– Vale, ya está enviado -dijo Ferras-. Seguramente llegará en un momento y lo imprimiré. ¿Qué más?
– ¿Muestra qué llamadas hizo y qué llamadas recibió?
Ferras no respondió. Manipuló los controles del teléfono.
– ¿Hasta cuándo quieres remontarte? -preguntó.
– Por ahora, ¿qué te parece empezar desde ayer a mediodía? -repuso Bosch.
– Ok, estoy en la pantalla. ¿Quieres que te enseñe a usar este chisme o que te dé los números?
Bosch se levantó y rodeó la fila de escritorios para poder mirar por encima del hombro de su compañero a la pantallita del teléfono.
– Sólo dame una visión general por ahora y ya veremos el resto después -dijo-. Si tratas de enseñarme, no terminaremos nunca.
Ferras asintió y sonrió.
– Bueno -dijo-, si hizo una llamada a un número que estuviera en su libreta de direcciones, está registrado por el nombre asociado a dicho número. Y lo mismo si la recibió.
– Entendido.
– Muestra muchas llamadas con la oficina y varios hospitales y con nombres de la libreta de direcciones, probablemente médicos con los que trabajaba, a lo largo de toda la tarde. Tres llamadas son de un tal Barry; supongo que era su socio. He buscado en Internet los registros de empresas del estado y K and K Medical Physicists es propiedad de Kent y de alguien llamado Barry Kelber.
Bosch asintió.
– Sí -dijo-, eso me recuerda que hemos de hablar con el socio por la mañana a primera hora.
Bosch se inclinó por encima del escritorio de Ferras para alcanzar la libreta de su propio escritorio y anotó el nombre de Barry Kelber, mientras Ferras continuaba revisando el historial de llamadas del móvil.
– A ver, a partir de las seis, empieza a llamar alternativamente a su casa y al móvil de su mujer. Tengo la sensación de que no le respondieron porque hizo diez llamadas en tres minutos. Llamó sin parar después de recibir ese mensaje urgente desde la cuenta de su mujer.
Bosch vio que la imagen empezaba a cargarse en un instante. Kent tuvo una jornada rutinaria en el trabajo, atendió un montón de llamadas con gente conocida y luego recibió el mensaje de e-mail de su mujer. Vio la foto anexa y empezó a llamar a casa. Ella no respondió, lo cual sólo consiguió alarmarlo aún más. Finalmente, salió e hizo lo que le ordenaban en el mensaje. Sin embargo, pese a sus esfuerzos y a seguir las órdenes, igualmente lo mataron en el mirador.
– ¿Qué es lo que falló? -preguntó en voz alta.
– ¿Qué quieres decir, Harry?
– En el mirador. Todavía no entiendo por qué lo mataron. Hizo lo que querían, les entregó el material. ¿Qué es lo que falló?
– No lo sé. Quizá lo mataron porque vio una de las caras.
– El testigo dice que el asesino llevaba pasamontañas.
– Bueno, entonces quizá no falló nada. Quizás el plan era matarlo. Prepararon ese silenciador, ¿recuerdas? Y lo de que el tipo gritase Alá no suena a que algo fuera mal; parece parte de un plan.
Bosch asintió con la cabeza.
– Pero si ése era el plan, ¿por qué matarlo a él y no a ella? ¿Por qué dejar un testigo?
– No lo sé, Harry, pero ¿esos musulmanes radicales no tienen una regla respecto a herir a las mujeres? ¿No los deja fuera del nirvana o del cielo o de como quieran llamarlo?
Bosch no respondió la pregunta porque desconocía las costumbres culturales a las que se había referido groseramente su compañero. No obstante, la pregunta subrayaba para él lo fuera de su elemento que se encontraba en el caso. Estaba acostumbrado a perseguir a asesinos motivados por la codicia, la lujuria o cualquiera de los siete pecados capitales. El extremismo religioso no solía figurar en la lista.
Ferras dejó la BlackBerry y se volvió hacia su ordenador. Como muchos detectives, prefería usar su propio portátil porque los ordenadores proporcionados por el departamento eran viejos y lentos y la mayoría de ellos tenían más virus que una fulana de Hollywood Boulevard.
