Michael Connelly - El Observatorio

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Una noche aparece un cadáver en un observatorio de las colinas de Hollywood. Aparentemente, se trata de un asesinato común, por lo que el detective de policía Harry Bosch se hace cargo del caso. No obstante, pronto se descubrirá que la víctima, Stanley Kent, trabajaba en el sector clínico y tenía acceso a sustancias radiactivas. Esto convierte un simple homicidio en un asunto de terrorismo. El FBI toma las riendas y empieza una carrera contrarreloj para encontrar a los culpables, pues saben que tienen sustancias peligrosas en su poder y pueden hacer uso de ellas -y provocar una masacre- en cualquier momento. Rachel Walling, agente del FBI y ex pareja de Harry Bosch, pondrá las cosas muy difíciles al detective, pero éste seguirá su instinto y se dará cuenta de que en este caso absolutamente nada es lo que parece.

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– Tendremos que preguntárselo a los científicos, pero mi apuesta es que podría hacer daño -dijo-. Si alguien quiere enviar un mensaje, se oirá alto y claro.

Bosch de repente pensó en algo que no encajaba con los hechos conocidos.

– Espera un momento -dijo-. Los anillos de radiación de Stanley Kent no mostraban exposición. ¿Cómo pudo haberse llevado todo el cesio de ahí y no encender esos dispositivos de aviso como un árbol de Navidad?

Brenner negó desdeñosamente con la cabeza.

– Obviamente usó un cerdo.

– ¿Qué?

– Es como llaman al artefacto de traslado. Básicamente parece un cubo de acero con ruedas y una tapa de seguridad, por supuesto. Es pesado y de patas cortas, como un cerdo, por eso lo llaman así.

– ¿Y entró y salió de aquí tan campante con algo así?

Brenner señaló la tablilla con sujetapapeles que había en el escritorio.

– Las transferencias entre hospitales de fuentes radiactivas para el tratamiento contra el cáncer no son nada inusual -dijo-. Firmó una fuente, pero se las llevó todas; eso es lo inusual. Pero ¿quién iba a abrir el cerdo y mirar?

Bosch pensó en las muescas que vio en el suelo del maletero del Porsche: habían cargado algo pesado en el coche. Ahora Bosch sabía de qué se trataba y era una confirmación del peor escenario.

Bosch negó con la cabeza y Brenner pensó que era porque estaba juzgando la seguridad en el laboratorio.

– Déjame que te cuente una cosa -dijo el agente federal-. Antes de que viniéramos el año pasado y modernizáramos su seguridad, cualquiera que llevara una bata blanca de médico podía entrar aquí y llevarse lo que quisiera de la cámara. La seguridad no existía.

– No estaba haciendo un comentario sobre la seguridad. Estaba…

– Tengo que hacer una llamada -dijo Brenner.

Se alejó de los demás y sacó su teléfono móvil. Bosch decidió llamar él también. Sacó el teléfono, encontró un rincón de intimidad y telefoneó a su compañero.

– Ignacio, soy yo.

– Llámame Iggy, Harry. ¿Qué hay por ahí?

– Nada bueno. Kent vació la cámara. Todo el cesio ha desaparecido.

– ¿Estás de broma? ¿Ése es el material que dijiste que podía convertirse en una bomba sucia?

– Ese es el material y parece que se llevó suficiente para armarla. ¿Todavía estás en la escena del crimen?

– Sí, y escucha, tengo a un chico aquí que podría ser un testigo.

– ¿Qué quieres decir con que podría ser un testigo? ¿Quién es, un vecino?

– No, es una historia un poco descabellada. ¿ Sabes esa casa que dijiste que era de Madonna?

– Sí.

– Bueno, pues resulta que era suya pero ya no lo es. Subí a llamar a la puerta y el tipo que vive allí dijo que no vio ni oyó nada; la misma respuesta que me estoy encontrando en todas las casas. En fin, da igual, estaba yéndome cuando vi a un chico escondiéndose detrás de unos árboles que tienen en el jardín. Le apunté con la pistola y pedí refuerzos, pensando que quizás era el asesino del mirador. Pero no era eso. Resulta que es un chico de veinte años que acaba de llegar de Canadá y cree que Madonna aún vive en la casa. En el mapa de las casas de las estrellas de Hollywood que llevaba todavía dice que Madonna vive aquí y él trataba de verla o algo, como un acechador. Escaló un muro para meterse en el jardín.

– ¿Vio el crimen?

