Michael Connelly - El Observatorio

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Una noche aparece un cadáver en un observatorio de las colinas de Hollywood. Aparentemente, se trata de un asesinato común, por lo que el detective de policía Harry Bosch se hace cargo del caso. No obstante, pronto se descubrirá que la víctima, Stanley Kent, trabajaba en el sector clínico y tenía acceso a sustancias radiactivas. Esto convierte un simple homicidio en un asunto de terrorismo. El FBI toma las riendas y empieza una carrera contrarreloj para encontrar a los culpables, pues saben que tienen sustancias peligrosas en su poder y pueden hacer uso de ellas -y provocar una masacre- en cualquier momento. Rachel Walling, agente del FBI y ex pareja de Harry Bosch, pondrá las cosas muy difíciles al detective, pero éste seguirá su instinto y se dará cuenta de que en este caso absolutamente nada es lo que parece.

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Una vez más sabía que tenía que ser cuidadoso y concienzudo. Gran parte de la investigación podía depender de la única palabra que Mitford creía haber oído en el mirador.

– Jesse, ¿el detective Ferras te habló de este caso antes de meterte en esta sala?

El testigo se encogió de hombros.

– La verdad es que no me dijo nada.

– ¿No te dijo lo que pensábamos que estábamos buscando o qué dirección podría tomar el caso? -No, nada de eso.

Bosch lo miró durante unos segundos.

– Vale, Jesse -dijo al fin-. ¿Qué ocurrió a continuación?

– Después de los disparos vi que alguien corría desde el descampado hacia los coches. Se metió en uno de ellos y retrocedió hasta acercarse al Porsche. Entonces abrió el maletero desde dentro y bajó. El maletero delantero del Porsche quedó abierto.

– ¿Dónde estaba el otro hombre mientras él hacía esto?

Mitford parecía confundido.

– Supongo que estaba muerto.

– No, me refiero al segundo de los asesinos. Había dos criminales y una víctima, Jesse. Tres coches, ¿recuerdas?

Bosch levantó tres dedos como ayuda visual.

– Sólo vi a un criminal -dijo Mitford-. El que disparó. Alguien más se quedó en el coche que estaba detrás del Porsche, pero no salió.

– ¿Se limitó a quedarse en el vehículo?

– Exacto. De hecho, justo después del disparo, ese coche hizo un giro de ciento ochenta grados y se alejó.

– ¿Y el conductor no salió durante todo el tiempo que estuvo en el mirador?

– No, nunca.

Bosch pensó en esto durante un momento. Lo que Mitford había descrito indicaba una verdadera división del trabajo entre los dos sospechosos. Coincidía con la descripción de los hechos que Alicia Kent había ofrecido antes: un hombre interrogándola y luego traduciendo y dando órdenes al segundo. Bosch supuso que era el que hablaba inglés quien se quedó en el coche en el mirador.

– De acuerdo -dijo finalmente-. Volvamos al caso, Jesse. Has dicho que justo después de los disparos uno se aleja mientras que el otro se acerca al Porsche y abre el maletero. ¿Qué ocurrió entonces?

– Bajó y sacó algo del Porsche y lo puso en el maletero del otro coche. Era realmente pesado y le costó mucho. Parecía que tenía asas a los lados.

Bosch sabía que estaba describiendo el cerdo usado para transportar materiales radiactivos.

– Luego, ¿qué?

– Volvió a meterse en el coche y se alejó. Dejó el maletero del Porsche abierto.

– ¿Y no viste a nadie más?

– A nadie más. Lo juro.

– Describe al hombre que viste.

– Realmente no puedo describirlo. Llevaba una sudadera con la capucha puesta, no le vi la cara ni nada. Creo que debajo de la capucha llevaba pasamontañas.

– ¿Por qué crees eso?

Mitford se encogió de hombros otra vez.

– No lo sé, sólo me lo pareció. Podría equivocarme.

– ¿Era grande? ¿Pequeño?

– Creo que era normal. Quizás un poco bajo.

– ¿Qué aspecto tenía?

Bosch tuvo que intentarlo otra vez. Era importante. Pero Mitford negó con la cabeza.

– No pude verlo -insistió-. Estoy convencido de que llevaba la cara tapada.

Bosch no se rindió.

– ¿Blanco, negro, de Oriente Próximo? -No lo sé. Llevaba la capucha y el pasamontañas y yo estaba muy lejos.

– Piensa en las manos, Jesse. Has dicho que el objeto que cambió de coche tenía asas. ¿Le viste las manos? ¿De qué color eran las manos?

Mitford pensó un momento y sus ojos brillaron.

