– Lástima -dijo-. ¿Qué has hecho con él?
– ¿El chico? Acabamos de soltarlo.
– ¿Dónde vive?
– En Halifax, Canadá.
– Bosch, ya sabes qué quiero decir.
Bosch percibió el cambio de tono, y el cambio a llamarlo por el apellido. No creía que Brenner estuviera preguntando casualmente por la localización exacta de Jesse Mitford.
– No tiene dirección local -contestó-. Es un vagabundo. Acabamos de dejarlo en el Denny's de Sunset. Ahí es donde quería ir. Le dimos veinte dólares para el desayuno.
Bosch sintió la mirada de Ferras clavada en él mientras mentía.
– ¿Puedes esperar un segundo, Harry? -dijo Brenner-. Tengo otra llamada. Podría ser de Washington.
Bosch reparó en la vuelta al nombre de pila.
– Claro, Jack, pero puedo colgar.
– No, espera.
Bosch oyó que la línea pasaba a música y miró a Ferras. Su compañero empezó a hablar.
– ¿Por qué le has dicho que…?
Bosch se llevó un dedo a los labios y Ferras se detuvo.
– Espera un segundo -dijo Bosch.
Pasó medio minuto mientras Bosch esperaba. Una versión de saxofón de «What a Wonderful World» empezó a sonar en el teléfono. A Bosch siempre le había gustado la frase de la noche oscura y sagrada. El semáforo se puso verde por fin y Bosch giró por Sunset. Entonces Brenner volvió a la línea.
– ¿Harry? Perdona. Era de Washington. Como te puedes imaginar, están todos encima de este asunto. Bosch decidió sacar las cosas a la luz.
– ¿Qué novedades hay de tu lado?
– No mucho. Seguridad Nacional está enviando una flota de helicópteros con equipo especializado para seguir una pista de radiación. Empezarán por el mirador y tratarán de encontrar una firma específica para el cesio. Pero la realidad es que han de sacarlo del cerdo antes de que puedan captar una señal. Entre tanto, estamos organizando la reunión de evaluación para que podamos asegurarnos de que todos están en la misma longitud de onda.
– ¿Eso es todo lo que ha conseguido el gran gobierno?
– Bueno, estamos organizándonos. Ya te dije cómo sería, una sopa de letras.
– Claro. Lo llamaste pandemonio. Los federales son buenos en eso.
– No, no estoy seguro de que dijera eso. Pero siempre hay una curva de aprendizaje. Creo que después de la reunión pondremos este asunto a toda máquina.
Bosch estaba convencido de que las cosas habían cambiado. La respuesta defensiva de Brenner le decía que la conversación o bien estaba siendo grabada o escuchada por otros.
– Aún faltan unas horas para la reunión -dijo Brenner-. ¿Cuál es tu próximo movimiento, Harry?
Bosch vaciló, pero no mucho.
– Mi próximo movimiento es volver a subir a la casa y hablar otra vez con la señora Kent. Tengo unas preguntas de seguimiento. Luego iré a la torre sur del Cedars. La oficina de Kent está allí y he de hablar con su socio.
No hubo respuesta. Bosch estaba llegando al Denny's de Sunset. Se metió en el aparcamiento. A través de las ventanillas vio que el restaurante abierto las veinticuatro horas estaba casi desierto.
– ¿Sigues ahí, Jack?
– Ah, sí, Harry, estoy aquí. Debería decirte que probablemente no será necesario que vuelvas a la casa y a la oficina de Kent.
Bosch negó con la cabeza. «Lo sabía», pensó.
– Ya habéis recogido a todos, ¿no?
– No fue decisión mía. La cuestión, por lo que he oído, es que la oficina estaba limpia y estamos interrogando aquí al socio de Kent ahora mismo. Trajimos a la señora Kent a modo de precaución. Todavía estamos hablando con ella.
– ¿No fue decisión tuya? Entonces, ¿quién lo decidió? ¿Rachel?
– No voy a entrar en esto contigo, Harry.
Bosch paró el motor del coche y pensó en cómo responder.
– Bueno, entonces quizá mi compañero y yo deberíamos dirigirnos a Táctica -dijo finalmente-. Todavía es una investigación de homicidio. Y, por lo último que sé, yo todavía trabajo en ella.
