La estancia estaba desierta. Brenner encontró una hoja de inventario y un diario de laboratorio en el escritorio de entrada y empezó a leer. Bosch reparó en un pequeño monitor de vídeo en la mesa que mostraba una imagen de una cámara de seguridad.
– Estuvo aquí -dijo Brenner.
– ¿Cuándo? -preguntó Bosch.
– A las siete en punto, según esto.
Bosch señaló el monitor.
– ¿Eso graba? -preguntó a Romo-. ¿Podemos ver lo que hizo Kent cuando estuvo dentro?
Romo miró el monitor como si fuera la primera vez que lo veía.
– Um, no, es sólo un monitor -dijo finalmente-. Se supone que quien está en el escritorio vigila lo que se llevan de la cámara.
Romo señaló el extremo más alejado del laboratorio, donde había una puerta de acero grande. El trébol, símbolo de advertencia de materiales radiactivos, estaba colocado a la altura de los ojos, junto con un cartel que decía:
¡Alerta!
Peligro de radiación
Es obligatorio usar equipo de protección
Bosch se fijó en que la puerta tenía una combinación y una llave de banda magnética.
– Dice que se llevó una fuente de cesio -explicó Brenner, que continuaba examinando el diario-. Un tubo. Era una transferencia: estaba llevando la fuente al Centro Médico de Burbank para hacer un tratamiento allí. Habla del caso; una paciente llamada Hannover. Dice que quedan treinta y un tubos de cesio en el inventario.
– Entonces ¿es lo único que necesitan? -preguntó Romo.
– No -dijo Brenner-. Tenemos que inspeccionar físicamente el inventario. Hemos de entrar en la cámara de seguridad y abrir la caja. ¿Cuál es la combinación?
– No la tengo -dijo Romo.
– ¿Quién la tiene?
– Los médicos, el jefe del laboratorio y el jefe de seguridad.
– ¿Y dónde está el jefe de seguridad?
– Se lo he dicho, está en camino.
– Póngalo en el altavoz.
Brenner señaló el teléfono del escritorio. Romo se sentó. Conectó la llamada al altavoz y marcó un número de memoria. Contestaron de inmediato.
– Soy Richard Romo.
Ed Romo se inclinó hacia el teléfono y pareció avergonzado por la revelación del obvio nepotismo.
– Ah, sí, papá, soy Ed. El hombre del FBI…
– ¿Señor Romo? -le cortó Brenner-. Soy el agente especial John Brenner, del FBI. Creo que nos conocimos y hablamos de cuestiones de seguridad el año pasado. ¿Cuánto tardará?
– Veinte o veinticinco minutos. Recuerdo…
– Es demasiado tiempo, señor. Hemos de abrir la caja de seguridad del laboratorio ahora para determinar su contenido.
– No puede abrirlo sin la aprobación del hospital. No me importa quién…
– Señor Romo, tenemos motivos para creer que el contenido de esa caja se entregó a personas que no tienen en mente los intereses o la seguridad del pueblo americano. Hemos de abrir la caja para saber exactamente qué hay aquí y qué falta, y no podemos esperar veinte o veinticinco minutos. Me he identificado adecuadamente a su hijo y tengo un equipo de radiación en el laboratorio ahora mismo. Hemos de actuar, señor. Díganos, ¿cómo se abre la caja?
Se produjo un silencio en el altavoz del teléfono durante unos momentos. Entonces Richard Romo transigió.
– Ed, ¿hablas desde el escritorio del laboratorio?
– Sí.
– Vale, abre el cajón de debajo de la izquierda.
Ed Romo arrastró la silla hacia atrás y examinó el escritorio. Había una cerradura en el cajón superior izquierdo que aparentemente abría los tres cajones.
– ¿Qué llave? -preguntó.
– Espera.
En el altavoz se produjo un sonido de un llavero al moverse.
– Prueba la 1414.
Ed Romo sacó un llavero del cinturón y fue pasando llaves hasta que encontró la que tenía grabado el número 1414. La insertó en la cerradura del cajón del escritorio y la giró. Abrió el cajón inferior.