– No, llevaba guantes. Recuerdo los guantes porque eran muy grandes, como los que llevan los tipos que trabajan en el ferrocarril en Montreal. Guantes de trabajo con los puños grandes para no quemarse.

Bosch asintió. Buscando una cosa había obtenido otra. Guantes protectores. Se preguntó si existían guantes especialmente diseñados para manipular material radiactivo y se dio cuenta de que había olvidado preguntarle a Alicia Kent si los hombres que habían entrado en su casa llevaban guantes. Esperaba que Rachel hubiera cubierto todos los detalles cuando se quedó con ella.

Bosch hizo una pausa. En ocasiones los silencios son los momentos más incómodos para los testigos. Estos empiezan a llenar los blancos.

Pero Mitford no dijo nada. Después de un buen rato, Bosch continuó.

– Vale, tenemos dos coches arriba además del Porsche. Describe el coche que retrocedió hasta el Porsche.

– No puedo. Sé cómo es un Porsche, pero no entiendo de coches. Los dos eran mucho más grandes, de cuatro puertas.

– Hablemos del que estaba delante de un Porsche. ¿ Era un sedán?

– No conozco el modelo.

– No, un sedán es un tipo de vehículo, no una marca. Cuatro puertas, maletero, como un coche de policía.

– Sí, así.

Bosch pensó en la descripción de Alicia Kent de su coche desaparecido.

– ¿Conoces el Chrysler 300?

– No.

– ¿De qué color era el coche que viste?

– No estoy seguro, pero era oscuro. Negro o azul oscuro.

– ¿Y el otro coche? ¿El que estaba detrás del Porsche?

– Lo mismo. Un sedán oscuro. Era diferente del de delante, quizás un poco más pequeño, pero no sé de qué marca. Lo siento.

El chico frunció el ceño, como si no conocer las marcas y modelos de los coches constituyera un fracaso personal.

– Está bien, Jesse, lo estás haciendo bien -dijo Bosch-. Nos has ayudado mucho. ¿ Crees que si te enseño fotos de varios sedanes podrás reconocer los coches?

– No, no los vi suficiente. Estaba demasiado lejos.

Bosch asintió, pero estaba decepcionado. Consideró la situación por un momento: la historia de Mitford coincidía con la información proporcionada por Alicia Kent. Los dos intrusos de la casa de los Kent necesitaban un transporte para llegar allí. Uno habría cogido el vehículo original mientras que el otro usaría el Chrysler de Kent para transportar el cesio. Parecía la opción obvia.

Sus pensamientos le suscitaron una nueva pregunta para Mitford.

– ¿En qué dirección se fue el segundo coche cuando se alejó?

– También hizo un giro de ciento ochenta grados y bajó por la colina.

– ¿Y eso fue todo?

– Eso fue todo.

– ¿Qué hiciste entonces?

– ¿Yo? Nada. Me quedé donde estaba.

– ¿Estabas asustado?

– Sí. Estaba convencido de que había visto un asesinato.

– ¿ No fuiste a ver cómo estaba, a ver si estaba vivo y necesitaba ayuda?

Mitford apartó la mirada de Bosch y negó con la cabeza.

– No, estaba asustado, lo siento.

– Está bien, Jesse. No has de preocuparte por eso. Ya estaba muerto. Estaba muerto antes de tocar el suelo. Pero lo que me suscita curiosidad es por qué te quedaste escondido tanto tiempo. ¿Por qué no bajaste la colina? ¿Por qué no llamaste a Emergencias?

Mitford levantó las manos y las dejó caer en la mesa.

– No lo sé. Supongo que estaba asustado. Seguí el plano colina arriba, así que era el único camino de vuelta que conocía. Tendría que haber pasado por delante y pensaba que la policía podría culparme si aparecía mientras yo estaba pasando por ahí. Y pensaba que si lo había hecho la mafia, o gente de ésa, si descubrían que yo lo había visto todo me matarían o algo.

Bosch asintió.

– Creo que veis demasiadas series de televisión en Canadá. No has de preocuparte, nos ocuparemos de ti. ¿Cuántos años tienes, Jesse?

– Veinte.

– Entonces, ¿qué estabas haciendo en la casa de Madonna? No es un poco mayor para ti?

– No, no era eso. Era para mi madre.

– ¿La estabas vigilando por tu madre?

– No soy un acosador. Sólo quería llevarle a mi madre su autógrafo o si tenía una foto o algo así. Quería enviarle algo a mi madre y no tengo nada. No sé, sólo para mostrarle que estoy bien. Pensaba que si le contaba que había conocido a Madonna entonces no me sentiría tan… ya sabe. Crecí escuchando a Madonna porque mi madre escucha todos sus discos. Sólo pensaba que sería genial enviarle algo. Su cumpleaños se acerca y no tengo nada.

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