el pecho y asintió con la cabeza para manifestar que lo entendía.
– Entonces empecemos -dijo Bosch-. ¿Puede decirnos qué ha ocurrido?
– Dos hombres -respondió entre lágrimas-. No los vi. Me refiero a sus caras, no vi sus caras. Llamaron a la puerta y fui a abrir. No había nadie, pero cuando empecé a cerrar se me echaron encima. Llevaban pasamontañas y capuchas, algo así como una sudadera con capucha. Entraron por la fuerza. Llevaban un cuchillo y uno de ellos me agarró y me puso el cuchillo en la garganta. Me dijo que me cortaría el cuello si no hacía exactamente lo que él me ordenaba.
Se tocó ligeramente el vendaje del cuello.
– ¿Recuerda qué hora era? -preguntó Bosch.
– Eran casi las seis -dijo Alicia Kent-. Hacía un rato que estaba oscuro y ya iba a empezar a cenar. Stanley llega a casa a las siete casi todas las noches, a no ser que esté trabajando en el condado sur o en el desierto.
Recordar los hábitos de su marido provocó una nueva afluencia de lágrimas que se notó también en la voz. Bosch trató de mantenerla concentrada en el caso, pasando a la siguiente pregunta. Pensó que ya había detectado un enlentecimiento en su forma de hablar. La pastilla que le habían dado estaba haciendo efecto.
– ¿Qué hicieron los hombres, señora Kent? -preguntó.
– Me agarraron y me llevaron al dormitorio. Me hicieron sentar en la cama y me ordenaron que me quitara la ropa. Luego ellos… Uno de ellos empezó a hacerme preguntas. Estaba asustada. Supongo que me puse histérica y él me abofeteó y me gritó. Me dijo que me calmara y que respondiera a sus preguntas.
– ¿Qué le preguntó?
– No puedo recordarlo todo. Estaba muy asustada.
– Inténtelo, señora Kent. Es importante. Nos ayudará a encontrar a los asesinos de su marido.
– Me preguntó si tenía una pistola y me preguntó dónde…
– Espere un momento, señora Kent -la interrumpió Bosch-. Vamos paso a paso. Le preguntó si tenía una pistola. ¿Qué le contestó?
– Estaba muy asustada. Le dije que sí, que teníamos una pistola. Él me preguntó dónde estaba y yo le dije que en el cajón de la mesilla del lado de mi marido. Era la pistola que adquirimos después de que usted nos advirtiera de los peligros a los que se enfrentaba Stan en su trabajo.
Alicia Kent dijo esta última parte mirando directamente a Walling.
– ¿No tenía miedo de que la mataran con ella? -preguntó Bosch-. ¿Por qué les dijo dónde estaba la pistola? Alicia Kent se miró las manos.
– Yo estaba allí sentada… desnuda. Ya estaba segura de que iban a violarme y matarme. Supongo que pensé que ya no importaba.
Bosch asintió como si comprendiera.
– ¿Qué más le preguntaron, señora Kent?
– Querían saber dónde estaban las llaves del coche. Se lo dije. Les dije todo lo que querían saber.
– ¿Estaban hablando de su coche?
– Sí, de mi coche, en el garaje. Guardo las llaves en la encimera de la cocina.
– He mirado en el garaje. Está vacío.
– Oí la puerta del garaje después de que se fuesen. Deben de haberse llevado el coche.
Brenner se levantó de repente.
– Hemos de comunicar esto -interrumpió-. ¿Puede decirnos el modelo del coche y el número de matrícula?
– Es un Chrysler 300. No me sé la matrícula. Puedo buscarla en los papeles del seguro.
Brenner levantó las manos para impedir que se levantara.
– No es necesario. Ya la conseguiré. Voy a informar ahora mismo. -Fue a la cocina para hacer la llamada sin interrumpir el interrogatorio.
Bosch continuó.
– ¿Qué más le preguntaron, señora Kent?
– Querían nuestra cámara, la cámara que funciona con el ordenador de mi marido. Les dije que Stanley tenía una cámara y que creía que estaba en su escritorio. Cada vez que respondía una pregunta, un hombre (el que preguntaba) le traducía al otro en algún idioma; éste salió de la habitación. Supongo que fue a buscar la cámara.
Walling se levantó y se dirigió hacia el pasillo que conducía a los dormitorios.
– Rachel, no toques nada -dijo Bosch-. Hay un equipo de escena del crimen en camino.
Walling hizo un gesto con la mano al tiempo que desaparecía por el pasillo. Brenner volvió a entrar en la sala e hizo una señal a Bosch.
– BC emitida -dijo.
Alicia Kent preguntó que era eso de BC.
– Significa «busca y captura» -explicó Bosch-. Estarán buscando su coche. ¿Qué ocurrió a continuación con los dos hombres, señora Kent?
La mujer lloró más al responder.
– Me… Me ataron de esa manera espantosa y me amordazaron con una de las corbatas de mi marido. Luego, después de que volviese con la cámara, el otro me sacó una foto así.
Bosch reparó en la expresión de ardiente humillación en el rostro de la mujer.
– ¿Hizo una fotografía?
– Sí, eso es todo. Los dos salieron de la habitación. El que hablaba inglés se agachó y susurró que mi marido vendría a rescatarme. Luego se fue.
Hubo un prolongado silencio hasta que Bosch continuó.
– Cuando salieron de la habitación, se fueron de la casa inmediatamente -preguntó.
La mujer negó con la cabeza.
– Los oí hablando un rato, luego oí la puerta del garaje, que retumba en la casa como un terremoto. La noté dos veces, al abrirse y al cerrarse. Después de eso, pensé que se habían marchado.
Brenner interrumpió otra vez el interrogatorio.
– Cuando estaba en la cocina me ha parecido oírle decir que uno de los hombres traducía al otro. ¿ Sabe en qué idioma estaban hablando?
– No estoy segura. El que hablaba inglés tenía acento, pero no sé de dónde era. Tal vez de Oriente Próximo. Creo que cuando hablaban entre ellos era en árabe o algo así. Era extraño, muy gutural, pero no conozco los diferentes idiomas.
Brenner asintió como si su respuesta estuviera confirmando alguna cosa.
– ¿Recuerda alguna cosa más sobre lo que los hombres podrían haberle preguntado o dicho en inglés? -preguntó Bosch.
– No, nada más.
– Ha dicho que llevaban pasamontañas. ¿Qué clase de pasa-montañas?
Pensó un momento antes de responder.
– Como los que llevan los atracadores en las películas o la gente que va a esquiar.
– Un pasamontañas de esquí.
Ella asintió.
– Sí, exactamente.
– Vale, ¿eran de los que tienen un agujero para los dos ojos o había un agujero para cada ojo?
– Uno para cada ojo, creo. Sí, dos agujeros.
– ¿Había una abertura en la boca?
– Eh… sí. Recuerdo que miré la boca del hombre cuando hablaban en otro idioma. Estaba tratando de entenderle.
– Eso está bien, señora Kent. Está siendo muy útil. ¿Qué es lo que no le he preguntado?
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