– Dice que no vio ni oyó nada, pero no lo sé, Harry. Creo que podría haber estado vigilando la casa de Madonna cuando ocurrió lo del mirador. Luego se escondió y esperó para irse. Lo que pasa es que yo lo encontré antes.

Bosch se estaba perdiendo algo en la historia.

– ¿Por qué iba a esconderse? ¿Por qué no salió corriendo? No encontramos el cadáver hasta tres horas después de la ejecución.

– Sí, lo sé. Esa parte no tiene sentido. Tal vez estaba asustado o pensó que si lo veían cerca del cadáver podían considerarlo sospechoso, no tengo ni idea.

Bosch asintió con la cabeza. Tenía cierto sentido.

– ¿Vas a retenerle por allanar una propiedad privada? -preguntó.

– Sí. Hablé con el tipo que compró la casa a Madonna y nos apoyará; presentará cargos si necesitamos que lo haga. Así que no te preocupes, podemos retenerlo y trabajar con eso.

– Bien. Llévalo al centro, mételo en una sala y que sude.

– Entendido, Harry.

– Ah, Ignacio, no hables del cesio con nadie.

– Sí. Entendido.

Bosch cerró el teléfono antes de que Perras pudiera pedirle que le llamara Iggy. Escuchó el final de la conversación de Brenner. Era obvio que no estaba hablando con Walling. Sus maneras y su tono de voz eran deferentes: estaba hablando con un jefe.

– Según el registro que tengo aquí, a las siete en punto -dijo-. Eso sitúa la transferencia en el mirador hacia las ocho, así que llevamos un retraso de seis horas y media ahora mismo.

Brenner escuchó un poco y luego empezó a hablar varias veces, pero la persona al otro lado de la línea le cortó repetidamente.

– Sí, señor -dijo finalmente-. Sí, señor. Volvemos ahora mismo.

Cerró el teléfono y miró a Bosch.

– Voy a volver en helicóptero. He de organizar una video-conferencia de información con Washington. Te llevaría, pero creo que es mejor que estés en tierra siguiendo el caso. Le he dejado mis llaves a la agente Walling; ella devolverá mi coche.

– No hay problema.

– ¿Su compañero ha encontrado un testigo? ¿Es eso lo que he oído?

Bosch no pudo por menos que preguntarse cómo podía haberlo escuchado Brenner mientras mantenía su propia conversación telefónica.

– Quizá, pero suena como una posibilidad remota. Voy al centro para ponerme con eso ahora mismo.

Brenner asintió con solemnidad y le pasó a Bosch una tarjeta de visita.

– Si hay algo, llámame. Toda mi información está en la tarjeta. Cualquier cosa, me avisas.

Bosch cogió la tarjeta y se la guardó en el bolsillo. Él y los agentes salieron del laboratorio y unos minutos después observó cómo el helicóptero federal se elevaba en el cielo negro. Se metió en el coche y salió del aparcamiento de la clínica para dirigirse al sur. Antes de entrar en la autovía llenó el depósito en una gasolinera de San Fernando Road.

El tráfico que se dirigía al centro de la ciudad era fluido, y Bosch circuló a una velocidad constante de ciento veinte kilómetros por hora. Encendió el equipo de música y cogió un CD de la consola central sin mirarlo. A las cinco notas del primer tema supo que era una edición japonesa de un disco de importación del bajista Ron Cárter. Era buena música para conducir y subió el volumen.

La música le ayudaba a aclarar las ideas. Se dio cuenta de que el caso estaba cambiando. Los federales, al menos, estaban buscando el cesio desaparecido en lugar de a los asesinos. Había una diferencia sutil, pero Bosch consideraba que era importante. Sabía que necesitaba centrarse en el mirador y no perder de vista en ningún momento que se trataba de una investigación de asesinato.

– Encuentra a los asesinos y encontrarás el cesio -se dijo en voz alta.

En el centro cogió la salida de Los Ángeles Street y metió el coche en el aparcamiento delantero del cuartel general de la policía. Era tarde y a nadie le importaría que no fuera un VIP o un miembro de la dirección.

El Parker Center estaba en las últimas. Hacía casi una década que se había aprobado la construcción de un nuevo cuartel general de policía, pero debido a los repetidos retrasos presupuestarios y políticos, el proyecto avanzaba lentamente hacia su realización. Entre tanto, poco se había hecho para evitar que el edificio antiguo cayera en la decrepitud. Por fin, las obras habían comenzado, pero se calculaba que se prolongarían otros cuatro años. Muchos de los que trabajaban en el Parker Center se preguntaban si el viejo edificio duraría tanto.

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