Hubo una buena dosis de silencio antes de que Brenner respondiera.
– Mira, el caso está tomando una dimensión mayor. Habéis sido invitados a la reunión de evaluación tú y tu compañero. Y en ese momento te pondremos al día de lo que el señor Kelber ha dicho y de unas pocas cosas más. Si el señor Kelber sigue aquí con nosotros haré lo posible para que puedas hablar con él, así como con la señora Kent. Pero, para que quede claro, la prioridad aquí no es el homicidio; no es encontrar a quien mató a Stanley Kent. La prioridad es encontrar el cesio y ahora llevamos casi once horas de retraso.
Bosch asintió.
– Tengo la sensación de que si encontramos al asesino encontraremos el cesio -dijo.
– Podría ser así-respondió Brenner-, pero nuestra experiencia es que este material se mueve muy deprisa, de mano en mano. Hace falta una investigación con mucha velocidad, y en ello estamos, ganando velocidad. No queremos reducir el ritmo.
– Por los palurdos locales.
– Ya sabes lo que quiero decir.
– Claro. Te veo a las diez, agente Brenner.
Bosch cerró su teléfono y empezó a bajar del coche. Cuando él y Ferras cruzaban el aparcamiento hacia las puertas del restaurante, su compañero lo asedió con preguntas.
– ¿Por qué has mentido respecto al testigo, Harry? ¿Qué está pasando? ¿Qué vamos a hacer?
Bosch levantó las manos en un gesto para pedir calma.
– Espera, Ignacio. Sólo espera. Vamos a sentarnos y a pedir café y tal vez algo de comer, luego te contaré lo que está pasando.
Casi pudieron elegir el sitio. Bosch fue a un reservado en un rincón que les ofrecería una visión clara de la puerta delantera. La camarera se acercó rápidamente. Era una vieja sargentona con el cabello gris acerado recogido en un moño. Trabajar en el turno de noche en el Denny's de Hollywood le había vaciado la vida de los ojos.
– Harry, ha pasado mucho tiempo -dijo ella.
– Eh, Peggy. Supongo que ha pasado una temporada desde la última vez que tuve que trabajar en un caso de noche.
– Bueno, bienvenido. ¿ Qué puedo poneros a ti y a tu mucho más joven compañero?
Bosch no hizo caso de la pulla. Pidió café, tostadas y huevos, no muy hechos. Ferras pidió una tortilla de clara de huevo y un cappuccino . Cuando la camarera le sonrió y le dijo que no servían ninguna de esas dos cosas, se decidió por huevos revueltos y un café normal. En cuanto la mujer los dejó solos, Bosch respondió a las preguntas de Ferras.
– Nos están cerrando el paso -dijo-. Eso es lo que está pasando.
– ¿Estás seguro? ¿Cómo lo sabes?
– Porque ya se han llevado a la mujer de nuestra víctima y al socio, y puedo garantizarte que no van a dejarnos hablar con ellos.
– Harry, ¿han dicho eso? ¿Te han dicho que no podíamos hablar con ellos? Hay mucho en juego aquí, y creo que estás siendo un poco paranoico. Estás saltando a…
– ¿Yo? Bueno, espera y verás, compañero. Observa y aprende.
– Todavía vamos a ir a la reunión de las nueve, ¿no?
– Supuestamente. Salvo que ahora es a las diez. Y probablemente será un número de feria sólo para nosotros. No nos van a decir nada; van a venirnos con zalamerías y nos van a apartar. «Muchas gracias, colegas, a partir de aquí nos ocuparemos nosotros.» Pues que se jodan. Esto es un homicidio y nadie, ni siquiera el FBI, me aparta de un caso.
– Ten un poco de fe, Harry.
– Tengo fe en mí mismo. Nada más. He estado en esta carretera antes y sé adónde va. Mira, por un lado, ¿qué más da? Dejémosles que se lleven el caso. Pero, por otro, a mí me importa. No puedo confiar en que lo hagan bien. Quieren el cesio, y yo quiero a los malnacidos que aterrorizaron a Stanley Kent durante dos horas y luego lo pusieron de rodillas y le pegaron dos tiros en la nuca.
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