Guardó el archivo en el que había estado trabajando y abrió su buzón de correo electrónico. El mensaje reenviado desde la cuenta de Alicia Kent estaba allí. Ferras lo abrió y silbó al ver la fotografía de Alicia Kent desnuda y atada a la cama.
– Sí, esto serviría -dijo. Se refería a que comprendía por qué Kent había entregado el cesio. Ferras llevaba casado menos de un año y tenía un hijo en camino. Bosch estaba empezando a conocer a su nuevo compañero, pero ya sabía que estaba profundamente enamorado de su mujer. Debajo del cristal de su mesa, Ferras tenía un collage de fotos de su esposa; debajo del cristal de su lado del escritorio, Bosch tenía fotos de víctimas de homicidios a cuyos asesinos todavía buscaba.
– Imprime eso -dijo Bosch-. Amplíalo si puedes. Y sigue jugando con ese teléfono, a ver qué más puedes encontrar.
Bosch volvió a su lado de la mesa de trabajo y se sentó. Ferras amplió la foto del mensaje de correo en una impresora de color instalada en la parte de atrás de la sala de brigada. Fue a buscar el papel y se lo llevó a Bosch.
Bosch ya se había puesto las gafas de leer, pero sacó de un cajón una lupa rectangular que compró cuando notó que su graduación ya no era adecuada para el trabajo de cerca. Nunca usaba la lupa cuando la sala estaba llena de detectives; no quería darles a los demás algo con lo que ridiculizarlo, fuera en broma o no.
Puso la fotografía en la mesa y se inclinó sobre ella con la lupa. Primero estudió las ataduras que sostenían los miembros de la mujer detrás del torso. Los intrusos habían usado seis bridas, colocando un lazo en torno a cada muñeca y tobillo y luego otra brida más para unir los tobillos y la última para unir las ligaduras de las muñecas con la que conectaba los tobillos.
Le pareció una forma exageradamente complicada para atar las extremidades de la mujer. No era la manera en que lo habría hecho Bosch si él fuera un secuestrador tratando de atar y amordazar rápidamente a una mujer que quizá se debatía. Él habría usado menos ataduras y habría hecho el trabajo de una manera más fácil y rápida.
No estaba seguro de qué significaba eso, si es que significaba algo. Quizás Alicia Kent no se había debatido en absoluto y, a cambio de su cooperación, sus captores habían usado los enlaces extra para que el tiempo que pasara atada en la cama fuera menos arduo para ella. A Bosch le parecía que la forma en que la habían atado facilitaba que sus brazos y piernas no estuvieran estiradas por detrás del torso tanto como podrían haberlo estado. Aun así, recordó los hematomas que había visto en las muñecas de Alicia Kent y se dio cuenta de que, de todos modos, el tiempo que pasó desnuda en la cama, atada y amordazada, no había sido fácil. Concluyó que lo único que sabía a ciencia cierta después de estudiar la foto era que necesitaba hablar con Alicia Kent otra vez y repasar con más detalle todo lo que había ocurrido.
En una página en blanco de su libreta anotó sus dudas respecto a las ataduras. Planeaba usar el resto de la página para añadir más preguntas para una eventual entrevista de seguimiento con ella.
No surgió nada más de su examen de la fotografía. Cuando terminó, Bosch dejó a un lado la lupa y empezó revisar los informes forenses de la escena del crimen. Nada captó su atención tampoco allí y rápidamente pasó a los informes y pruebas del domicilio de los Kent. Puesto que él y Brenner habían salido rápidamente de la casa hacia Saint Agatha's, Bosch no estuvo presente cuando los técnicos de la brigada científica buscaron indicios dejados por los intrusos. Estaba ansioso de ver qué se había encontrado, si es que se había encontrado algo.
Sólo había una bolsa de pruebas y contenía las bridas de plástico negro que habían sido utilizadas para atar a la señora Kent y que Rachel había cortado para liberarla.
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