– Ya está.
– Vale, hay una carpeta en el cajón. Ábrela y busca la página con las listas de combinaciones para la cámara de seguridad. Se cambia semana a semana.
Romo sacó la carpeta y empezó a abrirla de manera que sólo él pudiera ver el contenido. Brenner estiró el brazo por encima de la mesa y le arrebató la carpeta sin contemplaciones. La abrió en el escritorio y empezó a pasar las páginas de protocolos de seguridad.
– ¿Dónde está? -dijo con impaciencia al micrófono.
– Debería estar en la sección final, claramente titulada «combinaciones del laboratorio». Pero hay una trampa: usamos la de la semana anterior. La de ésta no funciona; use la combinación de la semana pasada.
Brenner encontró la página y bajó el dedo por la lista hasta que encontró la combinación de la semana anterior.
– Vale, entendido. ¿Y la caja interior?
Richard Romo respondió desde su coche.
– Use la llave otra vez y otra combinación. Ésta la sé, no cambia. Es 666.
– Original.
Brenner tendió la mano a Ed Romo.
– Deme su llave magnética.
Romo obedeció y Brenner se la pasó a Ryan, el jefe del equipo del laboratorio.
– Vale, vamos -ordenó Brenner-. La combinación de la puerta es 5, 6,1, 8, 4, y el resto ya lo habéis oído.
Ryan se volvió y señaló a otro de los hombres con traje de seguridad.
– No habrá mucho espacio ahí dentro. Entraremos sólo Miller y yo.
El jefe y su segundo elegido se colocaron la máscara de seguridad y usaron la llave magnética y la combinación para abrir la puerta de la cámara. Miller cogió el monitor de radiación y entraron, cerrando la puerta tras de sí.
– ¿ Saben?, la gente entra ahí todo el tiempo y no llevan trajes espaciales -dijo Romo.
– Me alegro por ellos -repuso Brenner-. Esta situación es un poco diferente, ¿no cree? No sabemos lo que podrían haber soltado en ese entorno.
– Sólo era un comentario -dijo Romo, a la defensiva.
– Entonces hágame un favor y no diga nada, joven. Déjenos hacer nuestro trabajo.
Bosch observó el monitor y enseguida detectó un problema técnico en el sistema de seguridad. La cámara estaba montada cenitalmente, pero en cuanto el jefe del equipo del FBI se inclinó para marcar la combinación en la caja de materiales peligrosos, bloqueó la imagen de lo que estaba haciendo. Bosch comprendió que Kent podría haber ocultado fácilmente lo que se estaba llevando, aun en el caso de que alguien lo hubiera observado cuando entró en la cámara a las siete de la tarde del día anterior.
Menos de un minuto después de acceder a la cámara de seguridad salieron los dos hombres. Brenner se levantó. Los hombres se abrieron las máscaras y Ryan miró a Brenner. Negó con la cabeza.
– La cámara está vacía -dijo.
Brenner sacó el teléfono del bolsillo, pero antes de marcar el número, Ryan dio un paso adelante y le mostró un trozo de papel arrancado de una libreta de espiral.
– Es lo único que había -dijo.
Bosch miró la nota por encima del hombro de Brenner. Estaba garabateada en tinta y era difícil de descifrar. Brenner la leyó en voz alta:
– Me están vigilando. Si no hago esto, mataran a mi esposa… treinta y dos fuentes, cesio… Que Dios me perdone. No tengo elección.
Bosch y los agentes federales se quedaron en silencio. Se percibía una sensación de miedo casi palpable flotando en el laboratorio de oncología. Acababan de confirmar que Stanley Kent se había llevado treinta y dos cápsulas de cesio de la cámara de seguridad de Saint Agatha's y muy probablemente las había entregado a personas desconocidas. Éstas lo habían ejecutado seguidamente en el mirador de Mulholland.
– Treinta y dos cápsulas de cesio -dijo Bosch-. ¿Cuánto daño pueden hacer?
Brenner lo miró con gravedad.
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